Ideas felices
Saludos, estimados lectores. En primer lugar, les quiero pedir perdón por mi columna anterior. ¿Cómo es posible que un tipo que sobrelleva estoicamente el sobrenombre de "escritor" pueda rebajarse a nombrar siquiera la palabra "política"? Tienen razón, estimados lectores, y les prometo por James Joyce que llevo toda la semana fustigándome por ello. Entone el mea culpa y, les prometo que no se volverá a repetir.
Hemos hablado en esta columna sobre temas tan interesantes como el alcoholismo en la literatura (que por cierto, en uno de los comentarios se me dijo que no había reflexión en el artículo: gracias amigo anónimo por ser tan obvio, sin personas como tú el mundo sería menos democrático).
En otro orden de cosas, les diré que estoy escribiendo un libro a marchas forzadas porque se lo prometí a cierta persona antes del primero de agosto así que estoy algo colapsado. El libro trata sobre sueños y un escritor rumano. El tipo en cuestión tiene siete sueños diferentes y en uno de ellos termina en la archifamosa Biblioteca de Babel de Borges. Mi tendencia al misticismo me hizo elevar mi alma hacia una de esas preguntas filosóficas ineludibles: ¿por qué las bibliotecas son el único lugar del mundo en el no se puede hacer nada de lo verdaderamente bueno (dícese comer, beber y fumar, amén de otras lindezas)? Normalmente, y obviando el cuarto punto, estas tres actividades fundamentales en el desarrollo intelectual de una persona se realizan en la taberna, claro (incluso la tácita cuarta comienza allí para terminar en el dormitorio y, claro está, el cigarrillo y la copa posteriores -y anteriores-). ¿Por qué algo tan bonito como un libro tiene que estar teñido de ese halo de misticismo pedante que rodea a las bibliotecas? Los libros se manchan sí, y encima no son nuestros. No quiero con esto pedir a nuestros políticos que permitan fumar en las bibliotecas o que nos provean de lugares tan cómodos como los de los aeropuertos (¿se han fijado que los fumadores somos tratados como auténticos reyes mientras que los pasajeros no fumadores reciben un trato cuando menos indigno?)... quiero pedir que, como en algunos colegios, la biblioteca tenga también un lugar de recreo y diversión llamado taberna. Allí podríamos irnos a fumarnos unos puros mientras los demás estudian, podríamos cantar el Finnegan's wake o, no sé, podríamos tratar de encontrar pareja (cosa que, desde luego, se me antoja difícil en el silencio de una biblioteca).
Para nuestro amigo "anónimo" se lo pongo más clarito (que luego algunos no se enteran más que de la fábula del relato): no estoy pidiendo que pongan tabernas en las bibliotecas (idea ridícula que me agradaría), sino reseñar que las bibliotecas se han convertido en un nido de pseudo-intelectuales pidiendo silencio buscando en vano encontrar en su mente la neurona perdida. Quiero reseñar que la literatura, amén de ser algo serio, es también un hecho social que va más allá de la quietud de la biblioteca... que hay magia en los libros y misterio y también aventura y sueños. Amigo anónimo al que hoy dedico mi columna: hay que ser menos reflexivos y más intuitivos en esto de la literatura, que se ha hecho para disfrutar y conocer, para dar rienda suelta a los sentimientos y a los conocimientos, no para hacer una "sesuda" (esto sí va con ironía, lo siento) interpretación social de las circunstancias literario-económicas en las que nos encontramos.
¿Recuerdan La Cantante Calva de Ionesco? Pues esto es más o menos así: aunque no toque directamente el tema, me gustaría que el lector inteligente entienda (no va para ti, anónimo, tú tranquilo).
Un abrazo para todos y también para el lector anónimo. Quiero (sin ironía) darle las gracias por su comentario y que sepa que todos serán bien recibidos y que para nada me enfado y que me perdone si -quizás- he hecho un uso excesivo de su comentario para hacer algo así como "ironía de la nada".
Martín Cid
http://www.martincid.com
Saludos, estimados lectores. En primer lugar, les quiero pedir perdón por mi columna anterior. ¿Cómo es posible que un tipo que sobrelleva estoicamente el sobrenombre de "escritor" pueda rebajarse a nombrar siquiera la palabra "política"? Tienen razón, estimados lectores, y les prometo por James Joyce que llevo toda la semana fustigándome por ello. Entone el mea culpa y, les prometo que no se volverá a repetir.
Hemos hablado en esta columna sobre temas tan interesantes como el alcoholismo en la literatura (que por cierto, en uno de los comentarios se me dijo que no había reflexión en el artículo: gracias amigo anónimo por ser tan obvio, sin personas como tú el mundo sería menos democrático).
En otro orden de cosas, les diré que estoy escribiendo un libro a marchas forzadas porque se lo prometí a cierta persona antes del primero de agosto así que estoy algo colapsado. El libro trata sobre sueños y un escritor rumano. El tipo en cuestión tiene siete sueños diferentes y en uno de ellos termina en la archifamosa Biblioteca de Babel de Borges. Mi tendencia al misticismo me hizo elevar mi alma hacia una de esas preguntas filosóficas ineludibles: ¿por qué las bibliotecas son el único lugar del mundo en el no se puede hacer nada de lo verdaderamente bueno (dícese comer, beber y fumar, amén de otras lindezas)? Normalmente, y obviando el cuarto punto, estas tres actividades fundamentales en el desarrollo intelectual de una persona se realizan en la taberna, claro (incluso la tácita cuarta comienza allí para terminar en el dormitorio y, claro está, el cigarrillo y la copa posteriores -y anteriores-). ¿Por qué algo tan bonito como un libro tiene que estar teñido de ese halo de misticismo pedante que rodea a las bibliotecas? Los libros se manchan sí, y encima no son nuestros. No quiero con esto pedir a nuestros políticos que permitan fumar en las bibliotecas o que nos provean de lugares tan cómodos como los de los aeropuertos (¿se han fijado que los fumadores somos tratados como auténticos reyes mientras que los pasajeros no fumadores reciben un trato cuando menos indigno?)... quiero pedir que, como en algunos colegios, la biblioteca tenga también un lugar de recreo y diversión llamado taberna. Allí podríamos irnos a fumarnos unos puros mientras los demás estudian, podríamos cantar el Finnegan's wake o, no sé, podríamos tratar de encontrar pareja (cosa que, desde luego, se me antoja difícil en el silencio de una biblioteca).
Para nuestro amigo "anónimo" se lo pongo más clarito (que luego algunos no se enteran más que de la fábula del relato): no estoy pidiendo que pongan tabernas en las bibliotecas (idea ridícula que me agradaría), sino reseñar que las bibliotecas se han convertido en un nido de pseudo-intelectuales pidiendo silencio buscando en vano encontrar en su mente la neurona perdida. Quiero reseñar que la literatura, amén de ser algo serio, es también un hecho social que va más allá de la quietud de la biblioteca... que hay magia en los libros y misterio y también aventura y sueños. Amigo anónimo al que hoy dedico mi columna: hay que ser menos reflexivos y más intuitivos en esto de la literatura, que se ha hecho para disfrutar y conocer, para dar rienda suelta a los sentimientos y a los conocimientos, no para hacer una "sesuda" (esto sí va con ironía, lo siento) interpretación social de las circunstancias literario-económicas en las que nos encontramos.
¿Recuerdan La Cantante Calva de Ionesco? Pues esto es más o menos así: aunque no toque directamente el tema, me gustaría que el lector inteligente entienda (no va para ti, anónimo, tú tranquilo).
Un abrazo para todos y también para el lector anónimo. Quiero (sin ironía) darle las gracias por su comentario y que sepa que todos serán bien recibidos y que para nada me enfado y que me perdone si -quizás- he hecho un uso excesivo de su comentario para hacer algo así como "ironía de la nada".
Martín Cid
http://www.martincid.com
1 comentario:
"Hay periodos en los que el hombre racional y el hombre intuitivo caminan juntos: el uno angustiado ante la intuición, el otro mofámdose de la abstracción" F.N. y esto también es una ironia.
anonimo
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