A pesar de dicha situación “en medio una niña de color azul / me extiende la mano”. O sea, podemos pensar que es una transformación de la niña egureniana portadora de la lámpara del mismo color. Imagen de la poesía que le ofrece sus dones. Y contradictoriamente el yo poético de Una morada tras los reinos (título del libro que aquí brevemente comentamos) reconoce “esta sana manera / de saberme culpable”. Todos estamos envueltos y comprometidos en lo que está sucediendo, pero la poesía es –todavía y siempre- lo más puro en un mundo que se destruye íntegramente por sus ocho costados (como habría dicho Ramírez Ruíz).
Por fin el sujeto poético penetra al reino y comprueba –hablando en segunda persona- que “no es distinto de la comarca de donde vienes” aunque “en el reino nadie es más digno que el Rey / con su corona de huesos / su abrigo de sierpes / y su banquete de moscas”. No importa, tras la experiencia la poeta termina: “reclamando la dignidad / de un nuevo nombre / de un reino / sin corona”. Podemos aceptar que se trata del reclamo utópico que entraña la poesía o quizá el de una sociedad diferente, sin explotadores ni explotados.
La lucha es difícil y problemática y alguien anima a la poeta diciéndole: “oh ave / insiste” con lo cual vemos a nuestra autora plena en su dimensión lírica, hermosa y alada, estimulada para persistir. Porque en suma –hecha una terrible contradicción- ella nos advierte: “cómo escapar a los designios de un abyecto Rey / que es uno mismo”. Es decir, en nosotros mismo está nuestro peor enemigo. Mas ocurre un siniestro y “las ciudades se devoran / el reino ha cedido al fuego”. Ha sobrevenido el Apocalípsis.
Y no ha quedado nada, o casi nada. Hubo “ríos de prusia” –twist de resonancia luchohernandeziana- y después sólo un niño –especie de nueva humanidad- en “las altas moradas de lo que no existe”, a quien la poeta se dirige en estos términos: “niño que sales del reino perdido / con mi nuevo rostro / y cantas”. Queda clado entonces que el nuevo ser, representado por la criatura en aparición posterior a la disolución total, no es sino un alterego de la poeta. Lo que equivale a sostener que tras la hecatombe humana, sólo ha de quedar (si algo queda) la imposible poesía posible. O la libertad, porque así se expresa Denisse Vega Fárfan –en los últimos versos del libro- con singular maestría rítmica: “no hay reino / recoge tus ojos del agua / entiérralos en tu corazón / sé libre / anda”. Go ahead.
[Roger Santivánez. 21 de diciembre de 2008, East Summerfield, primicias del invierno boreal]
1 comentario:
soy de los que leen reseñas al vuelo, pero se concentran más en los versos que citan entre comillas (carnecita). y honestamente, ningun verso escogido por el reseñista, a mi parecer justifica la carnecita.
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