domingo, 23 de agosto de 2009

CUATRO TEXTOS DEL POETA ARGENTINO JUAN ARABIA

Juan Arabia, nació en Buenos Aires en 1983. Estudió pintura con el maestro Ricardo Garabito. Actualmente, además de cursar la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires, prepara un libro de cuentos de ficción. Dirige y diseña la Revista Megafón: http://www.revistamegafon.com.ar. Su primer poemario se titula Canciones del Gólgota y ha sido prologado por el poeta argentino y gran amigo Luis Benítez.


La noche


Como la de un determinado aroma,
la noche será, entre todas, sólo una.
Contemplando a la solitaria luna,
un alma verás que por fin se asoma.

Inmóvil mar que duplica en estrellas
a sus despiertos; niebla eres del día,
vestigio del atardecer. Tardía
ventura, de máscaras y querellas;

La sombra es sólo una extensión de tu ser.
En aullidos sacrificas tus prendas,
hasta que gobierne un nuevo amanecer.

Allí el silencio quedará sin vendas...
Y habrá en la tierra muy poco para hacer.
Dormiré en tu piel hasta que te enciendas.



El camino que tomé



De las cosas que deparan los viajes,
recordaré un lugar que admiré en el tren.
El amor que no pudo ni podrá ser;
el extraño hombre que simulé habitar
sin proponérmelo. Recordaré los
versos que allí leí, como nunca otro;
La completa herida del atardecer.
El otro camino, que no tomé…

Ha quedado detrás, como una sombra,
la ennegrecida huella de la muerta hoja
derribada otra vez por mis recuerdos.



Final
(o El enemigo de los Thirties)


La noche caía despierta en Greenwich Village,
y desnudas las estrellas perecían
como tu corazón;

en donde cabía un universo entero,
de luces primeras;
enceguecedoras como tu imaginación.

Sostenías tu copa,
enjaulada de demonios y tibia verdad,
de antaño no resuelto y espinas arenosas.

¿Alguno entenderá que esa cruz,
no es la misma que la de esos dos ladrones
que beben despiadados su pobreza?

Tu propósito es olvidar
una multitud entera de belleza.
Pero tus versos rugen, como encadenados:

Al fin los pájaros serán libres como el cielo;
aunque en la próxima mañana
en el canto de sus alas desaparezcan.



Carmelo


No recuerdo tus últimas palabras,
ni el tono de tu voz, ni tus costumbres.
Ni tu andar, ligero o lento,
ni las eternas cartas de tu partida.
No servirá de nada preguntar esas cosas,
porque recuerdo las tardes de silencio,
en esa triste esquina,
en donde compartíamos el sol, que todavía quemaba.
Era una huerta tu escondite,
tu única puerta a la soledad,
ahora que entiendo, y que busco las mismas cosas.

No recuerdo ninguno de nuestros diálogos,
a no ser algunas palabras,
que sólo tú pronunciabas de esa forma.
Porque camino aún esas mismas cuadras a tu lado,
saludando a quienes ya me conocen.
Eras tan grande,
que no sólo eras el padre de mi padre,
sino un nombre que jamás volví a escuchar;
a no ser cuando alguien te recuerda,
acaso en la anécdota,
y su vaga costumbre de magnificar.

Un hombre es inmortal en vida,
cuando ya pasea en un carruaje sin puertas;
y cuando en la memoria de un niño,
es sólo bondad, amistad y cariño.

Una tarde, como cualquier otra,
tuve que acostumbrarme a la desdicha
de saber que no volvería a encontrarte.
Salvo en los sueños,
en los efímeros recuerdos,
y en la viva imagen de mi padre.

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