miércoles, 28 de marzo de 2018

Retrato & metaficción de la Lima de los 60s en El año de Los Saicos de Patrick Rosas, Por Roger Santiváñez

Patrick Rosas (Lima 1947) es un escritor peruano perteneciente a la generación del 70 quien se instaló en Francia en 1976, y desde allí ha venido creando una singular obra literaria que alcanza los doce títulos, entre los que podemos destacar -en poesía-  Las claves ocultas & otros poemas (1981) y la novela Entre el estrago del combate mudo (2015). Ahora nos entrega El año de Los Saicos (Ed. La huerta grande, Madrid 2017) novela que motiva este breve comentario.
       Para comenzar diremos que el título podría resultar engañoso. Es decir, el lector pensaría que se trata de un texto sobre la etapa inicial de la famosa banda de rock Los Saicos -considerada por la crítica internacional como una especie de brote precursor del punk ocurrido en el barrio de Lince, sito en la capital del Perú a mediados de los 60s- pero desde las primeras páginas del libro nos percatamos que se trata de una muy otra cosa. En efecto, estamos ante la historia de una familia de la pituquería limeña (voz popular que se refiere a la clase dominante del país) en el contexto de la sociedad peruana en el año de 1964, en pleno apogeo de la hegemonía oligárquica, antes de la Reforma Agraria del gobierno de Velasco que liquidó aquel predominio casi feudal. Fue el año también de la formación de Los Saicos (hay un par de escenas en las que -tangencialmente- aparece la banda) y así queda justificado el nombre de la novela.
       La historia de la familia de Xavier Noboa (abogado y ex senador, miembro del partido de Manuel Prado, ex presidente) junto a su esposa Michi y su hijo adolescente Xavi se nos relata en un directo y perfilado estilo, configurado a través de una metaficción según la cual el menor hijo de la pareja le narra la trama al narrador, quien -a su vez- nos la va contando a nosotros a lo largo de todo el texto. Ambos -Xavi y el narrador- han sido compañeros de estudios en el colegio La Recoleta y de allí su amistad. El meollo del asunto gira en torno a la llegada de Ana Huamán, procedente de su pueblo Despeñaperros en la sierra andina central, a trabajar en el hogar de los Noboa, sito en el Pasaje Inclán, centro de Lima a escasas cuadras de La Colmena. Ana es una hermosa y sensual joven (una rica chola -como la llaman los muchachos de la collera del barrio de Xavi) ante cuya belleza todo el mundo cae subyugado; y para lo que nos interesa en el plot de la novela: principalmente el hijo de los Noboa. Pero Xavi no sabe o no puede conquistar a Ana, quien lo rechaza abiertamente; y a partir de allí el muchacho va a desarrollar un encono hacia ella que será decisivo para el trágico desenlace final de la historia.
       Con toda esta situación planteada, el narrador va a explayarse presentándonos un logrado cuadro de los habitantes de Lima en el marco temporal de la novela. Modos, costumbres, tics, giros coloquiales de la pituquería (y de personajes de otras clases que se relacionan a ella) se nos presentan con fidedigno realismo pero tocados por un cierto halo sarcástico con que el narrador parece solazarse y enfilar así su crítica rotunda a esa burguesía oligárquica, cuyo mundo (la sociedad peruana) les semeja una suerte de paraíso en donde el pueblo -los cholos e indios- permanecen sojuzgados y a su entera y exclusiva disposición. Pero dicho paraíso empieza a hacer crack cuando una de las amigas de Michi de Noboa intenta suicidarse por un affaire amoroso que bordea el escándalo, o cuando Xavier Noboa embaraza a su secretaria; igual cuando Michi se involucra sexualmente con el italiano pobre dueño de la cochera donde guarda su carro, o cuando Lucas -primo hermano de Xavi que ha llegado a vivir temporalmente al hogar de los Noboa- (siendo esto muy importante para la trama) conquista y embaraza a la hermosura andina Ana Huamán, empleada de la casa.
       Este personaje -Lucas- es quizá el más emblemático de la novela, toda vez que encarna uno de los modos de ser de la juventud de los 60s, no sólo en el Perú sino en toda Latinoamérica: la militancia guerrillera guevarista surgida tras el triunfo de Fidel Castro y la Revolución cubana en 1959. Claro que el tono sarcástico del autor cuestiona dicha condición en un pituco como Lucas, pero, de todos modos, el trazado del personaje y su entorno comprometido sirve a Patrick Rosas para darnos una idea -digamos- de su filiación ideológica, sobre todo -por ejemplo- en los diálogos acerca de la religión que sostiene con Ana Huamán, donde es claro el cuestionamiento frontal al catolicismo imperante en la sociedad peruana.
       Respecto al estilo del autor me interesa resaltar algunos de sus rasgos. Por ejemplo: su manejo del modo de pensar pituco de aquella época, muy bien insertado en el discurso narrativo. Leamos: “ninguna limeña decente caminaba más de una cuadra” (tenía que ir en auto sino era una indignidad). La calidad descriptiva con cierta resonancia de raigambre expresionista muy ad-hoc para Lima: “Una noche aguada, pegajosa, mezclando su piel con el fulgor amarillento y sucio de los faroles sobaba la fachada del Hotel Bolívar”. O esta otra, más efectiva: “Un olor a fritanga se disputa el aire con un olor a monóxido de carbono y a querosén quemado y de algún lugar detrás de las paredes escamosas de los callejones llegan a sus oídos acordes de música andina y de alguna polquita criolla”. Haciendo uso del giro coloquial, el autor nos retrata el acendrado racismo de la pituquería (y que atraviesa toda la escala social en el Perú). Cuando los chicos de la collera de Xavi se enteran de que “se ha templado de su servilleta” uno de ellos acota burlonamente: “-Pucha tus hijos van a oler a llama”.
       Algunos personajes reales de la Lima de entonces desfilan en la novela, con o sin sus nombres; entre los que podemos reconocer: Sebastián Salazar Bondy, Carlos Aítor Castillo, Ofelia Woloshín, César Calvo, Chabuca Granda, Coco Satui; así como visibles apellidos de la pituquería como Nicolini, Isola, Marsano, Rossi, Ladrón de Guevara, Simich Montero, etc. O barrios del centro: Malambito. Bares: el Bransa, el Mario (reconocibles por lo menos hasta la década de los 80s). Tipos de origen popular como el negro Bomba que aparece (realmente lo era) como guardián del burdel de la Avenida México -famoso lupanar de Lima hasta los 60s- y también incitador y causa de la mortandad habida en el Estadio Nacional en mayo de 1964. Y por supuesto Los Saicos pero -como queda dicho- de refilón para usar un vocablo del argot, de acuerdo a ciertas partes de la novela, expresiones en las que el autor parece deleitarse: de la pitriquimangansúa verbigracia. Por supuesto que también aparecen Larco, La Tiendecita Blanca o el legendario Dávory de San Isidro, a través de las incursiones de los personajes a estas modernas zonas en la Lima de los 60s, pero son eso: incursiones, ya que los Noboa todavía vivían en el centro como mucha de la pituquería oligárquica de aquellos tiempos.
       La trama final de la novela se define cuando Lucas -tras un episodio fugaz con Laura Rivera, una mujer mayor que él- se reencuentra con Pilar Plaza, joven pituca como él, con quien tiene que casarse -según la ley social de la época- por haber tenido relaciones sexuales con ella. Ana Huamán entra en desesperación y huye de la casa, volviendo a su lejano pueblo andino donde poco después será víctima de la situación desencadenada.  Supuestamente Xavi quiere secuestrar a la muchacha para evitar que haga problemas al matrimonio de Lucas y Pilar y ha convencido a su tío Ricardo -capitán de la marina- para viajar hasta Despeñaperros (otra muestra del sarcasmo del autor en el nombramiento de dicho pueblo) a buscar a la chica y donde sucederá la última escena.
       El remate final del libro podría parecer -a primera vista- un exabrupto, pero pienso que -en última instancia- está narrativamente justificado como una salida para concluir la novela y es coherente a la condición social -y a los modos de sentir y percibir el mundo- de los tres protagonistas de la escena. En suma, se trata de una excelente novela que -cumpliendo la manera estilística en que fue concebida- brinda el retrato fiel de un país de Sudamérica frisando los años 1960s de nuestra convulsionada historia.

[Orillas nevadas del río Cooper, Collingswood, New Jersey South, marzo de 2018]

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