La rosa –como símbolo de la belleza o de la poesía- tiene una larga y fecunda historia en la lírica universal. En el ámbito peruano –tradición inmediata a la que se entronca MA Zapata- tenemos los referentes insoslayables de Martín Adán y Xavier Abril. Nuestro poeta –desde el título del libro que presentamos- está aludiendo a dicha línea. En efecto ‘Ensayo sobre la rosa’ es una recopilación antológica de la obra de MA Zapata en un arco temporal que va de 1983 a 2008. Por el tiempo de su aparición en la poesía peruana nuestro autor pertenecería a la generación de los 80s, pero debido a su ausencia temprana del Perú y sobre todo, a su voluntad solitaria, Zapata es una especie de islote apartado en el archipiélago de las didácticamente acomodadas generaciones de poetas peruanos en la segunda mitad del siglo XX.
Ya desde su primera colección Imágenes los juegos (1987) nos encontramos con uno de los formatos preferidos de Zapata: el poema en prosa. Desde Baudelaire y Rimbaud el prestigio de dicha stanza concita nuestra atención. Una sosegada reflexión sobre la extraña experiencia de vivir, a partir de la contemplación y la observación detenidas del mundo –y de la poesía- informan su composición. Y con ecos de Baudelaire también en el concepto: “Hacer un poema es como un burdel lleno de colores, de luces de piel que ciegas te persiguen. La tentación está en el llamado: dormir o perecer: he ahí el tedio que ensombrece los cantos”. Otros temas: la mujer –elemento central en toda la poesía Zapatista- los innumerables viajes y la propia literatura. También la familia, la casa, el patio, las mascotas.
Esta escenografía vuelve a aparecer en su siguiente trabajo Poemas para violín y orquesta (1991). Pero aquí destaca la cuestión existencial. Una angustia perenne recorre el poemario ante el abismo de la nada. Y también nos ofrece – a mi juicio- uno de los textos más logrados de Zapata ‘Alhucemas para William Carlos Williams’ cuyo remate reza: “el temor de caer con el / mundo, me refugio en las hojas de los / pobres, en los hospitales solitarios, / en tu cintura, tus rodillas, en la / hierba que crece hasta tus tobillos”. Como vemos el problema existencial se resuelve mediante el erotismo. Esto es usual en la poesía de nuestro autor. Todos los conflictos metafísicos se solucionan –como afirma en otro texto- con “un / cuerpo de mujer / sobre las espumas / del mar brillándome / el pensamiento”.
En Lumbre de la letra (1997) entran los cuervos, oscuras y literarias aves –recordemos a Edgar Poe- con las cuales parece identificarse el poeta. Pero a diferencia del gran norteamericano aquí los cuervos no significan muerte y desolación sino pura vida. Para muestra un botón: “Yo aquí con mi pico curvo soy hermoso: me desea la cuerva blanca que vive en la Nevada, mi negrura es divina y en la miel descansa con la blanca tinta que brota de su cueva rumorosa”. En este conjunto está el poema ‘Las nueve esferas” donde el talento estrictamente lírico de Zapata brilla por sí solo: Baste con la primera línea: “Cien globos de luz a lo lejos perlas de flores en llamas” suerte de fusión surrealista y neobarroca.
Su siguiente obra Escribir bajo el polvo (2000) probablemente alude al desierto, aquel vivido por el poeta durante su experiencia docente en el sur-oeste de los Estados Unidos, y al mismo tiempo la reminiscencia de su Piura natal, allá en la lejana costa norte del Perú, albergue de la rica hacienda paterna, rodeada por el inclemente desierto al filo del valle del Bajo-Piura, río solitario que desciende desde los Andes –más arriba de Chulucanas- y que se presenta en la poesía de Zapata como el espacio de la inocencia perdida y la renovada utopía de la memoria re-encarnada. Así nos encontramos con “En mi patio tengo un rosal y un río de leche que amanece”. Punto de partida para nuestra caprichosa elucubración de la obra zapatiana como un susurro de rosas.
“Una rosa húmeda te cabalga como /un jinete que nunca conoció” Y más adelante: “Una rosa tupida se agita y relincha / sobre mi cuerpo de sal”, es lo que dicen los versos, pero en realidad –desde el comienzo de este poema llamado ‘Tumbes’ sabemos que se trata de “Aquella muchacha de ojos verdes / se pasea por una playita solitaria / con su deslumbrante cabellera, / trotando sobre un caballo negro”. Entonces, como afirmábamos al principio de esta breve alocución, la rosa es la musa inspiradora del poema. Este texto es del conjunto La octava estación (2002). Y en un poema de este libro Zapata junta la rosa con otro elemento fundamental de todo su universo poético: la ventana. A lo largo del volumen que comentamos, ventanas o ventanales nos informan de su colocación inmejorable para la contemplación del mundo y de la realidad que ofrece el poeta. Realidad real –diríamos- y mundo interior y/o representado. El texto al que me refiero se llama ‘Saint Escolástica’ y empieza: “Ahora observo la rosa desde la ventana en el cuarto de la rectoría”. De pronto surge la memoria de Emily Dickinson y el lugar es el claustro ideal para componer poesía. Pero no todo es santidad en este reino y menos en la gran ciudad, como queda claro con el poema que inicia esta estación: ‘La cuerva en Nueva York’. Así lee: “Me voy de juerga me dice la cuerva / negra del Bronx: bajaré a la ciudad, prenderé las luces y la ceguera de la / sombra será solo un mito bajo los / rascacielos. Me voy de baile, me dice / airosa, mi vestido rojo ceñido será la / novedad del jolgorio, y estas húmedas / alas se abrirán sin demora al primer / paseante”.
El último libro que integra el volumen Un pino me habla de la lluvia (2007) está configurado por otro libro denominado Escrito en Nueva York (2001-2006) en el que encontramos el poema que da título a la recopilación Ensayo sobre la rosa que constituye un logrado estudio sobre la más poética de las flores. Desde la gran tradición de Blake, Rilke o Borges, nuestro poeta traza su diseño personal sobre los distintos tipos de rosa, con un fraseo que nos transporta a los paraísos equidistantes de la impalpable ilusión de la belleza. Así aterrizamos en Chulucanas junto a la madre, o en Califormia al lado de las hijas del poeta. Y al final un florero nos suplica: “déjame ver la ceniza, después la rosa”. Es decir, la muerte o el deterioro no tendrán dominio –como dijo Dylan Thomas- porque la belleza surcará los aires de la eternidad, con el susurro de las rosas –transfiguración de la mujer, en suma- que permanecerá viva por siempre –por lo menos en el corazón del poeta y sus hipócritas lectores baudelerianos- más allá de la muerte y la destrucción. Aunque el mundo esté próximo a las cenizas –como lo prueban los tsunamis y bombardeos de la actualidad- la rosa quedará, la rosa queda, prístina, igual que la poesía, para acariciarle los pétalos y llegar a la utopía de su fragancia inconquistable. MA Zapata lo sabe y así nos lo expresa en su canción. [Roger Santiváñez]
[Texto leído durante la presentación de Ensayo sobre la rosa. New York, Librería Mc Nally & Robinson, marzo 2011]
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