Los hermanos Arturo (Gamaliel Churata) y Alejandro Peralta
Todo lo que está o Es en el Universo, natural o artificial, con manos o sin manos en los que nos llamamos hombres, es parte de la misma cosa, monismo de Anaximandro, única: en constante cambio, evolución o mutación, que están regidos por ciclos que aún no entendemos y por eso diferenciamos. Filosofías que argumentamos. Poemas que vivimos y, aparentemente, morimos.
Diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo; tal unidad central hay en ellos que es innegable que son obra de un solo caballero omnisciente.
Ralph Waldo Emerson
He salido desde el mundo por el mundo. Profano. ¡Mundo expulsado! ¡Mundo perdido! Globe trotter de Wáshington Delgado, como Atlas de las estrellas sosteniendo cada grano de arena, cada uno abismo donde caen los Tales de Mileto: prohibida, escasa agua que camina como Cristo negro sobre el agua. ¡Agua que soy, pocas veces, bebo!
Yo, que también vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, uno de mis padres, y te encuentro estudiando retratos de Francis Bacon y no los poemas, Azul ultramar de Jorge Eduardo Eielson.
Entonces, cómo caminar desde las entrañas de mi frágil pensamiento, las diez mil rebeliones Alberto Hidalgo, juventudes que renuevan en las discotecas las bibliotecas: vida de flores que contaminan los infiernos. Que ineluctablemente son voz, hijos, amantes o hermanos de espinas Castilla o Gil Vicente.
Rosa que no perdona atropella la fuerza fétida y abraza cranealmente la belleza, que sin piedad rige la dualidad. El primer hombre que del barro es será evolución de la mente. Respuestas que están pero que no se ven. Martín Adán que extraño es como el extraño en ti, de sí que es y será extraño al mar. ¡Mundo pensado!
Oscuridad que insatisfecha provocará en la noche entera la invasión de sus plateados sueños, de sus cavados y sembrados sueños entre la azúcar y la sal traicionada. Enrique Verástegui que brotará de cada suelo recogido cuerpo a cuerpo; en la misma eternidad de todos, en la única eternidad que hay cuando se busca el placer de nuestros dados que ya extinguieron la posesión de nuestra suerte. Y, ahora, ya sólo queda rezar a la columna que sostiene a nuestro Dios: para así no desaparecer. Para volver, a cada rato, entre la putrefacta piedra blanca y poder hacer notar nuestras perlas negras.
Y de pronto el animal estaba transfigurado, oculto, entre los brotes viejos de la inevitable evolución. El animal que entre todos los animales fingía ser el labrador de su propia salvación así como el objeto que en todas sus mañanas está vacío y a sí, ese mismo, objeto al medio día será vaciado. En misma y repetida ambigüedad. Como la primera vez que fui en alguna vez, todavía, inverbo, como el sueño que tuve esa noche panca, como la sal, de mis pies, derramada en mi atardecer a la hora de llorarme para no seguir por aquí. Y dejarlo todo a mi naturaleza desposeída de costumbre y fe: corrida de Gamaliel Churata para el que jamás vea debajo de la tierra. El pez, enigma, único, de tierra.
Hombre andino o luz, avión o tierra, murciélago o genética selva que estás de Mamá que no se ve, perpendicularmente, retrato de albatros que arrastra el cielo, que ciego se come la luna y ya posee un ojo. Que caminando comió del tambo y lo entendió, no como quipu que está allí pero que no escuchan si no como hombre que habiendo sido dios entiende a Dios. César Vallejo es él.
Para poder besar una transnacional hay que estar loco o violado o violada así como no me voy a mostrar, herido, cantante del susto, trueno de poemas del parque en la página saqueada. Memoria o visión: la arruinada voz que no existe en la portada, canonización de los bancos, digo planear y ejecutar el robo de un banco. Beber y feliz ser, como niño, hijo de rey en castillo de azar, de atacar a Carlos Oquendo de Amat. Finalmente filmar el Film de los paisajes. Estirar el paisaje, unirlo por la mitad y soñarlo como lluvias de ojos que no pueden y no deben morir. Coleccionar. Hombres acéntricos, ver.
Parapetado de la queja y la palabra cruda de desposeer para otro en la misma canción arcaica, de encono y proporción enriquecida, de gesto y textura a la manera de aferrarse a una sola hembra. Aquella ajena y aquella misma, a la que nace del pecho propio: César Moro. Al mirarse, los espejos encontrados en una cámara vivida, de sangres y hermosísimas gotas blancas, del fuego. El atropello que es construido en evidencia del único castigo. La hora de encontrar, el arte no-elegir, impugnar, la maniaca manera de perderse. En la capacidad proscrita en sobrenombre del propio género: el hombre que ya es mujer y la mujer que ya fue la mirada. Atrapada, igual, bestiario. Anticipo del hombre alguna vez dormido solo en El jardín de las delicias: el bosque que estaba escondido en las talegas. Extraviarse y vivir.
En suposición, muda o siniestra, el curador de su pecado Caravaggio; del ente que brotará la palabra alejada del sonido hiriente hasta las alas elevadas del encomendado del espíritu. Hasta siempre joven y fuerte donde el caballo hastiado de ser équido ha querido ser hombre para en futuro hallar y atrapar el rostro de Dios. En sus manos, pasas silentes de pecados abrazados en la voluntad donde se escucharán otra vez las voces erguidas del sonido, a Emilio Adolfo Westphalen exiliado del verbo humano o juicio de Paris. Especia que está derramada en los ojos bellos de la apagada luz. Veneno que te castra y luz.
La rima que ya se ha olvidado de ser ella para encontrarse en algo amorfo y delicado. El paso áspero como la lija empezada antes de dar la vida en la madera, Blanca Varela descendiendo la escalera con los ojos de la intimidad. Imprenta de las aves y los nidos, que ya es imposible quemar. Después de correr y cremar las alas atrapadas en el acto de crear; la palabra misma pero, diferente en reproducción y precocidad.
En nuestras cruces rojas, en nuestros sueños hasta el antes de ser el propio dado roto. Al interrogar a la mala suerte disfrazada de mujer, cada vez, que soy recuerdo en mi repetida primera vez: buenos días de las aguas mansas que se están trepando hacia los cielos amarrados de las nubes blancas, entrelazadas en unas aves disfrazadas de los oscuros colores del sol. Alberto Mostajo escondido allá bajo los sueños del hombre anciano, del páramo baldío de criaturas salvajes al instante de volar. El nombre del mar atrapado en sus mansos golpes suplicando todavía por encontrar en algún lado los reflejos celestes. Hasta la tierra que está harta de gritar, de susurrarle al hombre el aborto de sus hijos. Está cansada de aplacar los inmensos corazones.
A mi razón y requisa camuflada en la rotación de la Tierra. Ciclo finito de un cometa que ya presiente su caída, por el viento, encausada hasta el último momento de creer en la figura. Amargura de la vida bella, existencia abyecta, el que crea la vida en la sangre buscando a lo lejos. Ausentes memorias Juan Ojeda, selva y tierra sembrada. Planetas de sueños creados, las vidas: hijos de la inocencia, reflejos, figuras que guardan la carrera que se es al descubrir la intimidad. Rutas que son extrañas, como si todo lo que conocí alguna vez estuviese más allá. Todo lo que aún no entenderán.
El segador de la tierra que ha parido en la noche mientras yo en mi ausencia me soñaba con mis hijos danzando. Por mis huertos nacientes de espigas cayendo de mis brutas manos como lluvia ausente en mi propio corazón, invadido de esperanzas en estas tierras que alguna vez no fueron mías. Javier Sologuren. La memoria que hasta el final arrancará vida de la vida y noche de la noche. La, ojalá, interminable ronda de los días.
Salomón Valderrama Cruz
Pd. Los poetas y antipoetas que faltan, que son muchos, son los que me darán la vida, un día más. Sólo un día más.
Todo lo que está o Es en el Universo, natural o artificial, con manos o sin manos en los que nos llamamos hombres, es parte de la misma cosa, monismo de Anaximandro, única: en constante cambio, evolución o mutación, que están regidos por ciclos que aún no entendemos y por eso diferenciamos. Filosofías que argumentamos. Poemas que vivimos y, aparentemente, morimos.
Diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo; tal unidad central hay en ellos que es innegable que son obra de un solo caballero omnisciente.
Ralph Waldo Emerson
He salido desde el mundo por el mundo. Profano. ¡Mundo expulsado! ¡Mundo perdido! Globe trotter de Wáshington Delgado, como Atlas de las estrellas sosteniendo cada grano de arena, cada uno abismo donde caen los Tales de Mileto: prohibida, escasa agua que camina como Cristo negro sobre el agua. ¡Agua que soy, pocas veces, bebo!
Yo, que también vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, uno de mis padres, y te encuentro estudiando retratos de Francis Bacon y no los poemas, Azul ultramar de Jorge Eduardo Eielson.
Entonces, cómo caminar desde las entrañas de mi frágil pensamiento, las diez mil rebeliones Alberto Hidalgo, juventudes que renuevan en las discotecas las bibliotecas: vida de flores que contaminan los infiernos. Que ineluctablemente son voz, hijos, amantes o hermanos de espinas Castilla o Gil Vicente.
Rosa que no perdona atropella la fuerza fétida y abraza cranealmente la belleza, que sin piedad rige la dualidad. El primer hombre que del barro es será evolución de la mente. Respuestas que están pero que no se ven. Martín Adán que extraño es como el extraño en ti, de sí que es y será extraño al mar. ¡Mundo pensado!
Oscuridad que insatisfecha provocará en la noche entera la invasión de sus plateados sueños, de sus cavados y sembrados sueños entre la azúcar y la sal traicionada. Enrique Verástegui que brotará de cada suelo recogido cuerpo a cuerpo; en la misma eternidad de todos, en la única eternidad que hay cuando se busca el placer de nuestros dados que ya extinguieron la posesión de nuestra suerte. Y, ahora, ya sólo queda rezar a la columna que sostiene a nuestro Dios: para así no desaparecer. Para volver, a cada rato, entre la putrefacta piedra blanca y poder hacer notar nuestras perlas negras.
Y de pronto el animal estaba transfigurado, oculto, entre los brotes viejos de la inevitable evolución. El animal que entre todos los animales fingía ser el labrador de su propia salvación así como el objeto que en todas sus mañanas está vacío y a sí, ese mismo, objeto al medio día será vaciado. En misma y repetida ambigüedad. Como la primera vez que fui en alguna vez, todavía, inverbo, como el sueño que tuve esa noche panca, como la sal, de mis pies, derramada en mi atardecer a la hora de llorarme para no seguir por aquí. Y dejarlo todo a mi naturaleza desposeída de costumbre y fe: corrida de Gamaliel Churata para el que jamás vea debajo de la tierra. El pez, enigma, único, de tierra.
Hombre andino o luz, avión o tierra, murciélago o genética selva que estás de Mamá que no se ve, perpendicularmente, retrato de albatros que arrastra el cielo, que ciego se come la luna y ya posee un ojo. Que caminando comió del tambo y lo entendió, no como quipu que está allí pero que no escuchan si no como hombre que habiendo sido dios entiende a Dios. César Vallejo es él.
Para poder besar una transnacional hay que estar loco o violado o violada así como no me voy a mostrar, herido, cantante del susto, trueno de poemas del parque en la página saqueada. Memoria o visión: la arruinada voz que no existe en la portada, canonización de los bancos, digo planear y ejecutar el robo de un banco. Beber y feliz ser, como niño, hijo de rey en castillo de azar, de atacar a Carlos Oquendo de Amat. Finalmente filmar el Film de los paisajes. Estirar el paisaje, unirlo por la mitad y soñarlo como lluvias de ojos que no pueden y no deben morir. Coleccionar. Hombres acéntricos, ver.
Parapetado de la queja y la palabra cruda de desposeer para otro en la misma canción arcaica, de encono y proporción enriquecida, de gesto y textura a la manera de aferrarse a una sola hembra. Aquella ajena y aquella misma, a la que nace del pecho propio: César Moro. Al mirarse, los espejos encontrados en una cámara vivida, de sangres y hermosísimas gotas blancas, del fuego. El atropello que es construido en evidencia del único castigo. La hora de encontrar, el arte no-elegir, impugnar, la maniaca manera de perderse. En la capacidad proscrita en sobrenombre del propio género: el hombre que ya es mujer y la mujer que ya fue la mirada. Atrapada, igual, bestiario. Anticipo del hombre alguna vez dormido solo en El jardín de las delicias: el bosque que estaba escondido en las talegas. Extraviarse y vivir.
En suposición, muda o siniestra, el curador de su pecado Caravaggio; del ente que brotará la palabra alejada del sonido hiriente hasta las alas elevadas del encomendado del espíritu. Hasta siempre joven y fuerte donde el caballo hastiado de ser équido ha querido ser hombre para en futuro hallar y atrapar el rostro de Dios. En sus manos, pasas silentes de pecados abrazados en la voluntad donde se escucharán otra vez las voces erguidas del sonido, a Emilio Adolfo Westphalen exiliado del verbo humano o juicio de Paris. Especia que está derramada en los ojos bellos de la apagada luz. Veneno que te castra y luz.
La rima que ya se ha olvidado de ser ella para encontrarse en algo amorfo y delicado. El paso áspero como la lija empezada antes de dar la vida en la madera, Blanca Varela descendiendo la escalera con los ojos de la intimidad. Imprenta de las aves y los nidos, que ya es imposible quemar. Después de correr y cremar las alas atrapadas en el acto de crear; la palabra misma pero, diferente en reproducción y precocidad.
En nuestras cruces rojas, en nuestros sueños hasta el antes de ser el propio dado roto. Al interrogar a la mala suerte disfrazada de mujer, cada vez, que soy recuerdo en mi repetida primera vez: buenos días de las aguas mansas que se están trepando hacia los cielos amarrados de las nubes blancas, entrelazadas en unas aves disfrazadas de los oscuros colores del sol. Alberto Mostajo escondido allá bajo los sueños del hombre anciano, del páramo baldío de criaturas salvajes al instante de volar. El nombre del mar atrapado en sus mansos golpes suplicando todavía por encontrar en algún lado los reflejos celestes. Hasta la tierra que está harta de gritar, de susurrarle al hombre el aborto de sus hijos. Está cansada de aplacar los inmensos corazones.
A mi razón y requisa camuflada en la rotación de la Tierra. Ciclo finito de un cometa que ya presiente su caída, por el viento, encausada hasta el último momento de creer en la figura. Amargura de la vida bella, existencia abyecta, el que crea la vida en la sangre buscando a lo lejos. Ausentes memorias Juan Ojeda, selva y tierra sembrada. Planetas de sueños creados, las vidas: hijos de la inocencia, reflejos, figuras que guardan la carrera que se es al descubrir la intimidad. Rutas que son extrañas, como si todo lo que conocí alguna vez estuviese más allá. Todo lo que aún no entenderán.
El segador de la tierra que ha parido en la noche mientras yo en mi ausencia me soñaba con mis hijos danzando. Por mis huertos nacientes de espigas cayendo de mis brutas manos como lluvia ausente en mi propio corazón, invadido de esperanzas en estas tierras que alguna vez no fueron mías. Javier Sologuren. La memoria que hasta el final arrancará vida de la vida y noche de la noche. La, ojalá, interminable ronda de los días.
Salomón Valderrama Cruz
Pd. Los poetas y antipoetas que faltan, que son muchos, son los que me darán la vida, un día más. Sólo un día más.
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