lunes, 22 de septiembre de 2008

LAS TRES ESTACIONES DEL ESPANTO O BREVE VISIÓN DE AIRADO VERBO DE JUAN JOSÉ SOTO POR FELICIANO MEJÍA

JUAN JOSÉ SOTO
AIRADO VERBO
LIMA: SOL NEGRO EDITORES,
2008. 52 pp.

Si esperas, amable lector, un libro complaciente para satisfacción de tus sentidos y el placer de la lectura, te aconsejo que no abras este poemario. Aquí no encontrarás paz ni confort. Sólo una batalla encarnizada contra el espanto.

PRIMERA

Ya en los primeros versos, en una Primera Estación, se anuncia lo que será el meollo de este trabajo: un combate sin tregua entre la crisis existencial del hombre, sus carencias y caídas, del paso vacío del tiempo; y la dilacerada conciencia de haber entrado en el arcano de la destrucción (¿precario peldaño de la transición?), lugar donde no existe luz ni bocanada de aire en la “calle frágil del ser”.

Los primeros poemas nos confrontan al incisivo recorrido en lo más oscuro y doloroso del ser humano. Como con un escalpelo, Juan José Soto, ausculta el Ser de carne y hueso y el Ser espiritual del Hombre, caminando a tientas hacia la aniquilación sin remedio.

Así, somos testigos de su desencanto ante la realidad cotidiana, sintiéndose un transeúnte errante de la vida y sus implicancias, premunido de una conciencia que se hace un pozo depositario de un pasado reciente, de total insatisfacción, en las márgenes del sin sentido: la esencia del espanto. El poeta se siente depositario de la muerte en el seno de la vida y, a la vez, la voz testimonial de los caídos en el insondable mar del caos, de las sombras y su correlato de silencio, del caminar en el mundo –tránsito de fantasma de humo y carne- re/sentido como un desierto trasegado de ríos de dolor existencial que no se mitigan. Transido de este malsano sentir, de esta visión oscura, ni la palabra puede ser una mano salvadora; porque el hombre y su conciencia óntica son aprehendidos como Otro en el exilio.

Frente a ello, el poeta hace un inventario inmisericorde, dantesco, minucioso del desasimiento y del no-ser-siendo; pero logra una bocanada de aire en el quehacer del arte. Como hesitando se dice: “Ave fénix del verbo”.

Así termina la Primera Estación de este poemario, sin darnos un respiro ante el dolor total del no ser.

SEGUNDA

Pero el escritor reacciona, hace un puente de auxilio en este “Airado verbo”…, la segunda parte del poemario y nos ofrece una primera piedra de luz y nos dice: “poesía es una antorcha”. Frente a la vorágine de la realidad hostil y la visión del mundo como lo más negativo del ser, nos presenta, como atisbo, otra faceta de la vida: la de la lucha encarnizada contra la aniquilación. Entonces podemos sentir las armas ocultas del poeta: la palabra como bajel seguro para atravesar el mar de tormenta aniquiladora de la vida, el poema y el poemario. La palabra, ella es la clave para acceder a vislumbrar un posible futuro en esa misma vida, pero premunida del amor. Ella, la palabra, es una “llave maestra” para abrir los resquicios de la negación de la muerte. Con la adarga del verso, hay una posibilidad de salvación, pero a través del amor. Hecho este descubrimiento, el poeta siente haber atravesado las riberas del espanto y puede decirnos: allá “Babel aúlla sordamente en las calles”. Aún la hecatombe humana subsiste, pero él, en tanto conciencia que se siente, ha dado un paso hacia la vida plena. Continua en su sentir, con la persistencia de lo indeleble, el horror, que Juan José Soto grafica en abigarradas enumeraciones surrealistas o paralelo escritural a lo plástico de un Hieronymus van Aken o Jérôme Bosch; pero la palabra, el verbo está (nos lleva) “a salvo de los desquiciados sanatorios” y su “breve reino del hombre”.

TERCERA

Esta Segunda Estación no ha variado la visión oscura del mundo y del hombre como caos redivivo y dolor sin fronteras. Pero se vislumbra ya, como pequeñas nubes esporádicas, una posible salvación, que nos conduce a la Tercera y más breve Estación postrera: la del “Galope de tormentas….”, donde la voz que hasta ahora nos ha conducido por estos caminos de infierno óntico, se serena, y reajusta un balance entre lo vivido como pasión dolorida y locura, como recuerdo amargo de un vacío, y este “mar de rayos y centellas desafiando el abismo / al borde del terco horizonte / al borde de todos los cielos”.

El poemario se acaba con una persistente y soterrada apuesta por la vida, por el ser, dándonos la “invicta raíz del viento”, a través de la “sangre imperturbable del guerrero”, “bramando sin fin”.

Volteada la última página, uno se da cuenta que ha participado en un combate inmisericorde entre el vacío y la vida, entre el desamor y amor, entre lo oscuro y la luz. Y de ese combate nos queda un repertorio de ideas y de imágenes fulgurantes que nos enriquecen. Podemos no estar conformes con ese rescoldo amargo que nos deja esa lucha, pero no podemos ser indiferentes a esta lucha de un autor y las zonas más profundas de lo humano.

CODA

Aquí, pues, este poemario de paradójicos textos que, sumiéndonos al fondo de la herida –sin correlato con la cotidianidad de un peruano en el Perú–, nos insuflan un entusiasmo y ganas de vivir, en tanto, peruanos de hoy inmersos en una realidad dilacerada.

El tratamiento textual es de notable factura propio de quien domina el idioma y los recursos del arte de poetizar con dominio del discurso soterrado del automatismo controlado.

Airado verbo, de Juan José Soto, es todo esto y mucho más.

¡Evohé!

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