Acaba de salir un nuevo número de la excelente revista española Poesía digital, dentro de todo el material sumamente recomendable encuentro esta interesante reseña sobre Osip Mandelstam:
Cuenta Brodsky que Auden no entendía que Mandelstam fuera considerado un gran poeta, ya que las traducciones que había visto de su obra no se lo demostraban. Estas palabras le sirven al premio nobel como acicate para reivindicar una traducción que sea respetuosa con el original, atendiendo, sobre todo, a la particular naturaleza de la poesía rusa. Si su distinción respecto "de sus hermanas occidentales" estriba en "la preservación de las llamadas formas clásicas", argumenta Brodsky que, aunque sea sólo por razones puramente etnográficas, habría que conservarlas en la traducción y no forzar ésta "para que entre en un molde común". Es obvio que la métrica es fuertemente significativa en la configuración de un poema y prescindir de este aspecto es vaciarlo de su esencialidad. Si, además, la concepción poética del autor tiene un fuerte arraigo en la oralidad, como en Mandelstam, el resultado no puede ser otro que el percibido por Auden. A todo ello hay que añadirle la dificultad inherente a la traducción de la propia poesía rusa. Señala Jorge Bustamente García, traductor de la lengua rusa, que "en el trasvase de la poesía rusa al español es casi imposible revelar el significado simbólico de ciertos aspectos del verso de origen, como el del yámbico ruso (…), de difusa percepción en la poesía en español. La multiplicidad de significados de una misma palabra, las frecuentes polisemias o ambigüedades semánticas, la obligación o fortaleza de la rima en el verso ruso, el tono y su música, son algunos de los principales problemas con los que se tropieza".
Todas estas reflexiones de carácter traductológico no tienen otra intención que señalar una carencia de atención notable en el panorama editorial español respecto a la poesía rusa. No creo que las buenas intenciones basten si el resultado nos aleja del poeta traducido. En cuanto a la presente edición, hay que anotar como carencias significativas: que no se haya sujetado a la rima del original —opción no justificada por el traductor—, que el prólogo vaya más allá del simple apunte biográfico, que no se nos diga la procedencia del original ruso, así como el criterio de traducción y, sobre todo, la ausencia de un aparato crítico que sirva de puente entre dos lenguas y dos conceptos del mundo tan distantes. Hay un cúmulo de referencias culturales que al neófito de la cultura rusa necesariamente ha de escapársele y que llenan de significado los poemas. Las referencias al mundo grecolatino también son numerosas y están integradas en diálogo, muchas veces de manera indirecta, con la realidad contemporánea del poeta. Tanto el fitosimbolismo como el zoosimbolismo, como nos recuerda María Sánchez Puig en un atinado trabajo sobre la traducción de Ajmátova, desempeñan un papel relevante en el universo poético ruso y escapan al lector español, a menos que el traductor se preocupe por hacerle llegar esta simbología. No creo que favorezca al prestigio de los traductores españoles encontrarnos con versiones tan diferentes de un mismo poemario. No se trata de cuestiones de detalle —que las hay, y en gran número—, hablamos de cambios en los tiempos verbales, de la traducción errónea de palabras que vacían de significado el poema y conducen a una lectura equivocada del mismo. Las traducciones de la poesía de Ajmátova ya pecaban en este sentido, y las de Mandelstam no le van muy a la zaga.
Otro aspecto, no menos relevante, es el que hace referencia a la imagen que de Mandelstam se viene dando en el panorama literario español, aspecto que es ajeno al propio hecho poético. La tragedia personal del autor nunca puede servir de criterio para valorar la calidad de sus versos, más cuando el propio poeta eludía estos hechos circunstanciales y reivindicaba no tenerlos en cuenta, y cuando dos de sus tres poemarios son anteriores a la persecución a la que se vio sometido y que precipitó su final trágico. Son pocas las lecturas que se han hecho en lengua española de la obra poética de Mandelstam que reflexionen sobre la inmensa intensidad lírica de sus versos. Tal vez, la propia naturaleza de su poesía y de la lengua rusa lo impida. El propio autor era consciente de estas limitaciones y así lo hizo hablando de la obra de Dante. De todos modos, la última palabra la tienen los traductores y en sus manos está encontrar equivalencias en nuestro idioma de los hallazgos poéticos del escritor ruso.
El volumen que nos ocupa lo integran las tres obras del autor en edición bilingüe: Piedra (1913), Tristia (1922) y Cuadernos de Vorónesh (1935-1937). La primera de ellas nos remite tanto por el título como por la fecha de publicación, y así nos lo confirma el propio texto, al periodo acmeísta de su autor. El Romanticismo —también Pushkin, pero sobre todo el alemán—, tiene en Mandelstam un fiel heredero que, desde la propia concepción poética, de marcado carácter organicista y de la que hallamos semejanzas en algunas de las propuestas vanguardistas de nuestra literatura, dejará su huella en las tres obras de este poeta. Al principio, esta herencia se manifiesta en consonancia con la producción de los poetas simbolistas de la época, a veces incluso participando de sus excesos y clichés, aunque nunca renunciando a la singularidad de voz y autonomía espiritual que le caracterizó siempre. Se puede decir que Mandelstam no renunció nunca a la realidad de su tiempo, y, de esta forma, también se une a la celebración de la revolución, aunque lo que él celebrara fuese el espíritu de ésta y no la utilización que de la misma hizo el poder. En el plano formal, Brodsky señala que "ese carácter sobrecargado de su verso, por lo demás regular, era lo que lo hacía excepcional". En las siguientes obras, sin embargo, se va alejando de forma gradual de estas manifestaciones externas del poema y esencializando más su dicción hasta casi llegar a la ruptura sintáctica en su último poemario —que nos recuerda la propuesta huidobriana de Altazor—.
Tristia nos lleva a hablar de la preferencia que Mandelstam tuvo siempre por el mundo grecolatino. En esta obra, la presencia de Ovidio es evidente, como lo es Tibulo y otros poetas latinos. Pero también en esta obra persiste el vivo interés del poeta ruso por la cultura griega, manifiesto en la anterior. Brodsky hablará del poeta helenizado, puesto que el diálogo que Mandelstam mantiene con la literatura griega no se limita a referencias culturales, sino que le lleva a adoptar el hexámetro combinándolo con el pentámetro yámbico, dentro de un verso más grande como es el alejandrino. Y todo esto desde una concepción sonora del poema que hace de él un poeta formal en el sentido más alto del término. No olvidemos que Mandelstam alardeaba de no haber escrito un solo verso, refiriéndose al carácter oral de su poesía, que ese alarde se convierte en necesidad al tener que esconderse de las delaciones, y que sus poemas nos llegan gracias a la memorización que de los mismos hizo su viuda.
Por otra parte, el perfil temático de estas dos primeras obras estaría incompleto si no señaláramos, tal y como refiere Aquilino Duque en una entrevista radiofónica, la preocupación que sintió este poeta, como judío que era, por el hecho religioso y, más concretamente, por el cristianismo católico, en el que encuentra algo más que respuestas convincentes. Duque habla de la relación que establece entre Roma y esa segunda Roma que es Rusia. Brodsky, por otra parte, añade que la interdependencia entre estas dos esferas, "se hace más evidente y densa", en el último poemario.
Finalmente, los Cuadernos de Vorónesh, que para García Gabaldón "constituyen la cima creativa de Mandelstam y una de las más poderosas y complejas creaciones del Espíritu del siglo XX", recogen líricamente el diario del poeta en los años de destierro en Vorónesh. Resalta el horror existencial así como una altura espiritual sólo explicables por la certeza que el poeta tenía de la proximidad de su muerte. Abandona la vertiente meditativa que caracteriza sus poemarios anteriores y deja paso a una poesía de movimientos rápidos, en la que se percibe una urgencia de dicción espoleada por la falta de tiempo. Es este un poemario cargado de intertextualidades, como lo evidencia los comentarios que de él hacen la viuda del poeta y Natalia Stempel, recogidos parcialmente en la edición que de los Cuadernos hace García Gabaldón. Dante, Ovidio, Pushkin, Fray Luis de León, Jlébnikov, Gogol, Tsvietáieva... son nombres necesarios para la comprensión de los poemas, del mismo modo que lo son las constantes referencias a la realidad social del momento. Los Cuadernos de Vorónesh ponen de manifiesto, más que nunca, cómo el poema tiende hacia su final: con el último verso se acaba y completa su forma. De la misma manera la propia vida del poeta. Esto lo sabía muy bien Mandelstam.
Más dulce que canciones italianas / es para mí el habla materna, / pues en ella murmura ocultamente / un manantial de arpas de otras tierras (Tristia, XXXIII)
1 comentario:
Paul, interesante entrada, lo buscaré, un abrazo
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