A menudo he escuchado decir que Raúl Henao es un poeta surrealista, como si aquella actitud fuera un contrasentido, o una carga que le quitara brillo y contundencia a su trabajo. Semejante aseveración me parece un tanto parcial, oblicua e inconveniente. Creo que la mayoría de los nuestros se valen de toda clase de artilugios para negar o hacer a un lado una obra sin siquiera conocerla. Emerson solía decir que la imaginación debía siempre fluir, no congelarse. Y que el poeta no se detiene jamás ni en la forma, ni en el color, ni aún en su significación; pues siempre sus palabras deben expresar una idea nueva. La mejor manera de silenciar a un poeta es desconocerlo y aplicarle conceptos y valores que en nada lo definen. Cada quien es libre de elegir sus instrumentos poéticos y por ello nadie lo puede condenar. Si Pessoa eligió los heterónimos y su actitud distante, si Rimbaud partió para el África, no por eso rebajaron la tónica de expresión. Lo fundamental en cualquier artista son sus resultados y no la forma que asumió para llegar a ellos.
Nada cuenta en un autor más que las obras o el aliento que nos ha dejado a través de sus libros. De David Herbert Lawrence podríamos decir que fue un nómada, pero esto puede resultar baladí al momento de leer sus libros. Todo poeta tiene sus obsesiones, sus líneas de fuga, desde las cuales establece un punto de contacto con esa realidad que desea interpretar o redescubrir. El mismo Raúl Henao define al poeta como ese hombrecito sudoroso que corre tras la gente para soplarle fuego al oído, y más adelante vuelve y nos dice que el poeta es un ser que camina sobre brasas y baila en la fumarola de un volcán en erupción.
El verdadero poeta está lejos de cualquier escuela, secta, canon o compromiso.
El poeta veraz saca su fuerza de su libertad absoluta. El poeta es un marginal desde el punto de vista de la tradición a la que en un principio acata, pero después abandona. Demasiado fuera de la ley, demasiado libre para no resultar peligroso. Para decirlo en palabras de Raúl Henao: “Los poetas pierden siempre el corazón, entre las palabras se les pierde la vida”. Paul Valery decía que el hombre no es más que la mitad de sí mismo. La otra mitad la constituye su expresión. De Raúl Henao sabemos que pertenece a la raza de poetas para quienes la palabra es un instrumento inflamante y explosivo y él mismo parece recorrido por un fuego interior cuya incandescencia se propaga a su manera de expresarse. También podemos decir, como lo encontramos en uno de sus libros que es un hombre que camina a diario con un pasaporte hacia ninguna parte, en el interminable ir y venir de las horas.
Fue Henry Miller quien dijo que el artista y el poeta siempre están en guerra perpetua con la muerte, cualquiera sea el disfraz con que ella se presente. Y la muerte de un poeta es cuando se adapta a un lugar común y se deja poseer por sus conquistas. Es como tatuarse a un espejo y entregarse a una imagen. Cuando, en palabras de Raúl Henao, el poeta es un desconocido que siempre se despide desde el estribo de una estrella.
Lo cierto es que el artista no tiene porque solicitar una autorización por escrito para proceder de tal o cual forma y menos dedicar su obra para complacer los gustos de su época. Creo que ser o no surrealista es apenas un gesto, una especie de guiño que cualquier poeta puede hacerle a las fuentes fundamentales de su tiempo. El carácter indigente de nuestras letras confunde la actitud personal con el arte poético que el artista realiza. Semejante falacia conduce a visiones desmañadas y arbitrarias. Erige dioses a quienes no son más que oportunistas y silencia a quienes han elegido el camino solitario y creativo. La mayor virtud de cualquier poeta es su autenticidad y el fuego que lo atraviesa. Raúl Henao es un hombre refinado, una especie de demonio que ha dedicado la mayor parte de su vida a la construcción de una obra con un claro acento de libertad personal, con una búsqueda de ese espacio alucinante que sólo pueden ver los que miran por entre las rejillas de su propio vértigo; pues la poesía, nos recuerda Raúl Henao, siempre será ese llamado hacia la locura amorosa, impublicable de la vida.
*Nació en Medellín en 1962. Licenciado en Español y Literatura de la Universidad de Medellin. En 1998 publicó su novela “Salomé o la Nostalgia de los Días” (Editorial Holderlin, Medellín).
Nada cuenta en un autor más que las obras o el aliento que nos ha dejado a través de sus libros. De David Herbert Lawrence podríamos decir que fue un nómada, pero esto puede resultar baladí al momento de leer sus libros. Todo poeta tiene sus obsesiones, sus líneas de fuga, desde las cuales establece un punto de contacto con esa realidad que desea interpretar o redescubrir. El mismo Raúl Henao define al poeta como ese hombrecito sudoroso que corre tras la gente para soplarle fuego al oído, y más adelante vuelve y nos dice que el poeta es un ser que camina sobre brasas y baila en la fumarola de un volcán en erupción.
El verdadero poeta está lejos de cualquier escuela, secta, canon o compromiso.
El poeta veraz saca su fuerza de su libertad absoluta. El poeta es un marginal desde el punto de vista de la tradición a la que en un principio acata, pero después abandona. Demasiado fuera de la ley, demasiado libre para no resultar peligroso. Para decirlo en palabras de Raúl Henao: “Los poetas pierden siempre el corazón, entre las palabras se les pierde la vida”. Paul Valery decía que el hombre no es más que la mitad de sí mismo. La otra mitad la constituye su expresión. De Raúl Henao sabemos que pertenece a la raza de poetas para quienes la palabra es un instrumento inflamante y explosivo y él mismo parece recorrido por un fuego interior cuya incandescencia se propaga a su manera de expresarse. También podemos decir, como lo encontramos en uno de sus libros que es un hombre que camina a diario con un pasaporte hacia ninguna parte, en el interminable ir y venir de las horas.
Fue Henry Miller quien dijo que el artista y el poeta siempre están en guerra perpetua con la muerte, cualquiera sea el disfraz con que ella se presente. Y la muerte de un poeta es cuando se adapta a un lugar común y se deja poseer por sus conquistas. Es como tatuarse a un espejo y entregarse a una imagen. Cuando, en palabras de Raúl Henao, el poeta es un desconocido que siempre se despide desde el estribo de una estrella.
Lo cierto es que el artista no tiene porque solicitar una autorización por escrito para proceder de tal o cual forma y menos dedicar su obra para complacer los gustos de su época. Creo que ser o no surrealista es apenas un gesto, una especie de guiño que cualquier poeta puede hacerle a las fuentes fundamentales de su tiempo. El carácter indigente de nuestras letras confunde la actitud personal con el arte poético que el artista realiza. Semejante falacia conduce a visiones desmañadas y arbitrarias. Erige dioses a quienes no son más que oportunistas y silencia a quienes han elegido el camino solitario y creativo. La mayor virtud de cualquier poeta es su autenticidad y el fuego que lo atraviesa. Raúl Henao es un hombre refinado, una especie de demonio que ha dedicado la mayor parte de su vida a la construcción de una obra con un claro acento de libertad personal, con una búsqueda de ese espacio alucinante que sólo pueden ver los que miran por entre las rejillas de su propio vértigo; pues la poesía, nos recuerda Raúl Henao, siempre será ese llamado hacia la locura amorosa, impublicable de la vida.
*Nació en Medellín en 1962. Licenciado en Español y Literatura de la Universidad de Medellin. En 1998 publicó su novela “Salomé o la Nostalgia de los Días” (Editorial Holderlin, Medellín).
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