Marisa Negri nació el 24 de junio de 1971 en Buenos
Aires, capital de la República Argentina, y reside desde 2011 en el Delta,
partido de San Fernando,
provincia de Buenos Aires. Es Maestra Especializada en Educación
Primaria, Profesora de Castellano, Literatura y Latín, formada en
Especialización en Educación por el Arte (Instituto Vocacional de Arte), con
posgrado en Arteterapia (Universidad Nacional de Arte) y postítulo en Escritura
y Literatura en la Escuela
Secundaria. Es Bibliotecaria Escolar, cursa la carrera de Bibliotecóloga y se
desempeña desde 1990 en la educación pública como Profesora de
Literatura. Desde 1995 a 2005 coordinó el Taller “El Revés del Cielo” en la
Municipalidad de Zárate, provincia de Buenos Aires. Junto al músico Alejandro
Dinamarca tuvo a su cargo talleres de Arteterapia para adultos mayores. Desde
2010, con Alejandra Correa coordina el programa “Poesía en la Escuela”.
Organizó concursos de plástica y literatura y participó en mesas de lectura en
Festivales de poesía de su país, Chile y Perú. Efectuó investigación,
compilación y prólogos (además de ser la coordinadora editorial de la
Biblioteca Isleña) para volúmenes de Ediciones en Danza. En co-autoría con
Alejandra Correa (en todos los casos) y con Javier Galarza, se difundieron
artículos sobre didáctica y poesía en la escuela, tanto en revistas como en
libros. En 2009 se publicó su antología de la obra de Olga Orozco titulada “El jardín posible”; en 2010, en edición
bilingüe (castellano-alemán), su antología de la misma poeta, la cual prologó, “En la rueda solar”, presentada en el
Centro de Arte Moderno de Madrid; y en 2012 su antología de los artículos
periodísticos de Olga Orozco: “Yo,
Claudia”. Entre 2003 y 2016 fueron
socializándose sus poemarios “Caballos de
arena”, “Estuario”, “Las sanadoras”, “Nautilus” y “Hebra”.
1
— La punta
del ovillo.
MN — Nací
un 24 de junio de 1971. Solsticio de invierno y fecha sagrada para muchos
pueblos originarios. Día de fogatas y queimadas, de dejar ir lo viejo y
reafirmar la fe en la oscuridad. Cuentan que
mi madre iba maquillada y con su
mejor vestido porque habían salido a cenar con unos amigos y sobrevino el
parto.
Crecí en Villa Amelia, una pequeña localidad del conurbano bonaerense.
Mi padre tenía taller y agencia de autos, mi madre trabajaba de secretaria en
una fábrica. Tengo dos hermanos que heredaron el oficio de mi padre.
No puedo fijar la infancia en un solo lugar. He pasado mucho tiempo en
casa de mi abuela Paula, modista, inventando tiendas y vestuarios para mis
muñecas, debajo de las sillas, con las telas maravillosas que me obsequiaban
las clientas, o recortando personajes de las revistas e inventándoles historias
que escribía en un cuaderno de tapas rojas.
Durante los primeros veranos veníamos a Nautilus, la casa de la isla.
Nos gustaba nadar, pasear en lancha y explorar el monte hasta donde nos
permitían las lianas y las espinas de la zarzamora. Pablo, mi hermano mayor,
abría el paso con el machete y yo lo seguía hasta la panadería abandonada en
donde tallábamos nuestros nombres con algún carbón robado en la cocina. Pronto,
a este paraíso, llegaron las primeras lecturas. Bajo un mosquitero de algodón
que mi padre colgaba de las casuarinas construí mi reino de palabras. “Sandokán” de Emilio Salgari, “Los tres mosqueteros” de Alexandre
Dumas, “Veinte mil leguas de viaje
submarino” de Julio Verne, “Fabiola o
la iglesia de las catacumbas” de Cardenal Wiseman, “Papaíto piernas largas” de Jean Webster…, toda la Colección
Billiken desfiló por esa tienda.
No había aún luz eléctrica en el delta. Al atardecer, cuando los
mosquitos volvían insoportable el exterior, subíamos a la casa a encender las
lámparas. Jugábamos al chinchón y comíamos tortas fritas; sentada en mi lugar
preferido de la casa, anotaba minuciosamente las aventuras de ese día en mi
cuaderno y sabía que habría de ser maestra y viviría en esta casa.
En algún momento que no puedo precisar, mis padres comenzaron a llevarse
muy mal y nosotros, los hijos, sin ser muy conscientes de eso, tomamos partido.
Desde entonces y hasta que pudimos reconciliarnos con la publicación de “Estuario”, fui la “hija de mi padre”.
Comencé el secundario con la apertura democrática del ‘83. La calle era
una fiesta, había recitales gratuitos casi todos los días y busqué amigos
mayores para que me permitieran salir en grupo con ellos. Escuchaba a Tom Lupo
en la radio, en el programa “Submarino Amarillo”: por ahí se coló la poesía.
Pink Floyd y Luis Alberto Spinetta fueron mis primeros descubrimientos. La
necesidad de escribir y comunicarme era inmensa, “lejos de la paciencia de las familias”, como decía un verso de
Enrique Molina que había escrito como santo y seña en la puerta de mi
habitación infranqueable, llegué a cartearme con setenta personas a través de las
direcciones que conseguía en la radio o en las “Cantarock”. A través de esas
cartas y de la música se abrió un nuevo sistema de lecturas; leí a Carlos Castaneda
y Antonin Artaud por Spinetta, a Olga Orozco por Molina, a Alejandra Pizarnik
por Orozco, a Julio Cortázar por Pizarnik. Participé de un taller literario en
la escuela donde escribí mis primeros poemas, canté en una efímera banda de
rock que versionaba a Serú Girán y compuse algunas canciones.
En 1989 militaba en la juventud franciscana. Queríamos cambiar el mundo.
Los domingos íbamos al Instituto de Menores “Riglos”, a jugar con los chicos
internados allí; cuando se profundizó la crisis económica salimos a pedir a los
comerciantes materia prima para cocinar en la capilla y la gente podía pasar
con su olla al mediodía para llevar algo de comer a su casa. Entendí la
diferencia entre caridad y solidaridad. Ahora que me siento tan lejos del
catolicismo, sigo viendo en San
(no sea cosa que se interprete como el papa Francisco) Francisco y en su
doctrina algo verdadero, una mirada de convivencia con las criaturas del
mundo que celebro y respeto.
La adolescencia terminó abruptamente ese año, nos fuimos de vacaciones
al sur con ese grupo y volví embarazada de Juan, mi hijo mayor. Me casé y me fui
a vivir a Zárate. La crisis nos había arrebatado la lancha y con ella la posibilidad
de seguir yendo a la isla. Zárate puso distancia entre todo lo que formaba
parte de mi mundo y yo. Pasarían años para despertar e ir en busca de lo que me
pertenecía
2
— Por ejemplo, aquello que habías pronosticado: “y viviría en esta casa”.
MN — Creo en lo que el poeta sanjuanino
Jorge Leonidas Escudero llamaba “el pálpito”, esa primera impresión de las
personas o los acontecimientos que después olvidamos pero contiene una verdad
que más adelante va a confirmarse. A los once años extravié mi documento de
identidad y bastante tiempo después lo encontré en la casa de la isla. En ese
gesto involuntario está “el llamado a la aventura”, ése y no otro era mi
camino.
Necesité olvidar la isla para vivir
en la ciudad, pero comencé a tomar clases con Alberto Muñoz y a trabajar en
Ediciones en Danza con Javier Cófreces, justo cuando ellos escribían “Tigre”, la obra más importante sobre el
delta.
Me resistí, estuve en julio del 2010
en España y comencé a ahorrar dinero para quedarme a vivir allí; llegó el
verano y con unos amigos alquilamos una casa en el río Carapachay. Allí tuve un
sueño premonitorio y decidí ocuparme de este lugar abandonado por mi familia
hacía tantos años. El pálpito se confirmó cuando el vecino que construyó el
muelle me proporcionó el primer presupuesto para la madera: era la cantidad de
dinero exacta que había ahorrado.
3 — Has conocido y tratado
personalmente a quien obtuviera en 1998 el Premio de Literatura Latinoamericana
y del Caribe “Juan Rulfo”, la pampeana Olga Orozco (1920-1999). Y a otro
pampeano notable, Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1929-2010). Y a ese sanjuanino
con mucha obra, publicada a partir de sus cincuenta años, y gran
reconocimiento: Jorge Leonidas Escudero (1920-2016).
MN — La presencia de Olga en mi vida ha
sido constante desde muy temprano. Compré una antología suya del Centro Editor
de América Latina en la adolescencia, junto con “Hotel pájaro” de Enrique Molina. Fueron mis dos primeros libros de
poesía. Claro, por entonces me costaba pensar que esas personas vivían y
ofrecían recitales. Llevaba a todas partes esos libritos de bolsillo,
atormentaba a mis amigas leyéndoles esos poemas.
En 1997 residía en Zárate, me había
separado y tenía dos hijos pequeños. No tenía mucho contacto con “la capital”,
eran años de vacas flacas y alquileres altos. Supe por un diario que Olga iba a
leer en el Instituto de Cooperación Iberoamericana (actualmente CCEBA) y allí
fui. Lloré durante toda la lectura y Jorge Boccanera me prestó su pañuelo. Él
fue quien me la presentó. Entonces le entregué lo único de valor que tenía para
darle: mi juego de runas. Ella me extendió un papelito con su teléfono y me
dijo: “Niña, venga a mi casa a tomar el
té, que usted y yo tenemos que hablar”.
Sigo en diálogo con Olga, me
acompañan sus talismanes, sus consejos y la extensa obra periodística que escribió
con diferentes seudónimos para la Revista “Claudia”. Vuelvo a esos textos cada
vez que lo necesito y es así como el diálogo continúa.
Cuando comencé a estudiar literatura
tenía altas expectativas con respecto a la formación poética. Pronto me di
cuenta que la poesía y la academia, al menos en esa época y en ese lugar, no se
encontrarían nunca. Fueron los festivales, las lecturas, o los amigos poetas
quienes nutrieron esa sed. Así fue con Orozco y tiempo después con Bustriazo y
con Escudero.
A Juan Carlos Bustriazo Ortiz lo
conocí a través del querido y generoso poeta Sergio De Matteo. Fue él quien lo
llevó al “Flamenco Bustriz” (así lo llamaban) a la presentación de “Estuario” en la Casa Museo Olga Orozco,
de la ciudad de Toay, donde Olga naciera. Su poesía deslumbrante y chamánica me
interesó vivamente, al punto que cambié mis planes de viaje y acompañé a De
Matteo y a Bustriazo al Festival Internacional de Poesía de Rosario, en donde
se realizó un reconocimiento a la trayectoria del poeta.
El encuentro con Jorge Leonidas
Escudero fue en su casa. Le realizamos una entrevista junto a Javier Cófreces
(la encontrarán en mi canal de Youtube). Pasamos el día con él y sus hijas y
por la noche fuimos juntos al Casino. Era mi primera vez y al poeta lo
entusiasmaba la posibilidad de que eso le diera suerte. Volví a verlo al año
siguiente para la presentación de su “Poesía
completa”. Chiquito, como le decían sus amigos, era un ser humano
excepcional, un hombre que comenzó a escribir cuando el cuerpo ya no le dio
para seguir escalando los cerros en busca de piedras; entonces se dedicó, como
él decía, a “buscar el oro de la palabra
única”.
4
— ¿Qué decir, Marisa, de http://pajarodemimbre.blogspot.com.ar/, cultura isleña?...
MN — Me gustan los blogs; tengo unos
cuarenta que he alimentado con más o menos asiduidad desde 2004. Algunos son de
lectura restringida y otros sólo los puedo ver yo y los uso para recopilar
material sobre temas que me interesan (pájaros, trenes, el antiguo delta,
etc.). En el caso de pájaro de mimbre, surgió a través de
la Beca del Fondo Nacional de las Artes de investigación sobre poesía isleña.
Colectar, reunir, antologar y difundir son tareas que siempre me dan placer.
Fue también nuestro modo de habitar este lugar, ya que lo llevamos adelante
junto a Gabriel Martino. Gabriel y yo nos conocimos en 2012 y el amor unió
nuestras vidas y nuestros proyectos. Juntos construimos esta casa, juntos
estudiamos bibliotecología, juntos coordinamos talleres y trabajamos en la
Biblioteca Genoveva, hacemos libros, viajamos… Como diría Roberto Arlt, Gabriel
es alguien que a fuerza de vivir en el delta “adquirió la ciencia de las cosas”; tiene un talento enorme para
escribir, pintar, dibujar, esculpir, trabajar la madera. Se necesita una
singular capacidad para vivir en el delta y no depender de nadie. Es él quien
se ocupa de mantener a raya a las alimañas, a la vegetación que crece sin fin;
también es quien fabrica nuestros muebles y repara lo que se rompe. Es un
lector apasionado, sobre todo de literatura medieval italiana. Mantiene un blog
de traducciones: http://italianoalabartola.blogspot.com.ar/ y uno en donde homenajea a su
escritor favorito, el chileno Adolfo Couve [1940-1998].
5 — Si una iniciativa hay que no deberíamos saltearnos en una
conversación que propende a darte a conocer del modo más amplio, es la de
creadora, al menos en nuestro país, de Bibliolanchas en Red.
MN — El trabajo en red es el tipo de
interacción comunitaria que, de todos los posibles, más me interesa. Así sucede
con Poesía en la Escuela (poetas y docentes de todo el país que año a año
realizan el festival en sus escuelas) y también con Bibliolanchas en Red, que
reúne a tres comunidades rurales de tres países que cuentan con una bibliolancha:
Quemchi en Chiloé, Villa Victoria sobre el Río Putumayo, en Colombia y el delta
de San Fernando tienen mucho en común; atienden poblaciones con necesidades
similares y une a sus proyectos los mismos ideales: llegar con la palabra a los
lugares más aislados, convidar a la lectura de materiales cuidadosamente
elegidos, retomando una frase de Gianni Rodari [1920-1980] que siempre nos
acompaña: “El uso total de la palabra
para todos me parece un buen lema, de bello sonido democrático. No para que todos
sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.
En 2018 nos proponemos escribir un
libro de mitos y leyendas junto a los niños y jóvenes y luego editarlo en los
tres países. En Argentina contamos para eso con el apoyo de la CONABIP (Comisión
Nacional de Bibliotecas Populares).
6
— Qué intereses te rondarán o habrán rondado en el área de lo artesanal.
MN — La labor artesanal implica un uso
diferente del tiempo. Me importa sobre todo eso, no tanto el producto en sí,
sino el estado de bienestar que me genera estar tejiendo o bordando, o pintando
con acuarelas. No hay un fin comercial ni una pretensión artística. Hace poco
aprendí a trenzar canastos de sauce y palmera. La sensación de estar en un
círculo de mujeres que tejen es poderosa. El bordado vino con la escritura de “Hebra”. Soñé con la frase “tejedoras de
Dalcahue” y allí se inició la investigación sobre las tejedoras de diferentes
zonas, sus herramientas y procedimientos, el sentido de sus diseños. Tuve que
pasar esa experiencia por el cuerpo y convertirme en tejedora para terminar el
libro.
7 — ¿De cuál o cuáles siguientes tres
citas te percibís más próxima?: Gilles Deleuze: “Hay que ser bilingües incluso en una sola
lengua, hay que tener una lengua menor en el interior de nuestra propia lengua,
hay que hacer un uso menor de nuestra propia lengua.” Ernesto Sábato: “Poderío del Lenguaje”: “La riqueza del
lenguaje podría ser medido por el número de las palabras, pero no su poderío.
Hay escritores que se arreglan con un vocabulario restringido, pero que sacan
matices y partido del que tienen, por la maestría en la colocación: pueden no
tener o no querer tener piezas, pero tienen posición. Como en el ajedrez, una
palabra no vale por sí sola sino por su posición relativa, por la estructura
total de que forma parte. Sólo un escritor mediocre puede desdeñar ciertas
palabras, como un mal jugador de ajedrez desdeña un peón: no sabe que a veces
sostiene una posición.” Emmanuel Kant:
“El sueño es un arte poético involuntario.”
MN — La
búsqueda de un lenguaje propio, de esa lengua menor de la que habla Deleuze es
la única tarea posible para quien escribe. Creo en el oficio, en la orfebrería
de la corrección, palabra a palabra para ir tras esa lengua propia que, por
supuesto, es inalcanzable. Sin embargo, en el origen de cada poema, al menos en
mi caso, está el sueño, la visión, el relámpago; luego la tarea consiste en
traducir esos fragmentos.
8 — En 2015, junto a Javier Cófreces,
tuviste la responsabilidad de ocuparte de las obras poéticas de Carlos Enrique
Urquía (1921-2003) y de Juan José Ceselli (1909-1982).
MN — Compartimos
con Javier ese deseo de hacer justicia a los buenos libros, a tantos poetas que
por razones de mercado editorial están fuera del canon y es necesario volver a
leer. Ese es uno de los objetivos de Ediciones en Danza. Al recorrer el
catálogo del sello no quedan dudas del enorme despliegue que ha realizado
Javier como editor de poesía argentina. Tuve la suerte de participar en los
volúmenes de los autores que mencionás. Mi tarea fue rastrear las ediciones
originales difíciles de conseguir, tipear los textos, y en el caso de Urquía
resolver el tema de los derechos.
Urquía es
un poeta que adscribe al creacionismo; los cuatro libros sobre el delta que
compilamos en “La islíada” reflejan
ese cruce entre la creación pura y la cercanía con el paisaje y sus habitantes.
Ceselli
es un rara avis de la generación del ‘40. Un hombre que abandonó todo
por ir detrás de los surrealistas. Su obra es bella y violenta, desmesurada y cósmica.
9 — En 2004 se
publicaron dos antologías: “Un camino en
la selva, un paso a la libertad” (a cargo del chileno Ramón Quichiyao
(1951-2017), y “Al filo del gozo”, de
las escritoras mexicanas Marisa y Socorro Trejo Sirvent, y cuyo eje es el
erotismo.
MN — La antología
chilena formó parte de un Encuentro Binacional llamado La Ruta de Neruda, en el
que desde 1999 un grupo de poetas de ambos países, Chile y Argentina, rememora
el paso por la selva, desde Futrono a San Martín de los Andes, que realizara
Pablo Neruda al ser perseguido por razones políticas.
Participe
en 2004, junto al poeta platense Emiliano Cruz Luna y los chilenos Ramón
Quichiyao, César Uribe, Jaime Huenún, Jaime Valdivieso, Bernardita Hurtado Low
y Jaime Quezada, de ese recorrido que incluyó lecturas en escuelas rurales, el
cruce del lago Maihue y la visita de la hacienda en donde el poeta escribió
parte del “Canto General”.
En el
caso de la antología mexicana, Marisa y Socorro Trejo Sirvent realizaron la
convocatoria a fin de presentar el libro en el Encuentro Internacional Mujeres
Poetas en el País de las Nubes, de Chiapas, e incluyeron un poema de “Caballos de arena”.
10 — Participaste con una serie de
haikus de la muestra “Satori” en la galería de arte contemporáneo
“Masottatorres”. ¿También en otras muestras participaste?
MN — “Masottatorres”
fue un espacio de arte contemporáneo que replanteó los vínculos entre las
obras, los artistas, los aprendizajes y el público. Desde que abrió sus puertas
en 2007 fue concebido como una red que tendía vínculos entre diferentes
disciplinas artísticas. Allí participé escribiendo haikus para las fotografías
de la muestra “Satori”, seleccionando poemas que acompañaron la muestra “Erótica”
y también coordinando cursos de poesía y vanguardias junto a Javier Galarza.
En
“Masottatorres” presentamos además “Estuario”
en 2008, “El jardín posible”, mi
antología de Olga Orozco, y “Yo, Claudia”,
la obra periodística de Orozco en la Revista “Claudia”, con una performance que
incluía un living de los años setenta y disfraces para fotografiarse con el
libro.
11 — ¿Y “El jardín de las estrelicias”?
MN — También nació en
“Masottatorres”. Fue un intercambio con la genial artista Maggie de Koenisberg.
Escribí en base a algunas de sus obras y ella luego pintó a partir de poemas
míos. Esos poemas fueron editados por el Gobierno de la Provincia de La Pampa
cuando fueron seleccionados en el Certamen Federal de Poesía “Casa-Museo Olga
Orozco 2013”.
12 — Es a la isleña Marisa Negri a
quien precisamente le acerco esta “inquietud”: Ricardo
Piglia en “El último lector”, a
partir de esa tan divulgada pregunta: “¿Qué
libro se llevaría usted a una isla desierta”, considera que la misma
incluye a otras dos, las cuales, apenas retocadas, te formulo: “¿Qué libro leerías si no pudieras hacer
otra cosa?” y “¿Qué libro creés que
te sería de ‘utilidad’ personal para sobrevivir en condiciones extremas?”.
MN — Me
angustia esa pregunta. Vivo rodeada de libros, son imprescindibles para mí.
Construí una vida en donde el contacto con el libro ha tenido todos los
abordajes posibles; como maestra, compartiendo lecturas con mis pibes y
enseñando a escribir; como bibliotecaria, desarrollando una colección relevante
para el lugar en donde trabajo; como editora, sacando a la luz textos que
estaban perdidos u olvidados; como poeta, escribiendo. Todo es leer y escribir.
Pero vuelvo a tu pregunta. El libro que me ayuda a sobrevivir en condiciones
extremas es “Cartas a un joven poeta”
de Rainer María Rilke, y el que leería si no pudiera hacer otra cosa sería la
obra completa de alguno de mis poetas amados: Arnaldo Calveyra, Orozco,
Francisco Madariaga, Miguel Ángel Bustos, Escudero, Héctor Viel Temperley,
Bustriazo…
13 — Entre “Caballos de arena” y “Hebra”,
¿qué fue cambiando en tu poética?... ¿Tenés, tendrás, aunque no necesariamente
para socializar en lo inmediato, un nuevo libro o compilación de la obra de
algún autor?
MN — “Caballos de arena” es un libro que ha
quedado muy lejos del resto. Es intimista, catártico, un poco adolescente
también. Aun así es un libro querido por lo que representa en mi vida; una
joven mujer con hijos pequeños, recién separada, escribiendo desde ese dolor.
Más que los poemas en sí, allí cobró valor lo paratextual. Para la presentación
del libro en la biblioteca del pueblo montamos una escenografía con cartas de
tarot gigantes y caballos de papel; Nadia Sandrone, una talentosa amiga actriz,
entraba a escena entre poema y poema jugando con agua, tierra y fuego. También
toqué la guitarra y canté junto a dos guitarristas y un percusionista. Lo
volvimos a presentar con gran suceso en las ciudades de Ramos Mejía y Capitán
Sarmiento. De allí surgió un grupo de amigos que a veces coordinábamos talleres
de educación por el arte.
Luego me mudé, comencé mis estudios de poética con Alberto Muñoz y eso
lo cambió todo. “Estuario” fue un
largo reencuentro con mi madre a partir de escenas familiares que volví a
narrar tomando la idea de John Berger: “El
pasado es la única cosa de la que no somos prisioneros. Podemos hacer con el
pasado lo que se nos dé la gana”. Entonces,
tomando esa licencia reescribí parte de la historia familiar.
Para “Las sanadoras” me alejé
de lo personal; es un libro de mujeres que curan y mujeres que rezan, una
exploración de esos saberes ancestrales sobre los yuyos, los huesos, las
señales del cielo. Un grupo de mujeres en Balsa Las Perlas, provincia de Río
Negro, lo transformó en una obra teatral. Conocí a la poeta neuquina Macky
Corbalán [1963-2014] ese día, el del estreno: fue un encuentro breve y
luminoso.
En “Nautilus” el tema es la
construcción de la casa, el regreso al río y al padre. Es un libro inconcluso,
pero tal vez ese sea su signo; ahora que vivo aquí, y el delta es el universo
cotidiano de lanchas, y niños y perros, se desdibuja como objeto poético, forma
parte de un misterio mucho mayor aún.
Con “Hebra” vuelven las
mujeres a dominar la escena, esta vez tejedoras de distintos lugares de
América, de diferentes épocas. Intenté en él recuperar esas voces, tejer. Hay
poemas que funcionan como urdimbre y otros son trama. Dos muertes y dos
nacimientos queridos y cercanos sucedieron en torno a esos textos mientras escribía
“el origen y el final son una misma
cuerda”.
Lo que viene: una recopilación de “Mitos
que viajan por agua” contados e ilustrados por niños y jóvenes de
Argentina, Colombia y Chile. Formará parte del recorrido 2018 de la
Bibliolancha de la Biblioteca Popular Santa Genoveva, y también del bibliobote
de Villa Victoria (Putumayo, Colombia) y la Bibliolancha Felipe Navegante
(Quemchi, Chiloé, Chile). También me gustaría editar la segunda parte de “Yo, Claudia”.
14
— ¿Ana Emilia Lahitte, Juana Bignozzi, Leda Valladares o Elizabeth Azcona
Cranwell?...
MN — Sobre
todo Leda. Ella, como Violeta Parra en Chile, inició un camino hacia el origen
de la palabra y del canto, nos enseñó a escuchar las voces de cantores que “con su música reajustan el universo”.
Ella nos dice: “Grito y canto
convergen en el indio, en el negro, en el asiático o en el criollo de cualquier
continente. Salen juntos, casi trenzados en el rito primero. Allí se pierden
las nociones de prudencia sonora y todo está permitido si sirve para expresar,
clamar, convocar, suplicar y llegar a oídos supremos. La libertad es la esencia
de ese grito y el grito significa sangría, parto, develamiento de fuerzas
ocultas (…) Ese canto metafísico del desamparo original, cantado con los huesos
y el pellejo, exige un tímpano religioso.”
Admiro esa determinación de Leda, que dejó su formación jazzística para
seguir el canto de la tierra y adentrarnos en sus misterios.
15 — ¿Cuáles considerás que son las
condiciones y atributos más relevantes en un narrador? ¿Quiénes responderían a
ese modelo?
MN — No
soy experta en el tema. Cuando comienzo a leer un relato y la escritura es
descuidada pierdo el interés; sin embargo, cuando un cuento o novela me
apasiona, lo más probable es que relea una y otra vez y en esa lectura se vaya
profundizando la mirada.
Mirada la de John Berger que amo: siempre más allá de la superficie, y
el inmenso abanico de otras lecturas que convida a leer. De William Faulkner su
maestría para hacernos experimentar las emociones que viven sus personajes, la
genial invención de Yoknapatawpha, en donde transcurren la mayoría de sus
historias.
No sé si hay un modelo. Cada autor tiene sus claves y habrá algunas que
no alcanzaremos nunca. Me gustan Claire Keegan, Haroldo Conti, Cynthia Ozick,
Juan José Saer, Natalia Ginzburg, Carlos Domínguez, Juan José Morosoli, Irene
Nemirovsky, Felisberto Hernández, por nombrar algunos: estos que ahora vienen
hacia aquí y mañana podrían ser otros.
16 — ¿Cuál es tu opinión de la poesía
argentina de este siglo XXI?
MN — La
poesía goza de buena salud. En Argentina hay un arco poético lo suficientemente
amplio como para encontrar la voz que más nos interese. Ha habido un
desplazamiento de la poesía hacia otros lenguajes, una fuerte presencia
teatral, performática, audiovisual. También como lógica consecuencia de los
tiempos que vivimos aparece fuertemente lo social y lo político.
La oferta editorial tuvo su apogeo en 2015, cuando se creó la Red
Federal de Poesía y desde el estado se propiciaron encuentros, lecturas,
compras de libros para las escuelas, apoyo a festivales y ferias en todo el
país. Hoy, desfinanciados estos programas, la red subsiste de modo autogestivo
y solidario.
17
— ¿Incursionaste —aparte de tus prólogos y artículos— en otras formas de
escritura fuera de la poesía?
MN — Soy
estudiante crónica y docente, así que mucho de mi escritura pasa también por el
desarrollo de proyectos, planificaciones, breves ensayos o materiales
didácticos para mis alumnos.
Llevo habitualmente diarios de viaje, bitácoras que van quedando por ahí
en cuadernos perdidos dentro de mi biblioteca, y alguna vez intenté escribir
una novela pero no pasé de las treinta páginas.
No creo que deba publicarse todo lo que se escribe. Durante cierto
tiempo escribía dos o tres hojas diarias como un modo de “limpiar” la cabeza.
También escribo muchísimas cartas.
18 — Certezas: ¿bastantes, sólo
algunas o poquísimas?...
MN — Algunas.
Amo lo que hago, tengo vínculos fuertes y profundos con algunas personas, creo
en las fuerzas naturales, en el amor, en la amistad. Elegí vivir en esta isla pero podría haber sido también en
Granada, Montevideo, Salvador de Bahía o Chiloé. Siempre habrá un deseo nómade
en mi vida sedentaria. Siempre viento y raíz serán parte de mi naturaleza.
Marisa Negri selecciona
poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
fénrir
“uno
entre todos un día será
quien
en forma de monstruo
a la
luna devore”
edda mayor 40-3/4
fénrir
el lobo con la
sangre del cielo
o el animal de
gubbio
o el ojo amarillo
de gmork
tantos lobos
los lobos de adentro
como la propia
piedad
la detestable
caridad para sí
los argumentos
de nada sirven
las palabras
cuando el lobo
se disfraza de
cortés
de buena gente
un beso es un
colmillo
con su garra de
niebla
te arranca el
corazón
tarde o temprano
el tiempo pasa
toda intemperie
es cicatriz
(“de
“Caballos de arena”, 2003)
*
un sendero con
flores de romero la lata de leche nido de la que asoma un malvón mi madre
protesta los moños desatados el vestido blanco impresentable pero la abuela me
dice yuyerita pone sobre mis brazos rodajas de papa para el exceso de sol aloe
en los raspones de las rodillas cada brizna tiene su secreto en el jardín los
tamarindos entregan sus hojas agridulces para calmar la sed y la ruda a un lado
de la casa aleja la mala conversación al mismísimo oscuro si hace falta
yuyerita hay que pedirles permiso a las plantas para que entreguen su virtud
cortarlas con la mano fuerte en el nombre de san juan esa higuera es tu árbol
de nacimiento yuyerita una velita roja y tres deseos cada año a sus pies
(de
“Estuario”, 2008)
*
El bicho
El hijo del
panadero mira por el rabillo del ojo
le zumba un bicho
en la cocina
el Capitán debajo
de la mesa
el hueso del
puchero entre los dientes
la mosca sobre el
hueso
El chico se ladea
una vez
otra vez
Las rodajas de
jengibre sobre la tabla
Berta sobre el
cuchillo
zumba el bicho
zumba zumba zumba
todos tenemos un
bicho dentro de la cabeza
Quiero los
duraznos de la frutera
todos
El licor de las
hermanas
¿Es la voz de la
mosca?
El día que
subimos al techo no fui yo
fue el bicho
Los bichos tienen
mil ojos
con cerrar la
mitad les basta para dormir
Inventos
Ningún bicho
puede hacer casa en el cuerpo
Me darán un
trompo
si les llevo el
bicho envuelto en alcohol.
(de “Las sanadoras”, 2012)
*
Iwy Mara ey
partiremos hacia
el este
un solo tronco
ahuecado será la canoa
pay carabí
danos la blanca
carne de los peces
días de agua
mansa
semilla y barro a
nuestras mujeres
piedra y hueso
para las lanzas
pay carabí
que lleguemos
salvos
a la Tierra sin
Mal
(de “Nautilus”,
2012)
*
La lana es
la vida. Es el arreo con silbido y buen perro hacia la esquila y el hilado
torcido para la resistencia. Los más antiguos no están y nadie quedará cuando
nos vayamos yendo.
Madrecita
tejía ponchos bordados que no alcancé a aprender: roble, canelo, pello pello,
tenía 12 años cuando todo empezaba.
Madeja
cruda teñida con barba de palo, tiene que hervir para que tome el color. El
punto ceñido apacigua el viento, las agujas nunca se dirigen al pecho.
(de
“Hebra”, 2016)
*
Infancia
Impulsa su
autito de carrera sobre el asiento que con el oleaje recorre el largo de la
lancha, rebota y cae sobre las piernas de un hombre adormecido.
El niño
recibe un reto suave y la madre musita una disculpa.
Pero el
hombre ha sido tocado.
Ve la
puerta de alambre, la cocina, el cajón de los cubiertos.
Esquiva los
cuchillos y guarda tres cucharitas de metal, sacachispas.
Clava la
cuchara en la masilla
clava la
masilla en el plástico.
Impulsa su
autito de carreras.
El niño que
dormía, despierta.
(de
“Delta F”, inédito)
*
Entrevista
realizada a través de correo electrónico: en el Delta, partido de San Fernando,
y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, distantes entre sí unos 40 kilómetros,
Marisa Negri y Rolando Revagliatti, abril 2018.
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