Nada embrutece tanto
como el trato diario con los sabios.
Mariano Azuela
“Demetrio Macías,
con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil”. Así
termina la novela Los de abajo de
Mariano Azuela (1873 – 1952), y uno tiene que recargar la espalda en algo
sólido para poder respirar y sentirse completo. Entonces la reflexión se
extiende para repasar página por página las imágenes, las escenas, los sonidos
que se van escapando del libro.
Novela de actualidad
aún por lo que implica el trasfondo de la misma, ya que las traiciones, la violencia,
la lucha sin sentido son parte de la naturaleza humana y de la política que los
avienta sobre uno y otro cuadro:
“-¿Por qué pelean
ya, Demetrio?
Demetrio, las cejas
muy juntas, toma distraído una piedrecita y la arroja al fondo del cañón. Se
mantiene pensativo viendo el desfiladero, y dice:
- Mira esa piedra
cómo ya no se para…”
Los de abajo es un texto cargado de sinceridad, adornado
con la natural poesía que todo escritor tiene en la pluma para encadenar ideas,
haciendo que frases como: la oscuridad
impenetrable de la noche, salgan sobrando para mirar las acciones una a
otra, y esas pequeñas carencias se suplen con el argumento, ya que como decía
un maestro: la novela aguanta todo.
Ha sido vista,
además, como un documental de la Revolución
Mexicana de 1910, al menos de una pequeña parte de un
conflicto armado donde al final, las traiciones de los grupos políticos, las
mentiras y artimañas comenzaban a sembrar sus parabienes.
¿Qué nos deja leer
en la actualidad Los de abajo?,
primero habría que señalar que sigue siendo una narración fresca la que el
autor utiliza al estimular las acciones: El
hombre, sin alterarse, acabó de comer; se acercó a un cántaro y, levantándolo a
dos manos, bebió agua a borbotones. Luego se puso en pie.
En este 2010 uno
puede replantearse en la lectura de Los
de abajo, imágenes agotadas ya por los filmes mexicanos de la revolución,
los documentales históricos, que cada septiembre y noviembre venimos celebrando
desde hace ya 100 años. Pero la obra de Azuela no queda fundida en la
descripción de una historia más sobre “los alzados”. Toda ella es una gran
metáfora sobre el México que le tocó vivir, y que con gran visión analiza el
futuro del conflicto armado, que hoy se nos presenta como el mismo conflicto de
siempre, y que nos hace cantar en son de crítica política: songo le dio a morondongo, morondongo le dio a bernabé… ya que todo
mundo en la política como en la vida, se traiciona, se aplaude, se pisa, se
hace a un lado, para repartirse el pastel; al final el gran ganador para este
2010 es una Partidocracia anquilosada que agita su cola para golpear y destruir
esos monumentos revolucionarios, como “tumbas blancas y vacías”, hasta hacerlos
caer. Esa doble moral cultural que los hace, por un lado, festejar
bicentenarios y centenarios, y por otro desaparecer las instituciones que
nacieron con la revolución.
Así, es espantoso mirar
como poco a poco la
Partidocracia va finiquitando cada uno de aquellos logros por
el que murieron millones de personas en el país, durante el conflicto armado. Esas
personas que murieron junto con los ideales:
“- Mira esa piedra
cómo ya no se para…”
Azuela logra
retratar al mexicano puro, con todas sus bajezas, con todas sus indiadas, con
toda su mala leche y uno se ríe al encontrar a los compañeros propios retratados
en la novela; para luego mirar en silencio y a solas, y reconocerse ahí mismo,
metidito hasta los huesos, bien dibujadito que acaba uno. Porque la historia es
cíclica y el hombre tan simple, y se repite y se repite, y el jodido más
jodido, y el fregón, cada día más bravo.
Uno puede mirar a la
distancia las obras de los escritores clásicos mexicanos, como Mariano Azuela, y
reconocer la enorme distancia cultural e intelectual que existe entre aquellos
escritores y los escritores jóvenes que nos toca conocer en los encuentros de
escritores que se hacen por todo México, uno puede vivir sin esas nuevas
novelas que sobre la revolución e independencia se han escrito con el
presupuesto del Bicentenario y Centenario, pero nos sigue pareciendo como obras
que todo lector debería atesorar novelas como ésta de que hablamos hoy de
Azuela, o leer El Diablo en México de
Juan Díaz Covarrubias, o El Rey Viejo
de Fernando Benítez. Justo es reconocer que la cultura literaria en México ha
sufrido, más que un estancamiento, un retroceso dramático que tiene que ver con
la mala educación pública y privada, el difícil acceso a muchos libros por la
crisis económica en que se encuentra la mayoría de los lectores mexicanos: siempre
será mejor comer un taco y llenar la panza que comprarse un libro. Pero además
este retroceso cultural de los escritores tiene que ver con la falta de
humildad. Cualquier chamaco tiene una oportunidad en algún proyecto editorial
naciente y siente que puede despreciar a escritores mexicanos clásicos como
José Joaquín Fernández de Lizardi, Federico Gamboa, Alfonso Reyes, Heriberto
Frías. No tienen los tamaños que un Mariano Azuela quien dice en el tomo III de
sus Obras Completas: “Como lector tengo la manga ancha: dos veces he leído la
obra completa de Marcel Proust y hace treinta años que no puedo acabar el
Ulises de James Joyce.” En cambio ¿qué han leído algunos de los que hoy
publican sus novelas, sus poemas, sus cuentos ya en editoriales o en las
revistas que circulan en México? He escuchado de parte de algunos jóvenes: “Yo
sólo leo escritores que siguen vivos”, lo cual es una lástima ya que se
perderán no sólo a los clásicos mexicanos sino a los universales.
En otra parte del
mismo tomo III, Mariano Azuela aclara: “Mi amigo don Manuel Pedro González,
distinguido crítico cubano, me dijo un día, un tanto alarmado, que un conocido
hombre de letras de México, al corriente del movimiento literario contemporáneo,
le había declarado no haber leído Los de
abajo. Con sano corazón y sin ánimo de hacer frases, le respondí al
momento: ‘Si yo no la hubiera escrito tampoco la habría leído’”. Ante todo, a
los escritores mexicanos del 2010 les hace falta, entre otras cosas, Humildad.
¿Qué celebraremos
este 2010?, no queda mas que pensar en que tenemos que celebrar la palabra, el
pensamiento abierto que se nos va lanzando dentro de la literatura, y que, en
muchas ocasiones, por desidia, supongo, dejamos empolvar en los libreros. Ya
que esta novela, como muchas otras del mismo género, ha retratado un
determinado tiempo en la historia mexicana, tan universal; y nos permite mirar
desde la lejanía las formas sociales que debemos reconocer para trazar nuestro
futuro.
Al final, como Desiderio
Macías, somos hombres que con los ojos fijos seguimos apuntando: ¿hacia dónde?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario