miércoles, 1 de junio de 2011

PARA LEER A SEVERO SARDUY, POR JULIO ORTEGA

Una vez Gabriel García Márquez le dijo a Severo Sarduy: "Eres el mejor escritor de la lengua aunque seas el menos leído". Con humor, la hipérbole subraya dos características distintivas de la obra de Sarduy: por un lado, la extraordinaria calidad de su prosa plástica, sensorial y barroca; por otro, el hecho de que sus novelas no busquen contar un cuento sino celebrar la escritura.

Por ello, sus libros fueron siempre más éxitos de crítica que de lectores. Como pocos, Sarduy se mantuvo fiel a su identidad artística; tanto a su definición festiva de un barroco de la abundancia, formada bajo la inspiración de José Lezama Lima; como a la práctica de una escritura pictórica, hecha en torno a imágenes que crean el escenario del deseo, la aventura del simulacro, el juego de las permutaciones.

De dónde son los cantantes (1967) inició la exploración gozosa de lo que él llamó el “curriculum cubense”. A partir de la retórica de la identidad cubana levantó tres grandes frescos, dedicados al mundo chino (el travesti y el eros), al negro (la voz y la música), y al hispano (el carnaval religioso). Estas representaciones fueron, claro, paródicas, y una de las primeras versiones antitraumáticas de la cultura cubana.

Su otra gran novela fue Cobra (1972), donde la Índica vino a ser el contexto referencial; sólo que tratándose del talento de Sarduy para subvertir las representaciones codificadas, esta es una India puramente discursiva, otro escenario del erotismo exploratorio. Aquí el cuerpo es un libro escrito por los dioses, y el sexo es un “dictamen divino”. Por ello, la India equivale a la metamorfosis, tanto del placer que transforma al cuerpo como de los sentidos que encienden las palabras.

Sarduy provenía de los seminarios de Roland Barthes y de las teorizaciones del grupo de la revista Tel Quel, aunque, como dijo el brasileño Haroldo de Campos, había barroquizado el espíritu geométrico del grupo parisino. Para él, el barroco se expresaba en la sustitución, la proliferación y la condensación, y, en efecto, su escritura se moviliza, la abundancia figurativa y la focalización sensorial.

El erotismo, que imanta todo lo que nombra; el juego, que hace del derroche una moral, antiburguesa; y la subversión, que rehúsa los códigos de la censura y explora los espacios del cambio a este proyecto radical de una escritura independiente, libre de los programas al uso. Con humor, pasión y lucidez, la obra de Sarduy se desarrolla como una brillante constelación narrativa cuya clave es poética y cuyo sentido es crítico.

Sarduy introdujo en la literatura internacional un talante barroco y barroquizante que provenía de su práctica descentradota, característicamente latinoamericana. Gracias a este ejercicio periódico-crítico, esta obra era capaz de desatar lo culturalmente atado, y de contaminar de un espíritu libérrimo los repertorios de autoridad tradicional.

Pero Sarduy no se limitó convertir la línea en voluta, ni la geometría en espiral pompeyana, sino que convirtió a Cristo en una estatua podrida y a Buda en una máscara de papel. Su sesgo latinoamericano se ejercía con humor, fantasía y ligera irreverencia, pero el trazo de su escritura fue siempre elegante, riguroso, y también pintoresco.

Colibrí (1984), uno de sus libros más transparentes y gráciles de un mapa tropical del deseo de fuga: todo se transforma en otra cosa, y la novela misma se hace danza, pintura, teatro, simulacro puro entre falsos telones y dobles fondos.

Acaso algunas de sus últimas páginas están en La Cervantiada (1992), que edité en México, y donde escribe como una confesión: “Leo –por otra y última vez en mi vida- El Quijote, y me río. Me río solo y a carcajadas". En esa risa cervantina se escucha el humor afectivo de Sarduy, la empatía risueña de su complicidad, que reafirma ante esa "última vez" el instante plano de la lectura.

Cuando leamos con mejor atención estos libros animados por una vida fulgurante y generosa, descubriremos que su irónico y festivo jardín de las delicias es uno de los espejismos más hermosos y más ciertos del arte latinoamericano de este fin de siglo.

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