Mañana jueves 6 de agosto a las 6:30 p.m. se presenta el libro “Diario de navegación” de Diego Lazarte. Comentarios: Paul Guillén y José Carlos Yrigoyen. Acompañan en electropoesía: dj Carlos Mori vj Omar Córdova. Lugar: Centro Cultural de España. Natalio Sánchez 181, Santa Beatriz. Ingreso libre. Aquí una reseña del gran poeta peruano José Morales Saravia:
El título del poemario remite a la tradición de los “roteiros” de la navegación portuguesa, de la que procede también el Diario de a bordo de Columbus al que se cita. Este género tiene dos vertientes: la práctica con detalles de puertos y rutas; la imaginaria, armada en los astilleros de los sueños y que Le Goff refiere como el imaginario onírico de las Indias que enriqueció la fantasía medieval. El título sugiere otros enlaces: los obvios de Diario de navegantes, con el que se comparte la visión del mundo, y de Travesía de extramares, con el que no se vincula lingüística ni temáticamente; los posibles de Summa de Maqroll el gaviero, con el que se emparenta narrativamente y en la constitución de un yo poético instalado en la nostálgica situación después del viaje. Este último enlace trae la pregunta por el plot del poemario, por la construcción del tiempo. El poema «Imanes» responde al dividir el tiempo en un “aquellos días” signado por la vivencia del deslumbramiento y el “ahora” de los desimantados imanes ya sin poder: el no aurático momento de la poesía.
Entre ambos tiempos, el yo poético ya de vuelta y post-histórico teje obsesiva y frágilmente una red a través de sueño, memoria y recuerdo, sinónimos que remiten a la misma desilusión, términos penetrados por la misma negativa vivencia del presente. Si el sueño fue “antiguamente un océano”, ahora “los sueños se vinieron a menos” (p.11). ‘Sueño’ dice aquí siempre ‘fantasía’. El poema «Abjuración de los adolescentes» enfatiza esta contaminación del sueño. En «Primera noche», si el yo poético se desea “el remoto discurrir de un sueño / lavando las heridas profundas, / restituyendo los poderes” (p. 12), constata, sin embargo, que los sueños traen “fósiles de peces y algas” (p. 12), restos últimos del mundo de la historia también natural. Otros poemas hablan de “ciudades sumergidas” («Invitación al agua», p. 14), de ciudades cuyas calles están “invadidas por la arena” («Mar de los alucinados», p. 15). El mismo mar, que ha dejado de ser res extensa a surcar por la consciencia, que ha dejado de ofrecer puertos con algo que no sea “escaleras carcomidas” o un lavatorio mohoso que enloquece con “reanudados conteos de su caño” («22 de septiembre. Luna nueva», p. 59), ofrece su verdad: “‘Los sueños son espuma’” («Estuarios», p. 30). Pero si estos están contaminados por el negativo “ahora” y han perdido su carácter oceánico, tampoco el recuerdo, el recuerdo de un sueño, tiene el poder de rescatarlos ni de retomar la calidad oníricamente deslumbrante perdida. «Un sueño recurrente» lo dice: “El recuerdo de un sueño / que entraba en sus aguas / como una lengua negra y pedregosa – le heló la sangre – ” (p. 42).
Hace la coherencia de este poemario la representación negativa de la idealidad encarnada en las figuras femeninas. «Los mares del Sur» y «Oceánidas» se ocupan de ellas: el yo poético recurre al recuerdo para evocarlas y no logra decir sino que “Sus bocas están colmadas de arena / Sus yemas florecen violáceas, / Sus cabellos perdidos enredan a las embarcaciones” (p. 37). En los textos que conforman el último apartado, la imagen de la mujer que sale del agua – Afrodita – es mantenida de poema a poema y su representación (“blancura malsana”, “traje de baño de sólido prusia, que se pega a su cuerpo céreo, ahora tan pesado”, p. 56 y 57) recuerda a la «Venus anadyomène» de Rimbaud que deconstruye el ideal de belleza parnasiano y también el mismo mito de la clásica belleza femenina.
Es cierto que este poemario, en la medida que desestructura la noción de ‘sueño’, no cede a las tentaciones oníricas de una fantasía catabática; pero también que su opción es por una fantasía que se alberga dentro de los bien modernos y seguros muros de la ciudad enfática. En lo primero está su logro; en lo segundo, su limitación.
José Morales Saravia; Berlín, 5 de agosto 2009
El título del poemario remite a la tradición de los “roteiros” de la navegación portuguesa, de la que procede también el Diario de a bordo de Columbus al que se cita. Este género tiene dos vertientes: la práctica con detalles de puertos y rutas; la imaginaria, armada en los astilleros de los sueños y que Le Goff refiere como el imaginario onírico de las Indias que enriqueció la fantasía medieval. El título sugiere otros enlaces: los obvios de Diario de navegantes, con el que se comparte la visión del mundo, y de Travesía de extramares, con el que no se vincula lingüística ni temáticamente; los posibles de Summa de Maqroll el gaviero, con el que se emparenta narrativamente y en la constitución de un yo poético instalado en la nostálgica situación después del viaje. Este último enlace trae la pregunta por el plot del poemario, por la construcción del tiempo. El poema «Imanes» responde al dividir el tiempo en un “aquellos días” signado por la vivencia del deslumbramiento y el “ahora” de los desimantados imanes ya sin poder: el no aurático momento de la poesía.
Entre ambos tiempos, el yo poético ya de vuelta y post-histórico teje obsesiva y frágilmente una red a través de sueño, memoria y recuerdo, sinónimos que remiten a la misma desilusión, términos penetrados por la misma negativa vivencia del presente. Si el sueño fue “antiguamente un océano”, ahora “los sueños se vinieron a menos” (p.11). ‘Sueño’ dice aquí siempre ‘fantasía’. El poema «Abjuración de los adolescentes» enfatiza esta contaminación del sueño. En «Primera noche», si el yo poético se desea “el remoto discurrir de un sueño / lavando las heridas profundas, / restituyendo los poderes” (p. 12), constata, sin embargo, que los sueños traen “fósiles de peces y algas” (p. 12), restos últimos del mundo de la historia también natural. Otros poemas hablan de “ciudades sumergidas” («Invitación al agua», p. 14), de ciudades cuyas calles están “invadidas por la arena” («Mar de los alucinados», p. 15). El mismo mar, que ha dejado de ser res extensa a surcar por la consciencia, que ha dejado de ofrecer puertos con algo que no sea “escaleras carcomidas” o un lavatorio mohoso que enloquece con “reanudados conteos de su caño” («22 de septiembre. Luna nueva», p. 59), ofrece su verdad: “‘Los sueños son espuma’” («Estuarios», p. 30). Pero si estos están contaminados por el negativo “ahora” y han perdido su carácter oceánico, tampoco el recuerdo, el recuerdo de un sueño, tiene el poder de rescatarlos ni de retomar la calidad oníricamente deslumbrante perdida. «Un sueño recurrente» lo dice: “El recuerdo de un sueño / que entraba en sus aguas / como una lengua negra y pedregosa – le heló la sangre – ” (p. 42).
Hace la coherencia de este poemario la representación negativa de la idealidad encarnada en las figuras femeninas. «Los mares del Sur» y «Oceánidas» se ocupan de ellas: el yo poético recurre al recuerdo para evocarlas y no logra decir sino que “Sus bocas están colmadas de arena / Sus yemas florecen violáceas, / Sus cabellos perdidos enredan a las embarcaciones” (p. 37). En los textos que conforman el último apartado, la imagen de la mujer que sale del agua – Afrodita – es mantenida de poema a poema y su representación (“blancura malsana”, “traje de baño de sólido prusia, que se pega a su cuerpo céreo, ahora tan pesado”, p. 56 y 57) recuerda a la «Venus anadyomène» de Rimbaud que deconstruye el ideal de belleza parnasiano y también el mismo mito de la clásica belleza femenina.
Es cierto que este poemario, en la medida que desestructura la noción de ‘sueño’, no cede a las tentaciones oníricas de una fantasía catabática; pero también que su opción es por una fantasía que se alberga dentro de los bien modernos y seguros muros de la ciudad enfática. En lo primero está su logro; en lo segundo, su limitación.
José Morales Saravia; Berlín, 5 de agosto 2009
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