La poeta empieza ignorando o negando su procedencia: “no conozco padres / soy la consecuencia de varios apareamientos”. O quizá es el producto de una mezcla, de aquella fusión incomparable que es el Perú. Su existencia es un enigma, su identidad una sombra cuya configuración es impalpable y sin embargo colectiva: “mi nombre está detrás de todos los nombres”. Lo concreto es que nos habla de un reino (primer intertexto eielsoniano) en el que no habitamos. Pero allí “nuestro corazón huele como nuestros excrementos” y “ya nadie se mira a los ojos”; es decir nos rodea un deshumanizado mundo hostil.
A pesar de dicha situación “en medio una niña de color azul / me extiende la mano”. O sea, podemos pensar que es una transformación de la niña egureniana portadora de la lámpara del mismo color. Imagen de la poesía que le ofrece sus dones. Y contradictoriamente el yo poético de Una morada tras los reinos (título del libro que aquí brevemente comentamos) reconoce “esta sana manera / de saberme culpable”. Todos estamos envueltos y comprometidos en lo que está sucediendo, pero la poesía es –todavía y siempre- lo más puro en un mundo que se destruye íntegramente por sus ocho costados (como habría dicho Ramírez Ruíz).
Por fin el sujeto poético penetra al reino y comprueba –hablando en segunda persona- que “no es distinto de la comarca de donde vienes” aunque “en el reino nadie es más digno que el Rey / con su corona de huesos / su abrigo de sierpes / y su banquete de moscas”. No importa, tras la experiencia la poeta termina: “reclamando la dignidad / de un nuevo nombre / de un reino / sin corona”. Podemos aceptar que se trata del reclamo utópico que entraña la poesía o quizá el de una sociedad diferente, sin explotadores ni explotados.
La lucha es difícil y problemática y alguien anima a la poeta diciéndole: “oh ave / insiste” con lo cual vemos a nuestra autora plena en su dimensión lírica, hermosa y alada, estimulada para persistir. Porque en suma –hecha una terrible contradicción- ella nos advierte: “cómo escapar a los designios de un abyecto Rey / que es uno mismo”. Es decir, en nosotros mismo está nuestro peor enemigo. Mas ocurre un siniestro y “las ciudades se devoran / el reino ha cedido al fuego”. Ha sobrevenido el Apocalípsis.
Y no ha quedado nada, o casi nada. Hubo “ríos de prusia” –twist de resonancia luchohernandeziana- y después sólo un niño –especie de nueva humanidad- en “las altas moradas de lo que no existe”, a quien la poeta se dirige en estos términos: “niño que sales del reino perdido / con mi nuevo rostro / y cantas”. Queda clado entonces que el nuevo ser, representado por la criatura en aparición posterior a la disolución total, no es sino un alterego de la poeta. Lo que equivale a sostener que tras la hecatombe humana, sólo ha de quedar (si algo queda) la imposible poesía posible. O la libertad, porque así se expresa Denisse Vega Fárfan –en los últimos versos del libro- con singular maestría rítmica: “no hay reino / recoge tus ojos del agua / entiérralos en tu corazón / sé libre / anda”. Go ahead.
[Roger Santivánez. 21 de diciembre de 2008, East Summerfield, primicias del invierno boreal]
1 comentario:
soy de los que leen reseñas al vuelo, pero se concentran más en los versos que citan entre comillas (carnecita). y honestamente, ningun verso escogido por el reseñista, a mi parecer justifica la carnecita.
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