El libro Zoom fue Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2005 en México
“Cuando alguien reconocía que yo, en ésta o en aquella página había conseguido describir ciertos rasgos extraños, yo hubiese preferido encontrar la anafilaxia”. Con esta frase remata Henri Michaux uno de los escritos reunidos bajo el título Emergencias-Resurgencias. Un texto donde contrasta las posibilidades de “rusticidad” entre el dibujo y la escritura. Concluye que para la segunda son nulas, que cuando se escribe “en bruto” es a pesar de la escritura misma. De ahí que se valga de un término propio de la biología para presentar el horizonte deseado: no sólo se trata de “describir ciertos rasgos extraños” sino de producir la anafilaxia, es decir: “la sensibilidad exagerada del organismo debida a la acción de ciertas sustancias orgánicas, cuando después de algún tiempo de haber estado en contacto en él, vuelven a hacerlo aun en pequeña cantidad, lo que produce desórdenes varios y a veces grandes”.
¿Cuáles son, para el caso, estas sustancias? Michaux mismo las enumera líneas antes: “La lengua, enorme estructura que se transmite de generación en generación obliga a serle fiel y continuarla, empuja a demostrar su gran categoría”. La lengua, pues, está “saturada por la abundancia, el lujo, la cantidad de inflexiones y matices”. He aquí las sustancias referidas.
Eduardo Milán ha dicho sobre Zoom que su escritura “es un coloquio interferido secretamente por un escamoteo”, también que en este libro: “Por primera vez veo en la poesía mexicana a la elipsis practicada sobre el habla que se habla en la calle o en la alcoba al alba”. En ambas afirmaciones hay, me parece, palabras clave: escamoteo y elipsis. Por tales debemos entender operaciones que se ejercen sobre ese elemento de saturación, sobre esa obligación respecto a la gran categoría de la lengua en tanto que depositaria de toda una tradición.
¿Qué es lo que ocurre en Zoom? Propongo que León Plasencia opera por sustracción, no en el afán de quintaesenciar al que obedecería una línea afín a los postulados de la propia tradición, sino dentro de un vigoroso ademán a contrapelo.
Veamos: la destinataria explícita —podríamos decirle “protagonista” sólo a condición de violentar, ¿y por qué no?, tal noción narrativa— de los escritos es “la flaca”. El lado flaco, pues, es la cara de acceso al poliedro del libro. Y dicha flaca, si no perdemos de vista el Diccionario es un “defecto moral o afición predominante en una persona”.
¿Qué determina el escamoteo? Un defecto y una afición predominante. Si seguimos por esta línea, un defecto específicamente moral es aquel que se opone a las buenas costumbres. ¿Qué determina la bondad o no de dichas prácticas? El inconmensurable acumulado, la enorme estructura transmitida de generación en generación: la lengua. Pero ya hemos dicho que aquí se sustrae, se escamotea, se practica la elipsis: se le busca el lado flaco a la escritura. Todo lo cual no discurre hacia el objetivo de la depuración sino —como lo declara sin ambages uno de los textos finales— hacia obviedades repletas de inocencia. El movimiento de zoom in, el acercamiento, nos pone por delante a la obviedad y la inocencia —escarnecidas como defectos, como asunto de la mala literatura— pero no bien llegamos, somos retirados por un subsecuente zoom out: una escritura que interfiere el habla so capa de una flaqueza, de una afición predominante, aparente continuidad del asunto cómodo de la lírica amorosa; que la interfiere y la interviene en el sentido más gratamente agresivo de ciertas intervenciones en el terreno de la plástica: no el extrañamiento sino la disolución de una familiaridad —el habla— que al no ser tal nos entrega —tal vez freudianamente— al placer de lo siniestro, al disfrute de la avería de la costumbre.
De ahí que “la flaca” —la afición predominante— devenga “la posesa”, con la furia y deleite de quien realiza malas acciones: un alegre sabotaje. (Nada se dice aquí de los zapatos de “la flaca”, pero doy por sentado que son etimológicamente los que al caer en el engranaje del habla producen la avería de la escritura.)
No obstante lo anterior, y desde su avería, la escritura de Zoom se reconoce en esta tradición a la que más que negar, potencia: opera para lograr las pequeñas cantidades de aquello que antes saturaba el sistema, y produce con ellas los desórdenes “varios y a veces graves” que, siguiendo con la metáfora de las consejas populares sobre la salud, permiten que Zoom traiga a la poesía mexicana la “corriente de aire fresco” que Milán le atribuye.
Lejos del aspaviento —esa demostración excesiva o afectada que suele reclamar para sí el privilegio de lo nuevo—, Zoom se presenta a sus lectores con la certidumbre de la invención, del descubrimiento: si algo ya estaba ahí —como es, además, de suponerse— se nos hace presente en su dimensión más nítida gracias a este libro o aparato de óptica, “aunque nunca / el nombre es lo correcto”.
“Cuando alguien reconocía que yo, en ésta o en aquella página había conseguido describir ciertos rasgos extraños, yo hubiese preferido encontrar la anafilaxia”. Con esta frase remata Henri Michaux uno de los escritos reunidos bajo el título Emergencias-Resurgencias. Un texto donde contrasta las posibilidades de “rusticidad” entre el dibujo y la escritura. Concluye que para la segunda son nulas, que cuando se escribe “en bruto” es a pesar de la escritura misma. De ahí que se valga de un término propio de la biología para presentar el horizonte deseado: no sólo se trata de “describir ciertos rasgos extraños” sino de producir la anafilaxia, es decir: “la sensibilidad exagerada del organismo debida a la acción de ciertas sustancias orgánicas, cuando después de algún tiempo de haber estado en contacto en él, vuelven a hacerlo aun en pequeña cantidad, lo que produce desórdenes varios y a veces grandes”.
¿Cuáles son, para el caso, estas sustancias? Michaux mismo las enumera líneas antes: “La lengua, enorme estructura que se transmite de generación en generación obliga a serle fiel y continuarla, empuja a demostrar su gran categoría”. La lengua, pues, está “saturada por la abundancia, el lujo, la cantidad de inflexiones y matices”. He aquí las sustancias referidas.
Eduardo Milán ha dicho sobre Zoom que su escritura “es un coloquio interferido secretamente por un escamoteo”, también que en este libro: “Por primera vez veo en la poesía mexicana a la elipsis practicada sobre el habla que se habla en la calle o en la alcoba al alba”. En ambas afirmaciones hay, me parece, palabras clave: escamoteo y elipsis. Por tales debemos entender operaciones que se ejercen sobre ese elemento de saturación, sobre esa obligación respecto a la gran categoría de la lengua en tanto que depositaria de toda una tradición.
¿Qué es lo que ocurre en Zoom? Propongo que León Plasencia opera por sustracción, no en el afán de quintaesenciar al que obedecería una línea afín a los postulados de la propia tradición, sino dentro de un vigoroso ademán a contrapelo.
Veamos: la destinataria explícita —podríamos decirle “protagonista” sólo a condición de violentar, ¿y por qué no?, tal noción narrativa— de los escritos es “la flaca”. El lado flaco, pues, es la cara de acceso al poliedro del libro. Y dicha flaca, si no perdemos de vista el Diccionario es un “defecto moral o afición predominante en una persona”.
¿Qué determina el escamoteo? Un defecto y una afición predominante. Si seguimos por esta línea, un defecto específicamente moral es aquel que se opone a las buenas costumbres. ¿Qué determina la bondad o no de dichas prácticas? El inconmensurable acumulado, la enorme estructura transmitida de generación en generación: la lengua. Pero ya hemos dicho que aquí se sustrae, se escamotea, se practica la elipsis: se le busca el lado flaco a la escritura. Todo lo cual no discurre hacia el objetivo de la depuración sino —como lo declara sin ambages uno de los textos finales— hacia obviedades repletas de inocencia. El movimiento de zoom in, el acercamiento, nos pone por delante a la obviedad y la inocencia —escarnecidas como defectos, como asunto de la mala literatura— pero no bien llegamos, somos retirados por un subsecuente zoom out: una escritura que interfiere el habla so capa de una flaqueza, de una afición predominante, aparente continuidad del asunto cómodo de la lírica amorosa; que la interfiere y la interviene en el sentido más gratamente agresivo de ciertas intervenciones en el terreno de la plástica: no el extrañamiento sino la disolución de una familiaridad —el habla— que al no ser tal nos entrega —tal vez freudianamente— al placer de lo siniestro, al disfrute de la avería de la costumbre.
De ahí que “la flaca” —la afición predominante— devenga “la posesa”, con la furia y deleite de quien realiza malas acciones: un alegre sabotaje. (Nada se dice aquí de los zapatos de “la flaca”, pero doy por sentado que son etimológicamente los que al caer en el engranaje del habla producen la avería de la escritura.)
No obstante lo anterior, y desde su avería, la escritura de Zoom se reconoce en esta tradición a la que más que negar, potencia: opera para lograr las pequeñas cantidades de aquello que antes saturaba el sistema, y produce con ellas los desórdenes “varios y a veces graves” que, siguiendo con la metáfora de las consejas populares sobre la salud, permiten que Zoom traiga a la poesía mexicana la “corriente de aire fresco” que Milán le atribuye.
Lejos del aspaviento —esa demostración excesiva o afectada que suele reclamar para sí el privilegio de lo nuevo—, Zoom se presenta a sus lectores con la certidumbre de la invención, del descubrimiento: si algo ya estaba ahí —como es, además, de suponerse— se nos hace presente en su dimensión más nítida gracias a este libro o aparato de óptica, “aunque nunca / el nombre es lo correcto”.
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