lunes, 5 de septiembre de 2022

DELIRIOS DE CUARENTENA, DE DAVID COLLAZOS


Hay bebés en el vino de mi copa

y en tanto incendio de mi jardín

aves devoran la mañana.

Dos muslos se abren frente al candelabro matutino 

y en la resaca lúgubre del día

gimen un placer expulsado por pacientes 

                                    campanarios 

                                                garúas. 


Mascarillas sofocan un sentimiento abatido 

y con la ineptitud de oponerse a ese dolor

se impregnan con la sangre de una rosa incandescente.

Y con variadas astillas ardiendo en los pulmones

huyen para no curar sus fuertes llagas.

Quizá por sembrar las mismas monedas

se agrieta una corteza flexible atravesada de arenales húmedos

dentro muy dentro del tórax

cerca del Estigia

al oriente amargo en lejanía.


Náufragos corales como cascos de corcel

esparcen al viento diminutas voces

voces ineluctables de un soñar

soñar con un paisaje y sus melodías.

Libre… libre en los árboles

            en un cuerpo

                    en un instinto.

Donde no se adviertan los crujidos del mal

donde las agujas / la arena / la clepsidra y el nomon

no le teman al tiempo

donde apareció la sombra errante de mí 

                                                        decadente de mí

(indagaba sobre un consuelo que llegará no se sabe cuándo)

para guiarme al talón sumergido en la gracia

y a su firmamento de bosques / ríos / lagos

en el perfil obrero de la naturaleza.

Ser vestigio de toda lengua

mezclarse con crustáceos 

y sus refugios sucumbiendo en olas

deshacen a las huellas en la orilla del mar

así sucede en un círculo 

                                  de meses / años / siglos. 

Mirar la Tierra conforme la mira el Sol

transformarse en brasas de moribundos colores

para asirse de un verídico oscuro.

Oscuro sufrir en orfandad se conjura en aullido

de frágil rayo de Luna trepando ramajes

bajo un baile de confinamiento acabado en cenizas.


Y así la vejez se varía en un padecer común

así en cierto momento y atados de osamenta

los cabellos se abultan

            la barba se abulta

y no prevalece un lugar para ver-oír-respirar-beber.

Pero aún los dedos logran desenterrar con caricias

develan el monte donde el plenilunio brilla su disfrute ígneo

y el murciélago hambriento lame la buganvilia

y el lenguaje es un alboroto de gotas dispersas.


En seguida estoy entristecido para con la tristeza

evidencia de no ser el destino sino el viajero. 

Y en un mundo donde el gentío se rinde en el aislamiento

insistiré a través de una pureza humana

liberando pelos / uñas / dientes 

creando un recuerdo que nunca aprenderé a recorrer.


Y formado a cada corte de reloj

un limbo emite su grito de socorro

y al desafiarlo

penetro en la entreabierta sabiduría

para no oficiar promesas desterradas

allá lejos

en la felicidad castigada en un rincón

en el amor que deambula solitario sin amar a alguien

en la fila de fusilamiento sacando al exterior vergüenza

en las balas rascando un adagio entre cejas de alfiles buscando limosna.

Sintiendo fallecer a la vida en nuestros brazos

con la dificultad de sostener embriones / partos / infantes.

Solo es un laberinto de minuciosos hilos revelando ecos

solo se percibe un sonido de bisturí contra la carne

solo son los estrépitos del niño

solo se derrama la inocencia a golpes.

 

Entran pues ráfagas de una melancolía a falta de oxígeno 

entran con médico condenado a la nada

entran con longevidad de una alborada tras objetar crepúsculos

entran con risas omitiendo un pozo de baja autoestima

y entreverados en la conjetura de aquella lombriz

suprimida al cabo de la jornada

por el azar del contagio.


Exhalo una honda ausencia y estoy velándola en mi cráneo

y de cara al madero ninguno entierra

las múltiples formas de matar a Jesucristo 

(en ocasiones se me ha caído ese recordatorio al suelo 

                               y lo he pisoteado sin darme cuenta).

Y con poca óptica se garabatea una pared

y el orden de tumultos rompe calles apenas reconocibles

masticando saliva para tres hambres

incluso se prueba una jeringa para cualquier enfermedad

y sin embargo detrás de las cortinas

somos ventanas.


Y el océano pide unas alas para Ícaro

a los escalofríos repitentes de fechas:

―Gélidos témpanos emergiendo como cadáveres.


Notan cómo la tráquea se disemina 

del pescuezo por quelas de cangrejos:

―Festín de cánticos concibiendo dilemas.


O hachas corroídas en la espalda punzante

del quebrar de huesos rumiados por lobeznos:

―En un martirio de protestas de noche definitiva.


Llueve un banco de peces

llueve en bocas pusilánimes y que en parte besan

a los enfermos ocultos en la fronda de un haya maternal.

Tardío el aire se torna fuego

después ―en el anuncio de una aurora―

restriega un grillo aflicciones en arrullos:

―¿Cuál es el afán de embriagarse hasta morir y nadie te diga un te quiero?

Y en la puerta de la vigilia

su pensamiento corre en la cabeza para envejecer

aunque broten lágrimas de alegría

cubiertas por un hábito de horror.



David Collazos nació en Lima el 12 de enero de 1979. Publicó el poemario En Blanco en el 2002. Aparece en una selección de poesía llamada 2+ no antología no contemporánea de los poetas amigos (2008). Ha publicado Diario Haiku (2011).

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