EN EL ARDUO ANIVERSARIO DE UNA BODA
“Después de la primera muerte ya no hay otra”
Dylan Thomas
Nuestra generación fue un puñado de hombres solos,
una pizca de mujeres destruidas,
un manojo de nadas sin zapatos,
el racimo de las viñas de la ira.
Yo que agonizo
me permito evocarte aunque mi recuerdo
te cause asco, nena, asco profundo,
como causa asco la inmunda mermelada que transpiran
los siempre equivocados porque aman demasiado,
aunque el credo y el miserere que rezamos siempre
tú y yo solos en dos noches separadas a sabiendas por nosotros
-tuyo el creo solo en mí y mío entero el miserable de mí-
desde entonces dicen
que nunca nunca se ama demasiado:
¿o no será acaso, en lo profundo, lo que nadie puede ver,
al revés el oscuro latín de lo real?
Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo,
hay que terminarlo de un modo o de otro
y éste es el fúnebre galán de la fiesta,
vestido para la fecha que ya
un cuarto de centuria arranca.
Lástima, en september love,
que no fue aquélla ni ésta mi noche de septiembre.
Una sangrienta primavera baja sobre la noche del suicida
y la náusea habita desde entonces cada esponsal.
Creo ver a tu padre muerto con su dedo
hundir la hondura a donde dio la noche,
a la loca de tu madre pegándote en la cara
el monograma indeleble de otra loca en su progenie.
Creo ver a unos muertos celebrar la boda,
mi ojo derecho -el que mira al olvido-
arranca del olvido precoz
la sonrisa que perfora la vergüenza.
Mi ojo izquierdo, el que mira a la vejez,
arruga del futuro, verruga de lo que fue terso,
se complace en las vísperas anticipando
tu rostro y el mío entre las llamas
arder como dos fotografías viejas.
¿Fui el fantasma de la noche
y de las noches luego felices,
las noches y las tardes
en que engendraste a tus hijos?
¿No fui acaso el olvido y lo reído por los esposos,
cuando la burla a los que pasaban raudos en el tren,
un rostro tiznado de furia asomándose
desde la locomotora, el primero de los que veían
desnuda a la virgen loca bailar con el idiota?
Dame al menos ese miserable papel en tu vida,
el del diario arrugado que se aleja por la ruta
que lleva a un pueblo de cobardes
la noticia titular que yo lamento.
Dime, hoy muda calavera de lo que amé
hasta la esquina misma del infortunio,
si yo, que albergo esta pecera de imágenes
donde hasta cabe Virgilio, no era entonces,
en la riente oscuridad, entre los labios
de la muerte que en la florida edad
todas las señas tienen de la vida,
sino lo ridículo y eterno donde lo llorado
llora lo que no ve de sí, ese sí mismo.
Mátame. Pero no
de a poco, como la vida.
De una palabra mátame.
De una mirada sola.
LA TARDE DEL ELEFANTE
A mi amigo, el poeta Nicholas Stix,
en donde quiera que esté.
¿recuerdas, nick, la tarde del elefante?
tú estabas abrumado por el enésimo rechazo
que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos
te había propinado por teléfono
lo único que te daba desde hacía
entonces once años
al menos
cuando era soltera te lo decía en la cara
y estabas irritado de veras enojado
porque llegué una hora tarde
y te dejé solo en la enorme nueva york
por otra hora más entregado a ti mismo
ni mi taxi ni mis disculpas calmaron
tu rabia anglosajona
decias sólo se está solo en las grandes ciudades
¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?
muchas lluvias y nieves y pisadas
de zapatos italianos y de zapatos deportivos
pasaron por esa esquina del village
pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante
tú me sermoneabas en tu álgido inglés
sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado
y entonces esa enorme sombra
hablabas del tedio de las ciudades
del aburrimiento amarillo que se pone
al oeste del puente de tu brooklin
y de las mujeres jóvenes que cruzan solas
y en ómnibus los laberintos sedosos de central park
rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla
y entonces esas pisadas majestuosas
hablabas de que no te habían incluido en esa antología
y decías que el marido de ella era calvo
seseoso y que dibujaba historietas
el tonto de los cómics repetías
el tonto de los tebeos repetías
mientras la gente
siempre está alerta la gente
dejaba corriendo la acera
tumbaba las sillas
y olvidaba a los niños en su loca carrera
decías que la rutina es una vieja ciega
que mendiga monedas por bond street y por harlem
y que cada persona la recibe en su casa
entonces ese gordo la mole
se quedó parado cerca de nuestra mesa
en la esquina desierta mientras el cajero
temblando llamaba a la policía
cinco mil kilogramos de pacífica selva
aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris
de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa
con un dedo en la punta
que probaba las frutas de las mesas caídas
y revoleaba jugando los manteles manchados
aplastó en su huida de algún circo o del zoo
a esa vieja mendiga que a la gente oprimida
acongoja en su casa
nos miraba sin miedo como todas las cosas
que sonriendo repiten soy amigo del hombre
La zamba
Rueda en el salón la zamba. Se desliza como un fuego en los reflejos
de la gran fuente de ponche, resuena en los espadines de parada
de esos mis oficiales mientras te pido esta zamba,
Remedios, la de los ojos de sombra, en una noche de guitarras,
de carlón y de gloria después de ese amanecer en San Lorenzo
cuando entreví, en una bayoneta española, el otro lado, el posible,
de este homenaje que me brinda tu voluble, tu cambiante Buenos Aires,
Remedios de Escalada, la de los ojos de sombra.
Soy el héroe de la boca muda, el que siempre parte a caballo,
el que organiza y difiere el amor, el que no escribe.
Soy el que no vuelve la cabeza, el que se embarca.
Piensa en todo esto antes de aceptar esta zamba.
Desde Mendoza vendré una noche, una sola noche, y de esa noche
saldrá una mujer que repetirá tus ojos, tu paciencia, tu nariz y tus ritos
ante mi vejez extranjera, manchada de oprobio, de pobreza y de cólera.
Yo soy el héroe, el héroe siempre necesario,
el que justifica la vida de los burócratas, el que se prueba
en los precipicios, el que toma las decisiones duras.
Los hombres que vendrán conmigo, quién sabe, volverán
a la ternura que sólo brinda la mujer, a su desnudo tacto único bajo las sábanas,
a eso que la guerra sin duda no reemplaza,
al tibio cuerpo oculto y presentido en alguna parte
de la oscura casa amistosa y a los hijos. A todo lo inefable
después del miedo, del degüello y de las cargas,
que una mañana única difiere hasta mañana. Antes de alzarte
de mi mano en la zamba piensa en la tortura seguida de los meses,
examina Remedios la condena de tus ojos de sombra
en los arneses de las mulas peruanas, piensa en los edictos
que firmaré sin pensarte, medita las veces en que no seré,
desde el jardín de tu casa, más que el horizonte,
el vacío como ayer y anteayer repetido, el llamado rutinario
a la cena frente a una silla como siempre sin nadie, piensa
en las veces en que para tu hija no seré más que un nombre.
Remedios de Escalada que pliegas sonriendo el tenso abanico,
que recoges nerviosa tu amplio vestido ante el triste capitán
al que efímera gloria y tu amor le dedica la cambiante Buenos Aires,
el que treinta años después de esta zamba aún verá tus pupilas lejanas, perdidas,
en la caravana de horror cuando te nombre.
LA RENGA
Tan quemada en este mundo,
como el Amor Real en una sola
canción de las radios populares.
Tan odiada la esclava,
la negra, la fregona,
que sus patrones la desfloran
cada noche y ella, pendiente
de aflorar en una sílaba casual,
ella, la pobre, que arde -ahora- sólo en sombras.
Desnudo en la cocina
él juramenta, después de los whiskies,
que una sola cuestión de fe
todavía hay por la Tierra.
Tan indefensa en sus manos de beodo
brilla ética, por sobre todo ética,
la inútil fragua de imágenes,
la renga.
El cotillón de las tinieblas
Las llaves rotas, las monedas sin valor,
esos teléfonos anónimos recobrados de un bolsillo,
el polvo de las paredes, de los muebles, las ventanas.
El polvo que cubre toda la tierra
como un segundo mar, en seco.
Una mancha en la ropa que continúa en la carne,
un grito y después un susurro y después el silencio
que a duras penas se disfraza de resto de la tarde.
Un llamado sin voz, despertarse buscando
un algo indefinido que a nuestro lado se desangra
y difumina y que olvidamos por grados.
Lo que nos amenaza desde una mosca
chillando furiosa en la cortina.
Una misma situación, las idénticas palabras,
que cada cuatro exactos años se repiten
con la morosa precisión con la que baja,
de nuevo, un ascensor.
Las cosas que nos miran fijamente,
desde las vidrieras cerradas,
cada vez que pasamos haciendo
la penosa pantomima de ignorarlas.
Alguien que nos observa desde un lejano edificio,
exactamente cuando vemos sin oírlo
que nos está diciendo algo.
El compacto horror de la tortuga
que nos devuelve al jurásico.
UNA GARZA EN BUENOS AIRES
Algún pincel trazó una rápida letra S
delgada y blanca
sobre el agua castaña y allí estaba
de improviso la garza,
los turistas no la vieron
y ella sí vio todo y a todos, rápida
e inmóvil sobre el milagro del agua.
Un espejo en medio de la ciudad
negligente, pintado de transparente,
un ojal abierto que abrochó en un solo momento
toda la ropa vestida por el invierno.
Ella seguía en la orilla fatal de su propio Amazonas,
la pata desdeñosa replegada contra el cuerpo,
en un decir mi equilibrio está hecho
de una perenne silueta
y de una manera perenne que no los reconoce.
Era un arpón paciente atento sólo al cálculo
entre el berrido juguetón de los patos domésticos,
solamente ella precisa como una diminuta guadaña
en el Jardín Japonés que afable exponía sus gracias,
con esa serenidad oriental que nada sabe
de los bruscos asesinatos de una garza con hambre.
Todos se fueron pero de modo igual yo no vi nada:
faltó un segundo entre las cosas, creí;
un instante en el instante siguiente
fue sanguinariamente salteado,
pero cuando la garza voló
otra vida que la suya en el estanque faltaba.
“Después de la primera muerte ya no hay otra”
Dylan Thomas
Nuestra generación fue un puñado de hombres solos,
una pizca de mujeres destruidas,
un manojo de nadas sin zapatos,
el racimo de las viñas de la ira.
Yo que agonizo
me permito evocarte aunque mi recuerdo
te cause asco, nena, asco profundo,
como causa asco la inmunda mermelada que transpiran
los siempre equivocados porque aman demasiado,
aunque el credo y el miserere que rezamos siempre
tú y yo solos en dos noches separadas a sabiendas por nosotros
-tuyo el creo solo en mí y mío entero el miserable de mí-
desde entonces dicen
que nunca nunca se ama demasiado:
¿o no será acaso, en lo profundo, lo que nadie puede ver,
al revés el oscuro latín de lo real?
Concentrado todo da pavor en el urgente fin de siglo,
hay que terminarlo de un modo o de otro
y éste es el fúnebre galán de la fiesta,
vestido para la fecha que ya
un cuarto de centuria arranca.
Lástima, en september love,
que no fue aquélla ni ésta mi noche de septiembre.
Una sangrienta primavera baja sobre la noche del suicida
y la náusea habita desde entonces cada esponsal.
Creo ver a tu padre muerto con su dedo
hundir la hondura a donde dio la noche,
a la loca de tu madre pegándote en la cara
el monograma indeleble de otra loca en su progenie.
Creo ver a unos muertos celebrar la boda,
mi ojo derecho -el que mira al olvido-
arranca del olvido precoz
la sonrisa que perfora la vergüenza.
Mi ojo izquierdo, el que mira a la vejez,
arruga del futuro, verruga de lo que fue terso,
se complace en las vísperas anticipando
tu rostro y el mío entre las llamas
arder como dos fotografías viejas.
¿Fui el fantasma de la noche
y de las noches luego felices,
las noches y las tardes
en que engendraste a tus hijos?
¿No fui acaso el olvido y lo reído por los esposos,
cuando la burla a los que pasaban raudos en el tren,
un rostro tiznado de furia asomándose
desde la locomotora, el primero de los que veían
desnuda a la virgen loca bailar con el idiota?
Dame al menos ese miserable papel en tu vida,
el del diario arrugado que se aleja por la ruta
que lleva a un pueblo de cobardes
la noticia titular que yo lamento.
Dime, hoy muda calavera de lo que amé
hasta la esquina misma del infortunio,
si yo, que albergo esta pecera de imágenes
donde hasta cabe Virgilio, no era entonces,
en la riente oscuridad, entre los labios
de la muerte que en la florida edad
todas las señas tienen de la vida,
sino lo ridículo y eterno donde lo llorado
llora lo que no ve de sí, ese sí mismo.
Mátame. Pero no
de a poco, como la vida.
De una palabra mátame.
De una mirada sola.
LA TARDE DEL ELEFANTE
A mi amigo, el poeta Nicholas Stix,
en donde quiera que esté.
¿recuerdas, nick, la tarde del elefante?
tú estabas abrumado por el enésimo rechazo
que esa mujer casada madre ya de cuatro hijos
te había propinado por teléfono
lo único que te daba desde hacía
entonces once años
al menos
cuando era soltera te lo decía en la cara
y estabas irritado de veras enojado
porque llegué una hora tarde
y te dejé solo en la enorme nueva york
por otra hora más entregado a ti mismo
ni mi taxi ni mis disculpas calmaron
tu rabia anglosajona
decias sólo se está solo en las grandes ciudades
¿te acuerdas, nickie, de la tarde del elefante?
muchas lluvias y nieves y pisadas
de zapatos italianos y de zapatos deportivos
pasaron por esa esquina del village
pero ella no ha olvidado todavía la tarde del elefante
tú me sermoneabas en tu álgido inglés
sin darte cuenta de que yo también estaba derrumbado
y entonces esa enorme sombra
hablabas del tedio de las ciudades
del aburrimiento amarillo que se pone
al oeste del puente de tu brooklin
y de las mujeres jóvenes que cruzan solas
y en ómnibus los laberintos sedosos de central park
rumbo a esos cuartos donde la calefacción les falla
y entonces esas pisadas majestuosas
hablabas de que no te habían incluido en esa antología
y decías que el marido de ella era calvo
seseoso y que dibujaba historietas
el tonto de los cómics repetías
el tonto de los tebeos repetías
mientras la gente
siempre está alerta la gente
dejaba corriendo la acera
tumbaba las sillas
y olvidaba a los niños en su loca carrera
decías que la rutina es una vieja ciega
que mendiga monedas por bond street y por harlem
y que cada persona la recibe en su casa
entonces ese gordo la mole
se quedó parado cerca de nuestra mesa
en la esquina desierta mientras el cajero
temblando llamaba a la policía
cinco mil kilogramos de pacífica selva
aplastando el asfalto una inmensa epifanía gris
de cuatro metros de alto y esa trompa curiosa
con un dedo en la punta
que probaba las frutas de las mesas caídas
y revoleaba jugando los manteles manchados
aplastó en su huida de algún circo o del zoo
a esa vieja mendiga que a la gente oprimida
acongoja en su casa
nos miraba sin miedo como todas las cosas
que sonriendo repiten soy amigo del hombre
La zamba
Rueda en el salón la zamba. Se desliza como un fuego en los reflejos
de la gran fuente de ponche, resuena en los espadines de parada
de esos mis oficiales mientras te pido esta zamba,
Remedios, la de los ojos de sombra, en una noche de guitarras,
de carlón y de gloria después de ese amanecer en San Lorenzo
cuando entreví, en una bayoneta española, el otro lado, el posible,
de este homenaje que me brinda tu voluble, tu cambiante Buenos Aires,
Remedios de Escalada, la de los ojos de sombra.
Soy el héroe de la boca muda, el que siempre parte a caballo,
el que organiza y difiere el amor, el que no escribe.
Soy el que no vuelve la cabeza, el que se embarca.
Piensa en todo esto antes de aceptar esta zamba.
Desde Mendoza vendré una noche, una sola noche, y de esa noche
saldrá una mujer que repetirá tus ojos, tu paciencia, tu nariz y tus ritos
ante mi vejez extranjera, manchada de oprobio, de pobreza y de cólera.
Yo soy el héroe, el héroe siempre necesario,
el que justifica la vida de los burócratas, el que se prueba
en los precipicios, el que toma las decisiones duras.
Los hombres que vendrán conmigo, quién sabe, volverán
a la ternura que sólo brinda la mujer, a su desnudo tacto único bajo las sábanas,
a eso que la guerra sin duda no reemplaza,
al tibio cuerpo oculto y presentido en alguna parte
de la oscura casa amistosa y a los hijos. A todo lo inefable
después del miedo, del degüello y de las cargas,
que una mañana única difiere hasta mañana. Antes de alzarte
de mi mano en la zamba piensa en la tortura seguida de los meses,
examina Remedios la condena de tus ojos de sombra
en los arneses de las mulas peruanas, piensa en los edictos
que firmaré sin pensarte, medita las veces en que no seré,
desde el jardín de tu casa, más que el horizonte,
el vacío como ayer y anteayer repetido, el llamado rutinario
a la cena frente a una silla como siempre sin nadie, piensa
en las veces en que para tu hija no seré más que un nombre.
Remedios de Escalada que pliegas sonriendo el tenso abanico,
que recoges nerviosa tu amplio vestido ante el triste capitán
al que efímera gloria y tu amor le dedica la cambiante Buenos Aires,
el que treinta años después de esta zamba aún verá tus pupilas lejanas, perdidas,
en la caravana de horror cuando te nombre.
LA RENGA
Tan quemada en este mundo,
como el Amor Real en una sola
canción de las radios populares.
Tan odiada la esclava,
la negra, la fregona,
que sus patrones la desfloran
cada noche y ella, pendiente
de aflorar en una sílaba casual,
ella, la pobre, que arde -ahora- sólo en sombras.
Desnudo en la cocina
él juramenta, después de los whiskies,
que una sola cuestión de fe
todavía hay por la Tierra.
Tan indefensa en sus manos de beodo
brilla ética, por sobre todo ética,
la inútil fragua de imágenes,
la renga.
El cotillón de las tinieblas
Las llaves rotas, las monedas sin valor,
esos teléfonos anónimos recobrados de un bolsillo,
el polvo de las paredes, de los muebles, las ventanas.
El polvo que cubre toda la tierra
como un segundo mar, en seco.
Una mancha en la ropa que continúa en la carne,
un grito y después un susurro y después el silencio
que a duras penas se disfraza de resto de la tarde.
Un llamado sin voz, despertarse buscando
un algo indefinido que a nuestro lado se desangra
y difumina y que olvidamos por grados.
Lo que nos amenaza desde una mosca
chillando furiosa en la cortina.
Una misma situación, las idénticas palabras,
que cada cuatro exactos años se repiten
con la morosa precisión con la que baja,
de nuevo, un ascensor.
Las cosas que nos miran fijamente,
desde las vidrieras cerradas,
cada vez que pasamos haciendo
la penosa pantomima de ignorarlas.
Alguien que nos observa desde un lejano edificio,
exactamente cuando vemos sin oírlo
que nos está diciendo algo.
El compacto horror de la tortuga
que nos devuelve al jurásico.
UNA GARZA EN BUENOS AIRES
Algún pincel trazó una rápida letra S
delgada y blanca
sobre el agua castaña y allí estaba
de improviso la garza,
los turistas no la vieron
y ella sí vio todo y a todos, rápida
e inmóvil sobre el milagro del agua.
Un espejo en medio de la ciudad
negligente, pintado de transparente,
un ojal abierto que abrochó en un solo momento
toda la ropa vestida por el invierno.
Ella seguía en la orilla fatal de su propio Amazonas,
la pata desdeñosa replegada contra el cuerpo,
en un decir mi equilibrio está hecho
de una perenne silueta
y de una manera perenne que no los reconoce.
Era un arpón paciente atento sólo al cálculo
entre el berrido juguetón de los patos domésticos,
solamente ella precisa como una diminuta guadaña
en el Jardín Japonés que afable exponía sus gracias,
con esa serenidad oriental que nada sabe
de los bruscos asesinatos de una garza con hambre.
Todos se fueron pero de modo igual yo no vi nada:
faltó un segundo entre las cosas, creí;
un instante en el instante siguiente
fue sanguinariamente salteado,
pero cuando la garza voló
otra vida que la suya en el estanque faltaba.
LUIS BENITEZ (Buenos Aires, 10 de noviembre 1956). Poeta, narrador, ensayista y dramaturgo argentino. Es miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, Estados Unidos, con sede en la Columbia University; de la World Poets Society (Grecia); de la International Society of Writers (Estados Unidos); del Advisory Board de World Poetry Press (India), Miembro Honorario de la sección argentina del IFLAC (International Forum for a Literature and a Culture of Peace) y de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Argentina. Ha recibido el título de Compagnon de la Poèsie de la Association La Porte des Poetes, con sede en la Université de La Sorbonne, París, Francia. Sus 15 libros de poesía, narrativa, ensayo literario y teatro se publicaron en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Uruguay y Venezuela.
Premios recibidos
Premios recibidos
Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991)
Mención de Honor del Concurso Municipal de Literatura (Poesía, Buenos Aires, 1991)
Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992)
Tercer Premio del Concurso Fundación Inca Seguros (Poesía, Buenos Aires, 1995)
Primer Premio Joven Literatura (Poesía) de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996)
Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996)
Primo Premio Tuscolorum Di Poesia (Sicilia, Italia, 1996)
Tercer Premio Eduardo Mallea de Narrativa (Buenos Aires, período 1995-1997).
Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003)
Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003)
Obras publicadas
Poemas de la Tierra y la Memoria (poesía, Ed. Stephen and Bloom, Bs. As., 1980)
Mitologías/La Balada de la Mujer Perdida (poesía, Ultimo Reino, Bs. As., 1983)
Poesía Inédita de Hoy (Un panorama contemporáneo de la poesía inédita argentina) (introducción, notas y selección de 100 autores, Ed. NOUS, Bs. As., 1983)
Juan L. Ortiz: El Contra-Rimbaud (ensayo, 1ra. ed. Ed. Filofalsía, Bs. As., 1985, 2da. ed. Ed. Filofalsía, Bs. As. 1986)
Behering y otros poemas (poesía, 1ra. ed., Ed. Filofalsía, Bs. As., 1985, 2da. Ed. Cuadernos del Zopilote, México D.F., 1993)
Guerras, Epitafios y Conversaciones (poesía, Ed. Satura, Bs. As., 1989)
Fractal (poesía, Ed. Correo Latino, Bs. As., 1992)
El Pasado y las Vísperas (poesía, Ed. de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1995)
El Horror en la Narrativa de Alberto Jiménez Ure (ensayo, Ed. de la Universidad de los Andes, Venezuela, 1996)
Selected Poems (antología poética, selección y traducción de Verónica Miranda, Ed. Luz Bilingual Publishing, Inc. Los Angeles, USA, 1996)
La Yegua de la Noche (poesía, Ed. Ediciones Del Castillo, Santiago de Chile, Chile, 2001).
Tango del Mudo (novela, Ed. de la Plaza, Montevideo, Uruguay, 1997. Ed. Piel de Leopardo/Wordtheque, Bs. As., 2003).
Jorge Luis Borges: La tiniebla y la gloria (ensayo, Ed. Lea, Buenos Aires, 2004).
El Venenero y Otros Poemas (poesía, Ed. Nueva Generación, Buenos Aires, 2005).
La tarde del elefante y otros poemas (poesía, Ed. Ala de Cuervo, Caracas, Venezuela, 2006)
18 Whiskies (teatro, Ed. Nueva Generación, Buenos Aires, 2006)
Obras sobre el autor
Sobre las poesías de Luis Benítez, de Carlos Elliff (ensayo, Ed. Metáfora, Bs. As., 1991)
Conversaciones con el poeta Luis Benítez, de Alejandro Elissagaray y Pamela Nader (Tomo I, 1995, Tomo II, 1997, Ed. Nueva Generación, Bs. As.)
Antología (selección y ensayo preliminar de Alejandro Elissagaray, 2001, Ed. Nueva Generación, Bs. As.).
1 comentario:
no sé palabras para apreciar porque
no tengo tales calidades para apreciarte...aun deso que decir es simplemente maravilloso....si le guste, puede visitar algunas veces a Mi Blog también y compartir sus opiniones, espero que lo guste.
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