Manuel Morales y dos amigas peruanas, Porto Alegre (2005)
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Me entero vía Pospost de una noticia sobrecogedora que la he sentido como una gran patada en la boca del estómago, reproduzco el post de Fernando Obregón Rossi:
Casi un mito en la poesía peruana gracias a su libro “Poemas de entre casa”, el poeta Manuel Morales ha fallecido en Porto Alegre (Brasil), lugar donde residía hace más de 30 años. El poeta Tulio Mora nos envía el siguiente artículo, con algunos poemas inéditos de Manuel Morales, que le fueron enviados por el autor pocos meses antes de su deceso.
MANUEL MORALES HA MUERTO
Escribe Tulio Mora
Con tristísimo asombro nos enteramos que Manuel Morales (Iquitos, 1943) falleció el 2 de octubre del año pasado debido a un accidente doméstico que le produjo múltiples traumatismos. La comunicación provino de una de sus hijas, Kiara, luego de que la secretaria de la oficina de Manuel Morales, un instituto de odontología, respondiera un correo electrónico dándonos cuenta de su fallecimiento. Morales fue fundador de una nueva poética que fusionó el lenguaje culto con el callejero, con un humor corrosivo e irreverente.
Morales publicó una plaqueta “Peicen Bool” (1968), “Poemas de entrecasa” (1969) y algunos poemas en la revista “Textual” (1971), con los que forjó una leyenda literaria. Los lectores que conocen su obra citan de memoria muchos de ellos, pero especialmente el breve y sabio poema titulado “Si tienes un amigo que toca tambor”:
Si tienes un amigo que toca tambor
Cuídalo, es más que un consejo, cuídalo.
Porque ahora ya nadie toca tambor,
Más aún, ya nadie tiene un amigo.
Cuídalo, entonces,
Que ese amigo guardará tu casa.
Pero no lo dejes con tu mujer, recuerda
Que es tu mujer y no la de tu amigo.
Si sigues este consejo, vivirás
Mucho tiempo. Y tendrás tu mujer
Y un amigo que toca tambor.
La bronca provinciana que algunos llamaron polémica entre escritores “criollos” y “andinos” -hoy resurrecta por el papa Oviedo y sus modestísimos monaguillos Fernando Ampuero e Iván Thays-, sirvió para que una tarde invernal del 2005 Manuel me telefoneara desde Brasil. ¡Imagínense, Manuel Morales! En la voz que me hablaba, desde Porto Alegre, ya totalmente asimilado a la dicción brasileña, redescubrí la misma calidez con que hicimos una larga y viajada amistad por innumerables comunidades nativas de la selva, por Huancayo, Chimbote y tantos otros lugares.
Él se marchó en 1977 tras de su esposa, una preciosa brasileña que aún recuerdo hoy con un pañuelo verde en la cabeza y un monito tití en el hombro. El día de su partida lo acompañamos Jorge Pimentel, Eloy Jáuregui, Yulino Dávila y yo, haciendo tiempo, ya no recuerdo si en el Wony o el Canchón, y luego hasta el paradero de Tepsa. Desde el andén del bus, al que subió con dos canastas que las señoras de entonces usaban para ir al mercado, nos devolvió un larguísimo adiós que le extendíamos con las manos alzadas y las caras tristes. Se iba un hermano. Se iba uno de los nuestros para siempre.
Poco después, en 1978, recibí en Buenos Aires una carta de Jorge Pimentel en la que citaba dos frases del gran Manuel, extractada de una de las dos cartas que él le escribiera. Decían, las recuerdo de memoria: “ser poeta en el Perú no se lo deseo ni a Supermán” y “publicar un libro en el Perú es más difícil que levantar una mesa con los dientes”. Siempre las tengo en la boca para tratar de explicarme por qué el autor de una obra unánimemente celebrada (como podemos inferir de la mención que hace de él un periodista tan conocedor de nuestra literatura como César Hildebrandt) se negó a seguir publicando. Suponía que como Rimbaud él había doblado la esquina de la renuncia por asuntos más mortales. Porque Morales es de los que trabajaban fanáticamente. Antes de morir se desempeñaba en un instituto de Odontología, pero para suerte de todos nunca dejó la poesía, como nos ha comunicado su hija mayor, Kiara.
Luego de las llamadas telefónicas me envió por correo tres cartas, como en los viejos tiempos, cuando escribirlas era un arte (a Manuel no le agradaba el correo electrónico), todas muy agudas como argumentadas y extensas sobre diversos temas, principalmente su plena adhesión a Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez (hoy otra vez Miguel es atacado por la mafia insaciable que dirige Oviedo), autoafirmándose como militante de Hora Zero y una propuesta política del tema heredado de la guerra interna. Una de ellas venía con libros de obsequio, fotos y cinco poemas inéditos. En algún momento publicaremos esas cartas lúcidas y tan divertidas sobre el canon literario y las mujeres. Ahora el aturdimiento por la noticia nos obliga a rendirle homenaje publicando algunos de sus poemas y fotos.
MEMORIAL PARA ROSE
Casi un mito en la poesía peruana gracias a su libro “Poemas de entre casa”, el poeta Manuel Morales ha fallecido en Porto Alegre (Brasil), lugar donde residía hace más de 30 años. El poeta Tulio Mora nos envía el siguiente artículo, con algunos poemas inéditos de Manuel Morales, que le fueron enviados por el autor pocos meses antes de su deceso.
MANUEL MORALES HA MUERTO
Escribe Tulio Mora
Con tristísimo asombro nos enteramos que Manuel Morales (Iquitos, 1943) falleció el 2 de octubre del año pasado debido a un accidente doméstico que le produjo múltiples traumatismos. La comunicación provino de una de sus hijas, Kiara, luego de que la secretaria de la oficina de Manuel Morales, un instituto de odontología, respondiera un correo electrónico dándonos cuenta de su fallecimiento. Morales fue fundador de una nueva poética que fusionó el lenguaje culto con el callejero, con un humor corrosivo e irreverente.
Morales publicó una plaqueta “Peicen Bool” (1968), “Poemas de entrecasa” (1969) y algunos poemas en la revista “Textual” (1971), con los que forjó una leyenda literaria. Los lectores que conocen su obra citan de memoria muchos de ellos, pero especialmente el breve y sabio poema titulado “Si tienes un amigo que toca tambor”:
Si tienes un amigo que toca tambor
Cuídalo, es más que un consejo, cuídalo.
Porque ahora ya nadie toca tambor,
Más aún, ya nadie tiene un amigo.
Cuídalo, entonces,
Que ese amigo guardará tu casa.
Pero no lo dejes con tu mujer, recuerda
Que es tu mujer y no la de tu amigo.
Si sigues este consejo, vivirás
Mucho tiempo. Y tendrás tu mujer
Y un amigo que toca tambor.
La bronca provinciana que algunos llamaron polémica entre escritores “criollos” y “andinos” -hoy resurrecta por el papa Oviedo y sus modestísimos monaguillos Fernando Ampuero e Iván Thays-, sirvió para que una tarde invernal del 2005 Manuel me telefoneara desde Brasil. ¡Imagínense, Manuel Morales! En la voz que me hablaba, desde Porto Alegre, ya totalmente asimilado a la dicción brasileña, redescubrí la misma calidez con que hicimos una larga y viajada amistad por innumerables comunidades nativas de la selva, por Huancayo, Chimbote y tantos otros lugares.
Él se marchó en 1977 tras de su esposa, una preciosa brasileña que aún recuerdo hoy con un pañuelo verde en la cabeza y un monito tití en el hombro. El día de su partida lo acompañamos Jorge Pimentel, Eloy Jáuregui, Yulino Dávila y yo, haciendo tiempo, ya no recuerdo si en el Wony o el Canchón, y luego hasta el paradero de Tepsa. Desde el andén del bus, al que subió con dos canastas que las señoras de entonces usaban para ir al mercado, nos devolvió un larguísimo adiós que le extendíamos con las manos alzadas y las caras tristes. Se iba un hermano. Se iba uno de los nuestros para siempre.
Poco después, en 1978, recibí en Buenos Aires una carta de Jorge Pimentel en la que citaba dos frases del gran Manuel, extractada de una de las dos cartas que él le escribiera. Decían, las recuerdo de memoria: “ser poeta en el Perú no se lo deseo ni a Supermán” y “publicar un libro en el Perú es más difícil que levantar una mesa con los dientes”. Siempre las tengo en la boca para tratar de explicarme por qué el autor de una obra unánimemente celebrada (como podemos inferir de la mención que hace de él un periodista tan conocedor de nuestra literatura como César Hildebrandt) se negó a seguir publicando. Suponía que como Rimbaud él había doblado la esquina de la renuncia por asuntos más mortales. Porque Morales es de los que trabajaban fanáticamente. Antes de morir se desempeñaba en un instituto de Odontología, pero para suerte de todos nunca dejó la poesía, como nos ha comunicado su hija mayor, Kiara.
Luego de las llamadas telefónicas me envió por correo tres cartas, como en los viejos tiempos, cuando escribirlas era un arte (a Manuel no le agradaba el correo electrónico), todas muy agudas como argumentadas y extensas sobre diversos temas, principalmente su plena adhesión a Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez (hoy otra vez Miguel es atacado por la mafia insaciable que dirige Oviedo), autoafirmándose como militante de Hora Zero y una propuesta política del tema heredado de la guerra interna. Una de ellas venía con libros de obsequio, fotos y cinco poemas inéditos. En algún momento publicaremos esas cartas lúcidas y tan divertidas sobre el canon literario y las mujeres. Ahora el aturdimiento por la noticia nos obliga a rendirle homenaje publicando algunos de sus poemas y fotos.
MEMORIAL PARA ROSE
(Poema inédito de Manuel Morales)
¿Será que todavía está vivo
mi hermano Juan Gonzalo, guerrero señorial
y provenzal y distinto de la poesía?
Hay siempre un punto de enlace
en su rostro bello y devastado, pero solemne,
cuando con un hachazo de sombra
arranca las bellotas colgadas en el pescuezo
de las estrellas, en las madrugadas.
Las costillas fervientes del otoño
enarboladas como rubias cervezas
sacuden las túnicas escrupulosas del instinto
y árboles viriles
y vientos camuflados de sentimiento
ventilan apresadamente
el trágico destino de las cisternas
secándose con dignidad.
Y el mundo es una paloma embarazada
de felicidad
difundiendo su laureado nombre y
la lozanía de su lúbrico mensaje
en 1.200.004 tabernas y botiquines de mala muerte de la Vía Láctea.
Si hay que beber con Dios
que él levante la primera copa.
(Río/1982)
TRES MONJAS FRANCESAS BAÑÁNDOSE AL SOL
Son tres mujeres
o nubes
de saris azul. Tres
novicias confundidas
frente a la lluvia. Bendecidas
en cuanto sueñan con la simetría
de escudos y puñales y navíos. Y peines. Y penes.
Se equivalen a tres palomas
albas, divorciadas de vientos
y lastimadas por una inocua postura
de la felicidad.
En la imagen de mi corazón
son tres rosas sobrias pero nada preocupadas
por las huelgas de los empleados y los otorrinolaringólogos
de la prefectura portoalegrense,
ni por la rinitis atravesada de las vendedoras de casuarinas
y girasoles,
y sí con sus rizos de oro
frente al enervante sol
que intenta -como yo- penetrar
en la intensidad del pasto de sus pubis.
Abiertas -de par en par- al misterio, protegidas
por un tenue paraguas
para no ser mojadas por la impertinencia
del silencio, son tres castores amenos
royendo almendras y manzanas rojas
en la orilla prohibida de las fuentes azules del paraíso.
¿Qué cosas sueñan esas tres diosas,
reinas del universo que solamente yo deseo compartir?
En pleno estío -rejuvenecidas
y distantes a la percepción del bien
y del mal-
el porvenir es una profecía
andando en bulevares con árboles
y pájaros (penes) y avíos.
El sol calienta la holgura
del sentimiento azul, cremando
la momia odiosa
de la soledad y el desamparo.
Son tres palomas
albas, tres signos
reconstruyendo el sueño,
tres recordaciones
o síntesis de buenos amores
y suaves olores y pieles y trapos líricos
(lo que el amor hizo de ellas)
y apenas su lucidez se confunde
con la altitud de la hierba y de los hombres
que no podrán cruzar en sus caminos,
entrelazar sus bocas
a sus muslos claros y róseos como el ave maría;
son por tanto,
más que tres metáforas,
tres andamios
de la memoria
devoradas
por el intenso
resplandor
de la poesía.
Y yo las miro y las masturbo
con mi bello canto libertino.
RECUADRO
“MI NEGOCIO AHORA ES ENAMORAR”
“Ustedes dirán Manuel Morales vivió lejos y nos olvidó. No es verdad. Siempre viví con mi conciencia transformada en un derrelicto. Y hallo que fue bien. Desde lejos vi a mi generación crecer. Tengo orgullo de ser un militante de Hora Zero, el movimiento que con mi hermano Jorge Pimentel, el chome Ramírez Ruiz, Jorge Nájar, Enrique Verástegui y tantos otros hermanos, como Tulio Mora, ayudamos a erguir para que la poesía no sea una farsa y sí el resultado dialéctico de una generación que ansiaba la libertad contra todos los indicios del oficialismo.
(…)
Soy, como ya dije a mi hermano Miguel Gutiérrez, un hombre libertino cuyo negocio ahora es enamorar. Vivo en el sur del Brasil en Porto Alegre, capital do Río Grande do Sul. Un lugar muy interesante por sus mujeres lindas. Ya habrá oportunidad para que les cuente mi vida”.
(Fragmento de una carta fechada en junio, 2005)
¿Será que todavía está vivo
mi hermano Juan Gonzalo, guerrero señorial
y provenzal y distinto de la poesía?
Hay siempre un punto de enlace
en su rostro bello y devastado, pero solemne,
cuando con un hachazo de sombra
arranca las bellotas colgadas en el pescuezo
de las estrellas, en las madrugadas.
Las costillas fervientes del otoño
enarboladas como rubias cervezas
sacuden las túnicas escrupulosas del instinto
y árboles viriles
y vientos camuflados de sentimiento
ventilan apresadamente
el trágico destino de las cisternas
secándose con dignidad.
Y el mundo es una paloma embarazada
de felicidad
difundiendo su laureado nombre y
la lozanía de su lúbrico mensaje
en 1.200.004 tabernas y botiquines de mala muerte de la Vía Láctea.
Si hay que beber con Dios
que él levante la primera copa.
(Río/1982)
TRES MONJAS FRANCESAS BAÑÁNDOSE AL SOL
Son tres mujeres
o nubes
de saris azul. Tres
novicias confundidas
frente a la lluvia. Bendecidas
en cuanto sueñan con la simetría
de escudos y puñales y navíos. Y peines. Y penes.
Se equivalen a tres palomas
albas, divorciadas de vientos
y lastimadas por una inocua postura
de la felicidad.
En la imagen de mi corazón
son tres rosas sobrias pero nada preocupadas
por las huelgas de los empleados y los otorrinolaringólogos
de la prefectura portoalegrense,
ni por la rinitis atravesada de las vendedoras de casuarinas
y girasoles,
y sí con sus rizos de oro
frente al enervante sol
que intenta -como yo- penetrar
en la intensidad del pasto de sus pubis.
Abiertas -de par en par- al misterio, protegidas
por un tenue paraguas
para no ser mojadas por la impertinencia
del silencio, son tres castores amenos
royendo almendras y manzanas rojas
en la orilla prohibida de las fuentes azules del paraíso.
¿Qué cosas sueñan esas tres diosas,
reinas del universo que solamente yo deseo compartir?
En pleno estío -rejuvenecidas
y distantes a la percepción del bien
y del mal-
el porvenir es una profecía
andando en bulevares con árboles
y pájaros (penes) y avíos.
El sol calienta la holgura
del sentimiento azul, cremando
la momia odiosa
de la soledad y el desamparo.
Son tres palomas
albas, tres signos
reconstruyendo el sueño,
tres recordaciones
o síntesis de buenos amores
y suaves olores y pieles y trapos líricos
(lo que el amor hizo de ellas)
y apenas su lucidez se confunde
con la altitud de la hierba y de los hombres
que no podrán cruzar en sus caminos,
entrelazar sus bocas
a sus muslos claros y róseos como el ave maría;
son por tanto,
más que tres metáforas,
tres andamios
de la memoria
devoradas
por el intenso
resplandor
de la poesía.
Y yo las miro y las masturbo
con mi bello canto libertino.
RECUADRO
“MI NEGOCIO AHORA ES ENAMORAR”
“Ustedes dirán Manuel Morales vivió lejos y nos olvidó. No es verdad. Siempre viví con mi conciencia transformada en un derrelicto. Y hallo que fue bien. Desde lejos vi a mi generación crecer. Tengo orgullo de ser un militante de Hora Zero, el movimiento que con mi hermano Jorge Pimentel, el chome Ramírez Ruiz, Jorge Nájar, Enrique Verástegui y tantos otros hermanos, como Tulio Mora, ayudamos a erguir para que la poesía no sea una farsa y sí el resultado dialéctico de una generación que ansiaba la libertad contra todos los indicios del oficialismo.
(…)
Soy, como ya dije a mi hermano Miguel Gutiérrez, un hombre libertino cuyo negocio ahora es enamorar. Vivo en el sur del Brasil en Porto Alegre, capital do Río Grande do Sul. Un lugar muy interesante por sus mujeres lindas. Ya habrá oportunidad para que les cuente mi vida”.
(Fragmento de una carta fechada en junio, 2005)
1 comentario:
Gracias tu blog me he notado que muchos poetas peruanos han muertos en temporados recientes.
Grandes saludos a todos los que persiguen la palabra costada de ese lado del continente.
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