sábado, 22 de enero de 2011

TRANSTIERROS DE MAURIZIO MEDO: VIAJE HACIA EL FONDO DEL LENGUAJE, por Róger Santiváñez

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El tópico del viaje es tan antiguo como la literatura misma. Ernst Robert Curtius nos dice en su Literatura europea y edad media latina: “Los poetas romanos suelen comparar la composición de una obra con un viaje marítimo. Hacer poesía es ‘desplegar las velas’ (uela dare: Virgilio, Georgicas, II, 41). Pues bien, esta cita puede permitirnos tomar un punto de partida para leer Transtierros de Maurizio Medo. En efecto el poemario podría ser descrito como un viaje –en este caso interior- por distintas zonas de la experiencia vital de su autor, trastocadas e investigadas en lenguaje.

La Obertura inicial –compuesta de 7 textos- previo epígrafe westphaleniano en el cual aprendemos que el poema es ‘La torre falsa más triste y despreciable’ , comienza reflexionando sobre la voz humana. Ya sabemos que allí nace universalmente la poesía: en la articulación producida por las cuerdas vocales. Por eso el personaje aquí es un niño, a quien podemos identificar como un alter-ego del poeta. Y en un plano meta-poético el poeta imagina al niño también, viajando por el lenguaje: “Transtierro construyendo torrecitas” leemos (esa torre de Westphalen) pero todo se caerá al final. Habrá siempre un derrumbe definitivo. Sin embargo la poesía –la “Pobre poesía” según nuestro poeta- “Arriba asola en azul fatuo” , es decir solitaria vaga por espacios innombrados, inútil y absurda, pero “El resto es ornamento” clara reivindicación de la poesía en su valor por sí misma: todo lo demás no sirve para nada, es pura decoración, mas al mismo tiempo parece ser que la poesía es también adorno, en el mejor sentido, aludiendo a la belleza de la expresión verbal que ella nos consigue. Esta es la suma contradicción en la que se mueve la gran poesía. El centro de su misterio. Al final sólo queda “la bulla de las torres en derrumbe apenas levantadas”, es decir, nada. Entonces, ¿Para qué la poesía?


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Luego viene una sección (que también puede ser un poema largo en 13 estancias) más específica: Contra los poetas. Varios poetas queridos van apareciendo aquí: Berryman, Celan, Goethe, Cravan, Spicer, Eliot hasta la perfecta alusión a Enrique Lihn y su proverbial “La poesía no sirve para nada”. ¿Y? Medo replica inmediatamente: “Ya sin paltas comámonos el roche” en jerga juvenil peruana. O sea, aceptémoslo, y –como las huevas- sigamos adelante. Pero nuestro poeta lo dice con singular maestría rítmica: “Por ella ni un penique que dé brillo a los mecenas / o justifique las maromas / en donde dobla el verbo lígrimo”. Tiene razón así, cuando afirma que la poesía no sirve “A ningún fin / ajeno a la poesía”. Lo que sí queda claro es que ella es nos conduce a la eternidad, o a la muerte, su principal misterio y abominación. Mantras. Maurizio Medo otra vez lo dice con gran poesía en una sola frase: “La rosa nos devora”.

Porque en realidad el sujeto de esta poesía es el mismo lenguaje. Veamos estos versos que rinden homenaje al neobarroco actual hispanoamericano: “Si aro anillo arandela / en la cuesta de qué duna / o sabana Río / Rueda / Si piensa (o no) / Simplemente rueda”. En términos prosaicos diríamos, nomás rodamos y rodamos hacia el vallejiano hueco de inmensa sepultura. Ahora, como no podía dejar de ser, la poesía nos salva por el erotismo que entraña. Y Medo lo plasma en un excelente texto que comienza: “Y ya no hablemos / Mientras aberra berraca en su nonsense / Seminal de sentido Ni milonga yorugua /Ni rococó habanero A tenue luz rosicler “. Notable manejo y sensualidad verbales que nos coloca ante “sibilino bulín: de poeta y puta” admirable combinación léxica y también referencial, ya que si nos atenemos a una tradición que viene desde Baudelaire, podemos personificar a la poesía como la hermosa y sabia prostituta, preciosa y excitante musa que –incesante- acompaña nuestra horas de más honda (y onda) soledad. “Mucha lleca ya En jam con sus sintaxis / Ya no hablemos / Que ella no está para otra cosa”. Sino para hacer el amor, captamos el implícito mensaje.


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Seguimos con la zona denominada I’d rather go blind que se abre con El centro errante. Aquí el viaje continua, esta vez con un chofer que nos lleva a ninguna parte, pero nos lleva. El marco referencial lo pone la Influenza –A (H1N1)- vista cachosamente “como un hit musical”. Y otra vez volvemos a la reivindicación de la voz, con estos versos que son toda una declaración de principios: “Hay algo sabio en la oralidad algo que es cierto se tizna / con las nuevas posibilidades de escritura y subjetividad”. Luego la Balada para niños indigo –desarrollo críptico y crítico de la belliana Hada cibernética- que nos remite quizá a la Santa Rosita & el péndulo proliferante de Mirko Lauer y que al igual que dicho libro, es un reclamo por la humanidad del lenguaje y la escritura, frente al robotizado mundo de la tecnología del futuro. En un poema como Atavismo vemos a los autistas humanos sucumbir ante la crisis (no sabemos qué crisis, es la crisis, a secas) todos mezclados en una especie de Torre de Babel actual, cada uno con su idioma y su cultura –ya sean quechuas, italianos, árabes, franceses ,norteamericanos o aymaras- en medio de lo cual al poeta sólo le queda recitar: “Pues salvo en tu cuerpo / no tengo patria ni noción”. Como dijo Hinostroza: “La Líbido / marcha sobre la tietrra bella y desconsiderada”.

Arritmia, dedicado a José Kozer, termina con un diálogo con este gran poeta cubano, hito del Neobarroco, en realidad un planteo de interrogantes acerca de la poesía y el oficio de escribir, que quedan sin respuesta, definiéndose por el lado de la imaginación y lo onírico, como el único camino válido y verificable: “El niño que las lee aún me sueña”. Completa la sección Instancia un breve poema donde resalta el talento lírico de Maurizio Medo: “(Tú siempre están en el poema / Sus aguas preciosas te reflejan susurrando”. Y para que no nos quepa duda de que estamos en un transtierro: “Lo vivo está en el viaje”. Volvemos al principio, la existencia es un viajar, un desplazamiento que entraña la poesía. Nosotros nos movemos en poesía, cabría decir.


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Entramos a la parte final del poemario. Su nombre: Suite de la neurosis. Arrancamos con El gato negro. Este es un texto intertextual poderoso, pleno de alusiones a Mallarmé, Vallejo, Neruda, Paz, Lowry, incluso Salgari (el de nuestra niñez) en torno al viaje y a la poesía. Su propuesta existencial no está exenta del elemento lúdico: “tampoco lo utópico / es un tópico ideal”. Y su neobarroco se remata con cierta incisión geográfico-étnica: “sílfides sífiles silos sinalefas / el kraken y las gárgolas / lestrigones / yo no me corro de mi estar /¿dónde está el ande?”. Y Vallejo siempre allí enseñándonos a no corrernos. Sino a asumir lo que somos. Esto se corrobora unos versos más adelante de la siguiente forma: “esterlicia esterlina o esternocleidomastoideo / son palabras que se traban como un clavo /en tu boca cholita y tropical”. Porque al final sabemos que se trata de un poema de amor. La dulce y solitaria cotidianidad de la convivencia con la pareja: “tan tan breve la vida / cuando el café…/ y tú”. El cultismo y el trabajo de lenguaje prosiguen en Contrapunto con Judas, en defensa de la poesía frente a la desesperación de vivir. Para muestra, un botón de la notable calidad artífice de nuestro autor: “¿En que dónde el otro azumbra el verbo zarco / y aún contra el designio de los idus / se remonta sísifo hasta el alfa?” O esta otra estrofa con resonancias bellianas: “¿Qué dictar a la máquina si muda veme / bizarro juglar alunizando? / Estrago nerón contra el lenguaje y no hay bruto / que ladre en mi alboreo: delinco solitario”. Nos queda claro: La poesía es un delinquir a solas.

Y la poesía es tos. Una vulgar tos. Una leve convulsión corporal. Seguimos guiados por un chofer que es quien otorga unidad al devenir poético. Perlongher aparece por ahí: “Hay Cadáveres”. Y la gripe nos persigue implacable: “-¿Eso que tose cof cof cof es el poema? / -¿Toda su melopea reducida a la flema de un simple constipado?”. De pronto una memoria de Mario Arteca (el gran poeta argentino de la actualidad) nos lleva a un tal Fabricio. Voces, voces que entran y salen del poema. Menciones a distintos tipos de poesía. Todo ésto con un lenguaje super-energético, una expresión erguida que con fruición se vocaliza. “Todo es ruido” se nos informa, y de pronto una frase brillante que nos derrumba el tinglado: “Pero no basta con asar ideas al fuego de la estética”. The whole thing se viene abajo. En ésto es experto Medo. Levantar e inmediatamente destruir torrecitas.

Esta onda avanza en los poemas restantes del libro que nos ocupa. Un despliegue verbal e incluso gráfico-visual y numérico –John Cage de por medio- hasta el desdoblamiento filoesquizoide que sintetiza el problema con esta afirmación: “Soy una voz” con lo cual estamos otra vez, en el principio del poemario, con el infante que contempla un árbol y emite sus primeros sonidos. Se cierra el círculo. La voz es música. Y el texto final Fuga lo confirma. Más allá de la extraña cita de Deleuze que abre el texto, Medo parece explicarnos que allí estuvo el origen de su poesía. En la arcana pronunciación prístina de la infancia. El sueño del otro significa peligro para uno. Y viceversa. Pero el punto de la poesía es el sueño de nosotros mismo adentro. El “sueño soñado” como escribe Medo en su última línea. Porque ya sabemos desde siempre –Calderón de la Barca incluido- que vivir es un sueño. La muerte nos factura con creces este aserto. Y ni la tan mentada voz –porque se la lleva el viento- ha de quedar, sino –quizá- el texto escrito. Por eso escribimos. Colocamos sueños en la materia fija del libro. Y la condición de la poesía es su calidad de lenguaje. Su nivel. Su elaboración perfeccionándose en cada lectura. El deslumbramiento de sus fónicas secuencias impalpables. Este libro –diríamos- deconstruye y reconstruye el lenguaje, en una infernal batalla de la que nos queda el testimonio. Con Transtierros Maurizio Medo arriba a un sitial de preeminencia en el concierto de la poesía latinoamericana actual.

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