martes, 7 de marzo de 2017

POEMAS DEL SURREALISTA PERUANO AUGUSTO LUNEL


Augusto Lunel (Lima, 1925), seudónimo de Augusto Sánchez del Ottre. Escribió un Manifiesto del cual suele citarse la frase: «Estamos contra todas las leyes, empezando por la ley de la gravedad». Felipe Buendía escribe: «Lunel se paseaba con su cara de horrido plenilunio y terno negro y sus maneras de sierpe, con gafas que en vez de cristales tenían apuntalados palillos de fósforo y así contemplaba la estupidez pictórica del academicismo criollo. Dadá-Breton, pasaba de mano en mano, venían a la Biblioteca Nacional a sacarme bajo el guardapolvo bibliotecológico, el Ulises, Una temporada en el infierno de Rimbaud, Les Chants de Maldoror de Lautreámont y algunas tripas de Sade. Lunel era Sade. Se parecían incluso». En los años 50 viajó a México, y al parecer por intercesión de Octavio Paz publicó su libro Los puentes (1955), con ilustraciones de Leonora Carrington. El crítico Hugo J. Verani en su libro La hoguera y el viento. José Emilio Pacheco ante la crítica (México DF: Era, 1994), apunta este hecho: «A las doce del día, Octavio Paz salía de la Secretaría de Relaciones Exteriores a tomarse un café al Kikos, con Tomás Segovia, Ramón Xirau o Augusto Lunel, un peruano siempre hambriento y muy buen poeta» (p. 20). Lunel tiempo después viaja a Francia, y se instala al sur, algunos poetas peruanos como Elqui Burgos lo conocieron y lo recuerdan como todo «un personaje». En 1971 entrega a la imprenta su segundo poemario, esta vez editado en Lima, con el título Espejos paralelos. En el artículo «La fantasía sediciosa» (Letras Libres, Nº 11, 1999), Mario Vargas Llosa afirma sobre Lunel —aunque este dato no ha sido corroborado fehacientemente— que era «un versátil poeta peruano que terminó ejerciendo el sorprendente oficio de guardaespaldas del general De Gaulle». Fue parte del grupo surrealista peruano de los años 50 al lado de Ricardo Milla, Fernando Quíspez Asín Roca, Luciano Herrera, etc.

Libros: Los puentes (México: Talleres de Periódicos y Revistas S.A., Serie Los Presentes, 1955); Espejos paralelos (Chosica: Ediciones Universidad Nacional de Educación, Serie La Flor de la Cantuta, 1971).

Fuente de la foto: http://imaginariotranseunte.blogspot.com.ar/2009/02/espejos-paralelos-augusto-lunel.html



INSOMNIO EN EL ATAÚD

Mi cadáver se pudre conscientemente,
recuerdo la tierra agusanándose de hombres,
me devora una bandada de pájaros subterráneos,

Veo la niebla –mi casa abandonada–
donde pedazos de hada, las gaviotas,
alumbran dulcemente
niños que entierran vivos sus palotes.
Siento allá mis muletas inválidas,
de quietud vertiginosa,
en el océano mis ojos, burbujas estallando.

¿Podré levantar mis párpados, pesados de negrura?
¿Saldré a la luz, que cicatrice mi corrupción,
que reemplace mi piel destruida por la oscuridad,
que llene mis vacías cuencas
de sendos ojos para ver por dentro y por fuera?



*

Un rayo de oscuridad ha partido la tierra
–¡sonidos destilados en lentas telarañas,
bañaban pájaros de cabezas apagadas!–.

Miedo de oír cuartearse la oscuridad.

Miedo a que un rayo de luz rompa todos los cristales.

Estas tinieblas nos llegan de algún astro.
¡Sólo sedimento de luz molida, en el fondo del mar!
¡Sólo cabellos de náufragos despiertos
ardiendo bajo el agua!

Oscuridad con los ojos abiertos,
oscuridad que penetra en el sol;
ciénagas dormidas le abren las entrañas,
cuervos pulverizados baten las alas.

Mas la claridad de la brisa, que la piel percibe,
lo que queda de luna en el rostro de la amada,
y la luz exprimida a los cristales
(aún son los cabellos del hada del estanque)
harán abrirse auroras en las naves.



*

Flora mineral que penetramos
para coger frutas de gusto transparente.

Días que se suceden en el interior vacío de un gran ojo.

Un súbito silencio rompería los cristales.

Una transfusión de savia en el otoño
provocaría la caída de las manos.



*

Hasta nosotros los escualos caíamos
en las finas redes tendidas por la luna.
Como soles mojados,
se dilataban medusas en lugar de pupilas,
arpas líquidas se derramaban en la costa,
la música granaba entre las piedras.

Los mil oídos rotos abierto a la luz,
las estrellas cortando los guijarros,
en las arenas disperso el firmamento.



LA MAGIA DORADA

¡Magia dorada!
¡Ciudades siempre en llamas,
en cuyas torres la inocencia nos devora!

Alimentemos el verano que provocan los tigres en su lucha,
golfos del mar de fuego, nuestros ojos
acojan las escuadras, incendiadas al hender el cielo.
El canto de las tripulaciones de oro abrasa el horizonte.
¡Todo resplandor es la araña que hila la red en que caigo!

Las ternuras del sol, que ya es nuestra garra derecha,
hacen arder la sombra con una cabellera;
los jardines absortos con que miras;
tus manos,
que las grandes verdades se descubren con las manos.
El más oscuro bosque tan sólo es llamarada detenida.



EL DÍA TIENE VEINTICUATRO VERANOS

Siempre despertamos a un nuevo sueño.
El mar es la otra cara del sol,
Y el aire sigue siendo el océano.

Llena de alondra el agua en los rompientes.
Entre sus llamas, súbitos aposentos
donde el eco de nuestros pasos abre la tierra, el cielo.

Todo el fondo del mar nos llega en una ola.
¡Los propios ojos son castillos
de la hechicera de cristal!

En el reino del agua que salta embravecida,
¿qué pantera es la ola más alta?
¿qué puñalada azul la más profunda?



*

Mi amada es un día de dos soles,
su mirada es la estación de los metales.

Viajo por su garganta,
por desnudos planetas que habito con los labios.

Mis manos sueñan,
atraviesan jardines donde las flores son aves.

Sus hombros, ángeles atrapados en el vuelo,
me raptan en la huida.

Su corazón y el mío palpitan entre sus muslos.

Viajo por sus cabellos hasta el estanque de los peces de oro,
por aguas de otro planeta, cuando me mira.

Mi amada es la ciudad
donde por todas las calles se llega a la luna,
hermosos tigres se asoman a las ventanas.



7

En las siete ciudades de la
princesa de siete años

En la ciudad cuyo silencio confina con su pelo de niña.
En las dos ciudades sumergidas bajo las aguas.
En la ciudad donde hay una niñita siempre enamorada a quien devoro dulcemente.

En las dos ciudades, en la cumbre de cuyas cúpulas repletas de palomas, crecen los botones de dos rosas, cuando llega el amor.

Y en la flor más amorosa del mundo, donde habita el niño más amoroso del mundo, al centro del universo.



EL QUE PUEDE MIRARSE SIN QUEDAR CIEGO


La música herirá los ojos del durmiente,
¡tan blanco será el rumor de su vuelo!

Todo el cielo a su paso se poblará de glaciares.

Un solo cisne: la nieve
–las comarcas de armiño que se anexa a la luna–,
las albas plumas que nacen a las olas al intentar el vuelo,
y la bandada nívea que purifica el aire.

Aún hendido el azul que en otra edad
cruzamos los albatros.
El eco de nuestro grito tiende estepas como ángeles,
y el candor de la espuma
que hace nuestra imagen, reflejada en el agua,
provoca los aludes.

Su reino se abre,
Siempre que se abren las alas de los cisnes.
La pradera de alabastro es una rosa de pétalos compactos.

Con su implacable bondad
clavará en tu corazón la estrella de mil puntas.

Mi osamenta dispersa levantará los brazos, hará señas,
con un brazo en la tierra, otro en un lácteo planeta.
           

    
*

Entre dos albas corre un jinete negro,
su propia lengua le quema el paladar,
un cuervo ciego muere en su garganta.



*

Algo queda de tus ojos en lo que miras;
el pájaro deja en el espacio un vacío
que me arrastra a los abismos del cielo.




*

Voz negra
que deja amarga la boca



*


El hacha del resplandor cae sobre tu cuello.

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