Sábado 16/9
¿Qué hacer con Gastón Fernández?
Abelardo Oquendo.
El número final de la revista more ferarum (9/10, Lima, 2002) no fue propiamente una revista sino un libro. Sus 560 páginas contenían, en edición de José Ignacio Padilla, los Relatos aparentes de un escritor singular: Gastón Fernández. Para entonces Fernández (Lima, 1940 – Bruselas, 1997) había muerto y ese era su primer libro de creación literaria publicado. Durante su vida habían aparecido unos pocos cuentos suyos en revistas peruanas y foráneas, todos con el mismo título: relato aparente. Uno de ellos, publicado en Hueso húmero (Nº 8, 1981), insólitamente intelectual y culto dentro de nuestra narrativa, lo situaba en un lugar de excepción entre nosotros.
Tan de excepción que nuestra república de las letras no supo bien qué hacer con ese nuevo autor, inasimilable al carácter de la literatura que alberga; como tampoco ha sabido qué hacer con su volumen de Relatos aparentes. Cuando lo dio a la luz, Padilla, el director de more ferarum, se preguntaba en la introducción al libro: “cómo escribir sobre un fantasma. qué decir. cómo explorar su ausencia.”
Cuatro años después otra revista inclasificable, Girabel, y el sello que la edita, tRpode, lanzan un segundo libro póstumo de Gastón Fernández, esta vez de poemas, en edición de Renato Gómez y transcripción de Rodolfo Loyola. En la línea inusual del libro de relatos, cuya tapa no declaraba ni título ni autor, este volumen de poemas viene con tapas de cartulina blanca, inmaculada la posterior, igual que el lomo, y solo con un vestigio de letras en la frontal que dicen, en un amarillo imperceptible: Breviario.
El tomo trae una separata donde Octavio Armand, director de Escandalar, escribe sobre la poesía de Fernández desde sus antípodas: la abundancia de palabras. Sin embargo, las aproximaciones de Armand lo son realmente y resultan útiles para ubicar al lector frente a una poesía austera, parca, hermética. Un texto, el de Armand, que hace ver pero que, sobre todo, quiere ser visto.
Es improbable que el corpus de la creación literaria de Fernández exceda su par de volúmenes póstumos. En cualquier caso, no necesita más para ocupar un sitio especial en la literatura peruana. No es muy probable, sin embargo, que nuestros estudiosos e historiadores literarios se lo otorguen. Es más: ha llegado tarde para ser considerado en las antologías del siglo XX, al que perteneció, y la suya es una escritura que exige mucho al lector, sobre todo su poesía, callada y honda. Frente a su obra el crítico no encontrará sin esfuerzo a qué otros autores nuestros agruparla, qué membrete colectivo ponerle. “bajo el silencio que cayó siempre sobre Gastón Fernández laten sus textos. pulsan. expulsan. agujero negro. (...) oscuridad que enceguece porque deslumbra” escribió Padilla. ¿Alguna vez la crítica alcanzará a verlo?
¿Qué hacer con Gastón Fernández?
Abelardo Oquendo.
El número final de la revista more ferarum (9/10, Lima, 2002) no fue propiamente una revista sino un libro. Sus 560 páginas contenían, en edición de José Ignacio Padilla, los Relatos aparentes de un escritor singular: Gastón Fernández. Para entonces Fernández (Lima, 1940 – Bruselas, 1997) había muerto y ese era su primer libro de creación literaria publicado. Durante su vida habían aparecido unos pocos cuentos suyos en revistas peruanas y foráneas, todos con el mismo título: relato aparente. Uno de ellos, publicado en Hueso húmero (Nº 8, 1981), insólitamente intelectual y culto dentro de nuestra narrativa, lo situaba en un lugar de excepción entre nosotros.
Tan de excepción que nuestra república de las letras no supo bien qué hacer con ese nuevo autor, inasimilable al carácter de la literatura que alberga; como tampoco ha sabido qué hacer con su volumen de Relatos aparentes. Cuando lo dio a la luz, Padilla, el director de more ferarum, se preguntaba en la introducción al libro: “cómo escribir sobre un fantasma. qué decir. cómo explorar su ausencia.”
Cuatro años después otra revista inclasificable, Girabel, y el sello que la edita, tRpode, lanzan un segundo libro póstumo de Gastón Fernández, esta vez de poemas, en edición de Renato Gómez y transcripción de Rodolfo Loyola. En la línea inusual del libro de relatos, cuya tapa no declaraba ni título ni autor, este volumen de poemas viene con tapas de cartulina blanca, inmaculada la posterior, igual que el lomo, y solo con un vestigio de letras en la frontal que dicen, en un amarillo imperceptible: Breviario.
El tomo trae una separata donde Octavio Armand, director de Escandalar, escribe sobre la poesía de Fernández desde sus antípodas: la abundancia de palabras. Sin embargo, las aproximaciones de Armand lo son realmente y resultan útiles para ubicar al lector frente a una poesía austera, parca, hermética. Un texto, el de Armand, que hace ver pero que, sobre todo, quiere ser visto.
Es improbable que el corpus de la creación literaria de Fernández exceda su par de volúmenes póstumos. En cualquier caso, no necesita más para ocupar un sitio especial en la literatura peruana. No es muy probable, sin embargo, que nuestros estudiosos e historiadores literarios se lo otorguen. Es más: ha llegado tarde para ser considerado en las antologías del siglo XX, al que perteneció, y la suya es una escritura que exige mucho al lector, sobre todo su poesía, callada y honda. Frente a su obra el crítico no encontrará sin esfuerzo a qué otros autores nuestros agruparla, qué membrete colectivo ponerle. “bajo el silencio que cayó siempre sobre Gastón Fernández laten sus textos. pulsan. expulsan. agujero negro. (...) oscuridad que enceguece porque deslumbra” escribió Padilla. ¿Alguna vez la crítica alcanzará a verlo?
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