miércoles, 29 de marzo de 2006

CIUDAD DE LOS REYES

I

Lima es una prisión: todas las ciudades lo son. Buscamos en sus paredes el fuego, las piedras que le devuelvan sus dioses, el firmamento azul, la gloria de sus hombres, pero solo hallamos rejas, serpientes rígidas que traen el rastro y la frigidez de la muerte. Esta ciudad es así; la ciudad que nunca llueve. Esta ciudad es como todas las ciudades: doble agonía; gloria y condena de hombres.
Fuimos hasta el mar. Corrimos hacia las hogueras, a las últimas naves, hacia ese animal hostil que llamaron Pacífico, otros de Las indias. Seguimos siendo los mismos: rocas que caen entrelazadas y que se van formando, deformando, convertidos en hombres, en ojos, en manos, en rostros, en almas.
Ahora, tenemos la materia suficiente para esperar, las armas para conquistar el silencio, para burlarnos de las sombras, de algunas palabras también; pero continuamos esperando que las hojas cubran nuestras viejas extremidades y los edificios observen cómo todos pedimos morir adormecidos en el ensueño, gritar con labios húmedos y los ojos clavados a la tierra. No será fácil. Lima es una pesadilla, porque la pesadilla somos nosotros mismos.
¿Cuando viajarás, tú que pasas de un lugar a otro, a Lima? Cuándo pisarás esta tierra de gritos, calles y jardines de niebla. Esperaremos con paciencia, gesticulando, como los viejos solemos esperar a la muerte... Si podemos recordar quienes fuimos aquí, bajaremos palmas, levantaremos habitaciones, prostíbulos, palacios, atrios para el sacrificio y el lugar para los nobles... ¿Pero quien puede ser noble en un lugar cómo este? El lugar tampoco está aquí “tendrá que perecer o igualarse en adelante a la mitad del mundo.” Pero los hay y quien los busque los hallará para sí como si fuesen simios de gitanos y errantes. Cuándo estarás aquí, piel de arena, ojos sin cielo, cielo sin ojos, resto de cielo que no se nombra porque le teme a la noche. Un día más en la vida, un kilómetro, un año más en la eternidad no es nada, pero llegarás como si fuese posible repetir las cosas: sólo ilusión. El eterno retorno: el absurdo, la abstracción de nuestra débil mente, de la fugacidad inmanente que soportamos más que cualquier otro ser. Lo sabes mejor que nadie; cada segundo es único, eterno… Pero cuánto tiempo pasó desde entonces, ¿cuándo fue la última vez que el día dejó de ser experimento para ciegos? ¿Sabes? El tiempo se precipita tras nuestras sombras y nos arrebata los ojos y terminamos rendidos en el mismo lugar que empezamos, pero lo mejor es olvidarlo. Cuando estemos aquí hablaremos; oiré la voz que debemos oír con suavidad y exactitud como cuando uno ya no puede moverse y observa, oye, calcula todo lo que pasa alrededor con la lucidez de filósofos y eruditos al que tanto aspiramos, pero ese deseo se difuminará en el fuego, nunca más buscaremos el cuarzo ni las estaciones amarillas. Tampoco podré oírte; porque todo continuará por la ruta de los dioses, saldré despavorido, con los ojos ensangrentados en las manos para que finalmente sea testigo de tu caída o todas las palabras se reúnan para enfrentarme a la brutalidad de tu demencia, la condena de tu silencio y la ausencia sin nombre, palabra sobre palabra, voz sobre voz, respiro sobre respiro: “arma dormida”.

II

Escribimos sin detenernos porque debe ser así. Escribo porque el fuego viaja a través del cuerpo, porque intuimos que somos algo más que silencios, palabras, caricias, sed: murallas que el tiempo va tallando. Debemos hacerlo porque entre una sombra y otra dejamos castillos de arena, inventos, nuevos acontecimientos, nuevas batallas, nuevos hombres. Así conoceremos la dicha, su sabor, los enigmas; si es que hay dichas. Es decir, si es posible, si podemos aspirar a eso...
Así será, nube silenciosa. Estridencia en el horizonte. Pecado original, rostro que transita en la oscuridad de jardines y palacios abandonados; pero partiremos: destrucción y pronto olvidaremos esta ciudad como se olvida todo en esta vida. ¿Sabes? También aspiramos a saber qué sucedió, observar el arco iris, la esfinge, el minotauro, el parloteo que nos hace despreciables, bellos, inaprensibles: únicos. Cómo explicar que no buscamos otros hombres, otros espíritus regocijándose entre los árboles, entre los cadáveres, entre la ceniza y la peste sino sólo lo que siempre estuvo allí y estará sucediéndose sin sentido.
Lo sabemos, no hay mucho que pensar; quizá la única manera de continuar –reyes de la reflexión que se imaginan reposando en el ruido que explota en los tímpanos cuando hacemos eso que llamamos amor, eso que no tiene sexo, ni rostro; eso que no tiene nombre porque los remolinos lo confunden todo, eso que hombres y mujeres reservamos hasta el día de la muerte – es la sucesión de manos, dedos, ojos, calor, dientes entrechocándose que mecen las hojas; movimientos, piel que inventamos en la carne y el deseo, en otro cuerpo; mientras las olas forman castillos, discos tumultuosos de fuego y arena, la boca entreabierta busca otra boca, otro fuego y la piedra deshace a la piedra girando en el ombligo de la carne, en el infinito y la locura y la noche enfrentada a sus hijos bastardos, que aguardan ser reconocidos como descendientes de sueños y minotauros, espera nuestra llegada. Supongo que es posible escribir, reconocernos entre la multitud de nausea y vómito; es estúpido, lo sé; pero hasta los estúpidos nos las arreglamos para vivir y correr tras ustedes que nos hacen creer que el mundo tiene pies y cabeza.

III
Imagino el amanecer, pienso en los astros que flotan en un firmamento de papel, en sus ojos indiferentes que esperan tocar las puertas del hastío. Todo gira lentamente. Pienso en todas y cada una de las palabras que se acumularon, en quién las dijo, de dónde vienen y hacia dónde van. Comprendo que eso sale de ti, de venas y células; de eso que hace de ti una unidad desde el excremento hasta el alma y pienso en el viejo DH Lawrence explicando que si pongo a la mente y la razón sobre todo lo demás, todo lo que puede hacer, este, es criticar y ahogar; que las cosas verdaderas provienen del cuerpo total de la conciencia; proviene del estomago y del sexo tanto como del cerebro y de la mente y corroboro el origen de cada sílaba que inventabas con melancolía.
Reniego de todos los silencios porque parecen castillos inverosímiles que se van cayendo, inmensos ríos de plata y anís, melodías, pero las palabras no son más y voy deshaciéndolas en el viento, mi cuerpo en el aire... Y así continúo; muevo un pie, luego el otro: debo estar caminando hacia alguna plaza vacía, inmensa -de los que ya no quedan en esta ciudad gris-; intersección insoportable, la esquina retorcida. La perversión de algo que desaparece cuando pronuncio su nombre: silencio. Hago una serie de movimientos para destruirla, crear una nueva dimensión, donde pueda percibir con nitidez y precisión lo que repetías, la mirada, la sonrisa petrificada, tus aves sin nido... Donde no haya agujeros sobre el lenguaje, trampas de los hombres, trampas para el alma; eso que los místicos llamaron alma, espíritu, pero que sabemos es sólo la parte inmaterial del rostro oculto de nosotros mismos... En fin no deseo describir eso: no me interesa y por lo demás no sé nada al respecto; simplemente me hecho a correr; a mis espaldas un tumulto de miedo, desesperación, dientes apretujados y escalofríos se cae y se levanta; eso que nos obliga a decir lo que no somos, lo que no sabemos, lo que no pensamos, lo que no sentimos...
Y te encuentro en el mismo lugar; dibujando en el fuego la civilización que acompañó la travesía por huracanes y laberintos; esos que no nos dejaban en paz cuando ingresaba a ti como en una vieja casa abandonada o como en un trozo de vidrio, herido y prisionero. En la misma playa desierta acariciando olas, tormentas de arena: la sed de los condenados a la hoguera. Todo está allí. Trozos de melodías, imágenes pequeñas de risas, fragmentos minúsculos de miradas, dedos en la frente, trocitos de piel flotando en el viento dejándose atrapar por las ramas de los árboles, hojas reconstruyéndote, ojos reconstruyendo la mirada y mi silueta decrepita reconstruyendo todo. Te cubro de azul. Me sirvo de fantasmas, de la memoria, del último fin de semana, del último mes, del último año que danzabas y girabas sobre líneas diminutas, sobre círculos apoyados en los ojos de la tarde; me sirvo de huellas, astillas, de las sombras que no me dejaron estar aquí porque el mar borró, finalmente, los extraños dibujos, tu civilización de guerreros y navegantes y todo lo que ostentaban tus ojos y me pertenecía. Me enfrento a las últimas sílabas que todavía se mantienen y caigo sobre una espalda suave y te descubro allí chisporroteando en un agujero negro, tumultuoso, “ángel agitado”, entregando lo mismo a cuanto hombre se cruce en tu camino, gritando en el infinito “soy dios y peco”.
IV
Son las diez de la mañana. Pretendo hacer del día una página extensa. Sé que lo lograré y me esfuerzo. Entregarse es sencillo, huir lo más complicado. Pasa el tiempo y todavía no me reconozco, hago el amor con deseo y pasión. Soy otro, el otro. El que nunca muestra el rostro. Todo termina, resbalamos en laberintos, en teclados inmensos que no tienen cuando acabar, pero tengo tiempo y herramientas suficientes para llevar las cosas hasta el final. Pido la comida y un poco de licor. Debemos amarnos como si el mundo se terminase a media noche. Soy un esclavo como los demás esclavos y disfruto cada roce, cada labio, cada dedo, cada respiro, cada vida... Cierro y abro los ojos y es ya media noche. Me levanto, corro las cortinas, tomo el vino en una mano y el whisky en otra; los dejo caer sobre las sábanas, sobre la piel que lleva las huellas de mi carne. Vuelvo a cerrar los ojos e imagino como sus gritos desesperados apuñalarán mi espalda. Me retiro, abro los ojos y los gritos no tardan en llegar. Estoy en un quinto piso y observo pasar a los vehículos a velocidades inimaginables. La lluvia cae tenuemente sobre el pavimento. Así es esta ciudad: tramposa y escandalosa. Llueve, deja de hacerlo, nos lanza un manto de frío o calor impredecible como la muerte. Pero mañana buscaré otra forma de confundirme, pensaré en el privilegio, en el anillo que me hace ser “héroe de clase obrera”, sonrío; porque debo volver al lecho, tranquilizarla, hacerle el amor una y otra vez y cubrir mis sentidos con su cuerpo.
Darío Durán. Tiene inéditos un libro de poesía y un conjunto de cuentos. Fue ganador de los juegos florales de la Universidad Villarreal (2004) y Ricardo Palma (2005). Actualmente, realiza estudios sobre algunas enfermedades mentales.

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