martes, 20 de octubre de 2009

BICENTENARIO: HACIA UN NUEVO MODELO DE HOMBRE Y DE SOCIEDAD POR MARTÍN ALVARENGA*

Para que la huella de lo humano no se borre definitivamente

El hecho de que se haya borrado el horizonte para el hombre, en la aurora de este milenio, exige una profunda meditación sobre el destino de la criatura humana en la inmensidad inabarcable de la Creación. La humanidad se sigue preguntando por qué agonizar con guerras, con torturas, con devastaciones del agua y del aire, de la tierra y del fuego. Con escepticismo, incredulidad y desconfianza, con violencia y con profanaciones de todo tipo, me temo que estamos llegando al último puerto, para quemar todas las naves y quedarnos en una isla como naúfragos eternos. Ya no hay límites, todo se halla como zona liberada, las instituciones y las asociones civiles se divorcian en una continuidad preocupante. La población no es población, la gente se ha transformado en masa, en conglomerado, en muchedumbre. Se ha perdido el sentimiento sagrado de persona, que es la condición de singularidad íntima e indelegable, ese decirse a uno mismo "No sé bien qué quiero pero sé muy bien lo que no quiero. para mí y para mis prójimos".

Repensando los valores, en la posibilidad de un mundo apacible y solidario

Otro punto primordial de un pensamiento saludable: "No me interesa la apariencia, la apariencia es fugaz, superficial y frívola. Me interesa, sin ninguna duda la esencia, porque la esencia es el lugar del alma en el cual uno es y, al mismo tiempo, se reconoce en el domicilio en el que uno habita, con gesto genuino y radical. Eso también quiero para mí y para mis semejantes". No pocas veces me detengo en esta frase: "Ser y tener", cuando el tenerlo todo va pegado con el vale todo, tener todos los territorios del planeta, todo el dinero del mundo, el estándar más elevado del bienestar y del confort. Sigo pensando "Prefiero tener lo que necesito. Nada más que lo necesario, pues no me atrae el lujo. Lo que les digo entraña una nueva significación: ser, humanizarse identitariamente hacia lo hondo reconociéndome en la densidad y en la movilidad de la existencia; tener, disfrutar de lo material pero no de un modo deshumanizado, sino en una práctica social compartida en equidad y en mesura". El ser es mucho más importante que el tener porque con el ser nos revelamos ante el otro y ante el mundo, y con el tener ilimitado nos enceguecemos ante el semejante y ante la siempre milagrosa mundanidad. Quizás el eje de este abordaje esté en la frase que procede de Sócrates y de Platón (ya mencionada en el período presocrático), esa que dice con fuerza: "Conócete a ti mismo", una brújula para que la filosofía no nazca sólo del asombro sino de la respuesta ante ese asombro, por mediación de la exigencia de la duda y la situación límite. El concepto es básico, se traduce en saber dónde estamos parados, es decisivo para adoptar un estilo de vida, para integrarse y pertenecer a un pueblo y a una cultura, dado que es ínsita a una dimensión ética y estética, a un rango metafísico y cognitivo, también es una idea emocional en tanto y en cuanto que conocerce a sí mismo presupone un ejercicio de autoestima, un quererse a uno mismo que requiere un viaje al mundo interior y, en la siguiente secuencia, un viaje a la Otredad, es decir un paseo estimulante para conocer y reconocernos con nuestros semejantes. La sabidudría precolombina aimara tiene una versión de conocimiento simbólico: "El conocimiento consiste en abrir todas las ventanas del cuerpo", para expresarlo de otra manera, las ventanas de los sentidos, "las puertas de la percepción". Aquí, de modo semejante la criatura humana hace un doble paso del mundo de afuera hacia el mundo de adentro y viceversa.

De la razón fría a la razón ardiente

¿Por qué he hecho este desarrollo? Es sencillo, la humanidad se ha perdido en una multiplicidad de caminos que la superan, que la asfixian y cuya redención depende del conocimiento, de la ética, de la práctica social, del ejercicio de la libertad que se sabe relativa, pues toda libertad está lejos del absoluto, la libertad de lo humano es acotada, por lo tanto del otro lado se conjuga - con la palabra libertad - otra palabra necesaria, la responsabilidad, y adviene al segundo vocablo imprescindible para construir lo humano y su entorno: el compromiso con uno mismo y con los otros para llevar a buen puerto "el contrato social" en la magnitud concéntrica de pueblo y ciudad, de región y país, de continente y territorio global. Por las argumentaciones planteadas, no es nada fácil proyectar una imagen del hombre nuevo en una nueva sociedad, por la complejidad, la complicación y la inestabilidad del hombre entre su seducción por la vida y la creatividad y su atracción por la muerte y su disolución. Hay que volver a empezar y concebir la historia regional y planetaria con otros patrones éticos, con una sabiduría holística, con una franqueza que implique una revolución ética que incida en pro de una moral que arranque no de la prohibición sino de la espontaneidad creadora, en la conducta del sujeto individual y del sujeto social.

Supervivencia y conquista de la ilusión y del coraje

Algún día, si no es demasiado tarde, podremos devolvernos la ilusión y el coraje para que, conociéndonos más a nosotros mismos y asomando por las ventanas del cuerpo hacia la vida, encontremos un punto de convivencia, de realización pacífica en el cumplimiento definitivo de un mundo imperfecto y vulnerable, pero sosegado y sereno en una nueva era en que la felicidad sea un estado de ánimo y una virtud inagotables. El umbral del Bicentenario viene a cuento para repensar no sólo el destino de la patria, de la tradición y de sus valores, viene bien para inventar una nueva mirada acerca del hombre y su encrucijada en este nuevo siglo, en la recuperación del homo sapiens y del planeta para que la estación terminal se transforme en una navidad del hombre huevo en una sociedad inédita en la cual se instale la promesa como una realización.

* MARTÍN ALVARENGA. Escritor, pensador, periodista, ex docente de la UNNE y colaborador de Sol negro.

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