jueves, 18 de junio de 2009

HISTORIA SECRETA (LUSTRA EDITORES-CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA, COLECCIÓN PIEDRA/SANGRE) DE PAUL GUILLÉN POR VÍCTOR CORAL

Entre lo más interesante o renovador de lo publicado en poesía en los últimos meses en el país –estoy hablando de libros de Magdalena Chocano, Pedro Favarón y José Morales Saravia–, está Historia secreta (2008), del poeta y crítico Paul Guillén, quien ya había emitido luces serias con su anterior poemario, La transformación de los metales (2005). Como cabría esperar de un medio cultural como el actual, la respuesta crítica y mediática a este libro publicado hace varios meses ha sido completamente nula.

Es causal y no casual que el libro se abra con un poema quechua cuyo primer verso es: “halcón, enséñame el resplandor que no puedo ver”; todo el libro, en su brevedad fecunda, es expresión de esta voluntad de trasponer condicionantes históricos y existenciarios para acercarse a una nueva visión, no solo de la poesía, sino de la vida. En esa vía las imágenes de transformación, pero también de imposibilidad, pueblan el texto y lo determinan.

Lo histórico y transhistórico no está ausente en Historia secreta. Textos como “La historia prohibida del comunismo” y “Cómo puede existir un inka negro” evidencian un afán auténtico de revisión ideológica pero, más importante, también la asunción de raíces propias y profundas, largamente postergadas por una gran sección de la llamada poesía del 2000, atravesada por un enorme y energizante entusiasmo publicacional, pero también por un vacío de ideas muchas veces flagrante.

Como Guillén es crítico de poesía, cabría esperar que las ideas predominen sobre la poesía misma en un libro que intenta fragmentariamente ser una poética personal o un avance hacia esta. Pero en la superación de ese peligro radica precisamente el mayor mérito del libro. El poeta logra explotar imágenes, ensayar leves tonos proféticos, concebir la poesía como investigación de lo real y exorcismo –a veces excesivo, cierto- de un imaginario propio, de una desazón íntima.

La recurrencia de una dicotomía entre la formación literaria occidental (“Habías cantado a los dioses griegos”) y la asunción de un sistema de elementos más cercanos y locales (“hoy cantas a las azucenas – al rifle – al puma”) nos habla de un momento de transición poética donde, más importante que el diálogo con los referentes personales de Guillén (Moro, Adán, Westphalen, Hinostroza, otros) es la voluntad de librarse de la “S” o de la “palabra incrustada en la boca”, para asumir nuevos y bellos riesgos acordes con lo que desde ahora llamaré la nueva poesía peruana, aquella que no se conforma con la facilista y tradicional conquista de una forma o de una voz, y en su lugar se entrega a una búsqueda inclemente que hace diferente cada libro, que crea con cada texto entregado una poética distinta y distinguida que se apoya en un trabajo con el lenguaje (leer “Los ahorcados”, en homenaje al poeta José Pancorvo) y en la apropiación, en el poema, de la fragmentación colosal de lo real hipermoderno.

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