Denisse Vega Farfán (Trujillo, 1986) en Una morada tras los reinos (Lustra Editores, Lima, 2008) esparce y construye perspectivas y bondades tras lo que se presiente pero no se reconoce, tal la metáfora de Giacomo Leopardi en El infinito: “Sentado aquí, contemplo interminables / espacios detrás de ella, y sobrehumanos / silencios”. Su voz late, está viva, al borde del abismo y no solo eso, sino que esta voz salta, se arroja a él. Porque ve al abismo como una posibilidad, coronada, porque ha sido escogida. Es su voz de poeta en su extraña morada como ingente canto rodado que bloquea al río, que impide que la vida llegue a su funeral indefectible. La poeta hace esta estructura silente porque espera ser abierta y transformada. Esa es la dificultad del lector: levantar los días, los siglos si hay que hacerlo y vivir con la poesía.
“el sol de aluminio ha caído
anidándose en mis vísceras
la eternidad y sus hierros
se han desplomado sobre mis hombros
el hombre de lata golpea y golpea
su ciego tambor bacante
busca entre sus despojos un charco limpio”
(Fragmento de Ignoro lo que pende en mí)
Una morada tras los reinos es un buen libro porque sobrepasa lejos esa escala reprimida y permitida por las mujeres poetas en el pequeño escenario de su cuerpo poluto por hélices prendidas pero ya viejas. Este ramo de poemas en tono melancólico y oscuro que nombra la balada deja a Carmen Ollé y a María Emilia Cornejo y se asienta junto a Blanca Varela y Sor Juana Inés de la Cruz. Así Denisse Vega Farfán refuerza este diverso y fuerte grupo de poetas que ponderan el lenguaje como eje de esplendor, cura y peligro.
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