A propósito de la inmensa obra póstuma de Roberto Bolaño
Leo una excelente crónica en “Resonancias.org (88)” sobre nuestro hermano Roberto Bolaño escrita por Leonardo Tarifeño: “Los peligros de la obra de Bolaño en la era del marketing”. Extraño y entrañable su caso. Cierto, a Bolaño lo mató su hígado cuando apenas había cumplido los 50 años y cierta fama –maldita, por cierto– que involuntariamente fue construyéndose él mismo como un poseso. Tarifeño, entre admiración y pesar, se sorprende al contarnos que hace un par de semanas Bolaño sigue vivo.
Es decir, con sus libros que lo han librado de ser libre. En Pekín se acaba de presentar la traducción al chino mandarín de “Los detectives salvajes”. Bolaño sigue vivo porque en Estados Unidos “2666” recibió el National Book Critics Award, y la revista Time la eligió como la novela del 2008. Amén que un año antes, el The New York Times y el The Washington Post destacaron a “Los detectives salvajes” entre las diez mejores novelas de 2007.
Pero qué hace que este muerto querido siga sacando libros debajo de la manga. El cronista insiste en que hace un año exactamente, el temido agente literario Andrew Wylie, actual encargado de los derechos de la obra del escritor chileno, dio a conocer la aparición de “El Tercer Reich”, novela oculta e inédita de Bolaño, y que incluso el hermético editor español Jorge Herralde nunca había tenido noticias de tal libro. Y hace apenas tres meses se anunció también que Gael García Bernal sería el Arturo Belano (álter ego de Bolaño) en la versión cinematográfica de “Los detectives salvajes”, dirigida por el mexicano Carlos Sama. Cosas de la flema de la fama.
¿Es tanta la calidad de Bolaño? No puedo negarla. Desde la década del 70, cuando lo conocimos, Roberto comenzó un trajín creativo descomunal. Su amistad con Mario Santiago, en el México intrauterino, sirvió de batería para un escritor latinoamericano inconmensurable que gracias al Movimiento Infrarrealista conectó una textualidad que se tiró abajo al mismísimo Octavio Paz.
De ahí esa irreverencia que hace poco ha hecho morir de envidia a Mario Vargas Llosa cuando negó el genio de Bolaño, a quien tildó de escritor de culto inculto. Por aquello de nuestra amistad, desde 1972 que comencé, junto a los poetas de Hora Zero, una alucinante borrasca de cartas, donde exigíamos la anulación de un canon literario caracterizado por la expresión poética a media voz y ese susurro cómplice a coro con las viejas estructuras de poder.
Bolaño fue consciente de su envergadura escribal. Guardamos sus cartas con un fervor de imagen religiosa. Siempre nos llamábamos de hermanos y probablemente lo éramos a partir de un género epistolar y que hoy no se practica por culpa del chat y el messenger. Nuestras cartas eran enormes y, como diría García Márquez, había que romper el chanchito para poder enviarlas por el correo en sobres que contenían recortes, fotos, perfumes postales y la misma carta que tanto reclamaba Juan Gonzalo Rose. “Bolaño tuvo una clara estrategia de solitario que impone su ley, repudia la convención, descree de la gloria y sus poderes.
La condición única era su signo”, escribió Juan Villoro en el prólogo a “Bolaño por sí mismo”. Le faltó decir que su signo fue el de una muerte genuina, propia de los inmortales.
Leo una excelente crónica en “Resonancias.org (88)” sobre nuestro hermano Roberto Bolaño escrita por Leonardo Tarifeño: “Los peligros de la obra de Bolaño en la era del marketing”. Extraño y entrañable su caso. Cierto, a Bolaño lo mató su hígado cuando apenas había cumplido los 50 años y cierta fama –maldita, por cierto– que involuntariamente fue construyéndose él mismo como un poseso. Tarifeño, entre admiración y pesar, se sorprende al contarnos que hace un par de semanas Bolaño sigue vivo.
Es decir, con sus libros que lo han librado de ser libre. En Pekín se acaba de presentar la traducción al chino mandarín de “Los detectives salvajes”. Bolaño sigue vivo porque en Estados Unidos “2666” recibió el National Book Critics Award, y la revista Time la eligió como la novela del 2008. Amén que un año antes, el The New York Times y el The Washington Post destacaron a “Los detectives salvajes” entre las diez mejores novelas de 2007.
Pero qué hace que este muerto querido siga sacando libros debajo de la manga. El cronista insiste en que hace un año exactamente, el temido agente literario Andrew Wylie, actual encargado de los derechos de la obra del escritor chileno, dio a conocer la aparición de “El Tercer Reich”, novela oculta e inédita de Bolaño, y que incluso el hermético editor español Jorge Herralde nunca había tenido noticias de tal libro. Y hace apenas tres meses se anunció también que Gael García Bernal sería el Arturo Belano (álter ego de Bolaño) en la versión cinematográfica de “Los detectives salvajes”, dirigida por el mexicano Carlos Sama. Cosas de la flema de la fama.
¿Es tanta la calidad de Bolaño? No puedo negarla. Desde la década del 70, cuando lo conocimos, Roberto comenzó un trajín creativo descomunal. Su amistad con Mario Santiago, en el México intrauterino, sirvió de batería para un escritor latinoamericano inconmensurable que gracias al Movimiento Infrarrealista conectó una textualidad que se tiró abajo al mismísimo Octavio Paz.
De ahí esa irreverencia que hace poco ha hecho morir de envidia a Mario Vargas Llosa cuando negó el genio de Bolaño, a quien tildó de escritor de culto inculto. Por aquello de nuestra amistad, desde 1972 que comencé, junto a los poetas de Hora Zero, una alucinante borrasca de cartas, donde exigíamos la anulación de un canon literario caracterizado por la expresión poética a media voz y ese susurro cómplice a coro con las viejas estructuras de poder.
Bolaño fue consciente de su envergadura escribal. Guardamos sus cartas con un fervor de imagen religiosa. Siempre nos llamábamos de hermanos y probablemente lo éramos a partir de un género epistolar y que hoy no se practica por culpa del chat y el messenger. Nuestras cartas eran enormes y, como diría García Márquez, había que romper el chanchito para poder enviarlas por el correo en sobres que contenían recortes, fotos, perfumes postales y la misma carta que tanto reclamaba Juan Gonzalo Rose. “Bolaño tuvo una clara estrategia de solitario que impone su ley, repudia la convención, descree de la gloria y sus poderes.
La condición única era su signo”, escribió Juan Villoro en el prólogo a “Bolaño por sí mismo”. Le faltó decir que su signo fue el de una muerte genuina, propia de los inmortales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario