Washington Cucurto. Hatuchay.
México DF: Ediciones El Billar de Lucrecia, 2005.
Una lectura de la obra de Washington Cucurto dice que él alcanzó la cúspide de su celebridad al convertirse en objeto de una mediática satanización nacional en su natal Argentina, después de describir con atención y esmero la rítmica y graciosa violación de una púbera de ojos rasgados. Pero, después de todo, en el barrio y en la poesía hay siempre momentos decisivos, así, donde la brutalidad puede llegar a ser un poema divertido. Otra lectura, más económica, tendría sólo que invitar a inventar todas las lecturas posibles: a esa forma y ese espacio corresponden los versos del gran Cucurto: en la invención habitual de lo extraordinario: en el universo ordinario que origina todo lo desconocido. Hatuchay va sobre algo semejante que su libro Zelarayán, con la misma elocuencia descriptiva, con los acentos colocados en las mismas sílabas, y con los significados, sociales y poéticos, flotando alrededor como aroma de perfume barato. Este es un libro de barrio bajo y versos altos, muy altos; y contiene una escritura con sentido profundo. Otra forma de decirlo es, también, que es un alto libro de profundos y bajos sentimientos.
Sergio Valero
México DF: Ediciones El Billar de Lucrecia, 2005.
Una lectura de la obra de Washington Cucurto dice que él alcanzó la cúspide de su celebridad al convertirse en objeto de una mediática satanización nacional en su natal Argentina, después de describir con atención y esmero la rítmica y graciosa violación de una púbera de ojos rasgados. Pero, después de todo, en el barrio y en la poesía hay siempre momentos decisivos, así, donde la brutalidad puede llegar a ser un poema divertido. Otra lectura, más económica, tendría sólo que invitar a inventar todas las lecturas posibles: a esa forma y ese espacio corresponden los versos del gran Cucurto: en la invención habitual de lo extraordinario: en el universo ordinario que origina todo lo desconocido. Hatuchay va sobre algo semejante que su libro Zelarayán, con la misma elocuencia descriptiva, con los acentos colocados en las mismas sílabas, y con los significados, sociales y poéticos, flotando alrededor como aroma de perfume barato. Este es un libro de barrio bajo y versos altos, muy altos; y contiene una escritura con sentido profundo. Otra forma de decirlo es, también, que es un alto libro de profundos y bajos sentimientos.
Sergio Valero
SVENJA PETRASCA,
ENTRE PERÓN Y MITRE
Ucraniana, alta, demoledora, reparte volantes de Radio Taxi,
hasta las tres de la tarde cuando cambia su puesto a su
hijo.
Ucraniano, alto, demoledor, 19 años.
Svenja vive en un hotel de la calle Sarmiento, pero nunca
supe bien cual.
“Para qué quiere tú saber mi hogar”.
Su marido se llama Pablo, ucraniano, alto, rubio, demoledor.
Tardes enteras la esperé a las tres de la tarde,
el hijo sabía que me raspaba a la madre, no le importaba.
Él buscaba a quien raspar.
En lo posible alta, morochaza, ucraniana no, gringa no,
criolla sí, demoledora, sí, sí.
SVENJA, 2001
Después de algunos negocios con buenas ofertas,
después de barcitos con borrachos que valen la pena,
y puestos de la zona sur (Bmé. Mitre, etc);
limeñas más lindas que Miss Mundo, camufladas
por sus dueños en sus Flechas embarradas
y sus buzos marrones de ferroviarios;
del solcito y de la puta número 86 de la Plaza.
Esto: 20 patrulleros y Svenja, la ucraniana;
y Kaelen Evelina, muñeca croata;
ambas altas, rosadas, rubias, todo un arsenal por 20 pesos.
Aquel que conoce bien el Once, conoce el paraíso.
Oh, Svenja Petresca, ya no quisiera saber nada de vos,
de tu castellano de cuarta, castellano de tacita de helado
que cala en lo más hondo.
No le comprés nada a esa vendedorcita que ni siquiera habla
tu idioma, en una esquina de Once, ¡qué crueldad!
Cambiaste el helado, el tergopol y la calle por la cama,
Svenja Petresca, tu tacita de helado cala en lo más hondo
¡Y cómo duele!
ENTRE PERÓN Y MITRE
Ucraniana, alta, demoledora, reparte volantes de Radio Taxi,
hasta las tres de la tarde cuando cambia su puesto a su
hijo.
Ucraniano, alto, demoledor, 19 años.
Svenja vive en un hotel de la calle Sarmiento, pero nunca
supe bien cual.
“Para qué quiere tú saber mi hogar”.
Su marido se llama Pablo, ucraniano, alto, rubio, demoledor.
Tardes enteras la esperé a las tres de la tarde,
el hijo sabía que me raspaba a la madre, no le importaba.
Él buscaba a quien raspar.
En lo posible alta, morochaza, ucraniana no, gringa no,
criolla sí, demoledora, sí, sí.
SVENJA, 2001
Después de algunos negocios con buenas ofertas,
después de barcitos con borrachos que valen la pena,
y puestos de la zona sur (Bmé. Mitre, etc);
limeñas más lindas que Miss Mundo, camufladas
por sus dueños en sus Flechas embarradas
y sus buzos marrones de ferroviarios;
del solcito y de la puta número 86 de la Plaza.
Esto: 20 patrulleros y Svenja, la ucraniana;
y Kaelen Evelina, muñeca croata;
ambas altas, rosadas, rubias, todo un arsenal por 20 pesos.
Aquel que conoce bien el Once, conoce el paraíso.
Oh, Svenja Petresca, ya no quisiera saber nada de vos,
de tu castellano de cuarta, castellano de tacita de helado
que cala en lo más hondo.
No le comprés nada a esa vendedorcita que ni siquiera habla
tu idioma, en una esquina de Once, ¡qué crueldad!
Cambiaste el helado, el tergopol y la calle por la cama,
Svenja Petresca, tu tacita de helado cala en lo más hondo
¡Y cómo duele!
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