1
— Punto de partida.
GA
— Es la infancia, claro.
Y curiosamente yuxtapondríamos el final, el presente, el hoy de mi escritura.
Es que estoy escribiendo mi infancia. Y no por otra razón que ésta: mi hermano
mayor —dos años mayor— está pasando un trance de salud bastante difícil. Su
memoria, su lucidez se han vuelto frágiles. Lo ha alcanzado la ola de pavor que
nos acecha, llegada cierta edad. Y todo lo que lo traslade al pasado es tierra
firme para hacer pie. Y todo lo que eche luz sobre sí mismo lo ayudará. Y a mí,
efectuar este acompañamiento inútil, no sé cuánto de eficaz será para él. Sí
para mí: la escritura sana, restaña, y este viaje hacia nuestro pasado me
resulta salvífico, como el trayecto a un territorio sagrado, donde cada paso
deja una cicatriz de alegría. Ese libro se escribe solo, no recurro a la
imaginación o a la fantasía. Lo llamo, al libro, “Sino una infancia”, citando a
Saint-John Perse. ¿Qué hay allí sino una infancia? Por eso es un libro para un
solo lector, o para un solo oyente si es el caso de que alguien se lo lea. Las
primeras entregas lograron eco: subrayados, correcciones, lágrimas. Me dicen
que es terapéutico. Empecé por un índice. Iré desgranando cada ítem, porque son
también los míos.
En la infancia vivíamos en un
departamento de tres ambientes, en primer piso, bien en el centro: Plaza
Italia. Ciudad de La Plata. Allí había ido a residir mi padre, con su hermano,
alquilando. Él era profesor de francés, había hecho la escuela en Burdeos,
aunque de familia vasca. Unos años de Medicina y después a Humanidades. Su
pronunciación, su vocabulario, su dominio del idioma, le valieron cátedras y la
Dirección del Instituto de Lenguas Vivas, con el primer peronismo. Allí conoció
a mi madre, alumna bilingüe, hija de franceses, que había pasado por Ingeniería
y había terminado pasándose a un estudio más llevadero. El profesor y la
alumna, es la historia de amor que me precedió. En ese departamento había
libros: ficción, historia, policiales y novelitas del Oeste. Ecléctico, seguro,
el gusto lector. Para entender lo que secreteaban fui a la Alianza Francesa.
Hice todos los cursos: diez, once años desde los siete. Escuela pública en la
primaria y unas monjas sesentosas al principio de la secundaria. A mis quince
murió mi padre y rechacé la beca que me ofrecían para seguir en esa escuela. Me
fui a un bachillerato en Letras, Normal 1, recién estrenado en mi ciudad. Es
que desde muy chica escribía, cuentos, con los personajes de las historietas
mexicanas que leíamos. Y, por supuesto, el estímulo de toda mi generación: los
clásicos volúmenes amarillos de la Colección Robin Hood. Teniendo un hermano
varón salí beneficiada con las aventuras y él con los sentimientos. La cosa
estaba muy diferenciada por entonces.
2
— Egresaste del bachillerato en Letras.
GA
— Y pasé a la Facultad.
Los tiempos se ponían oscuros, los adultos nos asustaban con la “política”,
pero todos entramos en el juego. El que no era militante era despreciable, y
advertimos cómo los padres venían a La Plata a llevarse de vuelta a sus hijos,
a sacarlos del peligro inminente. Pero yo vivía a dos cuadras de la Facultad y
vi venir la tragedia, aunque los detalles se supieron años después. El asunto
es que el ’76 me encontró recién casada, con el escritor y periodista Jorge
Goyeneche, a tres materias del título, sin trabajo y sin poder pagar el
alquiler. Terminamos en una casa prestada, con un bebé y otro en camino, dando
la última materia frente a Juan Carlos Ghiano, reemplazante de los profesores
fugados o desaparecidos por la dictadura, con Pedro Luis Barcia en calidad de
ayudante y sin que nos pasearan enchastrados en medio de bocinazos y alegría
por toda la ciudad. Fuimos a buscar a nuestro bebé y luego a casa en medio de
una atmósfera opresiva y silenciosa.
Entonces fue la docencia, para
sobrevivir, y la revista “Humor Registrado” (y otras, “Sex Humor”, “Superhumor”
y “Humi”, de Editorial La Urraca), para respirar. Unas pocas horas en colegios
secundarios (privados; los del Estado eran revisados por “los servicios”), sin
antigüedad y la familia que crecía, como está contado en “Mandorla”. En el encierro, como refugiados; en eso se fueron
aquellos años. Y las notas publicadas, que nos daban diploma de periodistas, de
escritores, el maravilloso ida y vuelta con los lectores, y la gente de la
redacción, generosa y paciente. Escribíamos en casa y llevábamos la nota a
Buenos Aires, si había que corregir, vuelta a La Plata y otro viaje a tu ciudad
para entregarla. Pagaban bien, un artículo quincenal equivalía a cuatro horas
mensuales, un curso, en secundaria. Por entonces empecé los borradores de mi
primera novela, que me llevó, en suma, quince años. Borré mucho, quedó un
librito informe, denso, pero fiel a la imagen que llevaba dentro, digo, de mí
misma entonces. No puedo consignar otra cosa de mi transcurrir literario: ni
reuniones, ni ateneos ni lecturas, ni presentaciones. La democracia nos
encontró con treinta años, cuatro hijos, trabajo docente a destajo. “Humor”
murió de menemismo. Nada la reemplazó, a no ser cierto espíritu satírico en
“Página 12” y algún magazine televisivo. Instaló un tono para mirar la
realidad, pulverizó para siempre la solemnidad militar. Ella hizo de mí una
humorista.
3 — Una humorista.
GA
— ¿Cómo tomarse en serio
después? ¿Qué era de la vida literaria en mi ciudad? Arrasaban los talleres
literarios. Que me perdonen, pero no creo en eso. Soy precámbrica. Los he dado,
coordinado o dictado, pero siempre fracasé. Perdón. Creo que el único taller,
la única escuela de literatura es la lectura, la lectura, y después, la
lectura. Nunca te recibirás, es lo bueno. Nadie puede hacer que escribas. Debe
ser una necesidad. Leí no hace mucho a las postfeministas, me deslumbré. Leí la
bellísima novela “Ada” de Vladimir
Nabokov; leí “La broma infinita” de
David Foster Wallace, tremenda; leí una breve historia de la irlandesa Claire
Keegan y sigo sorprendiéndome. Leer te rejuvenece.
Vuelvo. La generación siguiente, los
jóvenes alfonsinistas nos pasaron por arriba. Compensábamos en el aula. La
docencia es un arte, la comunicación con los jóvenes, el debate, la
confrontación con los grandes textos, con los jarabes fuertes, el filo de la
navaja que es la institución es tan tonificante para ellos como para el
maestro. Pero es un trabajo de mierda. Dar treinta o cuarenta horas —yo no
llegué a esos extremos— para redondear un salario es degradante. Te quema, te
destruye. Los versos escritos en la libreta durante un parcial, las notas o
ideas en los borradores de clase quedan como deudas con vos mismo. Con el
escritor que debés ser.
Publiqué “Mandorla” en 2007 para romper el fuego; nunca creí en la edición
solventada por el autor, pero me resigno. Todos escriben, todos publican, las
grandes editoriales españolas devoran… Hay que reinventarse. La poesía me llegó
como tormenta en esos años. “Todas somos
Frida” estaba para corregir y ya había textos para otro libro, en otra
frecuencia, pero también estaba a la vista la jubilación, el retiro. Recién
entonces me asomé a la vida social-literaria. Los jueves de lectura con Alicia
Genovese y después con Fernando Molle en la Biblioteca Carriego, la clínica con
Liliana Lukin en la Biblioteca Nacional me pusieron en contacto con otros seres
que, básicamente, estaban en lo mismo. Y tan diferentes, únicos cada uno, con
su lenguaje cifrado a cuestas, puliendo y oyendo. Mientras, una platita
proveniente de los derechos de una Agenda ideada por Jorge y por mí, nos daba
pie al sueño antiguo de fundar una pequeña editorial autosuficiente, donde el
autor no cobra ni paga. Ni paga. La venta de cien o doscientos ejemplares financia
al siguiente y así. Ocho títulos, narrativa breve, entre los que estuvo “Biblopista…”, mi novela
policial-paródica-fantástica. Que se había ido difundiendo como folletín en la
revista “Oliverio”. El hilo se cortó cuando publicamos una buena historia de
escritor joven, uruguayo, que no se vendió. Pero siempre se puede retomar,
creo.
Mi obra se completa con “Diario de inminencia”, que conecta con
la primera novela en lo temático. Una autocrítica tierna de los años de
juventud. ¿Y en qué estoy?: en la revisión de un volumen de cuentos donde me
reconozco un poco más mainstream y dos novelas: una,
breve, sobre la belleza y la mirada, y otra, sobre el mundillo de los que
escriben y sus miserias. Y ese otro texto que mencioné al principio, para mi hermano.
Los poemas, siempre. Dice Julia Kristeva que uno es feliz cuando está
enamorado, cuando está en análisis y cuando escribe. ¿Qué más?
4
— Hablemos de tu personaje Doris Milano, ¿te parece? Y de esos tres casos que
conforman la novela.
GA
— Nace como personaje de
folletín, destinado a aparecer por entregas en la revista “Oliverio”, de la Editorial
Gárgola. Pero sólo el primer episodio, “Cheques y libros”. Después quise
continuar y escribí dos episodios más, para completar una saga, donde se
combinaran los clichés del policial y ese elemento fantástico que consiste en
el poder de Doris de entrar en los libros y ser testigo de tramas famosas, que
sucede en el primer episodio. Para cumplir el encargo de una multinacional que
la contrata, Doris se mete, con ayuda de su amigo Florén (recuerdo de la
librería Ameghino, de la calle Talcahuano), en “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato, “Adán Buenosayres” de Leopoldo Marechal, “Los siete locos” de Roberto Arlt, cuentos de Julio Cortázar y
Horacio Quiroga, descubriendo qué había allí que le hubiera dado tanto. En el
segundo se mete en los manuales de gramática escolares y las aventuras de
Emilio Salgari, por encargo de un ex alumno a quien los libros habían hecho
desdichado, y en el tercero debe escribir un libro en base al cuaderno de notas
de su esposo presuntamente suicida y entrar en él para desentrañar un caso de
corrupción en el Senado. Una especie de recorrido por los formatos y las
posibilidades de su don, rondando siempre lectura y escritura como llaves para
develar sentido. Me divertí escribiendo, me desafié, con el género, y me lo
publiqué en nuestra Editorial Parque Moebius, una tirada de cien ejemplares.
Cosa de que termine convirtiéndose en una lectura de culto, como se dice.
Inhallable.
Curiosamente también tuve algunas
grandes satisfacciones directas, como no suele ocurrirles a los escritores. Un
conocido, periodista, y autor de libros de investigación, quedó fascinado con
el último episodio. Una amiga encontró una referencia a una historieta, de una
revista infantil que no volví a ver en ningún lado. Puesta como tantas, como
una botella en el mar. Y un programa de radio. El escritor Esteban Ripa Mascaro
me llamó para un reportaje; la lectura que habían hecho de “Biblopista” fue minuciosa y gozada. Creo que ya mencioné mi pasión
adolescente por los policiales, sobre todo las autoras, no sólo Ágatha
Christie, sino también Margery Allingham, Dorothy L. Sayers y otros clásicos
como Rex Stout, Ellery Queen, James H. Chase. Me prestaban los tomos rojos de
Editorial Aguilar. Probablemente la persistencia de un personaje en distintas
tramas me retenía en el mundo de la historieta infantil. La actual preeminencia
de las series de tv demuestra este gusto que tenemos todos, creo. Umberto Eco
las estudió, sus particulares leyes de narración, las cronologías, etc.
5 — “Agenda de los escritores en el tiempo”. Con sucesivas ediciones, desde 2004 y continúa. ¿Nos describís la iniciativa, las características de cada presentación, los criterios adoptados?
GA
— La agenda surgió cuando
Jorge dirigía “Oliverio” y la editorial buscaba productos que la visibilizaran
un poco más. Realmente fue un tour de force. Presuponer que hay un
hecho literario para cada día del año era una tesis a demostrar. Y era así
nomás. En 2004 los sitios de internet no eran tan desbordantes como ahora y
rastrear qué había ocurrido de importante para las letras, por ejemplo, el 13
de noviembre, tampoco era fácil. Por el contrario, hay días en que las muertes,
nacimientos, o acontecimientos rastreables protagonizados por escritores
sobran, entonces hay que elegir y cuesta quedarse con Eliot o Abelardo
Castillo: a veces iban los dos. En fin, después elegimos una frase o verso de
alguno de los implicados en cada página (tres días cada una). La idea era que
usándola, leyeras un fragmento de un escritor como si fuera un augurio, una
reflexión, un horóscopo de tu día. Funciona, claro que sí. Se completaba con
láminas: en la portada siempre hubo una pintura relacionada con los libros o la
lectura, antes del inicio de las estaciones una pintura alusiva (el 2008 todo
de Giuseppe Arcimboldo), y antes del índice telefónico una ilustración o dibujo
de tema urbano. En el reverso de cada lámina un fragmento más largo sobre el
tiempo, las estaciones, y así. Un objeto bello y súper kitsch, que nos puso
como seleccionadores de textos en todas las cadenas de librerías. La agenda
después pasó a manos de la editorial, nos compraron los derechos. Ahora la
hacen atemporal, creo, este año no la vi, no pasamos a recoger nuestros
ejemplares. El pequeño capital obtenido fue a solventar los primeros cuatro
títulos de Parque Moebius.
6
— Con Jorge Goyeneche has encarado otras responsabilidades: por ejemplo, la edición
y corrección de “En busca del tiempo
perdido” de Marcel Proust, para el sello “De los Cuatro Vientos”.
GA
— Sí, habían comprado los
derechos de Proust en español y había que revisar y corregir los siete tomos.
Fue un trabajo de verano, en la PC grande, una puesta al día con esa lectura
simplemente grandiosa. No la tenía hecha sistemáticamente, sólo en partes y en
francés. Casi todo el trabajo consistió en correcciones tipográficas y en
algunas decisiones con respecto a la variante neutra del español. Integrar y
repasar ese mundo fue una de esas experiencias literarias que supongo análogas
a subir al Everest o correr maratones. Puro placer y dificultad a vencer, como
querían los griegos.
7
— Al menos uno de tus hijos, Jo Goyeneche, me entera Internet, se halla en
plena vinculación con el mundo artístico: es poeta y músico de rock.
GA
—Jo es José Ignacio, el
tercero de mis hijos, el músico. Estudió en Bellas Artes, en La Plata, se
especializó en violoncelo y durante sus estudios armó varias bandas. Es el
cantante y autor de “Valentín y los Volcanes”. Se inscriben en la larga lista
de bandas platenses, una tradición que tiene que ver con el rock y el hipismo,
el rock comprometido o con contenido, y más cerca, el pop. Indie pop es su
línea, creo. Por mi parte le agradezco mencionar siempre, en cada entrevista (y
las hay por todo lo alto) el medio en que creció, los libros, el rock nacional
que sonaba en casa, las guitarras, Silvio Rodríguez, la discusión permanente
del hecho artístico en todas sus variantes. Sus letras son maravillosas,
pequeñas joyas hechas canción.
También Martín, el mayor, docente de
profesión, es escritor: cuentos, poemas y novela. El camino difícil. Luis
podría escribir cuando lo quisiera, vaya a saber si no lo hace. Por suerte el
menor, Tomás, tiene toda la habilidad manual que hace falta para sobrevivir. Y
todos cocinan bien.
Leerse entre los miembros de una
familia es una aventura fuerte. Sobre todo si cumplen con la premisa de Kafka,
sobre el mar helado que llevamos dentro y cómo la literatura debe ser un
hachazo que lo quiebre.
8 — Bien vale que nos detengamos en aquella pieza
humorística que obtuviera en 1989 el Primer Premio en el Festival Nacional de
Teatro Independiente, auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación, de
la Municipalidad de Buenos Aires y del Fondo Nacional de las Artes.
GA
—“De dulce de leche y de chocolate”, para nada una obra infantil, nació como
creación colectiva que necesitaba texto. Y allí fuimos. Ya se acercaban las
elecciones del ‘83, y se respiraba con más distensión. El tema era la
venta, así que propusimos varios episodios o sketches. La venta del alma,
la venta de defectos, la venta de aventuras, del cuerpo, de una idea política.
La estructura, ninguna, una suma ácida de situaciones que nos daban felicidad. Desestructurada y eficaz, terminaba
con una canción que preparaba al público a depositar en una gorra el monto que
mereciera lo que acababa de ver. Estuvo en cartel una década, cambió tres o
cuatro veces el elenco (Ricardo Matheos, Diego Aroza, Claudia Ortiz,
Luis Rende, Marcelo Allegro, Graciela Andrini), era para una actriz y dos
actores y luego se adaptó para dos actores. La dirigió Daniel Dalmaroni. Se
hizo en plazas y universidades, en el pasaje Dardo Rocha y en tu ciudad, en el
Centro Cultural Rojas. Ya funcionaba sola. Hacer teatro, desde el guión,
pasando por la dirección, hasta la interpretación, es un trabajo de equipo, de
grupo. La antítesis de la escritura, hecha en soledad y sujeción al propio
arbitrio de la gana y el subconsciente. En los ensayos y en cada decisión está
la discusión, la persuasión, el consenso finalmente para avanzar. Y se va
juzgando a medida que crece, que avanza hacia el estreno. Hay una tensión y una
adrenalina que imponen la satisfacción. Inmediata. Y se puede corregir, se
puede tener una función mediocre y otra sublime. Hay amistad, lazos y
enemistades profundas también. Siendo dos autores, la primera prueba estaba
entre nosotros, y éramos implacables. Esta obra está ligada en mi recuerdo al
regreso a la democracia, al estreno, diría yo, de una nueva era. La risa en las
funciones era una risa enorme, completa.
Escribimos más juntos: otra obra que se
ensayó pero nunca se estrenó, y guiones para una miniserie que una cooperativa
del interior empezó a filmar y de la que no vimos nada, y para la actriz Juana
Molina y la serie televisiva “Chachacha”. Esto a principios de los noventa. No
teníamos ni teléfono fijo en casa para contactar y concertar citas. Y al mismo
tiempo sumábamos unas sesenta horas de clase entre los dos. Y la familia. Creo
que en ese campo las cosas se dieron a destiempo. Es un medio en el que hay que
estar, esperar a los productores, trabajar in situ y entregar antes que te lo
pidan. Nada de eso podíamos. No puedo menos que achacar estas frustraciones
—más allá de saber que pudo haber sido peor— a la dictadura, que nos comió esos
años en que uno se afianza y va sembrando.
9
— ¿Qué opinás respecto de que les hayan otorgado el
Premio Nobel de Literatura a la periodista Svetlana Alexiévich (en 2015) y al
cantautor Bob Dylan (en 2016)?
GA — Ambos
tienen en común una especie de corrimiento con respecto a lo que es literatura
libresca, en rigor. Digo que ella es cronista, periodista de origen y su obra
consiste en una polifonía de testimonios de hechos enormes para un pueblo:
guerras o catástrofes como Chernóbil. No la he leído, no hay mucho traducido y
tampoco entra en mi foco de predilecciones. Estoy más a gusto con la ficción,
la invención; el trabajo con el lenguaje me parece más cercano a la poiesis
que la crónica al pie de los hechos. Está claro que cuando algo muy
grave le ocurre a una generación en un lugar dado, lo más urgente será
comunicar, fiel y vívidamente lo que pasó. Después llegará, como sublimación,
otro estatus. Como ejemplo menciono a “Pedro
Páramo”, de Juan Rulfo, una obra maestra de síntesis, de expresión, de
densidad de contenido, y que encierra el pasado de México como en una cifra. En
la otra punta, “El diario de Anna Frank”
es un pedazo de vida, sin retoques, sin pretensiones, y resulta ser lo más
representativo de un drama tremendo escrito jamás. Otra premiada reciente,
Herta Müller, está más cerca de ese ideal que señalo. Ella reconoce influencias
del realismo mágico, sus personajes son su creación y la poesía tiñe —pienso en
“La bestia del corazón”—las páginas
de la novela al mismo tiempo que retrata una dictadura y lo que ocurre con un
grupo de estudiantes.
Por su parte, Dylan, es un cantautor, su espectro es masivo, sus letras,
sencillas, lo que no impide un lirismo y una eficacia considerables. Si aquella
es la cronista, éste es el juglar o trovador, dos formatos de la oralidad
primitiva. ¿Será casual? ¿O como lo vio Umberto Eco son consecuencias de un
revival del Medioevo, de una nueva oralidad? Tal vez, leemos historias que
pasaron ahorita nomás, a gente como nosotros, lejos, muy lejos, pero esas
distancias se anulan en la actualidad, y vamos a las grandes plazas urbanas
para escuchar, muy bien gracias a los tremendos equipos amplificadores, a los
trovadores que cantan lo eterno.
No fui gran fan de Bob. En mi
adolescencia, en los setenta, la música en inglés nos parecía alienante y
opresora. Sí Los Beatles, pero no me satisfacía no saber qué estaban diciendo.
Me acuerdo haberle prestado un disco a una tía, profe de inglés para que
me tradujera, “sacara” las letras. Consideré que eran muy básicas y justo
entonces apareció Joan Manuel Serrat con Antonio Machado, Miguel Hernández y
Rafael Alberti. La canción latinoamericana se reinventó con la poesía de Silvio
Rodríguez y sí, me habré perdido mucho de la música, pero sin duda, entender
qué se canta: la ausencia, la rebeldía, el alcohol, también importa.10 — ¿Qué podrías decir de la poesía que se está escribiendo ahora en tu ciudad y localidades aledañas?
GA — No
estoy frecuentando las tertulias, presentaciones y lecturas. La Plata es una
ciudad inestable al respecto. A veces tenés ciclos de poesía los jueves, por
ejemplo, y a otro grupo se le ocurre dar alguna charla, un jueves. Quiero decir
que no hay una actividad profesional, o sostenida. Tampoco una tradición. La
escena languidece. Quizás se deba a que la escritura es —creo que ya lo dije
más arriba— una actividad solitaria, que no se da mucho con lo social. Leerse
unos a otros es cortesía, hacer la devolución consiguiente es de rigor, por lo
menos yo me lo propongo, me gusta hacer crítica, tengo formación, pero más allá
¿qué hay? ¿lectores comunes?¿el grande o pequeño público lector de poesía? La
distribución es nula y nula la promoción. Los programas de radio sobre poesía
están y participan de lo mismo: ¿quién escucha? Creo que existe la amistad y si
esos amigos son poetas allí estamos y nos leemos y escuchamos. O comentamos
lecturas: Erri De Luca, Tomas Tranströmer, Pascal Quignard, y lo que vayamos
descubriendo. No quiero dejar de mencionar al más grande de los últimos, en La
Plata: Horacio Preler [1929-2015].
11 — En el relato “El maestro de
escuela de pueblo” de Franz Kafka leo: “Las
razones del éxito y del fracaso son siempre equívocas.” ¿Siempre son
equívocas?...
GA — No
lo sé, habría que definir ambos conceptos. Quizá el éxito que llega por razones
equívocas nos caiga bien de todas formas. Y los fracasos siempre serán
injustos. Creo que los mejores éxitos siempre son íntimos, a solas, conocidos
sólo por uno mismo. De todos modos, no son categorías que desee aplicar a mi
vida, en todo caso coincido con K en que nunca sabremos a qué atribuir uno u
otro resultado a nuestras acciones.
12 — ¿Acordás con que un escritor
escribe un mismo libro a lo largo de dos o más volúmenes?
GA — Acuerdo,
en principio, sí. A lo sumo escribe los dos o tres mismos libros siempre.
Algunas pocas líneas constituyen el meollo sin duda, de toda obra más o menos
extensa. O se escribe la preparación de un libro capital que llega después, en
la plenitud o más tarde, en el momento justo que precede al declive. Cervantes,
ensaya El Quijote una y otra vez y después ensambla, ajusta todo su material en
una obra sola. También Wallace escribe y escribe sobre la sociedad
norteamericana y sus sombras, una y otra vez y finalmente compone una gran
sinfonía que incluye todo, y se mata, cerca de los cincuenta años. Pero, de
otra forma, algunos ejemplos hay de obras, novelas digo, que se parecen como
hermanas: Patrick Modiano conserva el mismo tono, la misma calaña de personaje
en tramas distintas, pequeñas historias que no difieren demasiado de la gran
trilogía de la ocupación. De alguna manera ahí concentra sus talentos, pero en
las otras agrega y amplía, hace variaciones. Otro autor que prueba y prueba es
J. G. Ballard. Sus utopías negativas se centran en el agua, en el
ambientalismo, en los condominios o las autopistas, como si ninguna agotara la
imagen que puede adoptar un futuro desgraciado para la humanidad.
En cuanto a mí, los dos libros de poesía son diferentes en muchas cosas.
El lenguaje neobarroco de Frida está, creo, en otros poemas inéditos, sé que es
una de mis inflexiones. Mientras “Diario
de inminencia” retoma imágenes y procedimientos de “Mandorla”, que es prosa. Supongo que escribiendo disponemos de un
repertorio limitado de obsesiones y lo vamos desplegando.
13
— En un ensayo de Sergio Olguín y Claudio Zeiger (“La narrativa como
programa. Compromiso y eficacia”), afirman: “…Haroldo
Conti encontró en Pavese un modelo de escritura a seguir…” ¿Has encontrado,
Genoveva, en determinado escritor un modelo de escritura a seguir?
GA — En línea con la respuesta anterior, opino que para
cada una de esas posibilidades de expresión que puede ejercer el escritor hay
una o varias referencias explícitas o subconscientes que lo marcan. Como
homenajes o tareas que hace en su orfandad, para complacer al maestro. Que no
es otro que la experiencia lectora activa que tuvo en sus lecturas previas. En
mi caso, las peripecias de las lecturas infantiles y juveniles, los poetas
rotundos como Miguel Hernández y César Vallejo, y en otro extremo los
humoristas de costumbres, ingleses o franceses. Creo que los une el impacto, la
sorpresa, el ingenio.
Los Lamborghini, Leónidas y Osvaldo,
en poesía, efectismo, profundidad, dramatismo, transgresión, incluso fealdad, y
contraste. Georges Pérec es un maestro, pero también Daniel Pennac. Me hubiera
gustado escribir “El escupido”, del
dominicano Manuel del Cabral.
Me interesan especialmente algunas
mujeres que exploran modos narrativos específicos del género como Doris
Lessing. Y me culpo por no encontrar inspiración en algunos consagrados.
14 — ¿Expandimos acá
algo de lo que se sabe, públicamente, poco?: tu condición de traductora de
francés.
GA — Soy hija de francófonos. Mi padre vivió en Burdeos
—como ya conté— hasta los trece años, y mi madre en el campo, cerca de Junín,
provincia de Buenos Aires, con sus padres inmigrantes, oriundos de Ardèche. Mi
abuela materna daba clases de francés a las hijas de los estancieros y se
llevaba con ella a sus dos hijas, que siguieron después sus estudios en La
Plata, en la universidad. Allí conoció ella a mi padre. El idioma de mi
infancia es de léxico francés y sintaxis española. Mis primeros libros fueron
los de Hachette, después las comptines, las novelitas rosa de mi
abuela, y Jacques Prévert, Eugène Ionesco y la gramática de toda la Alianza
Francesa. Sumemos los cuatro niveles de latín (y los cuatro de griego).
Pero soy traductora natural, no he
dejado nunca de leer mucho en francés. Traduje a Paul Valéry y a César Chesneau
Du Marsais, un filósofo de la ilustración para Saltana, el sitio web de
traducción.
15 — ¿Cuáles creés que son los elementos que determinan tu poesía? ¿A
qué valores poéticos adscribís?
GA — Retomo lo dicho: ruptura en la expresión, búsqueda
de efecto, coloquialismo y cultismo. Sátira. Me conmueve el abismo de lo
cotidiano, el vacío apabullante del presente, y quiero dejar constancia. Poesía
irónica, que despoje lo obvio de su obviedad. No sé, es difícil describirse
cuando apenas se puede atrapar una visión de lo fugaz que nos roza.
16 — Animales legendarios: ¿Tritón, salamandra, lamia, leviatán o
hidra?
GA — Salamandra,
sin dudar. No dejo de mirar el fuego con la esperanza de verla alguna vez.
17 — Rodolfo Walsh explicó: “Soy lento, he tardado quince años en pasar
del mero nacionalismo a la izquierda”. ¿Has evolucionado lenta o muy
lentamente en algún aspecto?
GA —
Ambos —y todos los ismos— son meros. Hemos evolucionado a las patadas pero no
sé si a la izquierda. Tampoco ciertamente a la derecha. Una se ha revelado
incapaz de armar una sociedad justa que perdure, avance y se adapte a los
tiempos. La otra ha demostrado ser la única ley en occidente. Los líderes del
pueblo, apenas tienen una punta del lienzo del poder se transforman en
potentados que viven a cuerpo de rey. ¿No era que el capitalismo…? Se ponen a
consumir como desaforados y acumulan riqueza para tres generaciones. La
hipocresía y la mentira se escondieron detrás de las ideologías. Como se sabe,
Aldous Huxley le ganó a George Orwell. El capitalismo es cruel y opresivo
también, pero ¡voluntario!
Creo que hay dos o tres principios (que podrían ser los del cristianismo
original: amar al prójimo, despojarse de lo superfluo, no matar) que suenan a
utopía descabellada tal como están las cosas. ¿Qué tal un poder diluido al
máximo posible y una burocracia implacable y anónima que distribuyera de tal
forma que la brecha entre ricos y pobres se achicara hasta borrarse o poco
menos, y fuera sólo una brecha de responsabilidades? Ja.
Genoveva Arcaute selecciona
poemas de su libro inédito “Desmitomientos” para acompañar esta entrevista:
Moby
Mole móvil que huye y dicta ¡tocarla!
ponerle mano encima
hielo que esconde cúmulo algodón
¡toco mancha! arde
veneno de promesa en vano
Encuentro nave
casi sin moverme móvil
diccionario
guarda el sinsentido
blanco en el mar gris
de la palabra dada
Sólo tenerla a mi merced
placer mi sed con capitán y todo que
termina—
acaba en donde empieza el nombre
Disposición entera
figura del deseo
absurdo incómodo
zoomorfo incordio
en el abrazo avaro
Ahab instila sus arpones
la impaciencia
llevármela del cable
anzuelos como vigas
No voy a ir por menos.
*
Estudio
Matisse decora
el cuarto para ella
elige su vestido
ordena
la piel de su desnudo
—Henri— le dice ella
—parezco una señora
junto al frasco de dalias,
el té, el empapelado,
las losanges chillonas—
Él le dice —Señora
prostituta
con guitarra,
el peinado
y las manos y el talle
son míos.
*
Martes (chica rolling)
Entre las flowers Ruby
sólo trabaja un día
para la canción.
El resto yuga
como cualquier criatura
de este barrio.
Apenas entrevista
ya se le pone un sueño
un consejo gastado.
Qué habrá hecho el domingo
y la lluvia.
Si no la ven
no hay canción.
Mick descansa
no quiere estar viejo
Su sangre black-vinilo
fluye en llamas de hielo
y la vieja Ruby
sea lunes o jueves
sigue repitiendo
el consejo del rock.
Pero ya no la escuchan
aunque atienda el martes.
*
Apprivoiser (el Petit Prince se empecina en
estereotipos)
¿de qué priva a la rosa
el niño póster de la fantasía?
¿de qué priva a la zorra
—su irónico y erróneo anagrama—?
pobre rosa cortada
al capricho de la moda
no se atreve a llevar otro color
que no sea el de temporada
pobre zorra que abandona su rúbrica
para faldear con el príncipe
Atraído por el hierro de la máquina
y la conversación
se deja caer por aquí
después de su jornada por los cielos
—como ulises o quijote
o marcel de los relojes—
y baja para el ritual del beso
después desvanecerse
que lo esperen
oh rosa
oh zorra
sólo el amor os hace únicas.
Ceferino en el día de su beatificación
Pobre pibe que juega a la pelota
en el patio de los salesianos.
Primo de la Malinche en el sur-sud
lenguaraz de latines
raya al medio trajeado
en la foto
de los colectiveros:
¿Cuándo vieron la espiga que te adorna
los tuyos de la estepa
sus ganados y sus dioses?
Una roma extranjera
haciendo buena letra
huella arenas ajenas
y reza a cuatro vientos
plegarias
que los vientos escupen
entre colmillos
de ballena o gliptodonte.
Namuncurá tu nombre
¿porqué no lo olvidaste?
*
Sala de parto
(diatriba laudatoria al padre Borges y su crío de
humo)
Unánime noche del coito fantasma.
Pudor del dormido que ha comido arroz
y ninguna píldora.
Lacerado y grave —heridas del parto—
engendrará un hijo.
Útero del cráneo placenta de seso
y líquido cefálico—
¿Por qué un varoncito, réplica del padre?
viudo casto célibe
obsesión deseo
líbido de humo
lividez de miembros.
Fabrica un mancebo sin madre parido
condenado al papel y la fogata.
Criptograma entre bambúes
y potros de piedra.
Mendigo virtual
cuento de la buena pipa.
Fuego frío de un amor
sin carne sin mujer.
*
Entrevista realizada a
través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos Aires,
distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Genoveva Arcaute y Rolando
Revagliatti, diciembre 2016.
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