lunes, 12 de noviembre de 2007

Mujeres poetas del ’27: un olvido que no cesa por Carlos Pineda


Olvido no es sólo la negación a recordar, es eliminar de tajo toda referencia, fulminar definitivamente cualquier imagen de aquello de lo cual queremos deshacernos; por cobardía, porque el dolor que nos causa saber su permanencia nos enfrenta al ya tantas veces mentado espejo de la otredad que soy yo mismo; por eso la memoria (la verdadera loca de la casa), necia, pervive, si ya no en humana materia, sí en las circunvoluciones del papel: en esa materia filosa donde la palabra permanece en hibernación… y que hoy, aquí, encuentra ocasión de volver a las andadas…

Por eso, antes que ahondar en las razones sociohistóricas o específicamente estéticas que han opacado a las mujeres escritoras de la Generación del '27, este breve recuento panorámico tiene como fin dar cuenta de la obra y persona de algunas de las poetas más importantes de este grupo intelectual al margen de la conformación canónica.

Es así como esta apuesta quiere iniciar una revaloración crítica como un hecho de justicia literaria que pretende reactualizar al canon, criticándolo e invitándolo a mirar en sus propios márgenes ciertas obras que merecen participar del convite de la Historia.
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Quisiera tener varias sonrisas...
Concha Méndez

Quisiera tener varias sonrisas de recambio
y un vasto repertorio de modos de expresarme.
O bien con la palabra, o bien con la manera,
buscar el hábil gesto que pudiera escudarme...

Y al igual que en el gesto buscar en la mentira
diferentes disfraces, bien vestir el engaño;
y poder, sin conciencia, ir haciendo a las gentes,
con sutil maniobra, la caricia del daño.

Yo quisiera ¡y no puedo! ser como son los otros,
los que pueblan el mundo y se llaman humanos:
siempre el beso en el labio, ocultando los hechos
y al final... el lavarse tan tranquilos las manos.

Concha Méndez fue poseedora de una poesía contenida en su expresión, mas de una impresionante soltura rítmica que le confiere a su aliento poético una cualidad de transparencia que engaña tras una primera lectura. Poeta ágil para esconder tras la enunciación pura (calculada estrategia de la sorpresa conceptual), profundas críticas a la condición humana signada por el cinismo y el sarcasmo; por una ceguera hereditaria que prefiere la comedia del tablado a la reflexión intelectual que en un poema puede, y acaso debe, tener como contenido.

Poeta madrileña nacida en 1898, amiga de Luis Buñuel, García Lorca y Rafael Alberti, pronto publica su primer libro, Inquietudes (1926). En 1933 se establece en Londres con su pareja, el poeta Manuel Altolaguirre, donde fundan la revista hispano-inglesa 1616 ; sin embargo, el proyecto editorial en el que participará y será clave para la poesía española será la revista Caballo Verde para la Poesía, dirigida por Pablo Neruda. Más adelante, en 1936, los poetas fundan la colección poética Héroe, que publicará obras de Luis Cernuda, García Lorca, Emilio Prados y Miguel Hernández, entre otros.

En 1991 se editan sus Memorias habladas, memorias armadas (Mondadori), a cargo de Paloma Ulacia Altolaguirre, quien transcribe y arma el material sonoro que la poeta iba grabando en su casa de Coyoacán, en Ciudad de México, donde, en 1963, había muerto su poeta amigo Luis Cernuda.
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La oración
Ernestina de Champourcín

Ese muro implacable, tan ciego, tan callado…
y yo a los pies del muro con mi sed y mis ansias,
yo sola, rodeada de todo lo que esquivo…
¡Qué lucha de lo inútil contra la pura esencia!

Un reflejo en el muro… una luz resbala
sobre esa cal inmóvil de un blanco impenetrable…
¡Es Tu sombra, Señor! Qué minuto de gloria.
Y después… qué silencio en qué sombras de noche.

Aquí estoy todavía… Yo sé que existe el pozo
donde dormita el agua que ofreciste a mis labios.
Yo sé que sólo falta una grieta en el muro;
la que yo podré abrir mientras espero y amo.

Dame fuerzas, Señor. Aunque transcurran siglos
me encontrarás aquí, rendida y obstinada,
soñándote y amándote mientras pasan las horas,
mientras mi sed de Ti va adelgazando el muro…

La poesía de Ernestina de Champourcín (Vitoria, Álava, 1905), es intimista, sí, pero no se entienda esto como una limitante del aliento poético, sino como ocasión para mirar hacia el ámbito de lo religioso desde el cuerpo en la mejor tradición hispánica de la poesía mística; es por eso que el uso que hace del vocabulario llano, al contener el asombro de lo divino en lo cotidiano, intensifica su efectividad poética.

Champourcín conoce en 1930, en la tertulia del Café Regina (a la que asistían escritores como Valle-Inclán o Max Aub) a su pareja sentimental, el poeta Juan José Domenchina, quien pronto muere en 1959. Ya concluida la Guera civil se embarca hacia México, donde da a la prensa Cárcel de los sentidos (1964) y Poemas del ser y del estar (1972); aquí trabajará como traductora en el fce y para la Revista de Occidente . En 1972 regresa a su patria, donde ya había publicado, entre otros libros, En silencio ( 1926), La voz en el tiempo (1931) y Cántico inútil (1936). Finalmente, ya con más de noventa años, publica en 1993 Del vacío y sus dones , demostrando con ello un gran aliento poético silenciado sólo por la muerte.

Se dice en el corrillo de la historia literaria no oficial que Gerardo Diego fue presionado para no incluir a Champourcín en la afamada antología Poesía española contemporánea (1934), en la que aparece al lado de Josefina de la Torre, compartiendo así el cuestionado honor de ser una de las dos únicas mujeres incluidas. Champourcín muere, cobijada por el invierno Madrileño, en 1999.
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Tú en el alto balcón...
Josefina de la Torre

Tú en el alto balcón de tu silencio,
yo en la barca sin rumbo de mi daño,
los dos perdidos por igual camino,
tú esperando mi voz y yo esperando.

Esclavo tú del horizonte inútil,
encadenada yo de mi pasado.
Ni silueta de nave en tu pupila,
ni brújula y timón para mis brazos.

En pie en el alto barandal marino
tú aguardarías mi llegada en vano.
yo habría de llegar sobre la espuma
en el amanecer de un día blanco.

Pero el alto balcón de tu silencio
olvidó la señal para mi barco.
Y me perdí en la niebla de tu encuentro
–como un pájaro ciego–, por los años.


A los veinte años, Josefina de la Torre publica Versos y estampas, con prólogo de Pedro Salinas, poemario que, junto a Poemas de la isla (1930), favorecerán su inclusión en la antología fundamental Poesía española contemporánea, de Gerardo Diego.

Poeta nacida en Las Palmas de Gran Canaria, en 1907, que al margen de sus labores de doblaje para la Paramount, junto a Luis Buñuel desarrolló una intensa actividad novelística. Pero no será sino hasta 1968 que De la Torre publique su tercer poemario: Marzo incompleto, con el que cierra un ciclo caracterizado, entre otras cosas, por el tema amoroso abordado desde la complementación de los opuestos a la manera de Descartes: la partida y la espera, el silencio y el beso, el deseo y la permanencia, dicotomías que mantienen en tensión el axis dramático de su poesía, que, por otro lado, no promete amores ideales, sino humanos, esto es, necesitados de dolor, del sufrimiento y la promesa del encuentro.

Fue también De la Torre actriz de cine, de teatro radiofónico y de doblaje (fue la voz castellana de Marlene Dietrich), así como guionista (ganó un premio por Una herencia en París , del director mexicano Miguel de Pereira). En reconocimiento a su trayectoria, en 2002 el gobierno de Canarias le concede la Cruz de la Orden de las Islas Canarias, para poco después morir en Madrid.

Faltan voces, como la de Zenobia Camprubí, cuyo trabajo de traducción de Tagore abrió las compuertas del hispanohablante hacia latitudes poéticas extrañas a su tradición. Falta, también, incursionar en la médula de esta poesía escrita por mujeres al margen del gran oleaje del '27, y falta, sobre todo, que sean leídas. Así, sea esta expedición tímido aperitivo para que el lector de nuevos continentes poéticos se lance al océano ignoto que estas mujeres poetas nos ofrecen.

Tomado de http://www.jornada.unam.mx/2007/11/11/sem-carlos.html

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