Los pasajes deslumbrantes de los inicios de su obra poética hicieron de Enrique Verástegui una figura central de la poesía peruana joven de los años 70, en un momento pródigo en actitudes y propuestas de aire desafiante y activas agrupaciones juveniles. En tanto que ese hervor amainaba, los horizontes de Verástegui se expandían más allá de la literatura, merodeaban la filosofía y las ciencias, exploraban las matemáticas, ensayaban una apertura al misticismo. El saber representaba para él cada vez más una continuidad integradora resumida en la ética y asumida por la estética. Esto, desde luego, modificó su quehacer poético y ha repercutido en su recepción.
Es desde la visión del mundo resultante que viene brotando, desde hace años, la poesía de Enrique Verástegui. Teoría de los cambios, su más reciente libro de poemas (Sol Negro Editores y Cascahuesos Editores, Lima, 2009) exprime con claridad, con sencillez inclusive, esa visión del poeta y hasta despierta en el lector algún recuerdo del viejo –es decir, del joven– Verástegui, tan ligado a su cuerpo. Un cuerpo que continúa nutriendo la obra del poeta, pues es con él que piensa y secreta sus versos, al par que con el alma. “Mi rosa es la razón / Expresada matemáticamente en la rotación de los cielos / Abiertos para mis ojos, mis manos, mi cerebro”, dice.
Es desde la visión del mundo resultante que viene brotando, desde hace años, la poesía de Enrique Verástegui. Teoría de los cambios, su más reciente libro de poemas (Sol Negro Editores y Cascahuesos Editores, Lima, 2009) exprime con claridad, con sencillez inclusive, esa visión del poeta y hasta despierta en el lector algún recuerdo del viejo –es decir, del joven– Verástegui, tan ligado a su cuerpo. Un cuerpo que continúa nutriendo la obra del poeta, pues es con él que piensa y secreta sus versos, al par que con el alma. “Mi rosa es la razón / Expresada matemáticamente en la rotación de los cielos / Abiertos para mis ojos, mis manos, mi cerebro”, dice.
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