Tres íconos. Acaba de aparecer “Ángeles detrás de la lluvia”, un breve pero fundamental libro de poesía de Tulio Mora, quien rinde homenaje a tres íconos literarios: Carlos Oquendo de Amat, el mexicano Mario Santiago y Pocho Ríos. Conversamos con el autor sobre la condición iconoclasta de los poetas.
El libro habla sobre tres personajes muertos. ¿Ellos simbolizan la muerte de las utopías individuales?
Las utopías nunca acabarán y por eso mismo los poetas siempre tendrán un espacio para la transgresión. Hoy el calentamiento global, la unipolaridad —que ha originado guerras espantosas— y la mitificación del consumismo son, por ejemplo, temas que deben involucrar a la palabra poética. Yo sí creo que la poesía cambia las sociedades. Lo que ayer fue transgresión, mañana se convierte en norma.
¿Hay nuevas utopías?
Los poetas, hoy, han pasado de ese academicismo estéril, remunerado, que caracterizó las décadas de los 80 hasta el 2000, a la actitud reflexiva y crítica, como lo habían hecho los beats, los hijos de mayo del 68 y los latinoamericanos de nuestra época y antes, en los años 30. Y eso al margen de las ideologías. Es que el planeta mismo le ha puesto un límite a la industrialización. ¿Qué pasaría si en este momento todo el dinero que se usa en las guerras se cediera al bienestar de la humanidad entera? ¿Habría 6 mil millones de autos, igual número de televisores, refrigeradoras, etc.? Todo el mundo sabe que no hay energía capaz de sostener ese consumo. Y los seres humanos no somos suicidas; encontraremos una solución para reemplazar el sistema actual. Esa es la utopía de este momento.
¿Pero el caso de Carlos Oquendo de Amat, uno de tus personajes, fue dramático?
El caso de Oquendo de Amat es, quizá, el más dramático de toda la poesía peruana. Tuvo la mala suerte de haber sido hijo de un médico librepensador, que tras estudiar en Francia va a Puno a querer hacer reformas, el lugar más retrógrado del Perú. Así que su propia clase, los terratenientes, lo botaron, con toda su familia. Así llega Oquendo a Lima, pero su padre muere y entra en la pobreza.
¿Los tres personajes de tu libro, marginales, mueren. ¿Eso significa que para el poeta, ahora, solo le queda afiliarse al orden?
Yo creo que es al revés. Este libro es el reconocimiento de la caída. En el poema a Pocho Ríos digo que hay que derrumbar al cielo, pero ¿cuándo y para qué? Ese es el problema. No lo sabemos. Solo sabemos que el cielo anda mal. Estos tres personajes se han sacrificado, se han ido al infierno como los ángeles rebeldes, pero no saben para qué.
¿Crees, entonces, que la poesía sigue teniendo como espacio privilegiado la marginalidad?
Siento que sigue siendo un espacio de la transgresión permanente, no sé si a las formas, los protocolos, pero sí a la palabra misma. De hecho, la poesía más auténtica está donde se presenta la transgresión. Si Vallejo no hubiera fracturado la palabra, no tendríamos ese paradigma. La transgresión es el parto de la palabra. Hay que ser un disidente permanente.
¿Esto significa que el paradigma en Latinoamérica sigue siendo el poeta maldito?
Sí, pues es el más creativo. Si ves el caso del mexicano Mario Santiago, se enfrenta al sistema, que había incorporado y premiado a todos los poetas. Y termina siendo un maldito, un expulsado del paraíso, y en México, donde los poetas eran rentados. Por ser crítico, no le va bien, y eso, en sociedades tan precarias como las nuestras, como que te empuja a ser marginal. Basta un codazo.
¿Qué lecciones dejan grupos como Hora Zero para el futuro de la poesía en el Perú?
El destino de Hora Zero cambia cuando sale a la calle a buscar un lenguaje callejero, y no se encuentra con un hippie sino con un migrante. Ahí no le quedó más que modificar su lenguaje. Había que hablar como el otro. Como dijo Rodolfo Hinostroza, era diferente un desnudo griego mirando el Támesis que un cholo calato mirando el Rímac. Hasta el 60 se quiso ser griego desnudo, pero el encuentro con la migración hace que la poesía peruana se modifique, para hablar como un cholo calato.
Ángel turbulento
Al ángel turbulento la noche le parece residir en el revés de una botella rota. A sus 20 años él y los ángeles cuatreros ya se pintan con el rojo bandera de las emboscadas, en forros de dudosa referencia a dogmas que acumulan capítulos de muerte, pichones de la hoguera donde esa la artera partera de la innoble gloria más arderán en masa, en mesa de naufragios, en misa de labios arrancados.
(FRAGMENTO)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario