Husserl vindica el lenguaje como un problema de confrontación entre la expresión y la significación. Todo lo que se expresa, de hecho, significa pero lo que se expresa suele ser por defecto –según él- formas verbales o palabras que se desprenden de conceptos dados por la intuición o por los sentidos –conceptos esenciales, constantes o repetitivos-. A éstos últimos les llama “esencias lógicas” que habrán de buscarse, pues, producen unas unidades fenomenológicas de intención o de verbalidad con el tiempo, es decir una fenomenología lingüística, una construcción de significado o de expresión.
Por eso su pensamiento o análisis está basado en un regreso desde las palabras hacia los sentidos, desde el lenguaje construido hacia donde se empieza a construir y es aquí donde instala él “contundentemente” la significación: en el ámbito de lo intuitivo no “con-notado”, no advertido o contaminado por la palabra en concreto. Ahora bien, las esencias en la intuición radican en idealidades y la funcionalidad de éstas por sí mismas originan “su” conciencia trascendental, esto es, una conciencia que trasciende desde su pura manifestación o expresión esencial.
Desde luego, comprender esa expresión esencial en el contexto del lenguaje o del signo no es poco arduo e incoherente si se tiene en cuenta que cualquier signo –o palabra- es ya indicador de un significado mínimo o que indica obligatoriamente un contenido evidente del “acto” comunicativo o reflexivo. Pero Husserl, a pesar de tal incoherencia, urde o prepara un centro estratégico al cual depende el proceso lingüístico, el de la significación “en la soledad del yo”, en donde la comunicación se veta o se “niega” por lo que el sujeto se sustenta mediante el imperativo “¡a las cosas mismas!” (“principio de todos los principios”). En este supuesto el conocimiento –según él- es auténtico porque se manifiesta en el origen de la evidencia cognoscitiva gracias a la intuición y, puesto que este hecho se evidencia en un presente –o que la evidencia sólo es lo presente-, el “principio de todos los principios” es fidedigno de una esencialidad. Así pues, lo posterior a la intuición conduce a una no-presencia, a una degeneración de lo permanentemente originario y, por lo tanto, a una representación de ese logotipo preestablecido, es decir, a una alteridad o a una diferencia inevitable que “nunca” denotará “identidad”.
Para la fenomenología la temporalidad del lenguaje entra en el campo de lo trascendental; de modo que todo trasciende de “su principio”, de su único principio por el cual la presencia se convierte en no-presencia, la voz ideal o fenomenológica en trascendencia –por el “cogito” trascendental- o en significantes mundanos o sensibles. No obstante, junto a esto, la vida es y sólo es una constante de presencias y, además, intrínsicamente cualquier origen –ya por su acción- no es origen, sino conformación, diferenciación o construcción.En claro, la materia sólo atiende u obedece para existir a la acción y esta acción la forma; por lo que se deduce que no es un origen, no, más bien un principio (ley) lo que sostiene o permite que algo está formado porque actúa, significando esto que la acción es la misma presencia y que ella la forma –o que comporta una forma-. Sí, es inútil hablar de conciencia fija en un origen o en un centro, por razón de que la conciencia es acción-forma de lo que existe o –para mejor comprenderlo- que ella sólo actuando existe ratificando la forma de lo que existe.Sin embargo, Husserl alude al sentido de conciencia fija o esencial –o a una expresión esencial- que no indica nada para así depurarla de comunicación; por ello inventa un “cogito” solitario y silencioso, a oscuras porque nadie se entere de que existe –ni él mismo-, a lo que considera una “visión plena” o idealidad “aséptica” de voluntad expresiva. Porque tal conciencia esencial se encuentra –según él- libre de la motivación indicadora que se apoya en algo dado, no querido, no espiritualizado, afirmando que en esa “espiritualidad” está el ser humano cuando se encuentra “a solas”, para sí pero sin indicarlo, sin vivencia del entorno o de lo otro, mágicamente, con la “vida solitaria del alma”, con la presencia inmediata a sí.
Bien, pienso que la filosofía o la ciencia deben evitar estos errores debido a que el lenguaje no es una existencia taxativa con respecto a orígenes únicos portadores de los secretos del presente, sino es un elemento más de la conformación de la realidad humana; y no un instrumento, porque todo lo es de algo -lo que nos llevaría a una confusión o a una manipulación-. En efecto, si el lenguaje existe es sin duda porque subsiste en la realidad –al igual que lo demás-; lo que no quiere decir que contenga toda la realidad, sino partes o niveles de realidad que continuamente se acrecientan, ello en virtud de que un sólo presente no se adueña del presente en general, no, imposible en una evolución cíclica.Es verdad que el presente trasciende, eso lo sabe un niño de diez años, pero no desde un fijismo dogmático que sirva para determinar una presencia frente a una no-presencia, pues, en cuanto eso se haga, comenzará al instante un juego ineludible de manipulación: “antes”, “después”, “en medio”, “se aparta”, “se aleja”, “se representa” –pero ¿de qué ontológicamente?-, “se regresa”, etc. Es decir, se juega a reducirlo todo a una identidad “fantástica” y así lo demás se manchará o se impregnará de indicación, de procedencia que indicará sugestivamente una degeneración.
Husserl, casi como en una comedia, habla de “a-presentado”, de “ausencia –que siempre se tendrá con respecto a algo, nunca un ser vivo la tendrá con respecto a su pleno conocimiento-, de “no-significación” –por igual, siempre con respecto a algo significativo-, de “anonimato”, de “vida interior” –cuando la vida interior utiliza todos sus elementos de la vida exterior, en interacción-, etc.También, la base sobre la que traza la identidad, la intuición (*), no es un “mundo sobrenatural” ajeno al desarrollo cognoscitivo, sino la propia acción del vivir unas infranqueables condiciones de la realidad: un ser vivo o conoce que tiene que beber o se morirá de sed. Intuirá dónde hallará el agua, por supuesto, pero antes por su instinto –cognoscitivo- sabrá sin duda que tiene que beber; y eso es un acto de identidad, de que se identifica con ello con respecto al medio –o que se identifica dentro de la realidad-. Pues ya al decir un ser vivo “tengo sed” no es que represente la realidad, sino que reconoce su realidad; luego, claro, representará o puede representar mucho o lo que quiera, en función de una coherencia o no, o de una idealidad o de otra, pero antes reconoce los elementos primarios de la realidad. Por ejemplo: puede representa a un rey o a un símbolo como un paradigma del bien, de la seguridad o de lo divino, pero antes reconoce unas mínimas distinciones evidentes entre una piedra y un animal, entre quien engendra una vida –la mujer- y quien le engendra a ella tal posibilidad –el hombre-.No tiene pies ni cabeza que un ser “a solas” –como defiende Husserl- “averigüe” a la mujer como “paridora” de una vida sin antes al menos saber de ella o sin nunca haber conocido a una mujer y a los mínimos conceptos que intrínsicamente implica. Desde luego, lo primero es lo primero, y saber de la realidad es lo primordial, incluso antes de meterse uno a oscuras en la metafísica de la presencia y de la no-presencia. Un ser vivo no interpreta ni juega a las condiciones de la realidad, sino las sabe al vivirlas o viviéndolas; y luego que ya haga sus ideales o sus locuras.
(*) El contenido “eidético” de los significados ideales derivados de la presencia esencial o de la intuición.
Oswaldo ROSES
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