miércoles, 20 de junio de 2012

Alfredo Bryce Echenique: “Yo no soy un animal” (Entrevista en Revista Cosas)

Por: Mariano Olivera La Rosa. Fotos de Santiago Barco.



Con la agudeza, el desparpajo y el humor que lo caracterizan, el escritor no tiene reparos en divulgar lo que piensa del sexo, de los Humala y de Jaime Bayly, y se anima a pronosticar el escenario político del futuro. El 2 de julio presentará su nueva novela en el Country Club, “Dándole pena a la tristeza”. Dice que es la más mágica que ha escrito.
Su saco, su chaleco de terciopelo y un reloj de bolsillo que se adivina a través de una elegante cadena de plata invitan a una certeza: es viernes y, como buen muchacho, Alfredo tiene planes para la noche. Luego de cuarenta años, saldrá con Maggie, la primera de sus tres exesposas. “Estoy tan nervioso como si tuviera 13 años”, confiesa mientras saca su reloj de bolsillo y lo golpea con violencia contra el suelo. “Se ha malogrado. Me da rabia porque a mí me gusta usar estos relojes. Ahora tendré que irme hasta París a arreglarlo”, explica. Desde afuera, se filtra la bulla de una fiesta infantil celebrada en el parque contiguo, uno de esos parques cerrados de San Isidro. “Es atroz”, comenta el escritor.
Ni bien toma asiento en uno de los sillones de su sala, anuncia que se tomará una copa para disipar los nervios propios de la cita que lo espera más tarde, y me invita otra. Se pone de pie, desaparece tras la puerta de la cocina y vuelve al instante con dos vodka tonic. Los hielos tintinean, se asientan en los vasos y se disipa el silbido del gas. Luego de un primer sorbo, estamos listos.
–Me comentaste que venías de una cita médica. ¿Cómo está la salud? ¿Todo bien?
–Todo bien jodido. He tenido un problema de mala alimentación que me ha generado una especie de anemia, de depresión física. Todos los días camino dos horas y después remo otra media hora en un aparato que tengo en mi dormitorio. Y mira, viejo, últimamente terminaba el ejercicio y me quedaba dormido dos días enteros, no me despertaba ni para hacer pipí. Cada día, la persona que me cocina me estaba sirviendo una dosis más ínfima de comida. La típica del viejo que vive solo. Pero ha sido un descuido compartido, no la puedo culpar, aunque parece el lento asesinato de un anciano de la tercera edad, porque ahora sí voy al banco y digo “¡soy de la tercera edad, déjenme pasar primero, carajo!”.
–Cuéntame sobre tu nueva novela, “Dándole pena a la tristeza”. Trata sobre tu abuelo Francisco Echenique.
–Fíjate que sí, pero no. Se ubica en el tiempo que le correspondió vivir, y el personaje es él, pero le he puesto una máscara para que exprese todo aquello que no se atrevió a expresar y sea todo lo bueno y malo que nunca pudo ser.
–Una redención literaria.
–Sí, no se parece tanto a mi abuelo como creí cuando empezaba la novela, pero uno empieza a escribir creyendo que va a llevarla a determinado puerto, digamos, a Paita, y termina en San Juan de Puerto Rico.
–¿Previamente hubo una etapa de investigación o todo ha derivado de la imaginación y el recuerdo?
–Es la más investigada de todas mis novelas y, al mismo tiempo, es la más mágica. Cuando terminé de escribir “Un mundo para Julius”, me di cuenta de que lo que más deseaba era escribir el anti “Un mundo para Julius”. Cuarenta años después, este sería ese anti.


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