jueves, 5 de diciembre de 2013

DONDE HABITAN TODOS LOS MARES (Lectura del libro “Un mar alcoholizado” de Mario Morquencho), por Juan de la Fuente

Antes que una presentación, esto es una lectura. Y antes que lectura, es una necesaria búsqueda del mar para nombrarlo. Porque para hablar del mar debo encontrarlo primero; debo escudriñar los bordes, las aristas, los resquicios existentes, para detenerme luego –no en los detalles- sino en aquello que puede representar una metáfora: la metáfora del mar, que en verdad está compuesta por muchas y diversas metáforas o, mejor dicho, por muchos mares de metáforas.

Metáforas que van desde aquel mar que rodea la ciudad en la que habitamos cotidianamente, hasta ese otro que recorre calles, casas y avenidas enteras sin detenerse un instante. Estos mares nos persiguen y acompañan, depende cual sea la relación que tengamos con ellos y la manera en que hemos decido asumirla. Sin embargo, hay un mar, otro mar implícito, consustancial e inevitable; un mar que nos convierte en descarnadas metáforas de nosotros mismos. Lo llaman mar interior, pero podrían llamarlo en forma distinta y también en forma distinta describir aquello que sucede dentro, pero que está frente a nosotros.
Estos mares: el de adentro y el de afuera se manifiestan categóricamente en “Un mar alcoholizado” de Mario Morquencho. Lo exterior desafía a lo interior para dar nacimiento a un canto, a una ola de palabras que aperciben la realidad porque la comprenden sin rodeos, con una pureza tan peligrosa como el filo de un cuchillo cortando el aire.

A través de los veinte poemas que componen el libro de Morquencho, la lucha o el encuentro a muerte de estos mares tendrán su fundamento y su silencio; su violencia y su ternura; su misterio y su absoluta transparencia. Nada tan descarnado como expresar la verdad
sin aspavientos, y Morquencho lo hace, de frente, sin concesiones: “el mar se contrajo en charco de sangre / y la abertura en la cabeza liberó peces” (…) “HOY ESTOY AL DÍA EN LA LOCURA / como una estatua que huye / donde el viento consuela palabras” (...) “AYYYPOESÍAPOESÍAPOESÍA (…) INCRÚSTAME este vaso en la cabeza”.

En este territorio de contrarios, ¿cuál es el mar de Mario Morquencho? ¿Qué tan ajeno y cercano se encuentra de nosotros? Pues, aunque a simple vista su poesía puede ser vista como exteriorista por el empleo de la oralidad (no de lo conversacional) como voz exterior, al final el poeta recibe los acontecimientos para expresarlos con un lirismo intenso y propio, distante de lo prosaico.

La poesía de Morquencho es poesía del origen. Él es un poeta de raza, pura sangre, que habla desde sus adentros y fluye con naturalidad al margen de límites y limitaciones académicas: la poesía nace, crece y se transforma en sus palabras. Armando Arteaga –en el prólogo del libro- destaca en esta línea el carácter autodidacta de Mario. Y es cierto. Al igual que un Miguel Hernández en España, Morquencho discurre sin ningún sobresalto retórico por los cauces misteriosos de la poesía. Nada más natural y verdadero que esto.

Otro aspecto que debo resaltar es su hermandad con el mar, con el océano. Vive y respira mar. Y aquí, me viene a la memoria otro poeta, Derek Walcott, el autor de “El reino del Caimito”, quien ha nacido, ha vivido y ha sobrevivido por y para el mar. Porque: “El mar es Historia”, dice Walcott, y en todo lo que hace destaca el ritmo y la voluntad del mar. En su tono, su ritmo y su plasticidad, Morquencho tiene parentesco (no parecido ni influencia) con Derek Walcott.
“Un mar alcholizado” es una sucesión de historias que llegan a nosotros como ecos de palabras pronunciadas con rigor desde los bares, los burdeles y los templos; y donde un muchacho, una muchacha, un pez o un gato son el anticipo de una eternidad que puede terminarse: “Manicomio de tu voz / a la hora del ocaso” es un ejemplo rotundo de belleza, como igualmente lo son estos versos: “En
la caleta los pescadores arman las redes / con hilos que moran en el destello infinito / donde los mástiles cargan la cruz brillante / y predican el misterio de la noche”.

En este libro, Morquencho transita el milagro de la vida desde la realidad social hasta la realidad del encuentro con uno mismo; desde el mar de todos nosotros hasta el mar de cada uno de nosotros. El mar de Mario es la purificación, la vuelta al origen, la resurrección de sucesivas muertes cotidianas.

“Un mar alcoholizado” comienza en una cantina de mares no resueltos y acaba en un mar definitivo y trascendente. El conjunto de poemas que discurre en sus páginas es parejo, lleva un ritmo semejante, mantiene su intensidad de comienzo a fin. Y, a manera de sustancia, hay un poema que considero actúa como columna vertebral. Se trata del poema 17, donde aparece la madre. En un momento memorable, el poeta dice: “Es así como los astros terminan / su jornada diaria (…) Transitan las nubes alrededor de la cocina /mandiles con manteca visten los días / el zumo de las frutas exfolia la naturaleza / Yo prefiero el olor de los refrigeradores / cuando guardan el sendero / de la noche antepasada”.

Descubierto el mar, quedan otros mares, otras búsquedas. Concluida esta lectura, quedan otras lecturas más de “El mar alcoholizado”, este bello y rotundo libro con el que Mario Morquencho consolida el poderío de su voz en el ámbito de la poesía peruana actual.

Muchas gracias.



Surco, 12 de septiembre de 2013

                                                                                                                JUAN DE LA FUENTE

(Un día antes de Yom Kippur)

Palabras leidas el dia de la presentacion del libro

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