Después de lo de Constantino Carvallo, el poeta Tulio Mora llamó a Brasil para preguntar por el poeta Manuel Morales. También había muerto. Por qué diablos no se muere tanto lumpen del canon literario. Por qué, Señor, se van los que más valen. Y Manuel Morales, que fue mi maestro en el cacho y la poesía, se fue a Brasil hace 30 años con una canasta de mercado en tiempo de Morales Bermúdez. Lo despedimos con el mismo Tulio, Jorge Pimentel y el zambo Verástegui. Era él, en el fondo, nuestro jefe.
Cuando llegaba a Lima desde su chamba en Chiclayo sorteaba entre nosotros un king kong. Y se amanecía jugando ‘Callao 5 rayas’. Nadie le podía ganar y tiraba los dados y hablaba de alta poesía italiana, la Loren, la desventaja de Pasolini y otra vez poesía. Una cuchillada de ternura, allá en el Palermo. Bar como templo de las más intensas verdades.
Digo que lo conocí como en este poema: Como hachazos de sombra o cuatro zambas toda la noche. Manuel Morales, hercúleo en esencia y dibujado en el dado donde rueda su palabra y su sexo y polifonías. Morales es de naturales y baja el toro así. Cuando está de mañana se erecta de sombras. Por la tarde lee a Pratolini y escupe cupidos.
Se enamora al anochecer del silencio de la luz. Y cuando se acuesta, agata a la presa y felicea. Su ayuno es descomunal por espumas y poemas. Así crea la recta retorcida y el semen del sema. Morales vive en Porto Alegre, Brasil, y su ternura la envía con su loro. Está bronceado de ternuras y degolla las tristezas. Canta al Vinicius y corretea monjas, el maestro. Si supiera que lo amamos no se hubiese muerto. Si viera cómo lo extrañamos sería imperecedero. Si olvidara que lo vamos a recordar a morir. Morales estaría de hachazo y resondrándonos. Cierto, como un padre que fue de Hora Zero. Entonces en el cielo lo veo, con la cuenta.
Y cuánta desolación, maestro, yo que lo abracé como quien tiene un duelo con su padre. Como quien desafía la muerte. Como quien con la amistad se hace hermoso. Como quien se es a imagen y semejanza. Fogatas de amor, los hechos nuestros. Estoy llorando, señora, por él. Estoy llorando por todos y ahora sí, nadie puede consolarme. Disculpen tanta tristeza.
Fuente: La República
Cuando llegaba a Lima desde su chamba en Chiclayo sorteaba entre nosotros un king kong. Y se amanecía jugando ‘Callao 5 rayas’. Nadie le podía ganar y tiraba los dados y hablaba de alta poesía italiana, la Loren, la desventaja de Pasolini y otra vez poesía. Una cuchillada de ternura, allá en el Palermo. Bar como templo de las más intensas verdades.
Digo que lo conocí como en este poema: Como hachazos de sombra o cuatro zambas toda la noche. Manuel Morales, hercúleo en esencia y dibujado en el dado donde rueda su palabra y su sexo y polifonías. Morales es de naturales y baja el toro así. Cuando está de mañana se erecta de sombras. Por la tarde lee a Pratolini y escupe cupidos.
Se enamora al anochecer del silencio de la luz. Y cuando se acuesta, agata a la presa y felicea. Su ayuno es descomunal por espumas y poemas. Así crea la recta retorcida y el semen del sema. Morales vive en Porto Alegre, Brasil, y su ternura la envía con su loro. Está bronceado de ternuras y degolla las tristezas. Canta al Vinicius y corretea monjas, el maestro. Si supiera que lo amamos no se hubiese muerto. Si viera cómo lo extrañamos sería imperecedero. Si olvidara que lo vamos a recordar a morir. Morales estaría de hachazo y resondrándonos. Cierto, como un padre que fue de Hora Zero. Entonces en el cielo lo veo, con la cuenta.
Y cuánta desolación, maestro, yo que lo abracé como quien tiene un duelo con su padre. Como quien desafía la muerte. Como quien con la amistad se hace hermoso. Como quien se es a imagen y semejanza. Fogatas de amor, los hechos nuestros. Estoy llorando, señora, por él. Estoy llorando por todos y ahora sí, nadie puede consolarme. Disculpen tanta tristeza.
Fuente: La República
* En la fotografía nota publicada por el diario Perú21
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