Pero
hay otra manera de abordar la escritura y su reflexión y es no mirando atrás,
ya sabemos que nuestros maestros tutelares están con nosotros, nos influyen,
mirando a cada lado donde caminan y escriben personas que son cercanas,
creadores que, al igual que nosotros, van de la mano, en la ensoñación de la escritura
o en la difícil tarea de reflexionar, en la ardua y aun conciliada manera de
indagar por la poesía; en síntesis reflexionarnos. Lo que lleva a decir que
cuando se escribe sobre nosotros es amainar en un campo nunca minado sino en
reconocer al otro, en tenerlo presente, en entablar ese diálogo casi imposible
pero abierto de una manera actual, presente. Ese tipo de diálogos es necesario.
De ahí
que cuando leo Al filo del ojo de
Omar castillo (Colección Otras Palabras, Fondo Editorial Ateneo, 2018), es
saber que él reflexiona esas otras palabras que merodean y se escriben ahí
justo ante nosotros, esas otras palabras que aciertan e indagan, que se atreven
a equivocar, que abren brechas, que asedian a veces, lejos de los circuitos de
la comodidad donde se mira la literatura, no solo de soslayo, sino como un
infatuado camino nunca brumoso sino lleno de la molicie de versos y de aquellas
historias que no requieren una confrontación donde no existen preguntas y menos
respuesta a lo que somos, lo mismo para responder preguntas fundamentales,
sobre el papel de la literatura como la decisión del ser en no pasar
desapercibido en la medida en que requiere no solo dejar una huella sino
pensarse.
Al
principio una reflexión, “Sobre poesía”, donde el autor, en una suerte de
proemio, reflexiona sobre su quehacer poético al cual le deja de lado la
nostalgia, como algo corrosivo. Ante ello añade: “No debemos olvidar que la
poesía es un riesgo de integridad llevado hasta sus últimas consecuencias y no
un pasatiempo para mentes correctas y con buen ánimo social”. Y después
prefiere el silencio como escudo ante la banalidad. Para ser exactos ahí reside
el espíritu de su poesía. Aunado a un aspecto fundamental en Omar, y es que ha
sido un autodidacta, lo cual lo hace un poeta libre de ataduras, lo que se
traduce en buscar sus caminos, en inferir sus indagaciones, en construir el
quehacer notorio en su poesía donde fluye un destino, seguir la propia
construcción de esa poética con sus presupuestos, hasta encontrar sus definiciones
tan suyas, lejos de la tenue ambientación nunca poética de lo que llamaría León
de Greiff las greyes planas.
Pero
también en la medida en que leemos esta síntesis, Omar Castillo reflexiona
sobre diversos autores, y es que ahí mismo en su escritura va dejando el rastro
de lo que se constituye en su concepción
sobre la poesía o sobre la narrativa. Ahí va abriendo ese camino que en cada
texto terminado se convierte en la summa de su obra. Es decir, en cada texto que
uno escribe va dejando sus huellas, que son sus reflexiones así, como esas
palabras que asedian y conjuran. Miremos en este libro, el texto “Palabras en
el laberinto de la infancia”. Allí Omar deja su inicio en los caminos de la
escritura al leer y evidenciar su cercanía con tres poetas fundamentales,
Porfirio, León de Greiff y José Asunción Silva. De cada uno de ellos recobra
sin definirlo aun sino más tarde, como si esas voces le abrieran el camino a la
escritura, como si esas voces confluyeran para el inicio de una formación
sentimental en la poesía. De ahí que Omar en cada uno de ellos recobrara aspectos fundamentales como en
Silva, sopesar las palabras y darles su medida justa. En de Greiff ritmo y
sonoridad de las palabras, y en Porfirio el desgarramiento y la orfandad. Ahí
en la infancia ya estaba dispuesto Omar para adentrarse en los caminos de la
poesía, en los vericuetos de la creación. Por supuesto, luego llegarán otros
maestros pero ahora vamos a referimos a los otros textos del libro.
En
estos textos hay una concepción donde se avizora el sentido de distanciamiento
y desconfianza con el medio literario. De ahí que él en su escepticismo elabore
su mundo poético, al establecer su propia conciencia y al elegir sus vasos
constructores, porque cuando uno escribe sobre alguien es porque da cierta
cercanía. En estas reflexiones, porque lo son, porque al uno escribir sobre
alguien también escribe desde sí y sobre sí mismo la concepción de su
escritura. Al abordar al otro se aborda uno mismo en los ecos que encontró en
ellos, que son esos puntos de contacto para reflexionar sobre ellos, es decir
sobre uno mismo. Es decir, en esta instancia cuando se piensa en el otro, se
reflexiona a partir de la propia experiencia estableciendo una cercanía a
través del habla, a través de pensar lo creativo del otro. Omar lo hace
alertado por su conciencia punzante ante la duda y deterioro del lenguaje que
es la materia que concibe y hace al poeta. No en vano cuando se refiere a
Colinas anota: “El poeta siempre será un invasor invadido”.
En estos textos hay
una visión un poco escéptica pero apasionada del desafuero de las palabras, que
contrasta con la perspectiva optimista de la realidad de estos textos que al él
mirarlos permiten hallar otra definición, donde el lenguaje, las palabras,
apenas son un artificio, ante la posibilidad del escritor para recuperar lo
inexpresable, su vivencia. No en vano cada escritor de estos con los cuales
Omar dialoga, intentan expresar un mundo que se evade y que las palabras, su
lenguaje propio, capta en lo más mínimo, aunque allí es posible encontrar y
definir: razón y caos, sensibilidad y orden, pasión y desenfreno, creatividad y
fracaso.
Omar Castillo y Víctor Bustamante |
En este
libro de Omar Castillo desfilan de una manera no blasonada, Alberto Escobar
Ángel, Luis Iván Bedoya, Rafael Patiño, Carlos Enrique Sierra, Pablo Montoya,
Helí Ramírez, Mario Angel Quintero, Oscar Castro García, León Pizano, Carmenza
Arango, Víctor Bustamante… y hago referencia a ellos por una razón de peso,
pensar a los amigos, lejos del acomodo de alguna lisonja siempre me ha causado
curiosidad y entusiasmo, ya que casi siempre nos referimos al otro, a los
lejanos.
Pero
aquí no solo hay referencia a poetas o escritores que trabajan y permean las
palabras. Aparece Carlos Puerta con sus fotografías, Raúl Restrepo con sus
telas atiborradas de colores, y la memoria del teatrero, siempre lamentado,
José Manuel Freidel.
Por
supuesto ésta Medellín que se presencia en estos escritores que buscan la
ciudad desde diversos ángulos está presente en su ensayo “Medellín, un grafiti
que se abre”. Una reflexión entre los escritores y poetas anónimos que dejan en
sus muros, en sus paredes, en sus tapias, no solo sus frases sino también sus
palabras, aquellas palabras de la ironía, aquellas reflexiones, aquellos
insultos, aquellas diatribas. Es una Medellín donde estos escritores, los
grafiteros, sopesan solo una frase llena de escarnio y de esperpento, una frase
pensada, para escribirla casi siempre en las horas de la noche cuando la mirada
inquisidora del transeúnte no existe y cuando en la eficacia de un momento la escriben con donosura para crear
desazón y criticar, y además, librarse de cierto estado de cosas y de su
malestar.
En
síntesis, a los escritores que el poeta nombra, se le suman aquellos que con
algunas palabras fugaces se les lee, pero estas palabras son borradas luego,
con lo cual siempre sentimos que reescriben su perversidad y su desventura de
una manera momentánea.
Al filo del ojo, es
andar alerta, buscar la reflexión y la cercanía de otras palabras y otras
voces, también es una autoexploración como en “Visión y prisión de las
palabras”. Al filo del ojo también es
saber que hay diálogos diversos con Floriano Martíns y con Alfonso Peña. Es
indagar por esos lazos en apariencia invencibles, pero que están presentes con
la poesía y los poetas que forman al escritor, es la ensoñación nunca perse por
las palabras, por saber que Medellín es de nuevo expresada a partir de otro
punto de vista, desde la mirada de un poeta, que redefine y alindera algunos
escritores. Así Omar Castillo.
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