domingo, 21 de junio de 2009

PALABRAS DE HUMO: LA COLUMNA DEL ESCRITOR ESPAÑOL MARTÍN CID

¿Se han preguntado alguna vez acerca de la íntima ligazón entre escritores, tabaco y, sobre todo, bebidas alcohólicas? El otro día me encontraba con un amigo mío tomando un café (tendría que decir que el café lo tomaba él, yo me metía un whisky entre pecho y espalda)... catedrático de Lengua y Literatura. Empezó a contarme las historias de antiguos compañeros de carrera que decidieron sus lides más por la creación que por la enseñanza: las historias comenzaban con un brandy a las siete de la mañana y terminaban -todas, con algunas variaciones cuasi-imperceptibles- con una conferencia a las ocho de la tarde con el conferenciante que no se tenía en pie.

Famosos son, por poner alguno de los innumerables ejemplos, los casos de Faulkner o Dylan Thomas, auténticos gladiadores de la bebida, auténticos “hígados de hierro” que desafiaron las leyes de la física y la moralidad más casta con sus irreverentes ingestiones. Faulkner se retiraba a un hotel y tenía que ser rescatado de una odisea alcohólica... Thomas era ya un profesional de las tabernas, un auténtico luchador contra ese enemigo que llamamos conciencia.

¿Realidad o ficción? Hace tiempo me hablaba un argentino de otro escritor (argentino). No citaré su nombre por si ofende, aún está vivo... digamos para dar alguna pista que es un hombre respetable que escribe sobre la alta sociedad y la nobleza: disponía su vaso en el borde de la barra y continuaba bebiendo una bebida tras otra hasta que el vaso se le caía. Era la manera de saber que había llegado la hora de volver a ser un hombre respetablemente borracho.

Uno tras otro han (o hemos) caído en este mal que parece acompañarnos y que se niega a abandonarnos. ¿Soledad? Un escritor pasa la mayor parte del día solo, las horas cavilando en grandes novelas cuyos personajes se niegan a escapar de entre sus alcoholizadas neuronas. Llega la noche (o en algunos respetables casos la mañana) y necesitan de un poco de liberación, la que solo proporciona una buena medida de su licor favorito.

¿Es cierta esta reflexión o estoy tan alcoholizado que me miento? Puede que ambas respuestas tengan algo de verdad, pero resulta un hecho casi irrefutable (salvo onerosos casos literarios, que parecen negar la relación religiosa que hoy nos trae aquí).

Pero la verdadera razón del alcoholismo subyace en un hecho de una profundidad psicológica sin precedentes (el mismísimo Kant se levantaría de su tumba para darme la mano): los escritores hablan, tienen fama y entretienen a toda la barra con historias (al fin y al cabo es su trabajo). De esto se deduce (tiemble Aristóteles ante semejante silogismo): los escritores no pagan.

Final: póngame otra, camarero.

Yo, que soy poco conocido, aún pago alguna copa que otra, pero me ofrezco para ser escritor famoso y reputado. Desde aquí me ofrezco, amigos taberneros, para entretener a la audiencia con chascarrillos e historias. Prometo seguir escribiendo novelas e intentaré que mi fama llegue hasta el momento culmen en la vida de todo escritor:

-Señor, su dinero no vale aquí.


Martín Cid

http://www.martincid.com
http://www.yareah.com

(En la imagen poeta Dylan Thomas)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

dónde está la reflexión,se hablara de literatura o de tragos?

Anónimo dijo...

¿A que eres de izquierdas (le pregunto al anónimo)?

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