
Entre las diferentes propuestas desarrolladas en la década del noventa (“espacios” como: la cotidianeidad, lo urbano marginal, la meta-poesía, la memoria familiar, etc.) está la de Soto, muy ligada a la poesía del silencio. Parecería insular o la de una rara avis, pero no, dado que podríamos asociarla también -esta orientación hacia lo sublime, trascendental y metafísico- con la poesía de José Pancorvo, o con parte de lo producido por Josemári Recalde o por el Grupo Inmanencia. Hacia el final de dicha década casi todas estas diferentes vertientes desbocaron en una poesía más reflexiva, algunos convirtiendo el lenguaje en sujeto poético, otros buscando una nueva ética, y otros, con una nueva mirada, volviendo hacia los grandes temas.
Airado verbo se divide en tres estancias. En “Multitudinario espejo de sombras” aun el poeta puede cantar la caída, entre ruinas, poco queda en pie en este mundo apocalíptico que sigue desmoronándose, de “despedazados dioses”: “Bosque humano de ausencias/ De brazos que faltan/ De pavoroso borde/ De raudas horas/ Que caen”. Y más adelante, como un Dante ante el Infierno: “He dejado de tener Historia/ Vano inquilino de sueños/ De pesadillas recurrentes/ De nombres cifrados/ De muertes súbitas// Memoria de vasto dolor/ (…) De pérdidas innombrables/ De epitafios en cada lágrima”. El poeta, en medio del airado terror, ha cruzado el umbral y describe el caos que lo rodea: “De ola repentina/ De dolor infatigable/ Del grito desaforado del ojo/ Del quebrado paso de la voz”. Son “fragmentos de Historia”, de su/ nuestra Historia.
En “Airado Verbo” la lumbre poética emerge como un ave fénix, “Poesía es una antorcha/ Enciende palabras”, nos dice el poeta convertido -gracias al anhelo hacia “la mujer que espera”, con ese “precipitado beso”- en el “ileso amante”. La voz poética (profética: “De profecía en los desolados muros”) se dirige ahora hacia un tú, cobra realidad, porque ya no es ausencia el “enardecido verbo”, y porque además “así como para Hegel no todo lo que existe ni mucho menos, es real, por el mero hecho de existir, podemos, a contrario sensu, señalar que no todo lo inexistente es irreal, por el mero hecho de no existir” (J. Sabourín. Mito y realidad en Federico García Lorca). El beso (“el tiempo a dentelladas en un beso/ Ese obsceno ardor al pie del abismo”) es la esperanza “Para acallar a la muerte” “Entre los restos calcinados de la sombra”, en “El breve reino del hombre/ Mientras amantes tiran como chanchos” “Entre olas emputecidas de Tierra y de polvo”. Fragmentos del paraíso esta vez, de una moralidad.
“Galope de Tormentas” es la cercanía y la lejanía con la amada: “De todas las miradas/ De todas las preguntas/ Que estallan y retornan/ Tras tu sombra/ Desbocada, inasible/ Destino hacia la quebrada/ Que mora airada en ti”. Puesto que, como ya se dijo, “la realidad de lo espiritual se manifiesta como una especie de ausencia”. Como el amor, que llena y quita, la poesía desde su esencia, desde la médula, tiene estos vaivenes. El movimiento ondulante, circular, del amor, es el del verbo que ahora ha recobrado -colmado el abismo- su sentido inicial: “tu piel más honda e impenetrable/ Cede ante la grave voz de tus delirios/ Y te extravías en la espesura de infinitos orgasmos/ Avezada flor silvestre/ Irrefrenable efervescencia del instinto/ Colmas abismos/ De deseo y hondura/ De esa humanidad pavorosa/ De grito en llamas/ Ardiendo en mí/ Ola incesante/ En la garganta del desierto/ Bramando sin fin”. He ahí la más preciada revelación de la poesía, la que es capaz de armonizar todo: los opuestos, lo alto y lo bajo, lo bello y lo grotesco, lo fugaz y lo perenne.
Juan Soto ha dado un paso más en su onda pendular entre la materialidad (las pasiones, los instintos, los cauces históricos veladamente tratados, etc.) y lo metafísico (sus indagaciones, digamos, en lo suprasensorial), y su poesía se ha concentrado en los más finos sonidos de su lira.
Portada del Sol, 3 de Agosto de 2008
Fuente: Sol negro editores
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