¿Por qué nos conmueve un poeta más que otro? Diría que es una situación que no se elige. El tema es que Horacio Castillo era un ser sabio además de un poeta inmenso. Hay, en la universalidad de su poesía, una resignificación de lo humano, más allá de las fronteras o de los límites del lenguaje.
Leerlo fue encontrar aquello que anhelaba en la escritura: un modo, un matiz, un tono, un tempo; cierta diferencia que nos "traslada a otra realidad", por utilizar palabras de Heidegger. Desde Descripción (libro inicial del cual él renegaba un poco) hasta Mandala, la poesía de Castillo es límpida e inquisitiva; además de una construcción en evolución constante siempre en búsqueda de nuevos materiales. Leerlo era (es) observar un caleidoscopio con inscripciones acerca del acontecer del Espíritu humano, en un tiempo-espacio indeterminable, donde la "misteriosidad" ("esa cualidad inherente a todo lo que es por el solo hecho de ser") forma parte "de la aventura colosal de la Creación". Por utilizar, esta vez, sus palabras.
Cuenta Graciela Montes que cuando niña, las lecturas de su abuela le ensancharon la vida. Este concepto de la literatura como generadora de otro orden, otro tiempo, otro mundo, me parece a la vez bello e insondable: fue justamente ese entrelazar lo ajeno y lo próximo que la poesía de Horacio Castillo cultiva, lo que logró que desde aquellas primeras lecturas de Tuerto rey, su tercer libro, ya no pudiera desprenderme de esa cosmogonía suya de murallas, navegantes solitarios, continentes blancos, palabras salidas de una lengua muerta, fosos que daban la eternidad, monos, focas, ranas, pueblos de una zona extraña y entrañable, trenes cargados de ganado (humano) y, en definitiva, innumerables signos de una poética que al fin y al cabo no hacía más (ni menos) que preguntarse por qué y dónde el principio y el fin; por qué nuestra condición, nuestro acontecer, esta situación insondable de la vida y de la muerte.
Esa naturaleza a la vez mágica y restauradora en la poética de Castillo (donde la "figura mítica" o la "alegoría" se usa como vehículo de expresión) es de alguna manera aquello que sitúa a quien lo lee en un atmósfera que ensancha y eleva de lo particular o limitado. En sus libros, in crescendo desde Alaska, se condensa lo que él pretendía: la poesía como una forma de percepción del misterio, del Ser. Y si bien es difícil elegir poemas suyos, podría apuntar como emblemáticos “Tren de ganado”, “El foso”, “Tuerto rey”, “Visita al maestro”, “No temas al raptor”, “Los gatos de la Acrópolis”, “La toma de Constantinopla”, sólo por mencionar algunos. Para justificar las razones de mi elección utilizo una imagen suya: "Debemos demorarnos en ese instante mítico, en ese momento en que el fluir del ser deviene palabra, poesía".
Su preocupación por lograr a un lenguaje esencial (donde se augura una voz despojada, "impersonal", fundada en "lo neutro") fue de alguna manera alcanzada en su Mandala, poema complejo que concluyó su ideal de pulir una obra "como una unidad, como un drama –el drama del lenguaje– con su planteo, su clímax, y su resolución". Lo logró, y luego hizo silencio.
Pretendía que, en las postrimerías, el corazón del poeta escuchara los signos para "instaurar el espíritu como centro del mundo". Reflexivo ante el drama propio y colectivo, jamás se ocupó de otra cosa que no fueran las palabras, la escritura en el silencio, la poesía sin estridencias. Vivió, luminosamente alejado, inmerso también en esa "metafísica solar" griega que era fuente inagotable de su escritura. Dice el poeta irlandés S. Heaney algo muy bonito: "Hay poetas y poetas necesarios". Castillo es un poeta necesario. Y tuvimos el privilegio de conocerlo.
Confirma la realidad que hace un año murió. Nada más impropio: en su último libro de reflexiones y encuentros, Colectánea, Castillo escribe: "…Wang Fu, aquel pintor condenado a muerte, le pide al emperador que lo deje terminar una marina. El emperador le concede la gracia y Wang Fu se pone a trabajar: da los últimos toques al índigo del mar, pule el movimiento de las olas, retoca el tono de una barca. Y, tras la última pincelada, sube rápidamente a la embarcación y se aleja por el cuadro".
Yo creo que como Wang Fu, hace un año ya, él desplegó su último poema, y en el borde de la mañana, sabiamente, emprendió el camino hacia otros universos menos parcos.
Perfil literario
Horacio Castillo nació en Ensenada, en 1934. Desde muy joven se radicó en La Plata, ciudad donde falleció el 5 de julio del año pasado. Fue poeta, crítico, ensayista, traductor de poesía griega, abogado y miembro de número de la Academia Argentina de Letras y correspondiente de la Real Academia Española.
En junio de 2010 salió su último libro, Colectánea, en la colección “El Milagro Secreto”, dirigida por Mario Goloboff en Ediciones al Margen. Antes publicó las siguientes obras de poesía: Descripción (1971); Materia acre (1974); Tuerto rey (1982); Alaska (1993); Los gatos de la Acrópolis (1998); Cendra (2000); Música de la víctima y otros poemas (2003) y Mandala (2005). Su obra poética fue reunida, además, en varios volúmenes, entre ellos La casa del ahorcado 1974 - 1999 (1999) y Por un poco más de luz/ 1974 - 2005 (2005). Algunos de sus ensayos son Darío y Rojas / Una relación fraternal (2002), La luz cicládica y otros temas griegos (2004) y Sarmiento poeta (2007).
Entre los premios que recibió figuran: Premio de la Subsecretaría de Cultura de la Nación (1972); Premio Nacional - Región Buenos Aires (1978); Primer Premio Fondo Nacional de las Artes por traducción literaria (1988); Premio Konex - Diploma al Mérito (1993) y Premio Municipal de La Plata (1995). En 2001 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de La Plata.
Esta tarde
Hoy a las 19, en el C. C. Islas Malvinas (19 y 51), se realizará un homenaje a Horacio Castillo, coordinado por Horacio Preler y César Cantoni (amigos del fallecido escritor). Hablarán Rafael Felipe Oteriño y Gustavo Martínez Astorino. Y Gustavo Caso Rosendi, Sandra Cornejo, Patricia Coto, María Cecilia Font, Silvia Montenegro, Guillermo Pilía, Martín Raninqueo y Luis Soulé leerán sus poemas.
Fuente: El Argentino
Leerlo fue encontrar aquello que anhelaba en la escritura: un modo, un matiz, un tono, un tempo; cierta diferencia que nos "traslada a otra realidad", por utilizar palabras de Heidegger. Desde Descripción (libro inicial del cual él renegaba un poco) hasta Mandala, la poesía de Castillo es límpida e inquisitiva; además de una construcción en evolución constante siempre en búsqueda de nuevos materiales. Leerlo era (es) observar un caleidoscopio con inscripciones acerca del acontecer del Espíritu humano, en un tiempo-espacio indeterminable, donde la "misteriosidad" ("esa cualidad inherente a todo lo que es por el solo hecho de ser") forma parte "de la aventura colosal de la Creación". Por utilizar, esta vez, sus palabras.
Cuenta Graciela Montes que cuando niña, las lecturas de su abuela le ensancharon la vida. Este concepto de la literatura como generadora de otro orden, otro tiempo, otro mundo, me parece a la vez bello e insondable: fue justamente ese entrelazar lo ajeno y lo próximo que la poesía de Horacio Castillo cultiva, lo que logró que desde aquellas primeras lecturas de Tuerto rey, su tercer libro, ya no pudiera desprenderme de esa cosmogonía suya de murallas, navegantes solitarios, continentes blancos, palabras salidas de una lengua muerta, fosos que daban la eternidad, monos, focas, ranas, pueblos de una zona extraña y entrañable, trenes cargados de ganado (humano) y, en definitiva, innumerables signos de una poética que al fin y al cabo no hacía más (ni menos) que preguntarse por qué y dónde el principio y el fin; por qué nuestra condición, nuestro acontecer, esta situación insondable de la vida y de la muerte.
Esa naturaleza a la vez mágica y restauradora en la poética de Castillo (donde la "figura mítica" o la "alegoría" se usa como vehículo de expresión) es de alguna manera aquello que sitúa a quien lo lee en un atmósfera que ensancha y eleva de lo particular o limitado. En sus libros, in crescendo desde Alaska, se condensa lo que él pretendía: la poesía como una forma de percepción del misterio, del Ser. Y si bien es difícil elegir poemas suyos, podría apuntar como emblemáticos “Tren de ganado”, “El foso”, “Tuerto rey”, “Visita al maestro”, “No temas al raptor”, “Los gatos de la Acrópolis”, “La toma de Constantinopla”, sólo por mencionar algunos. Para justificar las razones de mi elección utilizo una imagen suya: "Debemos demorarnos en ese instante mítico, en ese momento en que el fluir del ser deviene palabra, poesía".
Su preocupación por lograr a un lenguaje esencial (donde se augura una voz despojada, "impersonal", fundada en "lo neutro") fue de alguna manera alcanzada en su Mandala, poema complejo que concluyó su ideal de pulir una obra "como una unidad, como un drama –el drama del lenguaje– con su planteo, su clímax, y su resolución". Lo logró, y luego hizo silencio.
Pretendía que, en las postrimerías, el corazón del poeta escuchara los signos para "instaurar el espíritu como centro del mundo". Reflexivo ante el drama propio y colectivo, jamás se ocupó de otra cosa que no fueran las palabras, la escritura en el silencio, la poesía sin estridencias. Vivió, luminosamente alejado, inmerso también en esa "metafísica solar" griega que era fuente inagotable de su escritura. Dice el poeta irlandés S. Heaney algo muy bonito: "Hay poetas y poetas necesarios". Castillo es un poeta necesario. Y tuvimos el privilegio de conocerlo.
Confirma la realidad que hace un año murió. Nada más impropio: en su último libro de reflexiones y encuentros, Colectánea, Castillo escribe: "…Wang Fu, aquel pintor condenado a muerte, le pide al emperador que lo deje terminar una marina. El emperador le concede la gracia y Wang Fu se pone a trabajar: da los últimos toques al índigo del mar, pule el movimiento de las olas, retoca el tono de una barca. Y, tras la última pincelada, sube rápidamente a la embarcación y se aleja por el cuadro".
Yo creo que como Wang Fu, hace un año ya, él desplegó su último poema, y en el borde de la mañana, sabiamente, emprendió el camino hacia otros universos menos parcos.
Perfil literario
Horacio Castillo nació en Ensenada, en 1934. Desde muy joven se radicó en La Plata, ciudad donde falleció el 5 de julio del año pasado. Fue poeta, crítico, ensayista, traductor de poesía griega, abogado y miembro de número de la Academia Argentina de Letras y correspondiente de la Real Academia Española.
En junio de 2010 salió su último libro, Colectánea, en la colección “El Milagro Secreto”, dirigida por Mario Goloboff en Ediciones al Margen. Antes publicó las siguientes obras de poesía: Descripción (1971); Materia acre (1974); Tuerto rey (1982); Alaska (1993); Los gatos de la Acrópolis (1998); Cendra (2000); Música de la víctima y otros poemas (2003) y Mandala (2005). Su obra poética fue reunida, además, en varios volúmenes, entre ellos La casa del ahorcado 1974 - 1999 (1999) y Por un poco más de luz/ 1974 - 2005 (2005). Algunos de sus ensayos son Darío y Rojas / Una relación fraternal (2002), La luz cicládica y otros temas griegos (2004) y Sarmiento poeta (2007).
Entre los premios que recibió figuran: Premio de la Subsecretaría de Cultura de la Nación (1972); Premio Nacional - Región Buenos Aires (1978); Primer Premio Fondo Nacional de las Artes por traducción literaria (1988); Premio Konex - Diploma al Mérito (1993) y Premio Municipal de La Plata (1995). En 2001 fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de La Plata.
Esta tarde
Hoy a las 19, en el C. C. Islas Malvinas (19 y 51), se realizará un homenaje a Horacio Castillo, coordinado por Horacio Preler y César Cantoni (amigos del fallecido escritor). Hablarán Rafael Felipe Oteriño y Gustavo Martínez Astorino. Y Gustavo Caso Rosendi, Sandra Cornejo, Patricia Coto, María Cecilia Font, Silvia Montenegro, Guillermo Pilía, Martín Raninqueo y Luis Soulé leerán sus poemas.
Fuente: El Argentino
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