Antología y estudios acerca de la obra de Ezra Pound. Beuvedráís Editores, Santiago, 2005, 275 pp.
La poesía, sostiene Ezra Pound, dota de integridad al ser humano. Por eso el poeta, al crear, legisla con el lenguaje. Y como legislador (valga la reminiscencia a Shelley y Browning) le compete una tarea esencial: la de cautelar por el vigor espiritual de una cultura. En los CANTARES esta convicción se proyecta como motivo conductor: el lenguaje es el cuerpo que traduce la plenitud cualificadora de lo existente. Para ser más explícitos: es desde la poesía donde Pound articula la misión de bruñir y revitalizar el lenguaje como portavoz por excelencia de lo real. Resguardando la palabra, preservamos la solidez de las cosas, evitando su desgaste y banalización. Cuando la palabra se troncha, el mundo se vuelve más inhóspito y exhausto. Pound, en todo caso, desea llegar más lejos: siguiendo las enseñanzas de Confucio, afirmará que las facultades del hombre —orden, dominio y delicadeza— sólo pueden ser temperadas a través de la palabra, espejo de consistencia interior. Quien tenga soberanía sobre sí mismo, podrá ser digno de un nombre. Más aún: la posibilidad instauradora de la palabra sólo es posible a partir de una clara armonía personal. Recordemos aquí que Pound, por la vía de Dante y Ricardo San Víctor, fue un fervoroso seguidor de Aristóteles —en contraposición a la tradición nominalista del mundo anglosajón—; objeto y sujeto existen separadamente; el pensamiento en un relicario cuya garantía está en la realidad. Los conceptos se colman en palabras que deben asentarse en el "eje firme" de aquello que nombran. La mente humana, según Pound, despliega una purgación incesante para penetrar el corazón de los objetos, para cogitarlos en su "ser consigo mismos", hasta llegar a una imagen iluminadora. Ello explica su amor a la precisión y trasparencia del verso y su obsesión por la austeridad verbal que excluye el retoricismo pomposo, atributos que han hecho de él al poeta de la artesanía rigurosa, de la contención y la mesura. De allí, también, su desdén hacia el arte inexacto, superfluo, viciado "por el ruido y la pompa", y su fervor por un mundo de sustancialidades, fustigando a quienes evadían la realidad por considerarla prosaica. Así, en su ensayo EL ARTISTA FORMAL, el poeta buscará fundir imaginación y realidad, reivindicando para la creación poética el impulso plenipotenciario de la naturaleza. En ese mismo sentido, en el poema "Rebelión" se lee:
"Me gustaría cambiar [...] sombras por formas de poder entregando sueños en reemplazo de hombres [...] ¡No dilaciones sino vida! [...] Gran Dios: si estamos condenados a brotar como sueños y no como hombres concédenos ser sueños que sacudan al mundo...".
La utopía social de Pound representa la ética de su estética. El principal peligro que amenaza al lenguaje es verse reducido a valor de cambio, papel moneda que prolifera desmedidamente. En una palabra: usura. Para nuestro autor la usura es un hábil disfraz de los sistemas políticos totalitarios —comoquiera que se definan desde un punto ideológico— para hacer prevalecer la masificación de la vida. Pound luchó por rescatar la individualidad del ser humano en una época desmantelada por la globaliza-ción servil del dinero. En un grito desesperado sentenció: "Con usura ningún hombre habita en casa de buena piedra". Abrazando una escuela de pensamiento económico cuyos orígenes están en Aristóteles —la crematística— y que en el siglo xx es retomada por autores vinculados al corporativismo, vislumbrará que lo propio del dinero es despojar a las cosas de su unicidad, al reducirlas bajo el criterio homologador de mercancías sujetas a especulación. La economía capitalista, entonces, desbautiza el mundo, transformándolo en un reino de entidades inventaria-bles, destinadas al intercambio: en suma, donde nada vale por ser lo que es, sino sólo por su capacidad para traducir un cierto valor monetario. El lucro, así, será el artificioso pasaporte de los objetos en su despliegue por la realidad.
Por eso Pound, de la mano de Aristóteles, buscará a través de la poesía el restablecimiento del "pacto auroral" entre el hombre y el mundo, disipado por el dinero, que al esclavizar los objetos al mandato de la utilidad, debilita también el señorío de la palabra.
Hugh Kenner ha dicho que los CANTARES son la travesía que intenta el poeta, guiado por Homero, Aristóteles, Confucio, Cavalcanti y tantos otros —"la contemporaneidad de las voces"—, para desenmascarar la miseria de una época que ha ungido el culto al dinero para menoscabar la solidez ontológica de la creación. Pound intentará voltear el curso de los acontecimientos a través de la purificación del lenguaje, un lenguaje no dirigido al enmascaramiento distractor, sino a la reificación de la realidad. La palabra correcta y precisa, al cincelar firmamentos que distinguen claramente al sujeto del objeto, contribuye al reencuentro de los hombres con su "virtú" o atributo conclusivo de sus almas, con aquello que les da su sello e identidad. El vigor en el lenguaje será, entonces, condición imprescindible de la fortaleza interior de la persona, fortaleza que luego proyecta al orden social. Cada ser aspira a la culminación de sus posibilidades; en la integridad se juega la plenitud.
La apuesta de Pound, en definitiva, es la apuesta de un hombre que luchó por vigorizar el enmohecido "nudo entre la palabra y el mundo". Suya fue la convicción de que las palabras, lejos de agotar o desvirtuar lo real alzándose como soplos exhaustos, son el eslabón decisivo de esa misma realidad para poder completarse. Por eso resuena en nuestros oídos una nota que escribió al traducir la elegía anglosajona "El navegante", y que es tal vez su mejor retrato: "Un hombre abrumado por el silencio pero que no pudo dejar de hablar".
La poesía, sostiene Ezra Pound, dota de integridad al ser humano. Por eso el poeta, al crear, legisla con el lenguaje. Y como legislador (valga la reminiscencia a Shelley y Browning) le compete una tarea esencial: la de cautelar por el vigor espiritual de una cultura. En los CANTARES esta convicción se proyecta como motivo conductor: el lenguaje es el cuerpo que traduce la plenitud cualificadora de lo existente. Para ser más explícitos: es desde la poesía donde Pound articula la misión de bruñir y revitalizar el lenguaje como portavoz por excelencia de lo real. Resguardando la palabra, preservamos la solidez de las cosas, evitando su desgaste y banalización. Cuando la palabra se troncha, el mundo se vuelve más inhóspito y exhausto. Pound, en todo caso, desea llegar más lejos: siguiendo las enseñanzas de Confucio, afirmará que las facultades del hombre —orden, dominio y delicadeza— sólo pueden ser temperadas a través de la palabra, espejo de consistencia interior. Quien tenga soberanía sobre sí mismo, podrá ser digno de un nombre. Más aún: la posibilidad instauradora de la palabra sólo es posible a partir de una clara armonía personal. Recordemos aquí que Pound, por la vía de Dante y Ricardo San Víctor, fue un fervoroso seguidor de Aristóteles —en contraposición a la tradición nominalista del mundo anglosajón—; objeto y sujeto existen separadamente; el pensamiento en un relicario cuya garantía está en la realidad. Los conceptos se colman en palabras que deben asentarse en el "eje firme" de aquello que nombran. La mente humana, según Pound, despliega una purgación incesante para penetrar el corazón de los objetos, para cogitarlos en su "ser consigo mismos", hasta llegar a una imagen iluminadora. Ello explica su amor a la precisión y trasparencia del verso y su obsesión por la austeridad verbal que excluye el retoricismo pomposo, atributos que han hecho de él al poeta de la artesanía rigurosa, de la contención y la mesura. De allí, también, su desdén hacia el arte inexacto, superfluo, viciado "por el ruido y la pompa", y su fervor por un mundo de sustancialidades, fustigando a quienes evadían la realidad por considerarla prosaica. Así, en su ensayo EL ARTISTA FORMAL, el poeta buscará fundir imaginación y realidad, reivindicando para la creación poética el impulso plenipotenciario de la naturaleza. En ese mismo sentido, en el poema "Rebelión" se lee:
"Me gustaría cambiar [...] sombras por formas de poder entregando sueños en reemplazo de hombres [...] ¡No dilaciones sino vida! [...] Gran Dios: si estamos condenados a brotar como sueños y no como hombres concédenos ser sueños que sacudan al mundo...".
La utopía social de Pound representa la ética de su estética. El principal peligro que amenaza al lenguaje es verse reducido a valor de cambio, papel moneda que prolifera desmedidamente. En una palabra: usura. Para nuestro autor la usura es un hábil disfraz de los sistemas políticos totalitarios —comoquiera que se definan desde un punto ideológico— para hacer prevalecer la masificación de la vida. Pound luchó por rescatar la individualidad del ser humano en una época desmantelada por la globaliza-ción servil del dinero. En un grito desesperado sentenció: "Con usura ningún hombre habita en casa de buena piedra". Abrazando una escuela de pensamiento económico cuyos orígenes están en Aristóteles —la crematística— y que en el siglo xx es retomada por autores vinculados al corporativismo, vislumbrará que lo propio del dinero es despojar a las cosas de su unicidad, al reducirlas bajo el criterio homologador de mercancías sujetas a especulación. La economía capitalista, entonces, desbautiza el mundo, transformándolo en un reino de entidades inventaria-bles, destinadas al intercambio: en suma, donde nada vale por ser lo que es, sino sólo por su capacidad para traducir un cierto valor monetario. El lucro, así, será el artificioso pasaporte de los objetos en su despliegue por la realidad.
Por eso Pound, de la mano de Aristóteles, buscará a través de la poesía el restablecimiento del "pacto auroral" entre el hombre y el mundo, disipado por el dinero, que al esclavizar los objetos al mandato de la utilidad, debilita también el señorío de la palabra.
Hugh Kenner ha dicho que los CANTARES son la travesía que intenta el poeta, guiado por Homero, Aristóteles, Confucio, Cavalcanti y tantos otros —"la contemporaneidad de las voces"—, para desenmascarar la miseria de una época que ha ungido el culto al dinero para menoscabar la solidez ontológica de la creación. Pound intentará voltear el curso de los acontecimientos a través de la purificación del lenguaje, un lenguaje no dirigido al enmascaramiento distractor, sino a la reificación de la realidad. La palabra correcta y precisa, al cincelar firmamentos que distinguen claramente al sujeto del objeto, contribuye al reencuentro de los hombres con su "virtú" o atributo conclusivo de sus almas, con aquello que les da su sello e identidad. El vigor en el lenguaje será, entonces, condición imprescindible de la fortaleza interior de la persona, fortaleza que luego proyecta al orden social. Cada ser aspira a la culminación de sus posibilidades; en la integridad se juega la plenitud.
La apuesta de Pound, en definitiva, es la apuesta de un hombre que luchó por vigorizar el enmohecido "nudo entre la palabra y el mundo". Suya fue la convicción de que las palabras, lejos de agotar o desvirtuar lo real alzándose como soplos exhaustos, son el eslabón decisivo de esa misma realidad para poder completarse. Por eso resuena en nuestros oídos una nota que escribió al traducir la elegía anglosajona "El navegante", y que es tal vez su mejor retrato: "Un hombre abrumado por el silencio pero que no pudo dejar de hablar".
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