Espacios culturales
Últimamente, y con esto de pasar por un tipo culto y eso (por otra parte, lo más alejado de la realidad), he tenido ocasión de entrar en contacto con cierto lugar cultural de lo más recomendable. El lugar en cuestión se llama “Espacio Niram” y organizan eventos culturales de todo tipo y recientemente han tenido el mal gusto de invitarme a una charla junto con el filósofo y, por qué no decirlo, amigo, Héctor Martínez Sanz.
La charla en cuestión trataba sobre los movimientos de vanguardia y aglutinaba a los autores Joyce, Ionesco, Tzara y Apollinaire. Discutimos ampliamente sobre lo que estos movimientos han supuesto y sugerido en el actual panorama literario.
Mientras las palabras surgían, las mías débiles y fuertes, y profundas las de Héctor, me invadía una especie de melancolía consciente hacia lo que estas cuatro personas (y cien más) habían logrado construir. París era por entonces la capital del mundo (cultural, ¿existe algún otro?) y en sus calles bullían ideas y artistas. Por doquier se podía ver a gentes discutiendo de filosofía y de arte, y sus conversaciones no se quedaban en meras especulaciones, sino que luego continuaban y ofrecían al mundo sus creaciones. No sólo estos cuatro formaron parte de este movimiento, sino que otros cientos de grandes artistas se adhirieron y lograron formar algo así como un “gran grupo” de intelectuales que, a su modo, revolucionaron el mundo. Claro está que, como siempre, años más tarde vinieron nuestros queridos políticos y burócratas y trataron de minimizar este efecto.
Pero ahí permaneció, en la mente de los que lo vivieron y en sus palabras, y en el recuerdo de los que, de una u otra manera, quisimos vivirlo.
¿Qué sucede en nuestros días? ¿No existe ese mismo medio para que otro grupo pueda surgir? ¿Se han vuelto las personas más acomodaticias y faltas de miras? ¿Han conseguido convencernos de que esta vida es mejor así? ¿Falta talento?
Desde luego, debe de tratarse de una mezcla de todas estas circunstancias y tampoco debemos culpar exclusivamente a las autoridades públicas de la falta de recursos. Ellos hacen lo que pueden (que si bien es nada, está a su nivel intelectual), pero no son ellos los que pueden promover verdaderos espacios humanos de intercambio de ideas. Eran otros tiempos, sí, pero también tenemos nosotros la obligación de cambiar de alguna manera la situación emocional que nos embarga. Caer en la melancolía y el desasosiego no nos servirá sin duda para paliar esta situación de palidez cultural en la que nos encontramos.
Y es que uno de los grandes aspectos que ha cambiado desde la Segunda Guerrita esa ha sido la falta de ambición del hombre: ¿han visto lo que un ambicioso con bigotillo puede hacer al mundo? Lo mejor entonces es formar sociedades respetuosas y adocenadas para que así esto no vuelva a suceder. Mi pregunta (y esta vez es seria): ¿no fue acaso la población alemana de 1940 el fruto de una profunda crisis económica y el nazismo la respuesta a este problema particular? ¿Acaso no comenzaron con la supresión de todo movimiento cultural ajeno al partido?
Una sociedad de artistas es más peligrosa para cualquier gobierno que una sociedad adocenada por los medios, porque el sistema controla los medios y se sirve de ellos y los sirve.
Martín Cid
Últimamente, y con esto de pasar por un tipo culto y eso (por otra parte, lo más alejado de la realidad), he tenido ocasión de entrar en contacto con cierto lugar cultural de lo más recomendable. El lugar en cuestión se llama “Espacio Niram” y organizan eventos culturales de todo tipo y recientemente han tenido el mal gusto de invitarme a una charla junto con el filósofo y, por qué no decirlo, amigo, Héctor Martínez Sanz.
La charla en cuestión trataba sobre los movimientos de vanguardia y aglutinaba a los autores Joyce, Ionesco, Tzara y Apollinaire. Discutimos ampliamente sobre lo que estos movimientos han supuesto y sugerido en el actual panorama literario.
Mientras las palabras surgían, las mías débiles y fuertes, y profundas las de Héctor, me invadía una especie de melancolía consciente hacia lo que estas cuatro personas (y cien más) habían logrado construir. París era por entonces la capital del mundo (cultural, ¿existe algún otro?) y en sus calles bullían ideas y artistas. Por doquier se podía ver a gentes discutiendo de filosofía y de arte, y sus conversaciones no se quedaban en meras especulaciones, sino que luego continuaban y ofrecían al mundo sus creaciones. No sólo estos cuatro formaron parte de este movimiento, sino que otros cientos de grandes artistas se adhirieron y lograron formar algo así como un “gran grupo” de intelectuales que, a su modo, revolucionaron el mundo. Claro está que, como siempre, años más tarde vinieron nuestros queridos políticos y burócratas y trataron de minimizar este efecto.
Pero ahí permaneció, en la mente de los que lo vivieron y en sus palabras, y en el recuerdo de los que, de una u otra manera, quisimos vivirlo.
¿Qué sucede en nuestros días? ¿No existe ese mismo medio para que otro grupo pueda surgir? ¿Se han vuelto las personas más acomodaticias y faltas de miras? ¿Han conseguido convencernos de que esta vida es mejor así? ¿Falta talento?
Desde luego, debe de tratarse de una mezcla de todas estas circunstancias y tampoco debemos culpar exclusivamente a las autoridades públicas de la falta de recursos. Ellos hacen lo que pueden (que si bien es nada, está a su nivel intelectual), pero no son ellos los que pueden promover verdaderos espacios humanos de intercambio de ideas. Eran otros tiempos, sí, pero también tenemos nosotros la obligación de cambiar de alguna manera la situación emocional que nos embarga. Caer en la melancolía y el desasosiego no nos servirá sin duda para paliar esta situación de palidez cultural en la que nos encontramos.
Y es que uno de los grandes aspectos que ha cambiado desde la Segunda Guerrita esa ha sido la falta de ambición del hombre: ¿han visto lo que un ambicioso con bigotillo puede hacer al mundo? Lo mejor entonces es formar sociedades respetuosas y adocenadas para que así esto no vuelva a suceder. Mi pregunta (y esta vez es seria): ¿no fue acaso la población alemana de 1940 el fruto de una profunda crisis económica y el nazismo la respuesta a este problema particular? ¿Acaso no comenzaron con la supresión de todo movimiento cultural ajeno al partido?
Una sociedad de artistas es más peligrosa para cualquier gobierno que una sociedad adocenada por los medios, porque el sistema controla los medios y se sirve de ellos y los sirve.
Martín Cid
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