Versos transparentes e intensos los que plasma Miguel A. Malpartida en este poemario que, a manera de una bitácora de jornadas interiores, construye una suerte de crónica de la nostalgia y de la recuperación de espacios o tiempos remotos. La figura recurrente es la del viaje, a través de las referencias al mar y a los aeroplanos. En las diversas secciones del libro, estas imágenes se entrecruzan constantemente con la evocación de íntimos paraísos, como son la infancia y las sensaciones que esta despliega cuando la memoria intenta reconstruirla.
Otro mérito del libro es la capacidad del autor para engarzar, sin fisuras o desniveles, los ámbitos sobre los que sustenta su poética: hay un equilibrio manifiesto entre la instancia familiar y la del viaje como experiencia metafísica, abierta a un mundo que exige ser desentrañado. A partir de ello, emerge un imaginario sostenido eficazmente por lo comentado al inicio: la escritura no es artificiosa, y fluye de modo natural, a la manera de un testimonio o de una confesión. Eso se aprecia con mayores alcances en las secciones “Modelismo” y “Lanzallamas”. Los pasatiempos infantiles tienden puentes hacia la historia colectiva, especialmente en las referencias a la Segunda Guerra Mundial, paradigma de todos los conflictos.
En rutas alternas, el texto ensaya registros más contemplativos. No se trata de un asombro ante el universo, sino de una observación serena, sin lugar a excesos o efectos crispantes. Por el contrario, subyace a todos los poemas un sentido de la moderación y de la sobriedad, con el concurso de una “narratividad” bien dosificada. Lo interesante es que en ningún momento esto provoca un distanciamiento o un alarde irónico acerca de los procedimientos empleados. Al poeta no le interesa demostrar el grado de control que ha alcanzado sobre sus herramientas. Arte de nariz es, en tal sentido, consecuente con su propuesta. El mundo es descifrado gracias a que una escritura carente de impostaciones hace posible su existencia y su conocimiento.
Dentro del panorama de la poesía peruana actual, la proliferación de poetas es un hecho incuestionable. ¿Por qué escribir versos? ¿Con qué objetivos? Cada creador sabrá responder a esas interrogantes con su propia vocación y entrega a esta causa insólita. La abrumadora cantidad de poemarios escritos por jóvenes es una prueba de su importancia en la vida de muchos seres. Que el utilitarismo y el consumismo no hayan logrado cancelar a la poesía demuestra, con creces, que la palabra es el poderoso canal de reconciliación entre los hombres y una realidad asfixiante. Es cierto que un canon no se construye de la noche a la mañana y que, además, una producción abundante -o a lo mejor sobreproducción-, nunca ofrecerá una calidad pareja. Malpartida ha pasado la prueba. Arte de nariz es un conjunto sólido, cuya arquitectura -seguramente meditada- no se delata como resultado de una planificación rigurosa. Y eso, junto con una palabra depurada de ripios, permite acceder a una mirada limpia y segura de sus derroteros.
Por supuesto que hay deudas y tributos, como en toda creación, pero eso es inevitable. Un poeta siempre dialoga con otro; un poema siempre es la revelación de uno anterior. Malpartida ha incorporado esas influencias con corrección, y con la misma actitud meditativa, ajena a los disfuerzos parricidas en los que suelen precipitarse, lamentablemente, muchos bisoños, convencidos de que con ellos comienza la historia. En lugar de eso, los tributos que acomete Malpartida también están impregnados de la misma marca reflexiva, que huye de los modales cínicos y poco sustentables de ciertos poetas. Arte de nariz se impone por sí mismo, y hace de su autor una voz a tomar en cuenta al interior de ese territorio, a veces minado y tumultuoso, de la poesía peruana contemporánea.
Otro mérito del libro es la capacidad del autor para engarzar, sin fisuras o desniveles, los ámbitos sobre los que sustenta su poética: hay un equilibrio manifiesto entre la instancia familiar y la del viaje como experiencia metafísica, abierta a un mundo que exige ser desentrañado. A partir de ello, emerge un imaginario sostenido eficazmente por lo comentado al inicio: la escritura no es artificiosa, y fluye de modo natural, a la manera de un testimonio o de una confesión. Eso se aprecia con mayores alcances en las secciones “Modelismo” y “Lanzallamas”. Los pasatiempos infantiles tienden puentes hacia la historia colectiva, especialmente en las referencias a la Segunda Guerra Mundial, paradigma de todos los conflictos.
En rutas alternas, el texto ensaya registros más contemplativos. No se trata de un asombro ante el universo, sino de una observación serena, sin lugar a excesos o efectos crispantes. Por el contrario, subyace a todos los poemas un sentido de la moderación y de la sobriedad, con el concurso de una “narratividad” bien dosificada. Lo interesante es que en ningún momento esto provoca un distanciamiento o un alarde irónico acerca de los procedimientos empleados. Al poeta no le interesa demostrar el grado de control que ha alcanzado sobre sus herramientas. Arte de nariz es, en tal sentido, consecuente con su propuesta. El mundo es descifrado gracias a que una escritura carente de impostaciones hace posible su existencia y su conocimiento.
Dentro del panorama de la poesía peruana actual, la proliferación de poetas es un hecho incuestionable. ¿Por qué escribir versos? ¿Con qué objetivos? Cada creador sabrá responder a esas interrogantes con su propia vocación y entrega a esta causa insólita. La abrumadora cantidad de poemarios escritos por jóvenes es una prueba de su importancia en la vida de muchos seres. Que el utilitarismo y el consumismo no hayan logrado cancelar a la poesía demuestra, con creces, que la palabra es el poderoso canal de reconciliación entre los hombres y una realidad asfixiante. Es cierto que un canon no se construye de la noche a la mañana y que, además, una producción abundante -o a lo mejor sobreproducción-, nunca ofrecerá una calidad pareja. Malpartida ha pasado la prueba. Arte de nariz es un conjunto sólido, cuya arquitectura -seguramente meditada- no se delata como resultado de una planificación rigurosa. Y eso, junto con una palabra depurada de ripios, permite acceder a una mirada limpia y segura de sus derroteros.
Por supuesto que hay deudas y tributos, como en toda creación, pero eso es inevitable. Un poeta siempre dialoga con otro; un poema siempre es la revelación de uno anterior. Malpartida ha incorporado esas influencias con corrección, y con la misma actitud meditativa, ajena a los disfuerzos parricidas en los que suelen precipitarse, lamentablemente, muchos bisoños, convencidos de que con ellos comienza la historia. En lugar de eso, los tributos que acomete Malpartida también están impregnados de la misma marca reflexiva, que huye de los modales cínicos y poco sustentables de ciertos poetas. Arte de nariz se impone por sí mismo, y hace de su autor una voz a tomar en cuenta al interior de ese territorio, a veces minado y tumultuoso, de la poesía peruana contemporánea.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario