Es curioso cómo la lectura de ciertos libros que la casualidad ha puesto en nuestras manos nos lleva a esperarlo todo de otros libros (esperarlo todo? es decir, la revelación de algún secreto, el cumplimiento de un deseo o la simple corroboración de cuanto hemos pensado sobre la realidad) que jamás leeremos o que apenas podremos leer años después.
En mi caso la lectura apresurada de ciertas páginas de Jorge Gaitán Durán, el poeta Nortesantandereano, realizada en la temprana juventud, me llevaría a emprender luego la lectura de EL EROTISMO, la sugestiva obra de Georges Bataille el extraordinario filósofo y novelista francés ... y por supuesto, qué pistas no se dejan seguir en ese enigmático libro, donde se plantea algunas de las cuestiones capitales de nuestro tiempo? Ahí esta pues, muy al principio, en el mismo prólogo, la fugaz pero no menos esencial referencia a la obra de Michel Leiris… Años después en una conversación de café con Oscar Collazos (1) al que había pedido por aquellos días su colaboración para la revista de la Universidad Autónoma Latinoamericana, volvería a aparecer ese nombre sobre el tapete de la conversación Michel Leiris? En realidad había leído L´AGE DE HOMME? (existe actualmente una traducción española: Edad de Hombre. Ed. Labor, Barcelona). No recuerdo la respuesta que me dio Collazos y en realidad no importa. Lo que sí importa es la lectura todavía fresca (y al cabo de los años) de la LITERATURA CONSIDERADA COMO UNA TAUROMAQUIA, ese soberbio opúsculo de Leiris, uno de los textos más importantes de toda la literatura contemporánea por la gravedad del asunto que en el se trata. Michael Leiris es ante todo “un maniático de la confesión” como le gustaba llamarse a sí mismo en alguna parte…toda su obra no es sino eso: una larga y extenuante confesión realizada con propósitos terapéuticos: (1).
“Poner al desnudo ciertas obsesiones de orden sentimental o sexual, confesar públicamente algunas de las deficiencias o de las bajezas que más le avergüenzan: tal fue para el autor el medio grosero sin duda, pero que ofrece a otros en espera de verlo enmendado de introducir aunque sólo fuese la sombra de un cuerno de toro en una obra literaria”.
Y es que Leiris ha querido al escribir, correr el mismo riesgo que se corre cuando se lidia un toro. La perfecta analogía que realiza en este texto entre la literatura comprometida en su totalidad y el arte de la Tauromaquia tiene por fin denunciar cuánto hay de cobardía, de diletantismo, de mala fe, en el oficio de escritor y esto nos recuerda algunas diatribas de Bataille o Artaud: “Los poetas son seres más castrados que otros”. “Toda escritura es una cochinada” etc.
Porque a menos que el escritor decida introducir “la sombra de un cuerno de toro en una obra literaria”, a menos que al escribir se arriesgue algo, se exponga algo, se corra algún peligro, descorriendo el capote de la verdad sobre la siempre volcánica condición humana, el acto mismo de escribir se revela inane, completamente ridículo y sin sentido.
Ya conocemos cuál fue el camino escogido por nuestro autor para introducir esos calofríos, esa carne de gallina en su obra:
“La actividad literaria, en lo que tiene de específico en tanto que disciplina del espíritu, no puede tener otra justificación que iluminar algunas cosas para sí al mismo tiempo que las hace comunicables a los demás, y uno de los fines más altos que pueden asignarse a su forma pura, entiendo: la poesía, es restituir por medio de las palabras ciertos estados intensos, concretamente experimentados y hechos significantes al expresarlos en palabras”.
Por supuesto que el peligro que corre el escritor al decir “la verdad toda la verdad” sobre sí mismo no pasa de ser la mayoría de las veces algo puramente formal frente al peligro esta vez real y material que corre el torero al enfrentar al toro en el ruedo como lo repite Michael Leiris a lo largo de su obra (de ahí el por qué de la expresión “por lo menos la sombra de un cuerno”)…lo cual no es óbice para exigir cuanto de sí pueda dar el escritor que asume su tarea comprometido con la totalidad de su realidad humana.
Y se entiende bien lo que Michael Leiris ha tratado de decirnos si tenemos en cuenta que sólo apostando de tal manera desprevenida, poniéndonos continuamente en peligro a través de la palabra, mostrando a los ojos del mundo la cruda verdad sobre nosotros mismos, pueden encontrarse esas razones del arte que hasta el momento nos estaba vedado comprender: ser cada vez más reales, vivir en ese “estado despierto” opuesto al automatismo del sueño en el que parece sumida la vida de las sociedades, saltar definitivamente de la miserable condición de espectadores a la de actores dichosos de nuestra propia tragedia, despertar de la enajenación y estupidez cotidianas a ese estado exaltado o iluminado que sólo el necesario contrapunto de la muerte y el riesgo afrontado logran suscitar y resucitar en nosotros.
A parte de esto qué gran lección no representa la mencionada obra para el escritor Colombiano, arrellanado en la poltrona de la respetabilidad Académica y Universitaria (2). Porque la literatura de moda en Colombia es ahora una literatura banal o lo que es lo mismo, profesoral hasta las naúseas… novela de profesores, poesía de profesores que se escribe para figurar en el curriculum de una vida satisfecha y gregaria o apenas literatura de domingos, hobby de profesionales que sacan tiempo para divertirse y de paso divertirnos con sus inocentes posturas estéticas.
(1) Oscar Collazos (Bahía Solano (Col.) 1942) Narrador, ensayista y periodista. Fue director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas en la Habana, Cuba. Entre sus libros publicados están: Crónica de Tiempo Muerto (1975) Fugas (1988) Adios a la Virgen (1994) La Modelo Asesinada (1994).
(2) Leiris busca a través de la reminiscencia (o mejor, de la repetición) de su vida escrita, provocar una catharsis que liberándolo de inhibiciones, fantasmas y obsesiones le permita alcanzar la libertad y plenitud vital a las que aspira todo hombre.
(3) ¿Es gratuito que en nuestro país el escritor no pueda vivir de la literatura y tenga que recurrir para el caso, al periodismo, la cátedra universitaria o la publicidad? Yo diría que de ninguna manera. Es evidente que al crearse dicha situación (siempre artificial) se trata de reducir los poderes reales de la palabra escrita: su demonismo, su poder
subversivo y delirante, su insubordinación e inspiración. En fin, su estrecha e inmediata relación con la vida.
En mi caso la lectura apresurada de ciertas páginas de Jorge Gaitán Durán, el poeta Nortesantandereano, realizada en la temprana juventud, me llevaría a emprender luego la lectura de EL EROTISMO, la sugestiva obra de Georges Bataille el extraordinario filósofo y novelista francés ... y por supuesto, qué pistas no se dejan seguir en ese enigmático libro, donde se plantea algunas de las cuestiones capitales de nuestro tiempo? Ahí esta pues, muy al principio, en el mismo prólogo, la fugaz pero no menos esencial referencia a la obra de Michel Leiris… Años después en una conversación de café con Oscar Collazos (1) al que había pedido por aquellos días su colaboración para la revista de la Universidad Autónoma Latinoamericana, volvería a aparecer ese nombre sobre el tapete de la conversación Michel Leiris? En realidad había leído L´AGE DE HOMME? (existe actualmente una traducción española: Edad de Hombre. Ed. Labor, Barcelona). No recuerdo la respuesta que me dio Collazos y en realidad no importa. Lo que sí importa es la lectura todavía fresca (y al cabo de los años) de la LITERATURA CONSIDERADA COMO UNA TAUROMAQUIA, ese soberbio opúsculo de Leiris, uno de los textos más importantes de toda la literatura contemporánea por la gravedad del asunto que en el se trata. Michael Leiris es ante todo “un maniático de la confesión” como le gustaba llamarse a sí mismo en alguna parte…toda su obra no es sino eso: una larga y extenuante confesión realizada con propósitos terapéuticos: (1).
“Poner al desnudo ciertas obsesiones de orden sentimental o sexual, confesar públicamente algunas de las deficiencias o de las bajezas que más le avergüenzan: tal fue para el autor el medio grosero sin duda, pero que ofrece a otros en espera de verlo enmendado de introducir aunque sólo fuese la sombra de un cuerno de toro en una obra literaria”.
Y es que Leiris ha querido al escribir, correr el mismo riesgo que se corre cuando se lidia un toro. La perfecta analogía que realiza en este texto entre la literatura comprometida en su totalidad y el arte de la Tauromaquia tiene por fin denunciar cuánto hay de cobardía, de diletantismo, de mala fe, en el oficio de escritor y esto nos recuerda algunas diatribas de Bataille o Artaud: “Los poetas son seres más castrados que otros”. “Toda escritura es una cochinada” etc.
Porque a menos que el escritor decida introducir “la sombra de un cuerno de toro en una obra literaria”, a menos que al escribir se arriesgue algo, se exponga algo, se corra algún peligro, descorriendo el capote de la verdad sobre la siempre volcánica condición humana, el acto mismo de escribir se revela inane, completamente ridículo y sin sentido.
Ya conocemos cuál fue el camino escogido por nuestro autor para introducir esos calofríos, esa carne de gallina en su obra:
“La actividad literaria, en lo que tiene de específico en tanto que disciplina del espíritu, no puede tener otra justificación que iluminar algunas cosas para sí al mismo tiempo que las hace comunicables a los demás, y uno de los fines más altos que pueden asignarse a su forma pura, entiendo: la poesía, es restituir por medio de las palabras ciertos estados intensos, concretamente experimentados y hechos significantes al expresarlos en palabras”.
Por supuesto que el peligro que corre el escritor al decir “la verdad toda la verdad” sobre sí mismo no pasa de ser la mayoría de las veces algo puramente formal frente al peligro esta vez real y material que corre el torero al enfrentar al toro en el ruedo como lo repite Michael Leiris a lo largo de su obra (de ahí el por qué de la expresión “por lo menos la sombra de un cuerno”)…lo cual no es óbice para exigir cuanto de sí pueda dar el escritor que asume su tarea comprometido con la totalidad de su realidad humana.
Y se entiende bien lo que Michael Leiris ha tratado de decirnos si tenemos en cuenta que sólo apostando de tal manera desprevenida, poniéndonos continuamente en peligro a través de la palabra, mostrando a los ojos del mundo la cruda verdad sobre nosotros mismos, pueden encontrarse esas razones del arte que hasta el momento nos estaba vedado comprender: ser cada vez más reales, vivir en ese “estado despierto” opuesto al automatismo del sueño en el que parece sumida la vida de las sociedades, saltar definitivamente de la miserable condición de espectadores a la de actores dichosos de nuestra propia tragedia, despertar de la enajenación y estupidez cotidianas a ese estado exaltado o iluminado que sólo el necesario contrapunto de la muerte y el riesgo afrontado logran suscitar y resucitar en nosotros.
A parte de esto qué gran lección no representa la mencionada obra para el escritor Colombiano, arrellanado en la poltrona de la respetabilidad Académica y Universitaria (2). Porque la literatura de moda en Colombia es ahora una literatura banal o lo que es lo mismo, profesoral hasta las naúseas… novela de profesores, poesía de profesores que se escribe para figurar en el curriculum de una vida satisfecha y gregaria o apenas literatura de domingos, hobby de profesionales que sacan tiempo para divertirse y de paso divertirnos con sus inocentes posturas estéticas.
(1) Oscar Collazos (Bahía Solano (Col.) 1942) Narrador, ensayista y periodista. Fue director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas en la Habana, Cuba. Entre sus libros publicados están: Crónica de Tiempo Muerto (1975) Fugas (1988) Adios a la Virgen (1994) La Modelo Asesinada (1994).
(2) Leiris busca a través de la reminiscencia (o mejor, de la repetición) de su vida escrita, provocar una catharsis que liberándolo de inhibiciones, fantasmas y obsesiones le permita alcanzar la libertad y plenitud vital a las que aspira todo hombre.
(3) ¿Es gratuito que en nuestro país el escritor no pueda vivir de la literatura y tenga que recurrir para el caso, al periodismo, la cátedra universitaria o la publicidad? Yo diría que de ninguna manera. Es evidente que al crearse dicha situación (siempre artificial) se trata de reducir los poderes reales de la palabra escrita: su demonismo, su poder
subversivo y delirante, su insubordinación e inspiración. En fin, su estrecha e inmediata relación con la vida.
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