Si el influjo del surrealismo resulta fácil de evaluar en el arte y la poesía latinoamericana, particularmente en países como Argentina, Chile y aun Brasil -que cuenta en la actualidad con el mayor teórico y artista continental de impronta surrealista ortodoxa, el poeta Sergio de Franceschi Lima- no ocurre lo mismo en el contexto de la literatura y poesía cubana. Stefan Baciu, el polígrafo rumano compilador de la primera Antología de la Poesía Surrealista Latinoamericana (editada en México y Chile: años 1974 y 1981) consideró siempre - refiriéndose en particular, a la obra de José Álvarez Baragaño- que dicha influencia, si la había, era “resultado de un aire tardío”. Sin embargo, más adelante, en un discutido y polémico texto, publicado a comienzos de la década del 80, nos dice lo siguiente:
“Deseo finalmente llamar la atención sobre un fenómeno poético de los más interesantes, se trata del parasurrealismo cubano. En Cuba (…) el surrealismo está hoy en día oficialmente prohibido, de modo que sólo hay dos maneras de practicarlo: colocándolo en las gavetas, integrándose al “exilio interior” o haciéndolo abiertamente en el destierro” (Algunos Poetas Parasurrealistas Latinoamericanos. En: revista Eco, Bogotá, 1980 y El Mundo Semanal. Medellín, 1981).
Es evidente entonces que Baciu pese a las reservas abrigadas respecto a Baragaño –poeta surrealista excepcionalmente talentoso, pero que terminará plegándose al derrotero antidemocrático seguido por la revolución cubana, luego de transcurridos los primeros años de su arribo al poder- no era ajeno o pasaba por alto lo relevante de la poesía que en torno a la revista El Alacrán Azul (Miami, 1970-71), hacían tanto José A. Arcocha como Fernando Palenzuela, poetas en el exilio es cierto… pero por elegir al culto colectivista o comunista profesado al “Gran Hermano” o “Líder Máximo”, el ideario libertario del surrealismo consignado en documentos tan sustanciales como el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente (firmado por Breton, Trotski y Rivera) o El Deshonor de los Poetas de Benjamín Péret, donde se reivindica abiertamente una “libertad total para el arte” sin restricciones o prohibiciones religiosas, patrióticas, políticas o policivas.
Estos son, en resumen, los antecedentes que nos sirven de marco para acercarnos, a vuelo de pájaro, a la obra poética de Fernando Palenzuela, último de los poetas surrealistas cubanos vivo, quien, luego de residir por varios años en Europa, acabará radicándose, como otros coterráneos suyos, en Norteamérica (New York y Miami ).
Palenzuela distingue de modo tajante entre poesía y literatura y ha guardado por largo tiempo silencio, al estilo de Rimbaud o Valery; pero no por eso su poesía publicada tardíamente en dos únicos libros: Amuletos del Sueño y La Voz por Enterrar, ha perdido nada de su deslumbramiento o resplandor inicial, contrapuesto en muchos aspectos a la poesía de claro acento conservador y católico que simultáneamente hacía en Cuba el grupo “Orígenes” de Lezama Lima y Cintio Vitier.
Su escritura poética, búsqueda permanente de ese fiel de la balanza donde se equilibran la lucidez y la alucinación, el vacío y la desesperación, tiene a veces el trasfondo amargo y sombrío que caracteriza la obra de Baudelaire y Lautrèamont, pero al que nuestro poeta encuentra un sucedáneo en la paciencia o perseverancia, sin que dicha solución revista nunca una connotación depresiva o evasiva… quizás porque hay en ella la certeza rilkeana –influencia espiritual que rechazará Baragaño para “adentrarse en los páramos de la militancia castrista”- nos dice José A. Arcocha- de que el alba, finalmente, disipa las sombras y la luz la oscuridad reinante.
Esta perspectiva o expectativa constituye sin duda “una caída, un salto que se conjuga en futuro”, dictamina el mexicano Enrique Lechuga en una “lectura- collage” que ha hecho recientemente de Palenzuela…
“Deseo finalmente llamar la atención sobre un fenómeno poético de los más interesantes, se trata del parasurrealismo cubano. En Cuba (…) el surrealismo está hoy en día oficialmente prohibido, de modo que sólo hay dos maneras de practicarlo: colocándolo en las gavetas, integrándose al “exilio interior” o haciéndolo abiertamente en el destierro” (Algunos Poetas Parasurrealistas Latinoamericanos. En: revista Eco, Bogotá, 1980 y El Mundo Semanal. Medellín, 1981).
Es evidente entonces que Baciu pese a las reservas abrigadas respecto a Baragaño –poeta surrealista excepcionalmente talentoso, pero que terminará plegándose al derrotero antidemocrático seguido por la revolución cubana, luego de transcurridos los primeros años de su arribo al poder- no era ajeno o pasaba por alto lo relevante de la poesía que en torno a la revista El Alacrán Azul (Miami, 1970-71), hacían tanto José A. Arcocha como Fernando Palenzuela, poetas en el exilio es cierto… pero por elegir al culto colectivista o comunista profesado al “Gran Hermano” o “Líder Máximo”, el ideario libertario del surrealismo consignado en documentos tan sustanciales como el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente (firmado por Breton, Trotski y Rivera) o El Deshonor de los Poetas de Benjamín Péret, donde se reivindica abiertamente una “libertad total para el arte” sin restricciones o prohibiciones religiosas, patrióticas, políticas o policivas.
Estos son, en resumen, los antecedentes que nos sirven de marco para acercarnos, a vuelo de pájaro, a la obra poética de Fernando Palenzuela, último de los poetas surrealistas cubanos vivo, quien, luego de residir por varios años en Europa, acabará radicándose, como otros coterráneos suyos, en Norteamérica (New York y Miami ).
Palenzuela distingue de modo tajante entre poesía y literatura y ha guardado por largo tiempo silencio, al estilo de Rimbaud o Valery; pero no por eso su poesía publicada tardíamente en dos únicos libros: Amuletos del Sueño y La Voz por Enterrar, ha perdido nada de su deslumbramiento o resplandor inicial, contrapuesto en muchos aspectos a la poesía de claro acento conservador y católico que simultáneamente hacía en Cuba el grupo “Orígenes” de Lezama Lima y Cintio Vitier.
Su escritura poética, búsqueda permanente de ese fiel de la balanza donde se equilibran la lucidez y la alucinación, el vacío y la desesperación, tiene a veces el trasfondo amargo y sombrío que caracteriza la obra de Baudelaire y Lautrèamont, pero al que nuestro poeta encuentra un sucedáneo en la paciencia o perseverancia, sin que dicha solución revista nunca una connotación depresiva o evasiva… quizás porque hay en ella la certeza rilkeana –influencia espiritual que rechazará Baragaño para “adentrarse en los páramos de la militancia castrista”- nos dice José A. Arcocha- de que el alba, finalmente, disipa las sombras y la luz la oscuridad reinante.
Esta perspectiva o expectativa constituye sin duda “una caída, un salto que se conjuga en futuro”, dictamina el mexicano Enrique Lechuga en una “lectura- collage” que ha hecho recientemente de Palenzuela…
A lo que agregaríamos nosotros que es también: “un salto en el sol”, porque desde siempre la única perspectiva o expectativa plenamente surrealista ha sido la esperanza, sumada, desde luego, a la libertad y el amor.
Medellín.
14/10/2007.
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