Stefan Baciu, Antología de la poesía surrealista latinoamericana, Joaquín Mortiz, México, 1974. por Octavio Paz
El surrealismo ha sido la manzana de fuego en el árbol de la sintaxis
El surrealismo ha sido la camelia de ceniza entre los pechos de la adolescente cada noche poseída por el espectro de Orestes
El surrealismo ha sido el plato de lentejas que la mirada del hijo pródigo transforma en festín humeante de rey caníbal
El surrealismo ha sido el bálsamo de Fierabrás que borra las señas del pecado original en el ombligo del lenguaje
El surrealismo ha sido el escupitajo en la hostia y el clavel de dinamita en el confesionario y el sésamo ábrete de las cajas de seguridad y las rejas de los manicomios
El surrealismo ha sido la llama ebria que guía los pasos del sonámbulo que camina de puntillas sobre el filo de sombra que hace la hoja de la guillotina en el cuello de los ajusticiados
El surrealismo ha sido el clavo ardiente en la frente del geómetra y el viento fuerte que a medianoche levanta las sábanas de las vírgenes
El surrealismo ha sido el pan salvaje que paraliza el vientre de la Compañía de Jesús hasta que la obliga a vomitar todos sus gatos y diablos encerrados
El surrealismo ha sido el puñado de sal que disuelve los tlaconetes del realismo socialista
El surrealismo ha sido la corona de cartón del crítico sin cabeza y la víbora que se desliza entre las piernas de la mujer del crítico
El surrealismo ha sido la lepra del Occidente cristiano y el látigo de nueve cuerdas que dibuja el camino de salida hacia otras tierras, otras lenguas y otras almas sobre las espaldas del nacionalismo embrutecido y embrutecedor
El surrealismo ha sido el discurso del niño enterrado en cada hombre y la aspersión de sílabas de leche de leonas recién paridas sobre los huesos calcinados de Giordano Bruno
El surrealismo ha sido las botas de siete leguas con que se escapan los prisioneros de la razón dialéctica y el hacha de Pulgarcito que corta los nudos de la enredadora venenosa que cubre los muros de las revoluciones petrificadas del siglo XX
El surrealismo ha sido esto y esto y esto y esto
pero aquí
cierro la llave de la enumeración, abro el cajón de las retribuciones, saco unas orejas y colas de burro y adorno con ellas a varios críticos y revisteros locales.
La editorial Joaquín Mortiz acaba de publicar la Antología de la poesía surrealista latinoamericana de Stefan Baciu.
Las pocas notas que han comentado este libro -con la excepción de una reseña inteligente aunque demasiado rápida de Francisco Zendejas- revelan, una, la tirria del analfabeto, otras, la arrogancia del sabelotodo -y otras más distracción o prisa de un hombre inteligente y sensible.
Sin embargo, se trata del primer estudio serio y documentado sobre un tema a la vez secreto y público.
Secreto porque pocos lo conocen realmente; público porque todo el mundo habla de surrealismo como si esa palabra fuese una ganzúa para abrir todas las puertas. El libro de Baciu se propone poner fin a las habladurías. También al negocio. Al amparo de la confusión reinante se han publicado muchas tesis doctorales, librotes y libracos sobre el surrealismo español e hispanoamericano. Esta actividad se ha convertido en una rama menor de esa industria que llamamos "crítica universitaria". Una manera de ganar becas, viajes y cátedras. En Italia apareció hace algunos años una antología de la poesía surrealista española: ninguno de los poetas incluidos, de Larrea a Prados, fue jamás surrealista. Un poco después un profesor norteamericano de cuyo nombre prefiero no acordarme publicó un libro en el que afirma que hay dos surrealismos, el francés y el español: el último es independiente del primero porque sus raíces están en el temperamento español, el arte de las cuevas de Altamira y las obras de Valle Inclán y Antonio Machado. Otros han escrito extravagantes disquisiciones sobre el surrealismo de Neruda y de Miguel Ángel Asturias. Tampoco han faltado, claro, los estudios acerca del surrealismo barroco de Lezama Lima. Basta.
El surrealismo no fue, en el sentido estricto de esas palabras, ni una escuela ni una doctrina. Fue un movimiento marcado por el siglo y que, simultáneamente, marcó al siglo. Por lo primero, fue el resultado de la historia moderna de Occidente, de Sade y el romanticismo alemán e inglés a Baudelaire, Rimbaud y Lautréamont y de éstos a la vanguardia: Jarry, Apollinaire, Reverdy y el estallido de Dadá en 1916. Por lo segundo, ha sido una de las influencias cardinales en el espíritu de nuestra época. Apenas si vale la pena recordar su influencia en la poesía y en las artes; en cambio, hay que subrayar algo que con frecuencia se olvida: muchas de las reivindicaciones contemporáneas en la esfera de la moral, el erotismo y la política, fueron formuladas inicialmente por los surrealistas. Baciu dice con razón que los esfuerzos de Breton en este campo "han sido proféticos" y cita el redescubrimiento de figuras como Fourier y Flora Tristán, la gran precursora del movimiento de liberación femenino. No menos acertada es su observación acerca de la rebelión juvenil de mayo de 1968 en París, inesperada cristalización de ideas y presentimientos surrealistas.
Continua ósmosis del surrealismo: de los juegos verbales a la acción política, de la exaltación del amor único a la pintura del "modelo interior", del automatismo psíquico a la crítica filosófica y social. No es extraño que uno de los libros centrales del movimiento se haya llamado Los vasos comunicantes. Tampoco es extraño que el surrealismo haya influido profunda y decisivamente en muchos poetas que, sin embargo, nunca fueron propiamente surrealistas. Esta influencia fue particularmente notable en la poesía española e hispanoamericana. Hay un momento -algunos piensan que ése fue, justamente, su mejor momento- en que la poesía de Lorca, Aleixandre, Neruda, Cernuda y otros fue marcada por el surrealismo. Lo mismo sucedió en México con la poesía de Villaurrutia, Novo, Owen y Ortiz de Montellano. Ninguno de estos poetas perteneció al movimiento y ninguno de ellos puede considerarse como surrealista. ¿La razón? El surrealismo no fue ni una estética ni una escuela ni una manera: fue una actitud vital, total -ética y estética- que se expresó en la acción y la participación. De ahí que, con mayor sensatez que sus críticos, la mayoría de estos poetas hayan aclarado que sus afinidades momentáneas con el lenguaje, las ideas y aun los tics de la poesía surrealista no pueden confundirse con una actitud realmente surrealista. Uno de los grandes méritos del libro de Baciu es haber puesto un hasta aquí definitivo al equívoco: unos son los poetas surrealizantes y otros los poetas surrealistas.
Aunque nació en Francia y sus principales manifestaciones en materia poética hayan sido en lengua francesa, el surrealismo fue un movimiento internacional. Hubo grupos y revistas surrealistas en Bélgica, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania, Japón, Inglaterra, Argentina, Chile. Hoy mismo existe un grupo surrealista activo en Chicago. Además, en casi todo el mundo hubo poetas y artistas afiliados individualmente al movimiento. En España hubo un pequeño grupo surrealista en Canarias. Duró poco. Y todos conocen los nombres de los surrealistas españoles: el precursor hispano-cubano Picabia, Miró, Dalí, Buñuel y, en los últimos tiempos del movimiento, Arrabal. Un surrealista español poco conocido que Baciu tiene el buen tino de recordar es Eugenio Fernández Granell.
Baciu hace un estudio exhaustivo del surrealismo hispanoamericano; apenas si, aquí y allá, se le puede hacer una leve rectificación. Al referirse al grupo argentino exalta con justicia la actividad -inteligencia, sensibilidad, fervor- de Aldo Pellegrini, el fundador del primer grupo surrealista de lengua castellana. El surrealismo argentino dio varios poetas notables y la selección de Baciu es bastante completa -Latorre, Llinás, Molina, Pellegrini, Porchia- pero olvida a Francisco Madariaga. La orientación del grupo argentino fue sobre todo estética e introspectiva. La acción del grupo chileno fue, en cambio, más vertida hacia la vida pública, más amplia y liberadora. El grupo chileno estuvo compuesto por Braulio Arenas, el iniciador y el teórico, Enrique Gómez-Correa, uno de los buenos poetas hispanoamericanos, Teófilo Cid y Jorge Cáceres. Cerca de ellos: Rosamel del Valle, todavía tan mal conocido, Gonzalo Rojas y otros. Los surrealistas chilenos publicaron una revista memorable, Mandrágora, en cuyo primer número, olvidando viejas querellas, colaboró Vicente Huidobro. Este sólo hecho, si no hubiera otros de mayor significación, bastaría para justificar la inclusión de Huidobro entre los precursores del surrealismo hispanoamericano. Baciu menciona, entre los colaboradores de Mandrágora, al venezolano Juan Sánchez Peláez. Un poeta vigoroso, original. Es una lástima que no aparezcan poemas suyos en la Antología. La salida del grupo chileno, dice Baciu, "hace pensar en David y Goliat. 1938 representa el auge del nazi-fascismo, las maniobras de Stalin y la subida al poder de Franco. Desde el grito dadaísta durante la guerra, en Zurich, en 1916, ningún otro movimiento de renovación se hizo sentir en momentos tan críticos". La actitud de los surrealistas chilenos fue ejemplar; no sólo tuvieron que enfrentarse a los grupos conservadores y a las milicias negras de la Iglesia Católica sino a los stalinistas y a Neruda. La acción y la obra de Arenas y sus amigos ha sido cubierta por una montaña de inepcias, indiferencia y silencio hostil. La historia espiritual de América Latina está todavía por hacerse.
En los otros países hispanoamericanos no hubo grupos surrealistas. En Perú, dos personalidades extraordinarias: César Moro y Emilio Adolfo Westphalen. En México: Octavio Paz (pero su actividad surrealista se desplegó fuera, durante los años que pasó en París). En Haití, el admirable poeta Magloire Saint-Aude, recientemente fallecido. Por cierto, ya que se incluye a un poeta de lengua francesa, ¿no habría valido la pena incluir también a Aimé Cesaire? Martinica también es América Latina. Por supuesto, la poesía sólo es una parte de la historia del surrealismo: es imposible olvidar a los pintores Lam y Matta. En México, además de la presencia de Wolfgang Paalen, Leonora Carrington, Remedios Varó y Alice Rahon -pintores surrealistas que ya son parte de la historia y la mitología de México- ¿cómo no recordar a Frida Kahlo, Gunther Gerzso y Alberto Gironella? y habría que añadir a Tamayo, por un corto periodo -a través de Péret, Breton y Paz- tangencialmente surrealista. Otro surrealista tangencial: Manuel Álvarez Bravo. Sus fotografías, sin menoscabo de preciso realismo, son verdaderas imágenes en el sentido surrealista de la palabra imagen: subversión y transfiguración de la realidad. En el arte visual de Álvarez Bravo los títulos, es decir: el lenguaje, operan como cables conductores de la tensión poética.
El libro de Baciu está dividido en dos partes: los precursores y los surrealistas. Entre los primeros incluye a Tablada, Eguren, Ramos Sucre, Girondo y Huidobro. El caso de Tablada quizá es dudoso: pertenece a la historia de la vanguardia pero ¿a la del surrealismo? La misma duda siento ante Girondo: típico poeta de vanguardia, su obra no es una profecía ni una preparación del surrealismo. Tablada, Girondo y los estridentistas son antecedentes, nada más. En Eguren, el gran simbolista peruano, sí hay un cierto onirismo que es una prefiguración del surrealismo. Otro tanto sucede con Ramos Sucre. El rescate del olvidado Ramos Sucre es otro de los aciertos de Baciu. También me parece plenamente justificada la presencia de Huidobro y no sólo por su colaboración en Mandrágora y su amistad con los surrealistas chilenos (Braulio Arenas ha sido el encargado de la edición de sus Obras Completas) sino porque, como en el caso de Reverdy, su poesía prepara la de los surrealistas. Sólo el etnocentrismo europeo explica el escandaloso olvido, en la historia de la poesía francesa, de la figura de Huidobro.
Poco puede objetarse -ya señalé algunas omisiones- a la selección de poetas que forman la segunda parte de la Antología. Es discutible la exclusión de los poetas, algunos excelentes, de El techo de la ballena y Sol cuello cortado. Cierto, se trata más bien de poetas postsurrealistas, como los nadaístas de Colombia. Probablemente la misma razón explica la ausencia de los jóvenes brasileños: también ellos son postsurrealistas. Baciu alude con elogio a varios poetas que llama parasurrealístas. Los define así: "aquellos que, sin ser explícitamente surrealistas, coinciden o han coincidido a veces con el movimiento..." Confiesa que "un libro que incluyera a los parasurrealistas y a los poetas rebeldes podría dar una imagen impresionante de ese vasto territorio de la poesía latinoamericana". Tiene razón. Ya es hora de que alguien se atreva a hacer una antología de la poesía viva de nuestra lengua. En ella los poetas que Baciu llama parasurrealistas tendrán un lugar central. ¿Y la selección de poemas? Acertada y muy completa, salvo la de Antonio Porchia, que me parece demasiado breve. Este gran escritor es una figura capital de la literatura hispanoamericana. Capital precisamente por su marginalidad.
El libro de Baciu es la primera contribución de importancia a la historia del surrealismo hispanoamericano. Desde este punto de vista no es exagerado afirmar que el crítico rumano ha hecho una obra que será indispensable para todos los que se interesan en el tema. Más adelante llegará el momento de la valoración de ese movimiento. Sobre esto hay que decir que un juicio acerca del surrealismo hispanoamericano deberá tener en cuenta, primero, la aportación hispanoamericana al surrealismo y, segundo, la aportación de los poetas surrealistas hispanoamericanos a la poesía de nuestra lengua. Hay que añadir que la actividad surrealista fue colectiva e individual. En cuanto a lo primero: en un mundo dominado por el ascenso del nazi-fascismo y en un continente en el que los poetas y los intelectuales habían sido anestesiados y corrompidos por el stalinismo y el realismo socialista, la acción del grupo chileno fue un ejemplo de integridad, lucidez y valentía. En cuanto a lo segundo: basta con citar tres nombres que son tres obras que son tres islas que son tres soledades: Antonio Porchia, César Moro y Enrique Molina. ¿Hay algo más que decir?
El surrealismo ha sido la manzana de fuego en el árbol de la sintaxis
El surrealismo ha sido la camelia de ceniza entre los pechos de la adolescente cada noche poseída por el espectro de Orestes
El surrealismo ha sido el plato de lentejas que la mirada del hijo pródigo transforma en festín humeante de rey caníbal
El surrealismo ha sido el bálsamo de Fierabrás que borra las señas del pecado original en el ombligo del lenguaje
El surrealismo ha sido el escupitajo en la hostia y el clavel de dinamita en el confesionario y el sésamo ábrete de las cajas de seguridad y las rejas de los manicomios
El surrealismo ha sido la llama ebria que guía los pasos del sonámbulo que camina de puntillas sobre el filo de sombra que hace la hoja de la guillotina en el cuello de los ajusticiados
El surrealismo ha sido el clavo ardiente en la frente del geómetra y el viento fuerte que a medianoche levanta las sábanas de las vírgenes
El surrealismo ha sido el pan salvaje que paraliza el vientre de la Compañía de Jesús hasta que la obliga a vomitar todos sus gatos y diablos encerrados
El surrealismo ha sido el puñado de sal que disuelve los tlaconetes del realismo socialista
El surrealismo ha sido la corona de cartón del crítico sin cabeza y la víbora que se desliza entre las piernas de la mujer del crítico
El surrealismo ha sido la lepra del Occidente cristiano y el látigo de nueve cuerdas que dibuja el camino de salida hacia otras tierras, otras lenguas y otras almas sobre las espaldas del nacionalismo embrutecido y embrutecedor
El surrealismo ha sido el discurso del niño enterrado en cada hombre y la aspersión de sílabas de leche de leonas recién paridas sobre los huesos calcinados de Giordano Bruno
El surrealismo ha sido las botas de siete leguas con que se escapan los prisioneros de la razón dialéctica y el hacha de Pulgarcito que corta los nudos de la enredadora venenosa que cubre los muros de las revoluciones petrificadas del siglo XX
El surrealismo ha sido esto y esto y esto y esto
pero aquí
cierro la llave de la enumeración, abro el cajón de las retribuciones, saco unas orejas y colas de burro y adorno con ellas a varios críticos y revisteros locales.
La editorial Joaquín Mortiz acaba de publicar la Antología de la poesía surrealista latinoamericana de Stefan Baciu.
Las pocas notas que han comentado este libro -con la excepción de una reseña inteligente aunque demasiado rápida de Francisco Zendejas- revelan, una, la tirria del analfabeto, otras, la arrogancia del sabelotodo -y otras más distracción o prisa de un hombre inteligente y sensible.
Sin embargo, se trata del primer estudio serio y documentado sobre un tema a la vez secreto y público.
Secreto porque pocos lo conocen realmente; público porque todo el mundo habla de surrealismo como si esa palabra fuese una ganzúa para abrir todas las puertas. El libro de Baciu se propone poner fin a las habladurías. También al negocio. Al amparo de la confusión reinante se han publicado muchas tesis doctorales, librotes y libracos sobre el surrealismo español e hispanoamericano. Esta actividad se ha convertido en una rama menor de esa industria que llamamos "crítica universitaria". Una manera de ganar becas, viajes y cátedras. En Italia apareció hace algunos años una antología de la poesía surrealista española: ninguno de los poetas incluidos, de Larrea a Prados, fue jamás surrealista. Un poco después un profesor norteamericano de cuyo nombre prefiero no acordarme publicó un libro en el que afirma que hay dos surrealismos, el francés y el español: el último es independiente del primero porque sus raíces están en el temperamento español, el arte de las cuevas de Altamira y las obras de Valle Inclán y Antonio Machado. Otros han escrito extravagantes disquisiciones sobre el surrealismo de Neruda y de Miguel Ángel Asturias. Tampoco han faltado, claro, los estudios acerca del surrealismo barroco de Lezama Lima. Basta.
El surrealismo no fue, en el sentido estricto de esas palabras, ni una escuela ni una doctrina. Fue un movimiento marcado por el siglo y que, simultáneamente, marcó al siglo. Por lo primero, fue el resultado de la historia moderna de Occidente, de Sade y el romanticismo alemán e inglés a Baudelaire, Rimbaud y Lautréamont y de éstos a la vanguardia: Jarry, Apollinaire, Reverdy y el estallido de Dadá en 1916. Por lo segundo, ha sido una de las influencias cardinales en el espíritu de nuestra época. Apenas si vale la pena recordar su influencia en la poesía y en las artes; en cambio, hay que subrayar algo que con frecuencia se olvida: muchas de las reivindicaciones contemporáneas en la esfera de la moral, el erotismo y la política, fueron formuladas inicialmente por los surrealistas. Baciu dice con razón que los esfuerzos de Breton en este campo "han sido proféticos" y cita el redescubrimiento de figuras como Fourier y Flora Tristán, la gran precursora del movimiento de liberación femenino. No menos acertada es su observación acerca de la rebelión juvenil de mayo de 1968 en París, inesperada cristalización de ideas y presentimientos surrealistas.
Continua ósmosis del surrealismo: de los juegos verbales a la acción política, de la exaltación del amor único a la pintura del "modelo interior", del automatismo psíquico a la crítica filosófica y social. No es extraño que uno de los libros centrales del movimiento se haya llamado Los vasos comunicantes. Tampoco es extraño que el surrealismo haya influido profunda y decisivamente en muchos poetas que, sin embargo, nunca fueron propiamente surrealistas. Esta influencia fue particularmente notable en la poesía española e hispanoamericana. Hay un momento -algunos piensan que ése fue, justamente, su mejor momento- en que la poesía de Lorca, Aleixandre, Neruda, Cernuda y otros fue marcada por el surrealismo. Lo mismo sucedió en México con la poesía de Villaurrutia, Novo, Owen y Ortiz de Montellano. Ninguno de estos poetas perteneció al movimiento y ninguno de ellos puede considerarse como surrealista. ¿La razón? El surrealismo no fue ni una estética ni una escuela ni una manera: fue una actitud vital, total -ética y estética- que se expresó en la acción y la participación. De ahí que, con mayor sensatez que sus críticos, la mayoría de estos poetas hayan aclarado que sus afinidades momentáneas con el lenguaje, las ideas y aun los tics de la poesía surrealista no pueden confundirse con una actitud realmente surrealista. Uno de los grandes méritos del libro de Baciu es haber puesto un hasta aquí definitivo al equívoco: unos son los poetas surrealizantes y otros los poetas surrealistas.
Aunque nació en Francia y sus principales manifestaciones en materia poética hayan sido en lengua francesa, el surrealismo fue un movimiento internacional. Hubo grupos y revistas surrealistas en Bélgica, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania, Japón, Inglaterra, Argentina, Chile. Hoy mismo existe un grupo surrealista activo en Chicago. Además, en casi todo el mundo hubo poetas y artistas afiliados individualmente al movimiento. En España hubo un pequeño grupo surrealista en Canarias. Duró poco. Y todos conocen los nombres de los surrealistas españoles: el precursor hispano-cubano Picabia, Miró, Dalí, Buñuel y, en los últimos tiempos del movimiento, Arrabal. Un surrealista español poco conocido que Baciu tiene el buen tino de recordar es Eugenio Fernández Granell.
Baciu hace un estudio exhaustivo del surrealismo hispanoamericano; apenas si, aquí y allá, se le puede hacer una leve rectificación. Al referirse al grupo argentino exalta con justicia la actividad -inteligencia, sensibilidad, fervor- de Aldo Pellegrini, el fundador del primer grupo surrealista de lengua castellana. El surrealismo argentino dio varios poetas notables y la selección de Baciu es bastante completa -Latorre, Llinás, Molina, Pellegrini, Porchia- pero olvida a Francisco Madariaga. La orientación del grupo argentino fue sobre todo estética e introspectiva. La acción del grupo chileno fue, en cambio, más vertida hacia la vida pública, más amplia y liberadora. El grupo chileno estuvo compuesto por Braulio Arenas, el iniciador y el teórico, Enrique Gómez-Correa, uno de los buenos poetas hispanoamericanos, Teófilo Cid y Jorge Cáceres. Cerca de ellos: Rosamel del Valle, todavía tan mal conocido, Gonzalo Rojas y otros. Los surrealistas chilenos publicaron una revista memorable, Mandrágora, en cuyo primer número, olvidando viejas querellas, colaboró Vicente Huidobro. Este sólo hecho, si no hubiera otros de mayor significación, bastaría para justificar la inclusión de Huidobro entre los precursores del surrealismo hispanoamericano. Baciu menciona, entre los colaboradores de Mandrágora, al venezolano Juan Sánchez Peláez. Un poeta vigoroso, original. Es una lástima que no aparezcan poemas suyos en la Antología. La salida del grupo chileno, dice Baciu, "hace pensar en David y Goliat. 1938 representa el auge del nazi-fascismo, las maniobras de Stalin y la subida al poder de Franco. Desde el grito dadaísta durante la guerra, en Zurich, en 1916, ningún otro movimiento de renovación se hizo sentir en momentos tan críticos". La actitud de los surrealistas chilenos fue ejemplar; no sólo tuvieron que enfrentarse a los grupos conservadores y a las milicias negras de la Iglesia Católica sino a los stalinistas y a Neruda. La acción y la obra de Arenas y sus amigos ha sido cubierta por una montaña de inepcias, indiferencia y silencio hostil. La historia espiritual de América Latina está todavía por hacerse.
En los otros países hispanoamericanos no hubo grupos surrealistas. En Perú, dos personalidades extraordinarias: César Moro y Emilio Adolfo Westphalen. En México: Octavio Paz (pero su actividad surrealista se desplegó fuera, durante los años que pasó en París). En Haití, el admirable poeta Magloire Saint-Aude, recientemente fallecido. Por cierto, ya que se incluye a un poeta de lengua francesa, ¿no habría valido la pena incluir también a Aimé Cesaire? Martinica también es América Latina. Por supuesto, la poesía sólo es una parte de la historia del surrealismo: es imposible olvidar a los pintores Lam y Matta. En México, además de la presencia de Wolfgang Paalen, Leonora Carrington, Remedios Varó y Alice Rahon -pintores surrealistas que ya son parte de la historia y la mitología de México- ¿cómo no recordar a Frida Kahlo, Gunther Gerzso y Alberto Gironella? y habría que añadir a Tamayo, por un corto periodo -a través de Péret, Breton y Paz- tangencialmente surrealista. Otro surrealista tangencial: Manuel Álvarez Bravo. Sus fotografías, sin menoscabo de preciso realismo, son verdaderas imágenes en el sentido surrealista de la palabra imagen: subversión y transfiguración de la realidad. En el arte visual de Álvarez Bravo los títulos, es decir: el lenguaje, operan como cables conductores de la tensión poética.
El libro de Baciu está dividido en dos partes: los precursores y los surrealistas. Entre los primeros incluye a Tablada, Eguren, Ramos Sucre, Girondo y Huidobro. El caso de Tablada quizá es dudoso: pertenece a la historia de la vanguardia pero ¿a la del surrealismo? La misma duda siento ante Girondo: típico poeta de vanguardia, su obra no es una profecía ni una preparación del surrealismo. Tablada, Girondo y los estridentistas son antecedentes, nada más. En Eguren, el gran simbolista peruano, sí hay un cierto onirismo que es una prefiguración del surrealismo. Otro tanto sucede con Ramos Sucre. El rescate del olvidado Ramos Sucre es otro de los aciertos de Baciu. También me parece plenamente justificada la presencia de Huidobro y no sólo por su colaboración en Mandrágora y su amistad con los surrealistas chilenos (Braulio Arenas ha sido el encargado de la edición de sus Obras Completas) sino porque, como en el caso de Reverdy, su poesía prepara la de los surrealistas. Sólo el etnocentrismo europeo explica el escandaloso olvido, en la historia de la poesía francesa, de la figura de Huidobro.
Poco puede objetarse -ya señalé algunas omisiones- a la selección de poetas que forman la segunda parte de la Antología. Es discutible la exclusión de los poetas, algunos excelentes, de El techo de la ballena y Sol cuello cortado. Cierto, se trata más bien de poetas postsurrealistas, como los nadaístas de Colombia. Probablemente la misma razón explica la ausencia de los jóvenes brasileños: también ellos son postsurrealistas. Baciu alude con elogio a varios poetas que llama parasurrealístas. Los define así: "aquellos que, sin ser explícitamente surrealistas, coinciden o han coincidido a veces con el movimiento..." Confiesa que "un libro que incluyera a los parasurrealistas y a los poetas rebeldes podría dar una imagen impresionante de ese vasto territorio de la poesía latinoamericana". Tiene razón. Ya es hora de que alguien se atreva a hacer una antología de la poesía viva de nuestra lengua. En ella los poetas que Baciu llama parasurrealistas tendrán un lugar central. ¿Y la selección de poemas? Acertada y muy completa, salvo la de Antonio Porchia, que me parece demasiado breve. Este gran escritor es una figura capital de la literatura hispanoamericana. Capital precisamente por su marginalidad.
El libro de Baciu es la primera contribución de importancia a la historia del surrealismo hispanoamericano. Desde este punto de vista no es exagerado afirmar que el crítico rumano ha hecho una obra que será indispensable para todos los que se interesan en el tema. Más adelante llegará el momento de la valoración de ese movimiento. Sobre esto hay que decir que un juicio acerca del surrealismo hispanoamericano deberá tener en cuenta, primero, la aportación hispanoamericana al surrealismo y, segundo, la aportación de los poetas surrealistas hispanoamericanos a la poesía de nuestra lengua. Hay que añadir que la actividad surrealista fue colectiva e individual. En cuanto a lo primero: en un mundo dominado por el ascenso del nazi-fascismo y en un continente en el que los poetas y los intelectuales habían sido anestesiados y corrompidos por el stalinismo y el realismo socialista, la acción del grupo chileno fue un ejemplo de integridad, lucidez y valentía. En cuanto a lo segundo: basta con citar tres nombres que son tres obras que son tres islas que son tres soledades: Antonio Porchia, César Moro y Enrique Molina. ¿Hay algo más que decir?
en: Baciu, Stefan. Surrealismo Latinoamericano. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1979. pp. 9-14
Tomado de http://www.mandragora.uchile.cl/
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