El miércoles 3 de abril, a las 7:00 pm, en el
Instituto Raúl Porras Barrenechea (calle Colina 398, Miraflores) se presentará Légamos,
poemario de José Morales Saravia (Lima, 1954). Las palabras de presentación
estarán a cargo de Santiago López Maguiña (Universidad Nacional Mayor de San
Marcos) y de Juan Pablo Mejía (Paracaídas Editores).
Légamos es una nueva
entrega del proyecto poético que inauguró su autor en 1979 con Cactáceas, su primer libro, considerado
éste, según la crítica, inicio o texto precursor del neobarroco actual peruano.
Otras entregas que se han sumado en los últimos años al proyecto poético,
que Morales Saravia se ha propuesto
construir, han sido los poemarios Zancudas
(Lima, 1983), Oceánidas (2006) y Peces (Buenos Aires, 2008).
Légamos (Lima, Paracaídas editores, 176 pp.) continúa el ciclo
de diálogos —una especie de fisiodicea— con los elementos naturales que el
autor ha venido realizando de libro a libro en los últimos decenios. En este
caso se interroga a una naturaleza disminuida, inhóspita, no bella, por su
hospitalidad y por sus posibles valores, también estéticos.
COMENTARIOS SOBRE LA
POESÍA DE JOSÉ MORALES SARAVIAS
Reynaldo Jiménez ha escrito sobre Peces (Buenos Aires, tsé-tsé), el
anterior poemario del autor: «La poesía de José Morales Saravia constituye,
desde los años 70, un inusitado proyecto de curación sobre el idioma. Los
largos períodos en que suele modularse, propulsan un evento respiratorio, cuya
densidad se reconoce conectora en la reasimilación de varias y bien diversas
tradiciones. Tal aventurarse en la multiplicidad, se manifiesta insistencia
simbólica de labrado y textura, la cual tacta un trasfondo siempre apasionado.
De allí, quizá, esa contención inherente a su explayar, esa brujería razonada
—diríase— de incesante transfiguración [...]. El idioma es revisitado desde
incontables perspectivas y planos de evocación, para ser revelado una vez y
otra en tanto aliento recuperado [...]. Aquel genio proteico y aun arbitrario,
transformista inaferrable, sabe reverberar: se nos entrega, más que por el
recurso metáfora, por eclosiones —partículas de lo inquietante— de la dimensión
metafórica. [...] Emblemas, cosas y formas de vida renuevan sin fin identidad
en la variación —por otra parte, tan cara y propicia al ser: los elementos,
“naturales” y “culturales”, recuperan reciprocidad, gracias al horizonte
imantado del versículo, reanudándose entrelazo de la acción imaginaria, como
ámbito propicio a la amplitud [...]. »
El crítico y poeta uruguayo Eduardo
Espina comenta la poesía del autor: «Su lenguaje, en complicidad con una
sintaxis reverberante, tiene una fisonomía inmediatamernte reconocible. Lo
mismo que en la poesía de Carlos Germán Belli, también aquí destaca una
minuciosa tarea de construcción lingüística que se remonta a los inicios
modernos de un barroco recuperado y actualizado en Hispanoamérica a partir de
José Lezama Lima. La búsqueda, o por lo menos presunción, de un espacio
perdurable, de una palabra que se lea y entienda por sí misma, encuentra en la
poesía de Morales Saravia una dimensión encantadora y una rareza arquitectónica
que provoca por todo cuanto esconde. Aunque las referencias a lecturas y
escrituras anteriores resultan detectables [...], a pesar de todo eso, de los
secretos “robos” y de las “versiones” furtivas que T. S. Eliot recomendaba a
rajatabla y que en última instancia sirven para ampliar un proyecto de
manificencia, la lírica de Morales Saravia inaugura un trayecto espléndido en
la poesía de su país. Regresa, tal cual Martin Heidegger lo había sugerido, a
la principal tarea que el poeta debe poner en práctica cuando escribe; mirar
para saber y sostener una visión epistemológica. La lírica de Morales Saravia
es especular del espectáculo del pensamiento: es una representación asimétrica
de la antítesis de lo imaginario y lo anatómico, arropada de un lenguaje
poético bien calibrado que se presiente, pero que además se ve. La estrategia escritural
se apoya en una gimnasia contemplativa que antecede la llegada de la verdad
poética. La palabra responde a la intencionalidad del ojo. La mirada supera lo
puramente material para trascender el orden que se le ha querido imponer y
devenir minucioso interioramiento del mundo inmediato [...]»
La
poeta peruana Rossella di Paolo comentaba en la presentación del
poemario Peces: «Desde fines de los
años setenta, José Morales hace un trabajo en solitario, lejos del
coloquialismo que marcó a su generación, así como de las pequeñas y grandes
pasiones y desesperos de un yo atrapado en lo doméstico y social. Su poética
quiere atender principalmente al paisaje, al planeta que nos contiene, a su
carácter rocoso, vegetal y líquido; por eso, los seres humanos no están
presentes aquí sino a través de sus huellas, de sus ciudades y oficios. En todo
caso, las referencias a la naturaleza están llenas de elementos de nuestra
civilización. Es una poesía que canta la realidad, asombrada y asombrosamente.»
Paul Guillén le preguntaba al autor en
relación al poemario Oceánidas, en
una entrevista de 2006 aparecida en la revista tsé-tsé 18/19: «Paul Guillén:
Al respecto de una posible filiación con el neobarroco latinoamericano, veo
algunas diferencias, pero que no son decisivas en Oceánidas. Por ejemplo, la textura erótica, la mezcla de idiomas y
la sensualidad serían una pequeña parte de tu poesía y, más bien, prepondera
una poesía del pensamiento, racionalista, fría, hasta cierto punto científica.
Pero el neobarroco es un camino en tu poesía, lo encuentro un poco cercano a Mar paraguayo de Wilson Bueno [...]. ¿Te
sientes cómodo dentro de esta tradición?// José
Morales Saravia: En términos generales, sí me siento cómodo dentro de esto
que se ha llamado el neobarroco. Mi poesía es esta sensibilidad. El neobarroco
en relación con el barroco americano es más que un gesto. Santiago López
Maguiña tuvo razón al decir en la presentación de Oceánidas algunas cosas como lo de gesto, pero más allá de gesto es
una actitud natural. El barroco americano es natural, en el sentido de que no
tenemos que esforzarnos mucho para ser barrocos. Es, de alguna manera, una
sensibilidad, por supuesto que no la única, pero es una sensibilidad. Ahora, en
términos más concretos, mi poesía no es erótica, mi poesía es una poesía del
ser, de los objetos, del mundo. En este sentido, es una poesía que podría
parecer muy racional.»
Carlos López Degregori escribía en 2006
sobre la obra del autor: «Hay libros y obras que tienen el designio de la
imprevisibilidad y surgen como una rara flor o, a veces, como un escollo o una
trampa. Ese ha sido el lugar que ha ocupado desde 1979 la poesía de José
Morales. [...] Difícil, alejada de los cánones y caminos poéticos dominantes en
esos años, leída por muy pocos pero respetada sin reservas, la poesía de
Morales siguió en los años siguientes expandiéndose y madurando en su secreto.
Recuerdo largas conversaciones con el autor a fines de los años setenta y
de los primeros ochenta, en las que me explicaba y cartografiaba minuciosamente
su sistema poético. [...]. Las plantas espinosas de pobres raíces (sábilas,
cabuyas y pencas), fijas en el suelo árido y nostálgicas de un origen que se
confundía con un destino, iniciaban una travesía cósmica. El sistema poético de
Morales era el itinerario de ese viaje y sus metamorfosis: las cactáceas se
volvían parásitas orquídeas para ir ascendiendo con sus raíces aéreas y
transformarse luego en flamencos, cigüeñas, alargados cirros, o feroces
ventiscas. Y también las metamorfosis del mar en tortugas, corales, peces, o
los inmensos recorridos oceánicos hasta retornar otra vez a la fijeza del
principio, el retorno a la tierra pero ahora con enormes raíces de ceibas. Se
trata de la aventura del estar en el mundo, el destino del enraizar o el
pertenecer, y todo articulado en los ciclos de un mito anterior a los hombres
en el que solo existe el germen que origina e impulsa a la naturaleza, la
irradiación de las mutaciones, el devenir.»
1
Légamos
Entre el agua que pone sus labios
sobre la tierra y las costas y riberas que la arregazan, presencia del lodo en
su prístino beso, en su abrazo que enturbia orillas para desorillarlas de lo
sublime y bello y hacer su gesto de marisma.
¿Origen del evento
humano infuso de un aliento de fuentes brotando desde interioridades térreas?
¿Final de todas las
inquietudes que perdieron sus hojas y vieron mondadas sus raíces al cabo de una
peripecia coronada con final de pantano?
¿Ascenso a las más viles
superficies que palpitan de vermes cruzando como azules venas las sienes de los
bajíos, agusanando los duros terrones en un salamandro apremio de anfibias
prisas?
Descenso en la escala de
los evaluantes tulpos hasta el diente que pellizca el astrágalo de las marismas
en roedora faena de malignas miradas.
Tomáis la posta,
légamos, en la travesía que ha tendido sus redes e hila una maroma a otra
maroma en cada uno de los puertos en que pone su pregunta, dando giro de trompo
a tholos, a domo o a polis de fuertes y menos fuertes muros.
Ofrecéis fisonomía a los
que se miran innúmeros dedos en manos de cuencos írritos que han perdido los
pétalos de las miradas y el parpadeo que otorga, al menos, breve intervalo.
Os presentáis menuzando
cualquier árbol para dejarlo humillado en los cueros que ya no esconden
mentidas genealogías o verdaderas cicatrices masilladas como si un lozano cutis
semblara.
Consecusión
de los turbiones cuando soltados de riendas han cabalgado la pradera del
horizonte tepalante y han cubierto con el sauzal de sus aguas cada palmo de
sierra y abra, de monte y quebrada, y esperan en sus acuos techados aún por el
suspiro sosegante que peina las olas.
Tras el turbión estáis
vosotros en la humedad de rincón visitado por líquenes, en el anegamiento de la
ribera de irrumpidos manglares y sus urbanismos saurios.
El trenzado de tierras
desfondadas y líquidos zapadores, el tejido que traman anélidos y desentraman
barrosos telares penélopes, ¿logrará haceros de arcillosas consistencias, de la
representación en ceramios que os construyan las palabras, salvándoos de vileza
y malignidad?
Sois poco el museo de
reliquias que se apatina en su precioso almacenaje de edades y menos aún el
acuario de sembrados corales que mantiene sus horas eternecidas en el repetido bogar
de los peces dorados.
Sois
el siempre presente y magnífico lodo de no logradas transpiraciones que no os
hacen costra de látigo lluvioso ni empedrecida salpicadura de mastines
desabuesados cuyas escobas barren con las orillas de vida pululante:
La
nunca desecada piel de humectantes actitudes y transpirantes collares, la
contundente argamasa de nunca malditos cementos que nieguen a mohos carta de
ciudadanía, avecinamiento a barrio de imprevistos hongos y mayores legañas en
los extramuros de la mirada, légamos de medrantes cienos.
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