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Aquello que llamamos el infinito es la cosa abierta en el poema, que fue limbo del esplendor, una vida: todo fatal florece hacia la muerte. Conviene vivir/morir/seguir-en-el-poema, gran puente o arcoiris de lo que somos, tal vez un mayor abstracto, Verde: “pájaros de bruma vuelan lentamente / hojas crujientes alfombran la tierra”, en inocencia para caer y despertar la tempestad absoluta. Desnuda en obscuridad tierna. Descender y nunca subir. En el infinito se esconde la flor abierta. Su brillo de transmundo, hilo obscuro hace, barca de oído, en lo putrefacto todos los pequeños objetos que salvan estos ojos puros de locura drogan al dios dejado. La poesía grita ¡no hay dios! Sino ¡yo! Isla navegante cuyo corazón crea la profundidad en las olas del miedo y del olvido. Algún océano se forma, Negro: “perdido… / la música y la poesía” acompaña su espacio único porque la palabra no debe morir; la voz debe matar. Condenar y rescatar del infinito. La vida, su círculo o frontera enfrenta la cercanía y la posibilidad de hacer o encontrar otro sol en el poeta. Amarillo: “unos cactus / de la desértica costa”. Pero el hombre a veces deja de soñar y se derrumba y con él una forma, quizás la más cercana, la más universal, ya no lo sabremos si no desde el tiempo perdido que no encontraremos jamás. Pero el poeta más que hombre, bebe del origen, confluye hacia él. Todos los elementos y formas (“Oye tú / dibuja con tiza blanca / flores en las ramas de la noche”) hacen su constante estación de peligro que inevitablemente abre y cierra en el infinito. Entonces la palabra se revuelca de memoria, como se revuelcan los que acaban olvidando las palabras.
1 comentario:
lo maximo ludwing
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